25 noviembre 2005

Retardo



El gran hallazgo de la polifonía occidental es la figura del retardo. Es un artificio contrapuntístico que se produce cuando una nota se prolonga más de lo debido invadiendo adrede el acorde siguiente, desplazando de un codazo a la nota que debía sonar en su lugar. En el momento de la "invasión", señalada en el ejemplo con una crucecita en rojo, se produce un momento de inesperada tensión que necesita de pronta resolución. La razón se debe a que la nota invasora no concuerda con el acorde invadido: disuena con él. Y nuestro oído reclama que las aguas vuelvan a su cauce, buscando la confortable consonancia.

El retardo es un hallazgo porque supone el primer intento plenamente satisfactorio de utilización de la disonancia como elemento expresivo: demuestra a las claras la paradoja de que en la turbia disonancia reside, precisamente, la belleza del instante. Hay retardos y retardos, claro. Soy de la opinión de que la grandeza de un contrapuntista se mide, en buena parte, por su buen ojo a la hora de cazarlos y colocarlos en el papel pautado. Un buen retardo te clava su aguijoncito ardiente en el pecho. Eso hacen las cosas bellas.

También sostengo la hipótesis de que el origen de dicha figura podría estar en la reverberación natural de las naves de las iglesias y catedrales donde sonaban las primitivas polifonías. Me explico: quizá hubo un momento en que un acorde pleno y sonoro dejara un residuo en el aire que, por un instante, interfiriera involuntariamente en el acorde siguiente, y si la combinación sonora fue la adecuada puede que dicho efecto acústico no pasara desapercibido al oído sensible de algún maestro contrapuntista. Es una hipótesis, como digo, pero me gusta pensar que pudo ser así.

Hace un par de años fui invitado a pronunciar la conferencia de clausura de unas jornadas que conmemoraban el centenario de Miguel Servet. Como el asunto iba del homenajeado y su tiempo, me pidieron hablar sobre la música de la época. En estos casos se trata de conferencias-chollo, para qué nos vamos a engañar: das una visión muy general y amable del asunto y a correr, que a esas alturas de las jornadas los asistentes están hasta el gorro de sesudas ponencias. Pero yo tengo una especial habilidad por complicarme la vida, y para la ocasión no se me ocurrió otra cosa que soltar mi teoría sobre el origen del retardo. Para más bemoles, el público asistente (en su mayoría médicos, dada la condición de Servet) no era un público especializado y para hablar del origen del retardo hay que hablar sobre qué es un retardo y para eso hay que... Pero yo, erre que erre, me puse a ello.

Tras arduos esfuerzos, buscados los ejemplos adecuados, inventada una grafía rudimentaria que supliera la notación musical pero que, a su vez, fuera capaz de representar eficazmente el mecanismo del retardo en cuestión para los no iniciados, me puse a hablar ante la pantalla y frente al videoproyector. Para mi sorpresa, me encontré con un auditorio que seguía mis explicaciones con los ojos abiertos como platos enmedio de un silencio absoluto. Extrañado en un primer momento por la fascinación que el retardo ejercía entre mi auditorio, pronto perdí todo temor al naufragio del asunto y me entregué a mi labor con entusiasmo.

Pero fue en el mismo instante en que el aire se poblaba de un encadenamiento de retardos de Tomás Luis de Victoria, en uno de los ejemplos de audio que llevaba preparados, cuando caí en la cuenta, de golpe, de la cruda realidad: el auditorio, compuesto mayoritariamente por médicos como ya he dicho, no examinaba con fascinación las evoluciones del retardo sino que me examinaba a mí (!) no perdiendo detalle de la deformidad de mis dedos, o de la rigidez de mi cuello. Por un momento no supe si echarme a reir o llevarme las manos a la cabeza. Opté por tomármelo con sentido del humor, aunque confieso que me sentí como un bicho raro observado por los visitantes del zoo.

Cuando la conferencia terminó se produjo una escena propia de película de Berlanga; una hilera de médicos pasó ante mí, como quien te da las condolencias, y a cada apretón de manos en lugar de darme la enhorabuena me preguntaban cosas raras como: ¿espondilitis anquilosante? ¿artropatía reumatoide? ¿tratado con ciclosporina? ¿metotrexato? Al fin, en último lugar, alguien me dijo que la hipótesis acerca de que el origen del retardo pudiera estar en un efecto acústico natural le había parecido muy interesante. Sorprendido, fui yo entonces quien hizo la pregunta: ¿reumatólogo? Y él me contestó: arquitecto. Me pidió mi número de teléfono para quedar un día a tomar algo y charlar más detenidamente sobre el asunto y yo se lo dí encantado.

Aún estoy esperando.


10 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me encanta cuando explicas estas cosas musicales. En un viaje inolvidable a la tierra más hermosa, Galicia. me metí en una iglesia maravillosa, en Santiago: San Martiño Pinario que a mí, como siempre a contracorriente, me impresionó mucho más que la propia catedral: una iglesia barroca absolutamente impresionante. Y ahí, precisamente, escuché casí en éxtasis, el Oficio de Difuntos de Tomás Luis de Victoria. Una obra cuya belleza no rivalizó con la del suntuoso barroco de la iglesia, sino que se fundió con él en mi memoria: ¡ese 'Libera me' final!
Así que esta mañana fría me has recordado uno de los momentos más preciosos de ese viaje iniciático.
Un beso, emejota.

7:11 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Como todas las artes tienes tienen elementos comunes a mí el retardo me sugiere dos cosa, poéticamente hablando:

Una, que me parece como un “encabalgamiento abrupto”. En el sentido de que has dejado una rima medio colgada o perdida porque te arrastra la línea siguiente, pero quieres que quede constancia de esa rima, medio retardándola pero sin perder el sentido. Un ejemplo ese “engañado-ánimo” del final de un soneto de de Fray Luis de León:

Ansí digo, y del dulce error llevado,
presente ante mis ojos la imagino,
y lleno de humildad y amor la adoro.
Mas luego vuelve en sí el engañado
ánimo, y conociendo el desatino,
la rienda suelta largamente al lloro.

Otra, que me recuerda a los “poemas con eco” (¡Viva la vanguardia!). Este es final de un poema mío, una pequeña boutade, a modo de reverberación o eco:

Si tu alma renace, nace
en mí un haz de flechas hechas
de amor y donaire. Aire
tenga quien te admira. Mira
cómo yo a tu encanto canto.

No sé si me explico o me enrollo a lo tonto. Pero las sugerencias son libres, digo yo, aunque quizás no tenga nada que ver con el asunto.

Un abrazo musicopoeticohipocondríaco

Tim

9:44 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

No había pensado en el posible origen acústico del retardo. Mucho menos sé si es cierto o no, pero me parece absolutamente plausible tú explicación. Si a Galileo se le ocurrió inventar la cinemática viendo un candelabro en una catedral, no veo por qué no pudiera ocurrírsele a otro asistente imitar un efecto acústico, quizás necesario para interpretar unas obras en recintos con menor grado de reverberación. (Esto me recuerda mi proyecto de fin de carrera sobre medición de parámetros en espacios acústicos, ya casi olvidado).

Pregunta: Supongo que no se sabe, pero... ¿se conoce cuándo se empezó a utilziar el retardo? Me refiero a qué obra fue la primera en hacer uso de él de forma consciente.

Saludos a todos en este inicio de fin de semana.

3:46 p. m.  
Blogger emejota said...

Querida Gabriela:

Los Responsorios de Semana Santa de Victoria son un prodigio único e irrepetible. Sólo es de esperar que los cantantes recuerden que lo que cantan y lo entonado es una unidad y entonces se obrará el milagro. A lo mejor te ocurrió eso, que se dieron cuenta. Suerte que tuviste: se da en poquísimas ocasiones, tan ocupados en afinar y medir bien como están los intérpretes :)

Un beso

4:31 p. m.  
Blogger emejota said...

Preciosa analogía, Tim, con tu permiso creo que te la voy a tomar prestada.

Ah, y sigue enrollándote así todo lo que quieras ;)

Un abrazo

4:34 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola Ferre:

creo que aventurar una primera obra sería muy arriesgado porque seguro que sería una primera obra simbólica por la cantidad de obras anteriores que se habrán perdido.

Un detalle interesante es que la observación nos hace llegar a la conclusión de que el retardo, siendo un freno en la linea melódica, en realidad lo que consigue es lo contrario: aportar dinamismo. Y lo consigue precisamente por esa tensión momentánea y no prevista que introduce y que exige resolución, exige y garantiza la continuidad. Palabra clave en el lenguaje contrapuntístico: continuidad.

Un abraco

4:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Bueno, emejota, yo no soy música ni voy con la partitura a los conciertos, como hacen los del Liceo, pero creo recordar que lo hicieron muy bien. A lo mejor es que no tengo criterio (fundado).
Un beso.

9:07 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

He buscado el cedé, porque lo compré al final del concierto y a lo mejor así puedes, si los conoces, saber si cantaron como dios manda:
El grupo se llama Musica Ficta y el señor que los dirigía se llama (qué nombre, dios mío), Raúl Mallavibarrena.
Beso.

10:44 a. m.  
Blogger emejota said...

Buenos días, Gabriela:

me da en la nariz que no has pillado mi indirecta hacia los músicos. Con los polifonistas como Victoria se hacen tropelías porque se considera como esencial afinar, medir, etc y se olvida de lo realmente importante (será porque como decía el poeta aviador, lo esencial es invisible a los ojos): tener en consideración lo que se canta, el texto.

Hubo en años pasados una tradición gloriosa al respecto en la Universidad de Comillas (Cantabria) a cargo del eminente Padre José Ignacio Prieto, que formó una "Schola Cantorum" que esculpía a Victoria desde el sentido del texto. Legó un librito de circulación interna del que pude conseguir un ejemplar y que a los musicólogos modernos les escandalizaría porque está plagado de indicaciones dinámicas que ellos consideran peyorativamente como "románticas".

En realidad, lo que Prieto hizo fue echar mano de la grafía existente y que más se aproximara a lo que quería decir para elaborar un mapa interpretativo que, visto sobre el papel, fuera del contexto de sus clases, carece de todo sentido, pero en el que yo siento latir una "verdad" que me hace lamentar no haber vivido aquello.

Por otra parte, te he dicho muchas veces que eres más musico que muchos músicos, lo que pasa es que me parece que te gusta que te lo diga :-P

Y los que van con partitura al Liceo, con todos mis respetos, son unos petardos. Es como si yo voy al cine con el guión en la mano. Qué cosa más absurda.

Un beso

12:47 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

:-))
Caro emejota.

3:18 p. m.  

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