30 noviembre 2005

Armonía

Los asiduos a este blog conocen que ando metido en el ensayo de un Ravel para piano a 4 manos. La fecha: el 29 de diciembre. Al principio Ravel no nos lo puso fácil para poder acceder al bosque encantado, cuánta maleza, qué posiciones más incómodas, pero una vez allí dentro cada día estoy descubriendo cosas muy interesantes como, por ejemplo, la experiencia de compartir teclado con otras dos manos, un alma y un corazón distintos. Llega un momento en que te das cuenta, con sorpresa, que la telepatía existe, porque de alguna manera intuyes lo que va a venir de él y das por hecho, al mismo tiempo, que él está adivinando la intensidad de la pulsación que te espera a la vuelta de la página.

Recorrer de esta manera el castillo de la bella durmiente, subir la larga escalinata y adentrarte en los pasillos donde la vida se ha suspendido en un instante perpétuo se convierte, de esta manera, en una aventura deliciosa. Y por la misma razón, internarte en el bosque misterioso, o acompañar al séquito que al sonido de los crótalos conduce a la Emperatriz de las Pagodas a tomar su baño entre nenúfares.

Y luego está el asunto de la proximidad física, del roce ocasional de las manos portando otra temperatura, de la respiración ajena acompasada con la propia. Y el silencio. Esta mañana terminábamos de tocar las cinco piezas que componen "Ma mère l´Oye" y se ha hecho un silencio largo y confortable. Yo no sé que ha pensado la otra parte de mí que está en el otro en ese instante, pero yo me he dicho a mí mismo: qué suerte.