Vuelo
Una de las emociones más intensas que recuerdo haber vivido en una sala de cine tuvo lugar cuando tenía 9 años en el transcurso de la proyección de "Supermán" (1978), de Richard Donner. Sucedió concretamente en la secuencia en la que Lois Lane queda suspendida en el vacío tras haber sufrido un accidente de helicóptero en la azotea del "Daily Planet". La gente se arremolina en la acera gritando de espanto y mirando hacia las alturas y Clark Kent, que pasa por allí con aire despistado, de traje impoluto, sombrero, gafas y maletín en ristre decide intervenir.
Hay un breve momento de humor, un gag que cuando eres niño no puedes apreciar y es en el instante en que Kent mira con fastidio de arriba a abajo un teléfono público sin cabina (es que ya no va a quedar lugar para la intimidad!). Pero a los 9 años vives con profunda emoción el momento en que atraviesa la calle presuroso dirigiéndose hacia donde está la cámara, hacia tí, y cuando se abre la camisa y emerge la "S" de su traje y con ella la fanfarria prodigiosa de John Williams se te acelera el pulso. Kent se transforma en Supermán escondido en el vertiginoso remolino de una puerta giratoria y entonces tiene lugar el prodigio: cuando tienes 9 años y Supermán echa a volar y asciende en elegante y curvilínea trayectoría frente a la estática verticalidad del rascacielos te agarras con fuerza a los brazos de la butaca con las manos y presa de una emoción indescriptible te separas unos centímetros del asiento, impulsado a seguir la estela de su vuelo. Qué sensación más maravillosa e inolvidable.
En la memoria de mi infancia, Supermán tiene olor y sabor a coca cola de los botellines de vidrio verde. Recuerdo que en el interior de los tapones metálicos venían unas membranas de plástico con los rostros de los personajes de la película. Hoy la coca cola viene en botellines muy sosos y además sin azúcar pero he revisado con profunda nostalgia el Supermán de Donner y sigue siendo una gozada. En no pocos momentos consigue algo insólito, y es que así como el tiempo sobrepasa a muchas películas, aquí el tiempo permanece vivo dentro, intacto, consiguiendo que el espectador se instale en él para revivir la historia desde el "entonces". Supongo que a ello contribuye el que Donner haya atrapado primorosamente con su cámara el paisaje exterior y la atmósfera urbana del Nueva York de la época, en el que la aventura y sus personajes encuentran, por cierto, perfecto acomodo.
Y es en estas condiciones cuando un personaje imposible (un tipo con un traje ridículo) resulta veraz y emocionante. El romántico y peterpanesco paseo nocturno por los aires de Supermán y Lois Lane sobre la constelación de estrellas eléctricas de los rascacielos sigue siendo maravilloso. La totalidad de un casting genial, la música de Williams, la fotografía, el encanto de unos efectos ópticos más que dignos y una dosis considerable de ingenuidad armonizan gozosamente en la coctelera en la que la nostalgia ha venido a aportar al sabor nuevos y atractivos matices.
Y, por supuesto, Supermán es Christopher Reeve.
5 Comments:
Eso demuestra que la visión de una pelicula como la lectura de un libro es algo muy personal.
Para mi Superman no representa nada. Seguramente la vería en la tele por primera vez.
Todo lo contrario que La Guerra de las Galaxias. Y estoy contigo que el personaje más querido es el primero que ves, y así en James Bond para mi es Roger Moore por mucho que vista más decir Sean Connery.
Recuerdo que al salir del cine no podía evitar mirar al cielo, por si acaso. ;-)
(es que Sean Connery viste mucho, José) Lo que pasa es que Moore le da ese toque irónico, es alzar de ceja que tiene su gracia.
En mi infancia, el Supermán de Donner (y el de Lester, el II, ay el II) representó mucho. Si lo hubiera visto más tarde seguramente habría sido otra cosa.
Un abrazo
Y algún que otro chaval voló balcón abajo intentando emular al héroe, si mal no recuerdo...
Un abrazo Jam.
que curioso, LLeguE aqui por que aL abrir una boteLLa de cocacoLa, me acorde de lo que habia bajo eL tapOn...
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