21 noviembre 2006

Reverso

Laura y JulioSalgo momentánea y sigilosamente de una página (impar) de "Laura y Julio", última de las novelas de Juan José Millás, para dejar algunas notas antes de regresar a ella y transitarla con la sensación de que algo te observa tras el pliegue de un adjetivo a pesar de que en las páginas de Millás las palabras son transparentes. Millás cuenta sus novelas con tono de línea recta suspendida de no se sabe muy bien qué y con una mirada perpleja y aguda que te hace levantar un poco la ceja. A Millás le gusta fabular sobre universos paralelos, pasar al otro lado de las cosas, jugar con las simetrías y los opuestos.

Aquí salen Julio y Laura juntos pero enseguida se separan. Se lo dice ella por sms la noche de fin de año en la página 76 (año nuevo, vida nueva) de manera que cuando llega a la página 81, él tiene que salir de casa no sin antes entregarle las llaves. Julio saca las llaves de su casa del bolsillo derecho pero ella no sabe que en el izquierdo tiene las de su vecino de rellano, Manuel, que lleva unos meses en coma en una cama de hospital. Y Julio se instala silenciosamente en esa casa que es el reverso de la suya, tumbándose en una cama cuya cabecera coincide con la de esa otra cama que hasta ese instante había sido suya, como si durmiera al otro lado del espejo opaco del tabique.

Y ahí encontramos a Millás en su salsa, accionando a su antojo los botones de su juguete favorito, porque de repente Julio se encuentra mirando por una ventana ajena a la de enfrente, que era la propia, y de la que ahora le une tan sólo el cordón umbilical del tendedor comunitario para la ropa. Y mientras contempla el que había sido su espacio íntimo, aquel donde había transcurrido su existencia, se adueña de la ropa de su vecino, del gel de ducha de su vecino y hasta se mira en el espejo de su vecino, y llega un momento en que esas cosas ajenas y extrañas dejan de serlo para convertirse las cosas propias en extrañas y ajenas. Así lo comprobamos la mañana en que Laura le deja la llave bajo el felpudo para que se lleve sus cosas y Julio vuelve a entrar en la casa:

"Notó que ya era un extraño en ella. Se movía por el pasillo como un intruso y se asomaba a sus habitaciones como un merodeador (...) Una vez recogida la ropa, decidió desayunar en esa casa, pues en la de Manuel no había encontrado nada que no estuviera pasado de fecha. También aquí, los objetos domésticos, que hasta hacía poco le habían sido tan familiares, se le revelaron con un punto de extrañeza. El solo hecho de llevarse una taza a los labios implicaba una trasgresión, porque ya no eran suyas las tazas ni los vasos ni los tenedores, o lo eran, en todo caso, de su fantasma. Sugestionado por aquella idea, se bebió el café y se tomó las galletas como lo habría hecho un espectro (...) Dejó de nuevo las llaves debajo del felpudo y se despidió de sí mismo diciendo un adiós pronunciado en voz baja".
Se despidió de sí mismo diciendo un adiós pronunciado en voz baja. No me digas que no es una frase admirable. Cuando un párrafo tiene suerte de que una frase lo culmine de esa manera yo suelo dejar de leer, cierro el libro y para celebrarlo, no sé, me levanto y miro por la ventana o doy una vuelta por el pasillo. Y luego vuelvo, a ver qué más pasa.

Y lo que pasa es que en el mundo de duplicidades e intercambios de Millás las cosas pueden comportarse como si fueran organismos con metabolismo propio y las personas figuras decorativas en la mesilla del dormitorio. A veces, hasta se confunden:

"La mujer subió al piso de arriba. Durante los minutos siguientes, Julio la escuchó ir de un lado a otro. Resultaba imposible averiguar qué hacía con aquel ir y venir, pero los ruidos que producía eran los pensamientos de esa casa. Y aquella casa pensaba de manera confusa. Más que ideas, producía obsesiones. El discurso terminó con una descarga de la cisterna que sonó en el salón como si los desagües estuvieran al descubierto".
Y tampoco puede faltar esa habilidad de Millás para encontrar la singularidad en lo cotidiano. Millas convierte los cuartos de baño, los taxis y los teléfonos móviles en territorios repletos de misterios por explorar:

"En las paredes del cuarto de baño quedaban aún restos de la condensación del vapor de la ducha, recientemente utilizada. Se asomó a la bañera con las precauciones con las que se habría asomado a sí mismo y luego comprobó la humedad de las toallas recién usadas empapándose de aquella domesticidad sorprendentemente extraña, puesto que era idéntica a la de cualquiera".
"Laura y Julio" son el pretexto que nos pone Millás para jugar una vez más -pero mejor- a lo que le gusta, que es salir y entrar, pasar de un lado del espejo al otro y, a veces, observar los dos lados de las cosas desde la misma línea que los separa. En esta novela deliciosamente inquietante, los maridos acompañan a sus mujeres al ginecólogo, en la sala de espera descubren que los libros de los estantes son de mentira y se preguntan si el médico también será de mentira antes de que se les comunique que el embarazo de su señora es falso; los padres se ganan la vida construyendo casas de verdad y los hijos construyéndolas de mentira (Julio es maquetista y decorador de cine) y a los postres de la cena de fin de año ambos se ponen a jugar al Monopoly para levantar imperios urbanísticos con dinero de plástico. Y conforme se despliegan las páginas del mapa de este mundo de paralelismos, imágenes reflejadas e imposturas, descubrimos que en él tienen cabida mecanismos de una lógica caprichosa:

"No había cogido nunca en brazos a una criatura, de modo que le sorprendió lo liviana que era. Más aún, gozaba de un peso inverso, pues cuando la tuvo junto a su pecho sintió que, más que andar, flotaba por el salón y por las escaleras. Sólo tras depositarla en la cama volvió a sentir sobre su cuerpo la acción de la fuerza de la gravedad".
A Millás le escucho por la radio algunas tardes y aunque su boca tiene amnesia de las erres siempre dice cosas interesantes hasta que se pone a leer micro-relatos ante el micrófono. Y es que Millás escribe muy bien pero lee fatal. Visto lo visto, cara y cruz, anverso y reverso (doble verso), quizá eso sea lo propio.


2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Querido Mariano:

El escenario suena por turnos alentador y enigmático... y la invitación a entrar en él resulta casi irresistible.

Hoy me daré una vuelta por la Casa del Libro.

Un abrazo grande,

MC

2:46 a. m.  
Blogger emejota said...

No te defraudará, Miguel, ya lo verás.

Un abrazo.

2:52 a. m.  

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