15 abril 2006

Planificación

Me he quedado sin vacaciones y no sólo eso sino que estos días tengo más trabajo que de costumbre. Pero no me importa porque lo que estoy haciendo me está resultando apasionante. Eso sí, cuando termine me voy a tomar un descanso y esta vez en serio, que va para dos años diciéndolo y siempre termino enlazando un proyecto con otro. Esta vez no será así. Además, las vacaciones a destiempo tienen un atractivo especial, al menos a mí me lo parece.

El martes empezamos el rodaje del proyecto Mozart, de manera que divido mi tiempo entre dos teclados, el del piano y el del ordenador, entre el estudio al piano del repertorio seleccionado y la escritura del guión que va a acompañar a la parte musical. Su estructura no sigue las pautas narrativas convencionales (exposición, desarrollo y desenlace) sino que utiliza un esquema musical (exposición, desarrollo y re-exposición) que se cierra sobre sí mismo como una forma Sonata. Es un guiño y al mismo tiempo un recurso que busca potenciar la interacción entre palabras y música aportando mayor cohesión el conjunto.

Pero hay un tercer trabajo no menos importante que, sin embargo, debe pasar desapercibido para el espectador o, por lo menos, no debe quedar evidenciado de manera explícita; es más, su "invisibilidad" es el indicador que mide su eficacia. Me refiero a la planificación de las secuencias musicales. Es un trabajo laborioso y complejo y lo suficientemente importante como para plantearnos, de partida, varias reflexiones. Para empezar, tenemos claro que la cámara no tiene que ser un ojo estático que contempla con curiosidad las evoluciones de las manos sobre el teclado, como si fuera un espectador sentado en su butaca. Pero ni tanto ni tan calvo: es probable que la cámara puede sentir ganas de moverse impulsada por una necesidad de compensar la ausencia de acontecimientos mientras la música suena. Es hasta cierto punto inevitable que tal tentación surja pero no hay que olvidar que la música, aquí, no es un complemento de la imagen, no está subordinada a la imagen. Es justamente al revés. Si así lo hiciéramos estariamos creando un videoclip.

No hay que perder de vista que mientras suena la música sí están pasando cosas: el teclado es un escenario en el que una obra se expresa a través de las manos. El gesto y el rostro del intérprete también interviene en la función. No se trata, por tanto, de que a la cámara no se le permita moverse, sino que lo haga en sintonía con el guión musical. A veces el interés residirá en registrar la pulsación de la mano derecha; en otras en el vuelo al aire de la izquierda o en un ademán del rostro. Puede suceder incluso que la clave de un instante no esté ni en las manos ni en el rostro, sino en un leve movimiento de aproximación de la cámara que nos incite a prestar especial atención a un determinado pasaje. Y habrá momentos en los que la cámara deberá quedarse quieta. La cámara también tiene que detenerse a escuchar. Por ello se hace necesario planificar.

El objetivo que nos hemos marcado es que la cámara sea parte activa en la interpretación de la música, que de alguna forma contribuya a completar la partitura, que armonice con la propia música y ayude a su transmisión al oyente. En resumidas cuentas, que la vista se comporte como oído. El trabajo pasa entonces por una fase previa muy curiosa: el intérprete debe dirigir al director para que el director pueda interpretar la música en imágenes. El día que planteé el proyecto a Julio le dejé bien claro que éste iba a ser un proyecto de dos en estrecha comunicación. Me refería a lo que acabo de explicar y él lo comprendió perfectamente y lo compartió. Y en ello estamos. Y surgen dudas, claro, cómo no van a surgir, e incertidumbres. Muchas. Pero también existe el pálpito de que nos adentramos en una aventura que, a buen seguro, nos va a enriquecer a ambos. Si el resultado final acompaña, mejor que mejor, evidentemente. En ello vamos a poner todo el empeño.