18 agosto 2005

Fábrica

La fábrica de Wonka


La diferencia está en la fábrica.

Estos días, a raíz del estreno de "Charlie y la fábrica de chocolate" de Tim Burton, que he disfrutado mucho, se está desempolvando la extrañísima versión anterior, dirigida en 1971 por Mel Stuart y por la que tengo especial debilidad sobre todo por dos razones: la primera por Gene Wilder, que crea un Wonka especialmente inquietante; un Wonka que da miedo. La segunda por la agudeza y la sensibilidad de Stuart en el tratamiento del elemento clave: la fábrica.

En el relato de Dahl, la fábrica de chocolate hace las veces de territorio mágico, mítico, prohibido, como el castillo de Drácula, la cueva de Alí Babá o cualquier otro santuario que acoge un mundo mágico distinto al mundo cotidiano y que, al erigirse en muro de separación entre éste y aquél, despierta el apetito de nuestra curiosidad y alimenta nuestra imaginación. Es bien sabido que el acceso a uno de estos santuarios -uno de los anhelos de los sueños de infancia- tiene sus riesgos: la adrenalina se dispara mientras ascendemos las escalinatas que nos conducen a la puerta tras la cual se esconden maravillas y secretos pero se cuentan amargas historias de viajeros que han sentido desmoronarse la magia, como un velo que cae o un globo que se desinfla, tras haber cruzado el umbral de la puerta. Lo no mostrado, lo entrevisto, lo intuído y acrecentado en nuestra imaginación por la incertidumbre, el temblor de la emoción ante esa niebla de posibilidades insospechadas choca contra la evidencia incontestable, por muy exótica que nos parezca. La infancia es un paraíso de atmósferas.

Dahl, por supuesto, conoce todo ésto y, de hecho, ese es el detonante de su relato: la posibilidad de cumplir el sueño de acceder al castillo encantado -mediante la posesión de uno de los 5 billetes dorados escondidos en las chocolatinas Wonka-. Dahl no tiene prisa porque sabe también que explicitar el mundo de fantasía que esconde la puerta de su fábrica de chocolate entraña riesgos muy delicados de los cuales es muy difícil salir indemne por mucho talento que se tenga para fabular mundos e historias; por eso, nada más entrar allí la historia cobra un giro significativo: lo importante ahora ya no es el mundo interior del castillo -por muchas extravagancias curiosas que nos salgan al paso-, sino que el interés se centra en la sibilina operación orquestada por Wonka para librarse de los niños insoportables. Dahl no es "el amiguito entrañable de los niños", al menos no de todos los niños, porque no tiene reparo en sus relatos de librarse sin contemplaciones de los niños insoportables y cargantes. Por eso gusta tanto a los niños, claro, que no son tontos. En cualquier caso, vuelvo a la idea que abría este post:

Lo que importa es la fábrica.

Su presencia. Presentarla de manera que alimente de sueños ese territorio esencial de la infancia repleto de atmósferas antes de que el afortunado explorador irrumpa en él. Que sea castillo de los mil misterios que se alce magnético, irresistible, turbador y, al mismo tiempo, deseable y temible. Y es ese detalle pequeño, pero fundamental, el que marca una curiosa diferencia entre sus dos adaptadores al arriesgado mundo de la materialización de los sueños, que es el cine. No se trata de entrar en comparaciones entre películas ni dudar de la competencia de sus responsables, por supuesto. Yo he disfrutado mucho con ambas y las admiro. Lo que propongo no es tanto una comparativa como un ejercicio de observación, de apreciación de matices en la tarea de interpretación de los mecanismos de la fantasía en la infancia por parte de ambos directores.

En el fundamental asunto de la presencia encantadora y encantada de la fábrica, Stuart alcanza su mayor logro allá donde Burton fracasa. No es cuestión de cargar las tintas visualmente presentando un imponente bunker alrededor del cual se agazapan las casas de la población, trasunto de la ciudad medieval a los pies del castillo o, ya que hablamos de mundos al otro lado del espejo, de la ciudad al pie del castillo kafkiano. ¿Despierta ganas la visión del edificio de Burton? ¿Provoca y promete prodigios que aceleran el pulso al explorador de sueños? Personalmente lo dudo. Y creo que ello se debe a que Burton -y es extraño en alguien como él- no se ha planteado el dilema que venimos apuntando: la importancia del edificio, de la fábrica de chocolate en este caso, como reclamo cautivador del mundo mágico que oculta tras sus puertas. Justamente es allí donde Stuart da en la diana.

La fábrica de Stuart (en la foto) está en las antípodas de un búnker faraónico cuya presencia granítica, de tan evidente, forma parte cotidiana del mobiliario urbano. La fábrica de Stuart aparece en un paraje olvidado, un andurrial desolado. Surje, como agazapada y melancólica, en el crepúsculo misterioso de un atardecer frío de otoño, tras una verja oxidada, rodeada de una vegetación umbría que exhala humedad fresca y el olor dulzón de algunas plantas. Es un edificio viejo de ladrillo gastado, una fábrica abandonada de aspecto normal -y eso la hace más extraordinaria- que se alza en silencio recortada en el azul brumoso junto a una luna de crema. Un hilo mudo y discreto de humo blanco pone el único latido a la estampa y exacerba el misterio a los ojos de ese niño que ha desviado el camino a la salida de la escuela y aprieta su cara entre los barrotes húmedos de la verja contemplando la estampa. ¿Qué ocurre allí dentro? ¿Qué hay ahí?

La diferencia está, por tanto, en la fábrica. Los sueños de la infancia no se desvanecen por el hecho de crecer, sino porque crecemos buscando concretar los prodigios de un mundo de vapor.


2 Comments:

Blogger Valencianet said...

Todavia no he visto la versión de Burton pero por lo que leo -a ti y a otros -parece que no esta a la altura de lo esperado.

Por otra parte, un artículo muy bien escrito y sugerente, te felicito.

5:59 p. m.  
Blogger emejota said...

Gracias, José. Te recomiendo que la veas porque seguro que pasas un rato muy divertido. Como digo en el post, yo la disfruté mucho, aunque me llamara la atención el asunto que comento.

Un saludo!

11:20 p. m.  

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