Festín

La cena está servida. Si te acercas al quiosco de prensa, entre los horrores del periódico te puedes encontrar hoy en dvd "El festín de Babette" (1987), la inolvidable película del danés Gabriel Axel merecedora, como pocas, del Oscar a la mejor película extranjera. Cuántas veces he asistido, absorto, a esa cena, prendado de sus preparativos, sobrecogido a los postres; casi tantas veces como a la que se celebra, cada vez que te lo propones, en casa de las hermanas Morkan, en "Dublineses". Aquí no hay nadie subido a una escalera embelesado en el éxtasis de un recuerdo traído por una melodía, pero siempre me ha llamado la atención que en un mismo año nos llegaran dos joyas que comparten el pretexto de una cena para reunir en torno a la mesa a un grupo de personas el tiempo suficiente para permitirnos efectuar un minucioso examen de sus almas.
Todo en "El festín de Babette" seduce y enamora: el escenario, los personajes que lo pueblan, la historia, la manera de contarla. Y Babette. Un día llega a una remota aldea noruega huyendo de un París tormentoso y se refugia en casa de las hijas de un pastor protestante que se ocupan, desde su fallecimiento, de perpetuar sus enseñanzas entre una pequeña comunidad que hace de la austeridad una forma de vivir en Dios. Una mañana Babette recibe una carta que le comunica que ha sido agraciada con el premio de la lotería y decide gastarse hasta el último céntimo en invitar a la puritana comunidad a una cena inolvidable, haciendo traer los más suculentos manjares desde lugares remotos ante el estupor de todos.

La progresión narrativa de esa cena es modélica, caprichosa la cámara en los detalles: el canto humilde del Coral en comunidad, las pisadas sonoras en la madera, los dedos que se aferran al chal de lana recogiéndolo en el pecho, las miradas pudorosas de los comensales a la entrada del comedor, el dulce sonido del llenado de las copas, el color de los licores tras la elaborada cristalería, las manos de la cocinera rellenando hojaldres con caviar, el brazo secando el sudor de la frente ante el horno que dora las carnes convenientemente preparadas, y Axel consigue hacer aflorar las emociones a lo largo del metraje precisamente mediante la contención. Por si fuera poco, la interpretación de la francesa Stéphane Audran es impecable: ella es Babette. Película de bellísima espiritualidad, delicada, silente, contemplativa, que transcurre en la frontera de un mundo remoto cerrado en sí mismo y abocado a un final cercano que descubre un nuevo horizonte al sonido de las cucharillas de plata. Un visionado que se saborea en el paladar de los sentidos todos. Una experiencia embriagadora. Buen provecho.
1 Comments:
No la había visto antes y cuando la tuve, pude reconocerla, estupefacta, en una estanteria de un videoclub cualquiera en la oferta del día 2x1......
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