23 agosto 2006

Espera

Pocas cosas hay más deprimentes que permanecer en la sala de espera de extracciones de sangre de un ambulatorio a las 8:20 de la mañana.

Dice el doctor House que todos los pacientes mienten. Yo no sé si todos mienten pero lo que es seguro es que disimulan. Hay un silencio incómodo, un amago de conversación hueca, miradas resbaladizas. Por ejemplo, en ese señor que ha debido salir un momento de la oficina o en aquella mujer que esconde la incertidumbre tras un exceso de maquillaje. A la mayor parte de la gente le incomoda reconocer que están enfermos, como si la sociedad se lo fuera a tener en cuenta. Para qué nos vamos a engañar: ésto último es verdad. Pero allá la sociedad, oye. Casi siempre la enfermedad es una mota de polvo en la verdadera miseria de la gente. Pero parece ser que nadie se da cuenta y por eso, en esta concentración silenciosa en la pequeña sala de espera de esta mañana reina ese ambiente tan extraño, como de quien no tiene otro remedio que mostrar sus vergüenzas ante el vecino fisgón. Es todo muy raro y absurdo.

Yo estoy sentado en una silla con bastante mala leche por el hecho de madrugar y por haber dormido apenas 4 horas. Y también por la puta rutina de los putos análisis. Tengo en mis manos tres impresos: rosa, blanco y verde, y una hoja con pegatinas, y un número. Para colmo es el 32. Hay que joderse, lo que faltaba. Detesto el número 32. Cuando tenía 32 años a pocas me muero o igual me morí un poco, vete a saber. Con eso lo digo todo. La gente de la sala de espera no lo diría porque disimula pero yo no. Si te mueres, pues lo dices. Y si te toca la lotería, pues también. Y punto. He estado a punto de preguntar quién tenía el 33 para cambiarlo pero he mirado a derecha e izquierda y una chica ha bajado la mirada y un señor tenía la mirada perdida. Con ese panorama, cualquiera hace nada.

Enfrente está una anciana con un aspecto deplorable: grandes calvas entre cuatro cabellos blancos, la cara amarilla y unas piernas hinchadas en las que no se reconoce el dibujo del tobillo. Y, sin embargo, su mirada líquida es increiblemente tierna y profunda. Lo he sabido porque me estaba mirando y al mirarla ha esbozado una sonrisa triste. Entonces se ha roto el silencio de la salita de espera y ha dicho la frase del día tras un suspiro de resignación:

"Esperar en una sala de espera y luego en otra. No queda esperar otra cosa ya".

Y me ha vuelto a sonreir buscando quizá una complicidad que, desde luego, ha tenido porque la he comprendido perfectamente. La gente le ha mirado como si dijera una barbaridad pero es que a la gente le molesta mucho oir ciertas verdades. Una vez le dije a un médico que si me hubiera tocado vivir hace un siglo yo llevaría por lo menos 15 años muerto y que visto lo visto y dado que dicen que la naturaleza es muy sabia y me había hecho así quizá eso sería lo mejor. Oye, pues por decir eso salí de la consulta con un volante para el psicólogo. ¿Tú te crees?

Por supuesto, fui. Me provocaba una curiosidad morbosa, para qué negarlo. Me preguntó que por qué decía cosas como esa y yo me sentí como cuando en el colegio te llamaban al despacho de la directora (a.k.a “la tetas”) para decir si fuiste tú el que puso en la pared lo de "Monjas a la Mili". Le respondí al psicólogo que lo decía porque así lo veía yo, si no, qué sentido tenía decirlo, ¿no?. Me pregunto entonces que para qué iba al médico y yo le respondí que iba al médico para decirle lo que me duele, que para eso se va al médico. Lo que pasa es que a veces no te duele el pie o la espalda o la garganta. Te duele eso tan inmaterial que podemos llamar alma, espíritu, ánimo, y como eso no sale en los análisis y no se puede “objetivar” (palabra predilecta en las consultas) pues parece que no existe para los médicos. Pero duele. Mucho. El hombre se quedó de piedra y al final hasta me dio la razón. De hecho, por eso me he puesto a contar este aparte, a ver si no.

Pero me llaman. El 32. Sí, yo. Pase. Paso. Hay tres sillas separadas por unos paneles. Me toca la del centro. La enfermera sonríe. Yo también. Trae los papeles, verdad? Sí, los traigo. La enfermera los coge con sus guantes de látex y los examina. Cuando llegue al papel blanco es probable que diga "¿dónde está el tubo para ésto?". Suele pasar siempre. Lo que no sé si lo preguntará a su compañera de la derecha o a la de la izquierda.

-Uy, ¿ya tenemos tubos para ésto?

Para el caso, lo mismo. Se lo ha preguntado a la compañera de la izquierda que pide mirar el papel. No se le ve la cara porque le tapa el panel separador pero por unos segundos se siente su duda y luego se oye un ruido en un cajón. Aparece un tubo. La enfermera me pone la cosa esa de goma que te aprieta el brazo. Ahora dirá que cierre la mano y que si llevo mucho tiempo con ésto. Ya lo verás.

-¿Llevas mucho tiempo así?

(¿Ves?)

-Pronto hago las bodas de plata.

Su sonrisa se detiene en seco como si le fueran a sacar una foto.

-Aprieta la manica un poco.

(Bueno, el orden de las frases no altera el producto)

-Un pinchacico de nada, vale?

(Esa frase es la más obvia, se me había olvidado!)

Cuando pinchan miro siempre para otro lado. No sé por qué, la verdad, porque me veo todas las punciones lumbares de "House" como un campeón, que mira que sale en todos los capítulos, es que no se salva ni uno, oye, ni paciente ni capítulo. Pero el caso es que yo miro para otro lado, quizá por un movimiento reflejo. Esta vez, al otro lado hay un cartel donde dice algo de insuficiencias cardiacas. No me intereso en saber qué es el "algo" por si acaso así que miro el rostro de la enfermera que extrae la sangre de mi sangre con gesto concentrado.

De repente, la anciana de los ojos increiblemente tiernos, que a la pobre no le cogen la vena, deja escapar un ayyyyyyyyyyyyyy que me duele en el alma, aunque la enfermera levanta la vista y al encontrarse con mi mirada se sonríe:

-Las abuelas son un poco quejicas, tranquilo.

Ya que le estoy dando mi sangre a la enfermera, no puedo evitar darle también un verso:

-"Ahí parece un grito porque es donde te duele"

Pero es lo que tiene decir un verso en vez de leerlo: que te puedes perder un acento, y las haches no se oyen, y tampoco hay manera de distinguir las íes de las i griegas. Digo ésto porque la enfermera ha debido oir ay por ahí a tenor de lo que me contesta:

-Tampoco le habrá dolido tanto. Es sólo un pinchacico de nada. Bueno, ya está. Apriétate un poco el apósito, vale?

Vale.

A la salida la gente sigue disimulando de pie o sentada pero yo estoy con el pensamiento puesto en un mail a 5000 kilómetros de distancia.

(O eso ponía, más o menos)


8 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es lo que hay en las salas de esperas de los centros de salud y hospitales. Esperar, esperar, todo el mundo en silencio, como si estuviesemos esperando la silla eléctrica, todo en silencio, impersonal, con el ocasional sonido de un móvil o una persona tosiendo. Precisamente estuve en un centro de salud hoy. Y mañana otra vez, a hacer análisis.

10:44 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Ke grande eres Mariano. Te aprecio mucho. Por cierto, no encuentro la version de Arguerich del segundo concierto de chopin!!!!

Un abrazo.

1:16 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Emejota, tienes la extraña habilidad de escribir algunos relatos terminándolos con un desenlace inesperado, como en este caso. Después de varios párrafos y diálogos (estupendos, como siempre) dejas caer, como colofón, una frase que nada tiene que ver con la historia pero es la que deja a uno en vilo, con una curiosidad tremenda, como si se tratase de un 'McGuffin' pero, al parecer, de mucha más relevancia. Eso es lo que hace que una sonrisa tierna se desvanezca ayudada por un arqueo de ceja. ;-)
Un abrazo.

2:42 a. m.  
Blogger emejota said...

Pues no te dejes los papeles en casa, t3sium, y si te toca el 32, mejor cámbialo ;)

(y desayuna después)

Un abrazo

3:13 p. m.  
Blogger emejota said...

Yo también te aprecio mucho, Eram, ya lo sabes. La versión de Argerich la encontraremos, no te preocupes. Fijo que aparece un día de estos.

Un abrazo.

3:15 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola Jose!

Confieso que a veces el desenlace es la excusa para escribir el post; otras es el post el que se decanta por un desenlace determinado. En esta ocasión, simplemente, fue así. Tal cual :)

Para compensar haberte dejado en vilo, te dejo un secreto: yo anoche necesité una sonrisa porque la mía se había desvanecido de golpe. Y cuando te leí tomé prestada la tuya (con permiso) Así que gracias.

Un abrazo.

3:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Hola
Comprendo lo que pudieses sentir en esa sala por que yo tambien tengo aprension a las salas de espera, sobre todo si la espera desemboca en algun tipo de analisis o prueba medica. Ironias del destino, ultimamente veo muchas extracciones, ajenas eso si. LLevo tiempo leyendo y hoy me he atrevido a hablar... espero no haber sido demasiado ridiculo, por algo se empieza... Esperare la explicacion sobre el mail.

un saludo :)

8:28 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola miles, bienvenido.

No has sido nada ridículo. Aquí el único que de vez en cuando hace el ridículo soy yo que para eso el blog es mío ;)

La explicación sobre el mail es muy sencilla: un mail que llega de 5000 kilómetros, traiga lo que traiga, es siempre un verso.

;)

Un abrazo.

11:15 p. m.  

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