04 marzo 2006

Ingenio

En vísperas de los Oscar la gente hace sus quinielas y la mayoría sigue empeñada en llamar western a la película de Ang Lee sólo porque salen dos tipos con sombrero de vaquero. Esta tarde alguien ha dicho por la radio que ni siquiera son vaqueros, cómo van a ser vaqueros, que son pastores y mientras yo embadurnaba una magdalena con Nocilla en la cocina a la hora de la merienda, una voz femenina ha comentado con cierto escepticismo que en su pueblo los pastores no tienen esa pinta. Entonces se ha escuchado por teléfono la voz de Boris Izaguirre sentenciando: "chica, tienes que cambiar de pueblo".

Pero a lo que voy es que por estas fechas yo siempre me acuerdo de lo sucedido en el transcurso de la entrega de los premios de 1992 cuando Billy Crystal, maestro de ceremonias, sorteó con matrícula de honor un imprevisto que hizo tambalear por unos interminables segundos el siempre perfecto engranaje del show. Aquel año cumplía 100 años Hal Roach, uno de los grandes pioneros de la industria, nombre mítico, y con tal motivo se le tributó un homenaje. Tras la larga ovación que siguió a la mención de su nombre sucedió algo inesperado que a nadie en los concienzudos ensayos, planificaciones y valoraciones previas se le había pasado por la cabeza que pudiera suceder: el señor Roach se levantó tambaleante de su butaca y empezó a hablar.

Y no había micrófono.

Esto puede parecer una tontería pero para quien conozca la milimétrica organización de cada uno de los segundos del evento que la televisión norteamericana pone en marcha cada año con la presión de los más de mil millones de almas que la contemplan, podrá hacerse una idea del pánico que debió desatarse en la cabina de realización. Fueron unos breves segundos pero se hicieron eternos. Allí estaba el anciano señor Roach moviendo los labios y gesticulando mientras un silencio denso y tenso se apoderó de la atmósfera del auditorio. Pero entonces, justo entonces, cuando la tensión era insoportable, Billy Crystal puso en marcha sus neuronas manteniendo una admirable sangre fría y basándose en que Hal Roach había sido uno de los reyes del cine mudo improvisó una genialidad: "parece que el señor Roach sigue siendo fiel a sus principios". Una enorme carcajada colectiva evaporó de golpe el silencio y a la carcajada se sumaron unos aplausos rabiosos de admiración (el señor Roach seguía hablando como si nada) y entonces la cámara enfocó un plano medio del rostro de Crystal que miraba con la ceja levantada y una sonrisa burlona sin que le temblara un músculo. Recuerdo perfectamente que Carlos Pumares, que por aquel entonces era Carlos Pumares y retransmitía aquel año la ceremonia para Antena 3 cuando todavía era Antena 3, cayó rendido a la ocurrencia de Crystal con estas palabras: "realmente, se es genio por algo".

Desde entonces nadie ha vuelto a superar el listón, ni siquiera el propio Crystal, que se ganó el puesto de sobra por unos años. A ver qué pasa esta vez.


4 Comments:

Blogger Magda Díaz Morales said...

Mariano, disculpa que lo que te comento no vaya con el tema de tu texto, pero quiero comentarte sobre una ópera perdida, a ver si cuando tengas tiempo pudieras leerla, me parece interesante. Hallé la nota aqui:
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_4764000/4764072.stm

Buen domingo para ti.

6:49 p. m.  
Blogger emejota said...

Muchas gracias, Magda. Fíjate qué coincidencia que no hace ni un mes que compré un ejemplar de "Concierto barroco" de Carpentier en la colección de bolsillo de Alianza. No había tenido oportunidad de leer esta novela que gira precisamente sobre la concepción de dicha ópera.

Un abrazo

11:44 p. m.  
Blogger Magda Díaz Morales said...

Qué bien, Mariano. Ojalá algun dia pudieras comentar sobre ella. No la conozco.

(No puedo entrar a mi blog, no se qué sucede)

4:48 p. m.  
Blogger emejota said...

Hace unos minutos he podido entrar sin dificultad en tu blog, Magda. A veces, Blogger se comporta de manera extraña. Mientras no nos borre de su memoria...

Un abrazo

12:48 a. m.  

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