15 agosto 2005

Premio

Se acaba de celebrar la XV edición del Concurso Internacional de Piano "Paloma O´Shea" de Santander. Lo ha ganado el italiano Alberto Nose, de 25 años de edad. La tarde que le dieron el premio tocó "Quejas o La Maja y el Ruiseñor", una de las Goyescas de Enrique Granados y fue comentario general que la elección de dicha obra fue "inadecuada" para un momento así. Me sorprendió muchísimo ese comentario, como si no bastara con la absurda gymkana en que consisten por lo general estos concursos y en el momento del bis, de la breve coda al certamen, en la velada íntima de la despedida, el vencedor de la olimpiada tuviera que sacarse de la manga otra brillante pirotecnia de Liszt reforzada con la potente artillería de un Tausig o un Busoni. Yo creo que lo que el italiano vino a decir al elegir la preciosa pieza de Granados fue que vale, que muy bien, que ya había hecho los deberes que le habían pedido pero que a él, lo que de verdad le salía de dentro es ésto, y entonces empezaba a sonar esa belleza de las Quejas, que mira que es una preciosidad.

Nadie pone en duda a estas alturas el importante papel de Paloma O´Shea al poner su enorme capacidad de influencia a nivel internacional al servicio de la promoción de sus "ahijados", a fin de cuentas, principal objetivo de un concurso como éste. Pero también es cierto que O´Shea representa un tipo de mecenazgo anacrónico y algo ñoño en las formas, dicho sea con todos los respetos: entre los obsequios del primer premio te da un Rolex de oro, de la misma manera que la emperatriz María Teresa de Austria le regalaba al pequeño Mozart un traje de gala por haber tocado tan divinamente a la hora de la merienda, y en la ceremonia final, la O´Shea se distingue del resto del jurado que te estrecha la mano dándote una rosa acompañada de una lánguida caída de ojos que te pone la carne de gallina. A mí lo del Rolex me parece de mal gusto, sinceramente, aunque debe valer un pastón y siempre lo puedes vender. Me sentiría muy violento recibiéndolo, en serio. Sí, ya, seguro. Que sí, ya sabes cómo soy para estas cosas.

Por cierto, ¿alguien se acuerda después de los ganadores? ¿Qué es de ellos? A Paloma O´Shea una vez le salió un Primer Premio con duende encarnado en la persona del sudafricano Marc Raubenheimer. Desde el primer instante en que puso sus manos en el teclado se supo, y así corrió como la pólvora, que su nombre iba a proyectarse más allá de la publicación del palmarés en los periódicos, breve y único momento de gloria de muchos de los vencedores antes de que su nombre se olvide. Pero Marc Raubenheimer se mató en accidente de avión en la misma pista del Aeropuerto de Santander cuando venía a dar el último de los recitales de la larga gira mundial de conciertos que constituía el principal activo de su premio. Que ya es mala suerte.

Lo de Raubenheimer nos lo contó la misma tarde del accidente el profesor de Solfeo cuando terminamos de dar golpecitos con el lápiz en el pupitre en el repaso diario de las lecciones del "Adiestramiento elemental para músicos" de Paul Hindemith, conocido familiarmente como "el Hindemith". Me acuerdo del instante porque aquéllo fue para mí la revelación, por primera vez, de la existencia de un lado fatídico de la vida, lo cual me impresionó muchísimo. Tanto que la triste historia del desdichado Marc Raubenheimer quedó para siempre asociada a la lección 103 c del Hindemith, tal y como pude comprobar años después, ya como profesor, no sin una cierta sensación difusa -y absurda- de culpa por lo que me parecía una frivolidad.

Estos días he puesto en el atril del piano "Quejas o La Maja y el Ruiseñor" de Granados y ayer la vecina de arriba me dijo al salir del ascensor que la pieza nueva sonaba muy bien. El Hindemith hace años que no lo encuentro.


9 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Coincidió que haciendo un poco de zapping esa noche, después de verme algún episodio de "Perdidos", creo, di con la entrega de premios en La 2. Hombre, mira, voy a ver un poco. En fin. Vi escasos 15 minutos, porque era, como dices, algo bien ñoño y sin ninguna gracia (a mí es que Fernando Argenta, independientemente de su loable labor como divulgador musical, no me arranca ni la más mínima sonrisa).

Lo que más me llamó la atención a mí fue la configuración espacial del evento. Los premiados tenían que subir penosamente las escaleras para ir donde está el jurado. A ver, me permiten. A la derecha, ahora a la izquierda. Ah, mira, una barandilla que hay que sortear.

Por no hablar de el público. Según cierta estadística maliciosa, el número de casos de tortículis aguda aumentó esa noche en Santander. Claro que la culpa es del arquitecto, porque ¿a qué viene poner las butacas mirando al escenario? Si es que ahora a cualquiera le dan el título, por Dios.

Ya podía estar el jurado abajo, en el escenario. Como debe ser.

En cuanto a la pertinencia de los concursos... si en vez de gastar dinero (a espuertas) ahí, se gastaran en los propios conciertos de forma estable, los buenos intérpretes saldrían, normalmente, por pura selección natural.

Por otra parte, me da la impresión de que se basan en el virtuosismo técnico y poco más. Incluso el repertorio es siempre el mismo. Da igual que el concurso sea en Santander, Calahorra, Nueva York, París o Mogadiscio. Rachmaninov, Chopin, Liszt y Beethoven reinan aquí, con la ayuda a veces de Prokofiev. ¿No hay más repertorio? ¿No es adecuado? Si no es adecuado, ¿eso quiere decir que cuando oímos en un concierto de otro autor en la vida de todos los días, es facilito? Como la respuesta a esta pregunta es negativa, supongo que habrá otras razones. ¿Quizás se limita el repertorio para que la orquesta no tenga que preparar cosas fuera de lo común? ¿Para que el jurado no te coja ojeriza?

Schönberg, Villa-Lobos, Ginastera, Englund, Bartók, Rodrigo, Ligeti (por citar sólo un puñado de gente que tiene en su obra algun concierto para piano)... ¿alguna vez se tocan en estos concursos? Me parece algo a considerar, porque las giras posteriores al concurso lógicamente tenderán a estar basadas en ese mismo repertorio, con lo que se potencia un cierto estancamiento.

Que alguien me saque de dudas y dé algunas repuestas, por favor.

En fin, Emejota, haga usted el favor de encontrar a Hindemith, que es una debilidad mía que ya sé que no es compartida por mucha gente.

¡Saludos!

11:04 a. m.  
Blogger emejota said...

La clave está en que surja alguien con "duende", esa manifestación del genio total tan misteriosa (y escasa). Escuchar entonces al enésimo Emperador de Beethoven en la húmeda atmósfera santanderina será una experiencia estimulante y hasta nueva. El problema está en si el jurado de turno es ciego y sordo al duende, que de todo hay. Y si encima tienen el gafe de que su avión se estrelle a la primera ya ni te cuento.

El mayor cazador de duendes hoy en día es Deutsche Grammophon. Si hace falta hasta lo inventa, lo envuelve en celofán y cuela. Una operación de marketing impecable y admirable si no fuera porque termina contaminando el olfato: hay quien descubre a Arrau haciendo magia con los "Juegos de Agua" de Liszt y tuerce el morro con desagrado acostumbrado al rugido del último reactor ruso o coreano.

3:50 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Por debatir en este mes de agosto:

¿Y qué es el genio? ¿Podría definirse? ¿Es algo que se capta sólo intuitivamente?

Admitamos que sea así. Entonces cada persona que forma parte de un jurado, teniendo en cuenta que nadie tiene dos sensibilidades iguales, puede considerar genialidad lo que a otro le parece una aberración. O viceversa.

Admito que el gusto, la sensibilidad e incluso la experiencia de cada cual influye en la opinión que uno se puede formar de un intérprete (como es el caso que nos ocupa). Incluso admito que es deseable... hasta cierto punto.

¿Pero no deberíamos ser capaces de definir, aunque sea vagamente, lo que puede considerse genialidad? ¿Qué es lo que a uno le impulsa a definir como genio a un intéprete? ¿Es posible hacerlo sin referirnos a conceptos que bien podrían servir para cualquier intérprete de cualquier estilo?

Me refiero a que muchas veces oigo que cierta persona es un genio porque su forma de interpretar nos emociona, nos llega a lo más profundo, nos trastoca de alguna forma. ¿No es una concepción excesivamente romántica de la genialidad (y con romántica me refiero a del S.XIX)? Siendo así, bien pudiera ser que mi vecina opinara que aquéllos a quienes ella oye en la radio son verdaderos genios, ya que ella siente, al oírlos, exactamente lo mismo. Y es que me recuerda a una amiga que decía que no entendía por qué Picasso era considerado un maestro de la pintura, ya que a ella no le gustaba. Ojo, no daba ninguna otra razón. Simplemente no le gustaba. No sé si son buenos ejemplos, aunque espero que se me entienda por dónde quiero ir.

Me parece que esa concepción es igualar la música (bien pudiera ser la pintura o cualquier otra cosa) por lo bajo. Debe haber algo más que la emoción y el virtuosismo (del que ya hablamos) en juego. ¿La inteligencia en los planteamientos en la interpretación? ¿Qué otras cosas deberían tenerse en cuenta en este conjunto que nos ayudaran a descubrir la genialidad artística? Y una vez vislumbradas, llegamos al otro punto que tocas, ¿son captables por el jurado? O, más bien, ¿es apto éste para valorarlas? Terreno espinoso.

Este es un tema al que vuelvo una y otra vez (mea culpa). Me interesa sobremanera. Es como aquellos críticos de cine que despachan las películas con un: Me ha gustado", "Me ha emocionado", "Me dormí", etc. ¿No hay que esperar mucho más de ellos?. ¿Y de los jurados? ¿Y de nosotros mismos como receptores, en última instancia, de las obras?

Por cierto, lo de DG a veces tiene bastante delito. No son los únicos, pero ciertamente son los que más utilzian el marketing. ¿Todavía siguen insistiendo con Thielemann como la salvación germana de la dirección orquestal?

Bueno, dejo de escribir, que ya me enrollé en exceso.

7:31 p. m.  
Blogger emejota said...

Me lo pones muy difícil, ferre.

A mí me gusta tomar prestado el término "duende", con sus resonancias de cante jondo y embrujo gitano, porque aparte de ser muy sugerente apunta en la dirección de lo sobrenatural, de lo inaprensible. Creo que por muchas preguntas que nos hagamos, el duende no se deja interrogar, analizar ni atrapar. Yo sólo puedo decirte que el duende se anuncia dándote calambre, aunque sé que te estoy manifestando algo totalmente subjetivo.

El duende me lo encontré yo en estado puro en la persona de un chaval de 13 años que se examinaba de piano en un conservatorio de provincias. Tenía una técnica pésima, las manos se vencían sobre el teclado dejando a su paso un reguero de notas falsas, escalas sucias y acordes rotos. De pronto se puso a tocar el Vals en Mi bemol Mayor de Chopin y yo sufrí una sacudida, una conmoción que me puso un nudo en la garganta. Allí fluía el rubato más delicado, natural y sincero, aún en medio de ese barro sonoro; toque de maestro. Ni el chaval sabía qué era un rubato, ni la palabra escrita en cursiva en la partitura pudo seguramente revelarle su significado con tanta precisión: quizá el chaval extrajo con pasmosa facilidad lo que en la partitura se escondía entre líneas, o quizá la música extrajo del chaval su condición de hacedor de prodigios, que eso es el artista tocado por el duende, supongo.

Una vez, a Federico García Lorca -duende todo él- le pidieron que diera una conferencia intentando responder a la pregunta ¿Qué es el duende? Tras conducir a su auditorio por aquí y por allá, Lorca terminó diciendo (cito literalmente): "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende". Sí, ya sé que la frase no responde con precisión, que es un barrunto vago de la ansiada respuesta. Pero ese es el quid de la cuestión. Así es el duende (y si no, no pasa nada)

:)

11:54 p. m.  
Blogger emejota said...

Muy amable, Teresa, y bienvenida. Celebro compartir la emoción del éxtasis que nos regalaron Joyce y Huston.

Un saludo.

11:57 p. m.  
Blogger TACET - Espía de Mahler said...

Respecto a Paloma O'Shea, lo que más me avergonzó fue verla, en ese programa de entrevistas que hacen en la 2, colocando sus ovarios sobre la mesa, tan abultados como la “B” mayúscula en Botín, reclamando un mayor esfuerzo económico del Gobierno central en el mantenimiento de la Escuela Superior de Música "Reina Sofía".

TACET
http://jordicos.blogspot.com

12:29 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

El conocimiento instintivo (un rubato en el ejemplo que pones, supongo que entre otras cosas), podría ser algo a lo que agarrarnos. Algo que parece más objetivo.

Y es que si no, sólo nos quedan las sensaciones que nos produzcan a cada uno. Que no es necesariamente malo siempre que evitemos calificar interpretaciones u obras artísticas. De poco valdría decir si este o aquel pianista es malo, pésimo, bueno, regular o magistral. De poco a la hora de establecer ciertos criterios mínimos (no todos, sino alguna base mínima). Siguiendo con el ejemplo, puede que al (hipotético) tipo que tenías al lado de tí lo mismo no le llamó la atención ese detalle y sí en cambio otros que no le otorgaban al chaval ese tan esquivo "duende". Por tanto, el "duende", la genialidad, en definitiva, el arte, ¿es algo propio del oyente?.

Chico, esto del verano me afecta al cerebro. Qué espeso que estoy :-O

Jordi, ¿sólo pidió para la "Reina Sofía" o para todas las escuelas de música o conservatorios en general?.

4:34 p. m.  
Blogger emejota said...

ferre, estate tranquilo, el verano no te afecta al cerebro y no estás espeso. Únicamente buscas respuestas planteando (muy buenas)argumentaciones. Ahora, eso sí, allá tú donde te metes... :)

El calambre que produce el duende en el contemplador, degustador u oyente de su manifestación es una sensación por encima de las sensaciones habituales. Está a otro nivel. Una sensación global y distinta (de ahí que la califique como "calambre").

Voy a girar a mi izquierda para mirarle el careto al hipotético tipo que tenía al lado el día del examen del duende. Pero eso conlleva abrir otra puerta o descubrir un nuevo sendero en este jardín de senderos que se bifurcan (que diría Borges) que es el tema que estamos tratando: hay oyentes con duende, por supuesto, o por lo menos sensibles a él. Ya aludía en el post al problema de que la persona con responsabilidad a la hora de juzgar una manifestación artística (caso del jurado de Santander) pueda ser ciego y sordo al duende; vamos, que el jurado no tenga "duende" para captar la presencia del duende...

Yo antes le daba mucho a la cabeza planteándome preguntas, ferre. Ahora ya no; pero no sé si porque soy un convencido de que no existen respuestas a esas preguntas o simplemente por vagancia. En cualquier caso, el duende existe, está ahí, y si te lo encuentras te clavará el aguijón, que es de lo mejor que te puede pasar.

Tema Reina Sofía: hasta donde alcanza mi memoria, creo que la O´Shea tiene algo/bastante que ver con esa institución. A eso se le llama "barrer para casa". Habiendo necesidad, más motivo entonces para plantearse seriamente que lo del rolex sobra, y que con el dinero que se ahorra podrá ir tirando, digo yo :)

5:04 p. m.  
Blogger TACET - Espía de Mahler said...

No lo expliqué bien. Como ya ha apuntado MJ, Paloma O'Shea está en la fundación, -no sé con qué cargo, pero seguro que no es menor- de la Escuela Reina Sofía. Y sí, sólo pidió para dicha escuela.Sin embargo, en un país como éste donde la máxima aspiración cultural de los adinerados, con o sin pedigrí, es presidir un club de fútbol, hay celebrar el compromiso con la música de Paloma O'Shea, aunque sólo sea porque ella es uno de los últimos ejemplares de una especie en extinción:los mecenas.

6:31 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home