22 marzo 2006

Cuento

Hoy a media tarde estaba convocado para hablar sobre "La Flauta Mágica" en un monasterio cisterciense, con su silencio de ciprés y de piedra milenaria. Desde que recibí el encargo, yo me había imaginado la luz de un sol de membrillo proyectándose serena en los muros y así ha sido finalmente aunque en el trayecto en coche nos ha caído un chaparrón primaveral. También me imaginaba un relato a media voz con el sonido suave del canto de los pájaros como fondo ante un público reducido (el pueblo que está a la vera del monasterio tiene 100 habitantes escasos) y nada más bajar del coche hemos visto un autobús escandalosamente grande y un montón de gente apresurándose a coger sitio.

Para nuestra sorpresa, nos hemos encontrado con una sala abarrotada con 250 personas, es decir, una por año mozartiano, más del doble de la población del lugar, de manera que muchas de ellas han tenido que permanecer estoicamente de pie todo el rato en posición incómoda y con la nariz pegada en el cogote del vecino. Al ver semejante revuelo me ha dado por pensar que a ver si me iba a poner nervioso y todo, así que me he ido a pasear por el recinto haciendo hora en busca del reconfortante olor a verde mojado. Me he encontrado con una monja joven que me ha preguntado si entendía de ordenadores y le he dicho que bueno, que un poco pero depende. Me ha explicado que ha hecho un estropicio porque queriendo pinchar la contraseña de una compañera (!) ha borrado la configuración de las cuentas de todo el monasterio. Me ha dejado de piedra, y no precisamente de piedra monacal. Le he dicho que lo sentía mucho pero que mala pinta tenía lo que me decía porque para reparar el estropicio sin que las afectadas se enterasen habría que saber las contraseñas de todas y ella ha respondido resignada que daba igual porque total, como era hombre, pues no podía entrar a la clausura a arreglar el ordenador pero que, en fin, muchas gracias. En ese rincón del patio se había quedado rezagado un pedazo de invierno y durante el rato de la conversación se me habían quedado los pies fríos y la cazadora escasa. La monja se ha adentrado por un portón oscuro y yo me he vuelto a la sala.

Había tanta gente que cuando en ese momento han anunciado mi nombre casi no puedo pasar, intentando abrirme paso con dificultad entre señoras apretujadas y señores vueltos de canto, y cuando tras grandes esfuerzos he conseguido alcanzar el improvisado escenario me he encontrado con un mar de miradas en actitud de quien espera que empiece la función. Ha sido muy divertido. Una vez metidos en harina, cuando Tamino ha encontrado por fin a la princesa Pamina se ha escuchado un suspiro de alivio y cuando la Reina de la Noche ha aparecido con los ojos inyectados en sangre sedienta de venganza y ha terminado de cantar la célebre aria (sí, esa), la sala entera ha roto en calurosos aplausos como si realmente hubiera una soprano en el escenario recibiendo el merecido premio a sus acrobacias vocales en lugar de un canto enlatado. Muy curioso.

Estimulado por la actitud y la entrega del auditorio, he seguido contando el cuento ante un silencio expectante sólo interrumpido ocasionalmente por las risas provocadas por las ocurrencias de Papageno y cuando ha llegado el "colorín colorado, este cuento se ha acabado" ha sonado otro aplauso prolongado y la gente ha venido espontáneamente a saludarme de manera muy cariñosa dándome las gracias por el rato tan entretenido que habían pasado y sorprendidos por haber descubierto que no hacía falta saber el alemán para "ver" con los oídos y entender las escenas, según habían podido comprobar por las audiciones que he puesto. Les he dicho sinceramente que el agradecido era yo. Así que me he venido tan contento.

Volviendo con Eva en el coche ya estaba oscuro y había empezado otra vez a llover pero yo me llevaba en el bolsillo la luz del sol de membrillo y el silencio de ciprés que no parece incomodarse ante el canto suave de los pájaros.


3 Comments:

Blogger Magda Díaz Morales said...

Que belleza de lugar la que describes. Me encantaría vivir en un publo de cien habitantes y tener alrededor paisajes así de bellos.

Que lindo recibir el aplauso de las personas por una velada tan amena. Seguro tu narración fue muy interesante y bella. Felicidades.

Un abrazo, Mariano.

7:15 p. m.  
Blogger emejota said...

Es un sitio precioso, Magda. Eché de menos no haber llevado la cámara de fotos.

Muchas gracias por tu felicitación. Cada vez estoy más convencido que la conexión con el público se produce si no pierdes nunca de vista que hablas para ellos en lugar de para tu propio ombligo, tarea en la que caen con demasiada frecuencia los ponentes. Yo siempre hablo de la manera en que me gustaría que me contaran las cosas, poniéndome en el lugar de quien me escucha.

Un abrazo.

1:38 a. m.  
Blogger S. M. L. said...

Lo que narras hace que se me forme la imagen de una especie de "Woody Allen español sin neurosis".

2:31 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home