25 mayo 2006

Interpretación

Ayer me tomé mi primer día de descanso y, aunque tuve que dar una clase temprano, pasé el resto del día fuera. El día fue espléndido. Regresé en tren, donde pude llegar a cerrar los ojos durante un rato confortado por el vaivén y cuando llegué a casa me vi inmerso en una verdadera pesadilla kafkiana de malentendidos y malinterpretaciones sobre lo escrito aquí el día enterior.

La gente es la hostia.

Al parecer yo me he despedido de mi actividad profesional de manera tajante e irrevocable y la noticia ha corrido como la pólvora precipitando una serie de reacciones que, pudiendo herir la susceptibilidad de alguien (y no me extraña), al final me explotó en toda la cara. Y lo que me faltaba. Yo no sé si me expreso mal o si en este pueblo hay quien me lee a la ligera. Cito:

"Ella va a respetar lo que decida" (me refiero a mi socia)
"¿y qué va a hacer mientras decide? (me refiero a mí)
"¿y qué haría entonces? (me refiero a qué haría yo si abandonara, se entiende)

¿Alguien puede deducir de eso una resolución tajante o más bien un momento crítico de reflexión y replanteamiento? Creo que un simple análisis de primaria nos llevaría a la conclusión de lo segundo. Pero el caso es que no, que al final ha sido la gente la que ha decidido que yo he terminado, ahorrándome cualquier periodo de reflexión. Tiene narices. Por algo dice el tópico que "el artista se debe a su público". Por supuesto, las decisiones personales parten de uno, diga lo que diga el vecino o el Papa, faltaría más, pero lo más curioso de todo es que de esa gente que ha hecho correr el comentario, nadie, léase bien, nadie, me ha llamado o se ha puesto en contacto conmigo para preguntarme nada, para aclarar dudas, para interesarse siquiera por mi estado, a excepción de las palabras afectuosas y solidarias de Julio. Tiene cojones.

Así que hoy es el primer día de mi exilio interior, si se puede decir así. Pero me he levantado muy tranquilo, y lejos de anular la clase que tenía concertada con María, que se presenta a oposiciones para la Comunidad de Madrid, he decidido iniciar con esa clase este periodo que tanto necesito: de comunicación sin contaminación; de cercanía y tranquilidad. He vuelto a impartir una clase desde el Norte, los lectores a estas alturas saben a qué Norte me refiero. Hemos buscado a Schumann, aunque no estaba en el guión; le hemos escuchado en silencio y después le hemos hecho preguntas; a Schumann le gusta que le hagan preguntas, él mismo se encarga de plantearlas, a media voz. Schumann nos ha recomendado que entráramos en un lied de Schubert, porque Schubert no pregunta, Schubert espera. Y luego hemos hecho el camino de vuelta a casa.

A veces pienso que no me extraña que los alumnos vengan recelosos del exterior. Y empiezo a comprender que los alumnos, aprendan o no, refieran que aquí encuentran al menos tranquilidad. No me estoy colgando ninguna medalla. Lo estoy lamentando profundamente.