Canon
Esta mañana me ha pillado Mari con las manos en la masa en un momento muy íntimo pero todo tiene su explicación.
Es que me he puesto a tocar los nueves cánones de las Variaciones Goldberg. Los he tocado en orden, como corresponde, ascendiendo por intervalos. Me he puesto a tocarlos porque venía de hacer unos recados y he tenido que entrar en un banco, y a veces cuando hago algún recado y sobre todo cuando entro en un banco me siento como perdido y no entiendo nada. Y tengo que hacer algo para encontrarme, no sé si me explico. Y por eso los cánones.
Si asciendes por la columna vertebral de los cánones Goldberg (canon al unísono, a la segunda, a la tercera...) la kundalini te conduce a la iluminación. Hazme caso. Tienes que prescindir de la piel de las demás variaciones y quedarte sólo con la carne. Es una prueba iniciática: te descalzas y te desprendes de la ropa en el transcurso del Aria y una vez hecho ese gesto de entrega ya puedes adentrarte en esa experiencia distribuida en nueve etapas.
Cada uno de estos cánones es una construcción perfecta que aúna la razón y el corazón por medio del tacto. No se puede pedir más si lo que uno pretende es sentirse a sí mismo latiendo en el centro de su propio universo. Es una prueba exultantemente agotadora que te deja en los dedos la vibración de un cosquilleo eléctrico. La acabo de hacer y he hecho un curioso descubrimiento: toco los cánones de memoria y, sin embargo, he comprobado que desconozco casi por completo su música. Música deshilachada. No es que haya desarrollado una memoria espacial (aquí va este dedo, aquí el salto de brazo) sino que los cánones brotan del puro contacto físico, del lenguaje del tacto que los busca mediante contacto con el teclado. Si intento pensar en la música me tropiezo y siento una sensación parecida al vértigo. Y si me abandono por completo a la sensación táctil entonces la música fluye sin obstáculos. Ya sé que es un disparate y que sería suicida tocarlos así en público pero es que hay cosas que sólo las practico en la intimidad.
He observado que a veces los dedos se arquean de manera llamativa, como si se desperezaran o se prepararan para la gozosa zambullida; otras un dedo toma el relevo del otro sobre la misma tecla sin que ello obedezca a ninguna razón mecánica, y la explicación que se me ocurre mientras asisto perplejo a esa operación, como si no fueran mis manos las que lo hacen, es que quizá ese dedo quiere participar igualmente de la caricia de la nota. Alguna vez me han preguntado la razón por la que, en ocasiones, hago un pequeño movimiento de rotación de la mano sobre el propio dedo cuando éste ya ha pulsado la tecla si ese movimiento ya no puede tener repercusión sobre el sonido pero yo les contesto que tiene repercusión sobre mí mismo, que soy el que tiene que hacer brotar el resto de los sonidos. El caso es que voy a tientas, en sentido literal, hasta que llego a la explanada del canon a la quinta.
En el canon a la quinta (ecuador de la ascensión) los contornos adquieren una nitidez asombrosa y degustas primorosamente cada uno de los gestos de la mano en correspondencia con los requerimientos de la música. En el canon a la quinta aguarda un orgasmo que se anuncia poco a poco, como en pequeños espasmos. Los dedos pulsan algunas notas separadamente para poner en relieve aquellas que permanecen fijas en otra línea melódica y resbalan morosamente por los cromatismos estableciendo así el contacto más íntimo posible con las teclas (negra-blanca, negra-blanca) hasta que al final del compás 8 la respiración se agita un poco, momentáneamente.
En la caída en el compás 16, último de la primera sección, Bach hace confluir todo el tejido polifónico en una misma nota, creando un increíble efecto de condensación que corta la respiración. Son pequeños movimientos sísmicos que anuncian lo que va a venir.
El inicio de la segunda parte depara una exhibición de roces que dejan muy sensibles ciertas regiones de la piel y del aliento y quizá por eso los compases 22 y 23 te permiten un pequeño descanso apoyándote en sendas notas tenidas. Pero es la contracción que empieza en el compás 26 la que te conduce en una agonía deliciosamente interminable al éxtasis que se concreta en ese "re" con el que comienza el compás 29. Ese "re" es el punto G de la gloria. A partir de ese orgasmo, de manera insólita, Bach hace resbalar todas las voces en sentido descendente nota por nota en un desfallecimiento líquido. Un leve movimiento de tecla negra a tecla blanca en el bajo rectifica la dirección en el compás 30 y permite que recuperes la respiración. En el compás final, la mano izquierda desfallece hacia los graves mientras la mano izquierda asciende a los cielos, dejando suspendido en el aire un insólito acorde sin tercera. El infinito cabe en un intervalo de quinta.
Concluyes de puntillas sobre los meñiques con los codos en alto y entonces oyes la voz:
-Hay que ver, eh?
Lo ha dicho Mari. Y al decirlo es cuando me he dado cuenta de que estaba sentada en mi silla del ordenador con el brazo izquierdo en alto para que no se arrugara la camisa que acababa de planchar y que venía a colgar del armario. Yo le he sonreido por lo que ha dicho y porque además es que me ha hecho gracia verla así pero es que no podía hacer de momento más: el canon a la quinta genera una tensión que es necesario distendir en el transparente canon a la sexta. Por qué te crees si no que el canon a la sexta es así. Pues por eso mismo. Que aún te queda por sentir el soplo en la nuca de un intervalo que suena en la mano izquierda en el canon a la séptima. Luego el canon a la octava es ya una fiesta de fin de curso y el de la novena es una coda enigmática que demuestra que la esencia de las cosas ocupa muy poco espacio y hace poco ruido por fuera.
La ascención se termina con la repetición del Aria. La repetición del Aria es como la etapa de adaptación al medio de los astronautas cuando acaban de aterrizar. Yo he tocado la repetición del Aria y me he dirigido a la cocina a por un chute de galletas de chocolate y un vaso de coca cola fría. Mari seguía dándole a la plancha con la mirada baja y me ha dado la impresión de que lo hacía envuelta en un silencio incómodo, como quien ha presenciado una escena embarazosa y no sabe qué decir. Mis sospechas se han confirmado cuando la he oído decir:
-Pues sí que son difíciles de planchar estas camisas, si.
A ver si me acuerdo de comprar galletas a la tarde. Quedan tres.
5 Comments:
Querido Mariano:
O Panteras Rosas, ¿por qué no?
Mil abrazos.
Me gusta mucho tu blog, Emejota.
Ah... pero creo que eso ya lo dije.
Bueno, lo vuelvo a decir porque es verdad: me gusta mucho tu blog, Emejota!
Muchas gracias, barbarita.
(creo que también te lo dije)
Bueno, no importa, te lo vuelvo a decir porque te lo agradezco de verdad.
Un abrazo
(porque no había, Miguel, en la tienda de abajo no hay)
;)
Abrazos
Nunca me ha gustado la Pantera Rosa pero cada vez que voy al súper me quedo un rato mirándolos (los pastelitos), me acuerdo de tí y esbozo una sonrisa.
Creo que me estoy contagiando de vosotros... y me gusta,jajaja.
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