26 enero 2007

Diario

Como quería pensar, esta mañana me he ido a cortar el pelo. Te sientan un rato frente al espejo y esa es una buena forma de dialogar con uno mismo: mirándose a la cara. La intención era esa pero ha surgido un imprevisto: a través del espejo se veía a un señor mayor con cara de muchos euros, recostado hacia atrás en el sillón, cubierto con el babero ese tan ridículo, con el peluquero a su derecha afeitándole la cara y una chica muy joven a su izquierda intentando hacerle la manicura, digo que lo intentaba porque el tipo le estaba manoseando a la de la manicura que no veas y casi me quedo bizco al verlo por el espejo. Vas a la peluquería a pensar un poco y te encuentras con un baboso. Desde luego. Para colmo ha dicho con voz de babas que esta chica es muy guapa y para colmo al cuadrado el peluquero le ha contestado que eso se lo dicen todos.

Pues yo no.

No es que tenga nada en contra de la chica, Dios me libre, además me sonaba su cara de algo, fíjate, pero es que yo en esos momentos lo que diría es una cosa al hombre de los euros y otras dos al peluquero, a saber: es usted un poco baboso (lo de poco es para suavizar, no vaya a ser que se levante y me de un mordisco que yo soy muy miedica). En cuanto al peluquero le preguntaría que si la chica tuviera la espantosa barriga cervecera del tipo de los euros la habrían contratado para hacer las manos a los clientes, babosos y no, en el supuesto de que la chica supiera hacer lo mismo y de la misma manera y ya puestos, si el comentario ese de que "todos le decimos que está muy buena" que aunque no lo ha dicho con estas palabras estas palabras son las que quería decir, no hacía falta más que ver la punta de su tijera, llevaba incorporado a la convicción personal (indudable y respetable) el punto servil de hacerle la corte al tipo baboso simplemente porque olía a euros, a muchos euros.

Conclusión: no he podido pensar en la peluquería lo que quería.

Luego tampoco he podido pensar porque me ha empezado a subir la tensión. Ayer ya no me quedó más remedio que administrarme una pequeña dosis del antes-llamado-elixir y hoy es que fatal, chico, pero es que como un bombo la cabeza, oye. La tensión mínima ya era una máxima a las dos y media, así que como para pensar.

Por la tarde había quedado un rato con Andrés, que aparte de ser una de las personas más buenas del mundo es uno de los mejores maestros de escuela del mundo y ahora que se acaba de jubilar tiene todo el tiempo del mundo. A mí es que me ronda en la cabeza la frase con la que Saramago abre sus pequeñas memorias: "déjate llevar por el niño que fuiste" y también recuerdo mucho cuando Saramago anunció que sus memorias terminarían a los 14 años porque después de esa edad "todo lo que pasa ya no tiene mucha importancia" y entonces me acordé de la frase de Exupéry: "somos nuestra infancia". Es verdad. Hoy Andrés ha dicho que la universidad se cursa de los 0 a los 5 años porque ahí se siembra, prende y aprende todo lo fundamental: quiénes vamos a ser, cómo vamos a ser, cómo se van a configurar nuestros sentimientos. Todo. Yo no había quedado con Andrés para esto pero es lo que tiene Andrés, que siempre te dice lo que buscabas sin preguntártelo.

A la mitad de la conversación ha sonado el móvil y era el director del conservatorio del coro de colores para agradecerme la reseña. De nada, hombre. La llamada ha sido inesperada y mientras el hombre me hablaba me he acordado del pequeño Jon, camiseta naranja, así, de repente. Y por esas asociaciones que hace la mente por su cuenta he sentido que tenía que incorporar al pequeño Jon y a la camiseta naranja a lo de antes: a la frase de Saramago, a la frase de Exupéry, a la frase de Andrés (a las frases que me habría gustado decir esta mañana en la peluquería no, claro) y el resultado ha sido que para cuando he llegado a casa ya tenía bien cosida la charla de Saramago de la semana que viene. Que yo creo que era eso lo que me rondaba la cabeza y por eso he ido esta mañana a la peluquería a pensar mirándome al espejo. Lo que pasa que me ha salido mal por el baboso. Me temo que esto demuestra que mi proceso creativo es muy poco ortodoxo y poco sistemático. Yo creo las cosas de oído: las barrunto a pedacitos, voy intuyendo cosas, por eso voy a síncopas, esto al principio, esto irá por el final. Y mientras tanto me acompaña una inquietud en el centro del pecho hasta que algo hace que las cosas encajen. Como un puzzle.

La tensión sigue alta pero yo ya respiro más tranquilo y somos nuestra infancia, es verdad. En mi infancia yo dibujaba grúas con plastidecor y miraba el programa de la lavadora. Hay una frase en el "Ricardo Reis" que se me va a anudar en la garganta el miércoles, lo estoy viendo, pero hay que decirla porque Lidia aún no sabe que llorará. El pequeño Jon debe estar dormido a estas horas. Apaga la luz y no hagas ruido al salir, por favor.


3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es curioso porque a mí las cosas importantes me empezaron a pasar a partir de los 25 y todo lo que pasó antes, no tiene mucha importancia.

Salgo de puntillas para no despertarle

8:19 a. m.  
Blogger Miguel Cane said...

Apago la luz y salgo de puntillas, sin hacer ruido...

un abrazo.

M

7:15 p. m.  
Blogger emejota said...

No sé qué decirte, paralelo. Habría que empezar por definir qué entendemos por cosas importantes y lo que cada uno considera cosas importantes seguro que está configurado desde la más temprana infancia. En la infancia se establecen las reglas de medir, de grabar y hasta de olvidar.

Gracias a los dos por no hacer ruido al salir.

4:09 p. m.  

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