Mirar
Sucede al comienzo de "El espítiru de la colmena", de Víctor Erice. La camioneta de un proyeccionista de cine ambulante se detiene en un pueblecito castellano una desapacible tarde de invierno. Son los años de la posguerra civil. Un destartalado cobertizo se convierte en improvisada sala de cine donde se proyecta el Frankenstein de Karloff. Miradas expectantes. El actor que hace de maestro de ceremonias al principio del film advierte de la naturaleza terrorífica de lo que va a suceder a continuación. Fundido en negro. Entonces emerge esta imagen ocupando toda la pantalla:
No es Karloff, claro. Es Fernando Fernán-Gómez, dedicado a sus labores de apicultor. La conexión con el plano anterior es evidente: el atuendo de apicultor lo convierte, visualmente, en el monstruo que esperábamos ver y, de paso, establece una metáfora que aporta de golpe una valiosa información sobre el personaje: Fernán-Gómez es aquí el monstruo en el sentido de desempeñar el papel del diferente, del incomprendido, del raro al que el resto señala o persigue. Todo esto se ve inmediatamente corroborado cuando descubrimos que su papel es el de intelectual recluído a causa de sus ideas políticas en aquel abandonado pueblo a la manera de un exilio interior. Las horas lentas pasan entre el cuidado de sus colmenas y la redacción de un tratado sobre apicultura en el despacho de la vieja casona en la que vive con su familia. Precísamente allí tenemos oportunidad de contemplar este plano:
De nuevo está presente la carga simbólica de las imágenes: la forma hexagonal de las molduras y el color ámbar del cristal enlazan a un tiempo con la idea de las colmenas que acabamos de presenciar y ahondan en el tema del exilio del protagonista: Fernán-Gómez está atrapado en su particular colmena y fuera del mundo que le rodea (observemos la oposición entre su silueta sombreada dentro de la "colmena" en la parte derecha de la ventana y la claridad sin trabas de la parte de la izquierda que funciona, en sentido literal, de ventana al mundo).
La capacidad del montaje para imprimir sentido narrativo a las imágenes y establecer conexiones entre ellas es fascinante y abre inmensas posibilidades pero me pregunto si este canal narrativo es percibido adecuadamente cuando vemos una película. Está claro que gracias a los formatos domésticos de almacenamiento de películas y a la tv se ve más cine que nunca pero ¿sabemos mirarlo? En los 70 los planes de enseñanza comenzaron a tratar temas de lectura de la imagen y hoy es evidente que un chaval se maneja como pez en el agua en ese ámbito inmerso como está en un mundo de imágenes y estímulos visuales. Pero tengo la sospecha de que esa lectura se realiza, por lo general, a unos niveles epidérmicos y por eso la información llega cada vez con un trazo más grueso. Quizá no se trate tanto de saber leer una imagen como de un problema más profundo, de índole educativa y cultural. No sé. A lo mejor tiene razón José Saramago cuando en el "Ensayo sobre la ceguera" escribe que a lo mejor "estamos ciegos. Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven".
3 Comments:
Interesante post, emejota, como todos.
La reflexión y la pregunta que te haces al final del mismo, me la hago yo mismo hace mucho tiempo.
Hace unos días tuve ocasión de debatir sobre este tema con unos cuantos profes de secundaria. El caso es que los chavales de instituto tienen una asignatura, digamos seria, de lenguaje musical, y una asignatura, digamos no seria, sin profesorado especializado, con pocas horas, de medios audiovisuales.
Y ahí creo que puede empezar y acabar todo.
Por otra parte, al igual que en cualquier otro arte, existe un abismo necesario entre el espectador y el cineasta. No suele ocurrir, pero de vez en cuando un autor descubre incluso aspectos que un espectador le revela y que él no ha visto, inmerso en su incosciencia creadora.
Además, creo que el mundo de la imagen, como el de la música, se puede percibir a muchos niveles de consciencia: desde el más puro entretenimiento al más pequeño nivel de detalle y análisis.
Lo verdaderamente lamentable, es que los chicos, los mayores, y todos, cada vez se instalan más en la comodidad del entretenimiento visual, y menos en la mirada crítica. Por vagancia: la sociedad se ha vuelto vaga, qué le vamos a hacer.
Muchas gracias por tu visita y por tu comentario que me encantó, es poético.
Muchos saludos, siempre bienvendio.
El último párrafo de causal pone el dedo en la llaga. Lo que no sea 100% puro entretenimiento (en su sentido más superficial) es puesto de lado y, en cierto sentido, despreciado.
Yo, en esto, reconozco que cada día soy más pesimista.
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