24 junio 2005

Vicent

El ritual que da sentido al domingo consiste en buscar la columna de Manuel Vicent en la última de El País, que apuntala al periódico por la retaguardia y sirve de sustento a nuestro espíritu. Vicent es un hedonista puro, valenciano y mediterráneo, que busca la inmortalidad sentado bajo una parra frente al mar con los ojos entornados y los pies a remojo en un lebrillo de agua perfumada de limones mientras asciende al misterio de las esferas en la contemplación del sol que prende el aceite de oliva o encuentra a Dios en el estallido de sabor de los berberechos en el paladar.

La columna de Vicent es un ejercicio de geometría poética. Todo en ella está subordinado al reducido espacio de la columna: "Para que todo el universo quepa en una columna de 66 líneas a 30 espacios es necesario desechar lo que sobra: planetas, estrellas, galaxias, el vacío que existe entre ellas con su silencio de piedra pómez". Pero aquí la limitación se revela virtud: puede que la dictadura del espacio exija un encabezado formado por una sola palabra, para que su tipografía sea grande y se lea mejor, pero el poeta sabe que saborear su vocablo solitario allá arriba es invitación, insinuación, sugerencia, puerta entreabierta a un torrente apretado de palabras -qué paradoja- en el que un punto y aparte es un lujo prohibido pero donde también se pueden obrar prodigios.

¿La exquisitez formal es un reflejo de la luz que emana del interior del poema o es una belleza añadida y paralela? En realidad se trata de la misma cosa; ocurre siempre así, aquí como en Bach: nos empeñamos en separar la perfección del concepto, cuyo misterio nos paraliza, del hondo sentir que brota de la melodía que nos sobrecoge, disociando lo que, en realidad, es inseparable: la forma está en el fondo. Y viceversa.

Dice Manuel Rivas que, de ser palabra, le gustaría caer en las manos de Vicent. Vicent hace música con las palabras. Pero la música aquí no se encuentra buscando con guantes de seda el sustantivo de sonoridad delicada; es más bien una cuestión de cadencia, de ritmo, de devenir armonioso. En Vicent, las cosas adquieren vida propia y siempre son otra cosa: el imperativo es promesa de placeres nuevos, el tiempo futuro no siempre sucede mañana y el gerundio es una cosa que hace que la frase vaya cuesta abajo, avivando el párrafo. "Una columna de periódico debe ser el reloj de arena que filtre la memoria de ese deseo que el lector sentirá mañana".

El domingo, en la última de El País. Vicent.


2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me confieso lector de columnas de contraportada más que de ningún otro formato. En los tiempos que corren por mi vida, me proporcionan un placer inmediato, casi visual. Estoy perdiendo el sabor lento de la novela, como le pasa a tanta gente, y me reservo el calor de Agosto para acometer semejante empresa, cotidianamente inabarcable. Pero Millás, Vicent, incluso Umbral (mi padre lee el Mundo) me zambullen por unos instantes en el placer de la lectura a ráfagas, con la intensidad de la brevedad.

12:22 p. m.  
Blogger Antonio Bricio-Hernández said...

Siempre es refrescante encontrar lecutras así. Como dice causal, es común perderle sabor a los textos pausados que requieren de un compromiso más profundo de parte del lector.

Recuerdo que en este tema, Cortázar dijo respecto a los cuentos: "Una novela gana por puntos mientras que el cuento gana por Knock-out"

10:08 p. m.  

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