01 febrero 2006

Sobremesa

Hoy a primera hora de la tarde me esperaba una charla en los locales de una asociación de mujeres de un barrio laberíntico al que yo nunca sé entrar ni mucho menos salir. Menos mal que me lleva Eva que si no aún estoy dando vueltas. El encuentro lo habían solicitado reiteradas veces como parte de su programación cultural, a la que dedican la sobremesa de los martes. A estas cosas (y sobre todo a esas horas de sopor) yo voy con un estado anímico similar al de una coctelera donde se entremezclan y se agitan los sentimientos de responsabilidad hacia el trabajo a realizar, la pereza, el afecto y el respeto puesto en quien va a escuchar lo que llevas preparado, cierto escepticismo y unas gotas picantes de "pero-qué-leches-hago-yo-aquí". Todo eso junto.

Para cuando he entrado ya estaban todas sentadas mirando al frente a una improvisada mesa todavía vacía junto a una pizarra donde ponía "os recuerdo que la psicóloga viene el próximo martes". Ganas me han dado de pedir hora. Entonces todas se han vuelto hacia mí y me han dirigido unas cariñosas sonrisas de bienvenida y alguna que otra mirada tipo scanner, normal en estos casos. Estaban sentadas en semicírculo. Las más jóvenes podían ser mi madre y las había que incluso podían ser mi abuela. Me han puesto un botellín de agua al lado (que yo no uso si está cerrado porque o no tengo fuerza para abrirlo o se me sale toda de golpe y no es cuestión de hacer un gag al estilo Mister Bean, no sería la primera vez) y me han preguntado si me presentaba yo o me presentaban ellas. En momentos así yo siempre me acuerdo de aquello que contaba Luis Carandell sobre un señor famoso al que una vez le hicieron un homenaje y al encargado de presentarlo ante el público le traicionaron los nervios de la emoción porque dijo que "este señor no necesita presentación: es impresentable" y se quedó tan ancho. Yo siempre digo que no hace falta presentar nada (más que nada por si acaso) pero al final han optado porque me presentara una señora. Resulta que la señora no me conocía de nada así que su presentación ha consistido en preguntarme que qué era exactamente lo que hacía yo y yo he respondido: "pues un poco de todo", respuesta tan cierta como absurda, vale, pero es que en ese momento tan surrealista es lo único que me ha salido. La señora se ha vuelto a las demás señoras y les ha comunicado que yo hacía un poco de todo, y alguien al fondo ha dicho que ya lo hemos oído, que no somos sordas.

Superada la fase inevitable de las fórmulas que dicta la diplomacia se ha hecho un silencio que tenía forma de varias decenas de pares de ojos mirándome fijamente, por lo que he carraspeado un poco y he empezado a hablar. Hemos convenido entre ellas y yo que hablar de música presenta de antemano un pequeño inconveniente porque la música no es algo que se pueda poner encima de la mesa y mostrarlo; que la música, siendo sus efectos tan poderosos, no se ve, no se puede coger con las manos, no se puede oler. Luego hemos convenido también que la música es un lenguaje y que, tal y como ocurre con el lenguaje verbal, se manifiesta a través de múltiples idiomas. Les he asegurado que todas eran unas expertas en reconocer ese idioma, el que se habla mayoritariamente por estas latitudes y sus dialectos correspondientes, aunque se diera el caso de que alguna no tuviera oído musical ni estudios de solfeo. Para demostrarlo, hemos hecho un experimento con un menuetto del álbum de Ana Magdalena Bach que he interpretado dos veces, la segunda con faltas de ortografía. Suena mal, ha dicho alguien con una seguridad no exenta de satisfacción. Yo he respondido con otra pregunta: ¿y por qué suena bien la que no tiene faltas de ortografía? Y allí ha empezado todo. En realidad, ahí empieza todo. Es como cuando coges un rollo de cinta adhesiva y buscas con la uña el comienzo de la tira. Una vez que das con ello y la desprendes, ya puedes empezar a desenrollar.

A los diez minutos estábamos hablando de tonalidad y de la ausencia de tonalidad, del poderoso influjo de la armonía en la formación de la personalidad de una melodía y hemos escuchado a Mahler tras someter a una melodía conocida a diversas armonizaciones, como si vistiéramos con diferentes tejidos y colores un mismo maniquí. Entusiasmadas estaban. Yo también, evidentemente, al ver su respuesta. Se han puesto contentísimas de comprender todas esas cosas y que resultaran tan fáciles y curiosas. Tan contentas se han puesto que han cogido carrerilla y han preguntado cosas que se nos iban de tema y he tenido que frenar un poco el tempo diciéndoles que estábamos poniendo los cimientos, que si empezamos por el tejado la cosa se nos cae, que lo que importa es poner unos buenos cimientos y luego ya podremos construir lo que sea y que una de las preguntas estaba en el segundo piso y la otra casi en el octavo. Han sonado unas risas de comprensión y hemos seguido un poco más, hablando ahora de la necesidad de dar forma a las ideas musicales y de las posibilidades básicas de desarrollo que se emplean: repetición, variación. Para esto nos han ayudado Beethoven, Mozart y Ravel, no es poca ayuda.

Al final les he dado sinceramente las gracias por haber sido un público tan atento y entusiasta y ellas me las han dado a mí y han dicho que me van a volver a llamar y que ahora ya no hace falta que me presente nadie. Pronto no, porque ya tienen la lista de actividades del curso hecha, pero que quieren subir al primer piso un día. Cuando he salido de allí he vuelto a experimentar una certeza que me inquieta cada vez más: las personas no-músicos muestran una motivación, una entrega y un entusiasmo que me cuesta horrores encontrar en aquellos que sí son músicos. Quiero decir que a una persona puedes conducirla hasta la comprensión de conceptos complejos desde la ignorancia precisamente gracias al entusiasmo conque vive el hallazgo, mientras que muchos músicos, teniendo fácil el acceso al mismo concepto, ni siquiera lo tienen en cuenta si no se le puede sacar un provecho inmediato. Lo tengo demostrado. Lo que no sé si el problema es de los músicos o mío; debe ser mío, que no conecto con los músicos, qué se yo; quizá eso explique que "La Idea del Norte" vaya cayéndose, lánguidamente, como la nieve irlandesa de Joyce, de la lista de enlaces de los blogs de músicos en los que, hasta ahora, aparecía. El detalle me lo hizo observar un amable lector (no músico, pero apasionado por la música) el otro día y he podido verificarlo movido por la curiosidad. Creo que eso me pasa por decir cosas como que el centro de gravedad de la pulsación de Brendel está en su garganta: suena a escupitajo. Prometo de aquí en adelante seguir igual.


9 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Yo he observado en algunos profesionales de áreas menos creativas (más bien técnicas) una actitud que puede guardar relación con lo que describes de los músicos, y que los lleva a eludir cualquier atisbo de entusiasmo por los temas relacionados con su profesión.

Creo que esas personas se sienten obligadas a mantener una imagen de conocimiento y control total de su materia, y ello les lleva a no actuar con naturalidad y ocultar todo rastro de incertidumbre porque la interpretan como un defecto. Es una actitud nefasta, tanto para ellos como para los que tienen que trabajar con ellos.

Que algo similar ocurra con los músicos, cuya materia de trabajo está hecha de emociones además de técnica, me parece más trágico. Será que también ellos han absorbido el pragmatismo de esta sociedad, pero si es así, ¿qué nos queda? Menos mal que prometes seguir igual.

1:24 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

La verdad es que cuando alguien que ignora un tema que cree que es harto complicado, descubre, gracias a una buena explicación, que es capaz de entender aquello que hacía tan sólo una hora era un completo jeroglífico para él, su entusiasmo es contagioso. Y su confianza en sí aumenta varios enteros...tantos que sí, a veces, sigue subiendo pisos en los que todavía no han puesto las paredes ni enconfrado los pilares.

Yo lo comprobé cuando, hace tiempo, dando clases particulares, los alumnos resolvían ellos solos problemas a los que jamás se creyeron que serían capaces de darles solución. ¡Luego se atrevían con todo!... Hasta que les ponía algo más difícil y con alguna trampa escondida, jeje. Eso sí, luego aprendían a pensarlos y razonarlos sin tirarse a la piscina a las primeras de cambio.

Saludos, Emejota

8:46 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Acabo de llegar pro primera vez a tu blog, que no conocía. He empezado a leerlo con interés, y lo seguiré haciendo.

De entrada, encontrarás nuevo enlace, de un simple blogger que no es músico, pero disfruta de la música, y leyendo y aprendiendo sobre música.

La imagen de Brendel me parece genial.


Excelente blog.
Un saludo :-)

8:47 p. m.  
Blogger emejota said...

Así es, stupendous-man: hay músicos que actúan como los chavales cuando te dicen eso de "pero esto va a entrar en el examen o no". Si no entra en el examen, no importa (si entra tampoco mucho). Luego están, afortunadamente, pero son los menos, aquéllos con quienes te adentras en una determinada cuestión que puede llevarte de una coda de Mozart a una pecualiridad armónica de un preludio de Chopin, pasando por una visita a Brahms y no les importa si entra en un examen o no porque están disfrutando mientras aprenden desde dentro. Así es una gozada.

Un saludo

1:08 a. m.  
Blogger emejota said...

Gracias anita, yo es que además de ser de la Idea del Norte soy de ideas fijas ;)

Un abrazo!

1:09 a. m.  
Blogger emejota said...

Lo de las "trampas" es una herramienta didáctica muy efectiva como bien sabes, Ferre. Anima a adentrarse con detenimiento en el asunto que se tenga entre manos y no quedarse en la epidermis ni caer en la rutina. Además, las trampas suelen ejercer de estimulante de la capacidad de acción del alumno.

Un saludo, ferre.

1:13 a. m.  
Blogger emejota said...

Bienvenido a "La Idea del Norte", Martí. Lo importante es que disfrutes de la música, y si alguien como Brendel te ayuda en eso mejor que mejor. En cuanto a la imagen, Brendel es de los músicos a los que hay que "ver" para, así, poder "escucharle" mejor.

Un abrazo.

1:16 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Emejota (y demás norteños, claro), supongo que ya lo tienes o, si no es así, quizás lo habrás leído, pero por si acaso. Hablando de Brendel, hoy he visto, al comprar la revista Scherzo, que , conjuntamente con "Antonio Machado Libros", editan un libro de Alfred Brendel: El velo del orden (Conversaciones con Martin Meyer) [15 €]

6:06 p. m.  
Blogger emejota said...

Pues no, no lo sabía pero es una excelente noticia que por fin se traduzca algo de lo mucho escrito por y sobre Brendel. Muchas gracias, ferre.

3:04 a. m.  

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