14 junio 2006

Audición

Hoy he asistido a una audición de fin de curso de alumnos de la Escuela de Música. Desde mis tiempos de estudiante no había vuelto a ir a ninguna. Por lo general son un tostón aunque de vez en cuando ves despuntar a alguien que promete y eso siempre es interesante. Lo peor es el comportamiento de muchos padres. Va a tocar su retoño, pues nada, a abrir la puerta del salón ruidosamente (para qué escuchar a los otros, por Dios) y a entrar en tropel (padres, abuelos, bebé en brazos) sin importarles lo más mínimo que hay otra criatura en ese momento intentando sacar adelante un preludio de Bach. Pero no contentos con eso, cuando su hijo o su hija terminan de tocar se levantan y se van, y eso se escribe así pronto, se levantan y se van, pero hay que pensar que el proceso es bastante laborioso: hay que levantarse moviendo las sillas hacia atrás, coger del suelo algo que se le ha caido al bebé que, como es natural, no ha dejado de monologar en alto, esperar a que los abuelos pasen lentamente en el pequeño espacio existente entre las piernas de quienes están sentados y la fila de delante. Luego se esperan en el pasillo central y cuando ya está la familia reunida dicen un sonoro: "ala, que nos vamos ya", y aún falta que lleguen a la puerta y la abran de golpe y luego la cierren de un portazo. Para entonces la siguiente criatura ha podido tocar cinco veces la Sonatina de Clementi.

Hoy he bajado porque al final del concierto tocaba Pablo. Al final tocan los mayores. A sus 15 años, Pablo ha tomado conciencia del miedo, del miedo en general, y en los últimos meses el miedo también se la ha pegado en los dedos como una sustancia viscosa que dificulta manejarse por el teclado. Pablo me pidió que le acompañara la tarde del concierto y le dije que por supuesto. Me he sentado atrás, discretamente, en una fila vacía. Pablo y yo tuvimos una larga conversación ayer, que es la misma que llevamos teniendo todas las semanas durante el último año. Sobre el miedo. Pablo ha subido al escenario acompañado por la sombra del miedo pero a los dos compases de comenzar su Albéniz ha salido lo que tenía que salir: el duende en estado puro. El duende en su manifestación más vibrante. Pablo es un chaval enduendado de la cabeza a los pies aunque todavía no lo sabe porque el miedo no le deja mirar. Pero yo sé que el duende desafía al miedo. Y creo que al duende le da tanta rabia ese miedo que aflora enrabietado mostrando su cara más exultante que se traduce en un silencio sobrecogido en la sala, una descarga que sacude los cuerpos, una emoción profunda que aprisiona los corazones y un estupor de las miradas que se dirigen a ese chaval menudo del que emana un fuego que impone profundo respeto y admiración.

El Albéniz que ha brotado de las manos de Pablo ha sido el Albéniz de un pianista inmenso cuyas manos se adaptan al teclado como si estuvieran hechos el uno para el otro; un pianista que no encuentra la música en la partitura porque la música nace de él y de él sale el matiz justo, el rubato maestro, el ataque imponente y hasta el misterio que llena los silencios, aquí rebosantes de sentido. Un pianista poeta. Un poeta enduendado (y aterrorizado). Yo conozco el sufrimiento de Pablo aunque no lo haya padecido en propias carnes. Pero he visto su profundo dolor todas las semanas y he asistido impotente a su progresivo hundimiento personal sabedor de que el duende está ahí, a pesar de todo, esperando a que la tormenta pase para salir al mundo para el que ha nacido Pablo: la música. Por ello sé de sobra lo valiente que ha sido y hoy ha recibido justa recompensa a su valor poniendo una luz en el alma de quienes le escuchaban. Y es que el duende no quiere regalos. El duende regala.

Sigue luchando, Pablo. No estás solo. Animo.


1 Comments:

Blogger Paralelo 49 said...

Sí, Pablo tiene el fuego en sus manos, y aún no lo sabe...
Me pregunto ¿Será eso la estrategia del ardor,
quedarse como ascua más que fuego,
y dar vida, y a veces invertir esa ceguera provisional
que a veces uno tiene?

Hay gente que anda así...
transformando en grandeza lo que tocan con sus manos;
quemando la pasión sobre el marfil y negro;
haciendo de una palabra, un instante, una orilla,
y aún no lo saben...
y puede que ese sea el mayor de los encantos.

Mis felicitaciones a Pablo.
Un abrazo para ti.

12:24 p. m.  

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