17 septiembre 2005

Desaparecer

Enrique Vila-Matas acaba de publicar "Doctor Pasavento" y, como ya hiciera en "Bartleby y compañía", vuelve a indagar con su habitual agudeza sobre la idea de la renuncia y la desaparición, "el acto extremo con el cual algunos raros escritores se aseguran el único modo de captar el destello de la vida plena e inexpresable". Glenn Gould renunció el 28 de Marzo de 1964, domingo, en la ciudad de Chicago, donde ofreció su última aparición pública como concertista tras nueve años de fulgurante carrera en los escenarios de todo el mundo. Tenía sólo 31 años. Su decisión, al parecer largamente meditada, causó una gran conmoción dado que nadie antes había hecho algo parecido: renunciar en el esplendoroso instante del triunfo para recluirse en las frías latitudes del Norte. A partir de entonces, sólo haría grabaciones.

Durante años, Gould habló y escribió largamente sobre las razones que le llevaron a tomar esta insólita decisión: se quejaba de que el intérprete es el único artista que tiene que recrear constantemente su obra desde la nada expuesto, además, a la presión de las miradas. Lo que Gould reclamaba para el artista es la idea de anonimato para poder trabajar en ciertas condiciones que la inmediatez y la presión del recital con público no permite.

Paralelamente a esta idea -en la que hay mucho de esa fobia social que padecía Gould- no podemos obviar su fascinación por la tecnología aplicada a los medios de comunicación: "La tecnología tiene la posibilidad de crear un atmósfera de anonimato y dar al artista el tiempo y la libertad que necesita para preparar su idea de una obra con el máximo de su potenciación. Tiene la posibilidad de sustituir esas incertidumbres horribles y degradantes y humanamente perjudiciales que el concierto conlleva". Desde su retiro, Gould no sólo se comunicó a través de la música desde el estudio de grabación, sino que se entregó con entusiasmo a una torrencial producción de ensayos, artículos, entrevistas (y delirantes autoentrevistas: "Glenn Gould entrevista a Glenn Gould sobre Beethoven", "Glenn Gould entrevista a Glenn Gould sobre Glenn Gould", que yo califico de puro narcisismo cubista por mostrar a Gould al cubo), programas de radio experimental y emisiones de televisión.

Y el teléfono. Interminables conversaciones telefónicas que comenzaban a la llegada de la oscuridad y que se prolongaban hasta el amanecer. A veces Gould despertaba a algún amigo, indiferente a la hora; otras llamaba a cualquier programa radiofónico nocturno de una emisora local (Tenemos un nuevo oyente al aparato, buenas noches... Hola, buenas noches... ¿Cómo te llamas?... Me llamo Glenn... Buenas noches Glenn, no tienes sueño esta noche, eh?... No, la verdad es que no mucho... Muy bien, Glenn, entonces quédate con nosotros. Dime, ¿a qué te dedicas?... Bueno, toco el piano... ¡Tocas el piano! ¿Rock, Jazz?... Bueno, en realidad algo más clásico... Muy bien, Glenn, te va más lo clásico, estupendo, oye y dime ¿para qué nos llamas esta noche?...)

Muchas veces pienso que Gould habría caído rendido a los pies de un invento como Internet, por sus fascinantes posibilidades de comunicación (Gould en un chat!) pero, sobre todo, por sus posibilidades de comunicación desde el anonimato. Ahí está el matiz Gould. Gould tendría un blog, seguro, o varios al mismo tiempo, eso también es muy probable. Quizá lo que Gould buscaba es tomar distancia para mostrarse, al fin, verdadero.


8 Comments:

Blogger Magda Díaz Morales said...

No conocía la historia de Gould. 31 años y ya retirado, uf, vaya conmoción, por supuesto. Considero que si bien tenía sus personales razones, siento que fueron un poco exageradas, puesto que hubiera podido retirarse y pasar, al menos, dos o tres meses en el mundo. Esas llamadas a la radio más me parecen hechas por soledad, para sentirse menos aislado y hablar con alguien. No se, pero no me parece muy sano lo que hizo, pero pues para saber la realidad sólo él.

También estoy segura de que habría caído rendido a los pies de un invento como Internet y tendría blog, al que visitaríamos felices.
Un beso, Mariano.

6:30 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Hola, emejota. Leyendo el hilarante post de ferre sobre los ensayos y los conciertos pensé en Gould yo también, y en su necesidad de alejarse del público para poder tocar y ser escuchado, pero no visto. Es decir, no es un anonimato, es una invisibilidad. En las grabaciones se ve enseguida eso que comentamos la otra vez, o sea, cómo él controla todo: ese lugarejo que se monta, el rarísimo taburete que necesita, la comodidad de la ropa que lleva. En fin: es todo muy "desastrado", incluido él. Es contrario al "ritual" al que estamos acostumbrados cuando vamos a un concierto.
A mí muchas veces me gustaría que después de escuchar algo que limita con el reino de la Belleza no se aplaudiese. Me sobra, me molesta esa manifestación. Me gustaría quedarme en silencio y sumida en lo que he escuchado. No sé. El concierto como rito tiene mucho de artificial. Aunque sabemos que Gould era un maniático, también creo que sus razones son lógicas y tienen que ver con volver a hacer íntimo lo que es íntimo. Es como leer. Es una cosa de uno. Para el oyente es distinto, porque nada en el mundo sustituye la experiencia de escuchar en vivo al intérprete, pero todo lo demás es artificial. Si uno pudiese escuchar en religioso silencio, si el intérprete no estuviese siendo contemplado sino sólo escuchado, si no hubiese molestas toses, murmullos y aplausos que te corten la inspiración o el sentimiento surgido... Si pudiese ser el concierto un acto puramente musical, yo creo que Gould habría seguido tocando en público. Pero habría tenido que revolucionar todo el montaje y era más fácil "desaparecer".

8:45 a. m.  
Blogger emejota said...

Gould es hiperbólico, paradójico y excesivo, Magda. Es como si la desmesura fuera el canal a través del cual puede expresarse. La superficie es muy vistosa, muy "mediática", pero siempre he pensado que luego hay que hacer un pequeño ejercicio de traducción, de filtro; hay que leerle entre líneas, preguntarse qué es lo que queda al fondo de esas piruetas excesivas. Otra cosa es que salgamos airosos de eso y podamos averiguar algo. Como dices, sólo él para saber la realidad.

Besos.

11:50 a. m.  
Blogger emejota said...

Hola, Gabriela. Yo uso el término "anonimato" porque es el que usa él continuamente, aunque creo que más que de anonimato o de invisibilidad, como tú dices, es una cuestión de distancia. Hay que pensar que justamente el acontecimiento del retiro es lo que multiplica la presencia de Gould alimentando su leyenda, y que precisamente es al retirarse cuando comienza a exhibirse tocando a través de decenas y decenas de horas de televisión mostrado por una cámara que, por cierto, es muy escrutadora, muy curiosa.

Estoy de acuerdo contigo en lo que dices respecto al concierto. Confieso que yo voy a muy pocos conciertos, contados. En parte porque se me impone un programa que a lo mejor ni me va ni me viene en ese momento aunque me atraiga su intérprete y porque además, en ese afán por llenar a toda costa un tiempo que siempre es excesivo, los programas mezclan cosas que pocas veces armonizan de forma medianamente afortunada. Después de un Nocturno de Chopin me parece un disparate escuchar la Hammerklavier de Beethoven, y si escucho los 24 preludios de Chopin me cuesta aceptar la Sonata en si m. de Liszt, aunque sean dos obras para mí imprescindibles.

También porque, no se lo digas a nadie que se reirán, no puedo estar sentado tan quieto ante la música. Me pongo muy nervioso. Cuando toco yo es diferente, porque la actividad mental se complementa con la física. Pero de público es un suplicio, algo parecido a una claustrofobia.

Volviendo al asunto, Gould ve además el concierto como algo trasnochado, algo que cumplió una función en el pasado -la música sólo podía escucharse ahí- pero que con los medios de comunicación ya no tiene ningún sentido. Es curioso que cuando se debate sobre música en directo/música grabada, enseguida hay quien defiende el directo como lo "natural" pero quizá olvidamos que el acto en sí del concierto tiene elementos poco naturales y yo diría incluso que poco cómodos (y no sólo para el concertista, sobre todo para el público)

Un abrazo

12:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Buenas a todos. El camino que abre Emejota al mencionar que un concierto no tiene por qué ser lo natural me parece muy acertado. En dos puntos que ya apuntais todos de una o tra forma.

En principio en aquello que se refiere a acto social, a ritual, a aquelloq ue está preestablecido (a mi a veces alguien me echa una mirada medio reprobadora cuando ve que no aplaudo cuando sale el director o el solista al escenario). Puede ser que en ocasiones las obras (tipología y número)parecen forzadas para encajar en ciertas unidades temporales predeterminadas, quizás algo provocado por la ajetreada vida moderna. El tema de los programas... bueno, el contraste también me parece algo a explotar (por poner un ejemplo un poco extremo, unos Madrigales de Monteverdi acoplado con unos Lieder de Strauss e Il Canto Sospeso de Nono). Lo que no quiere decir que no pueda seguirse un cierto criterio; pueden descubrirse cosas insospechadas. Y también se puede favorecer el que la gente escuche un poco de todo y no sota, caballo y rey.

En segundo lugar, en cuanto al sonido... Aquí ya podríamos incluso teorizar. Y es que, ¿qué es el sonido natural? En el mismo momento en que sale del instrumento se ve afectado por el medio de transmisión. Llémese recinto acústico, con su configuración, tapizado de butacas, espacio entre ellas, colocación de difusores, de cierres, etc. o llámese captador acústico, lente, amplificador, cable, altavoz y un nuevo recinto (la habitación o sala).

Es más, incluso el propio instrumento varía su producción con el ambiente (temperatura, humedad, densidad,...) o, más evidente, con el estado de ánimo del intéprete.

Así que la opción "Gould", en la que el proceso de grabación podría verse como una extensión del instrumento, otro parámetro más que el intéprete podría controlar, no tendría por qué ser, a priori, menos "natural" que la del directo (ni tampoco más). No me parece que la música en vivo sea mejor ni peor que la grabada, de la misma forma que a lo mejor una interpretación de la misma pieza del intérprete X y otra del intérprete Y son igual de buenas e interesantes... y a lo mejor plantean puntos de vista radicalmente diferentes.

En cuanto a Gould... en fin, creo que su propia psique influyó más en esa decisión de autoalejamiento de los escenarios que la búsqueda de un determinado sonido. Aún así, entiendo perfectamente sus justificaciones y las comparto en mayor o menor medida, ya que también es cierto que muchas veces vemos a los intérpretes en vez de escuchar la música (estoy pensando que eso es algo que tampoco evitan las grabaciones... a no ser que vinieran sin datos de los intépretes... hum, otro experimento interesante).

Saludos.

2:50 p. m.  
Blogger Antonio Bricio-Hernández said...

Hola a todos:

No entiendo eso del auto-exilio.

Para mí ha representado una oportunidad de alejarme de todo y revisar mis pensamientos sin prisas. Creo que la soledad es menospreciada y es necesario que todos tengamos un momento de claustro de vez en cuanto.

No me agradan las personas que constantemente tienen que ser exhibidas, las que sienten que deben ocupar el escenario todo el tiempo. Esta especie de inseguridad es muy extraña.

Tocar en público es otra cosa: tiene que ver con la interacción del ambiente, las personas -el público- y el artista. Hay artistas que no toleran esto. Además, creo que Gould era víctima de un perfeccionismo tan extremo que prefería grabar una y otra vez sus interpretaciones sin la presencia esencial de una audiencia en vivo.

9:36 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola Ferre: es cierto que, en ocasiones, el contraste en los programas puede funcionar muy bien pero eso sucede en programas "diseñados" a conciencia. Los hay que mezclan con el único objetivo de llenar minutaje con el repertorio disponible.

El experimento que propones, y algunas variantes que de él se pueden derivar, da resultados de lo más sorprendentes. Un día hablaremos de ello.

Un saludo.

3:05 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola Antonio, celebro volver a leerte. Sigo teniendo tu interesante cadenza sobre la mesa de trabajo.

Respecto a la soledad que se menosprecia, creo que hay una visión muy restringida del concepto "soledad" que suele reducirse a su cara menos amable e ignora ese otro lado al que haces referencia. Precisamente el concepto de "Idea del Norte" hace referencia, para Gould, a un estado concreto que se da en soledad y que tiene muchas resonancias creativas.

Lo del perfeccionismo en Gould lo veo con cierta reserva. No tengo muy claro que lo que busque sea únicamente la perfección en la ejecución, aunque le salga de por sí habitualmente, ahí están las grabaciones piratas de sus recitales en vivo. Más bien busca incorporarle capas con cosas que la tecnología pone a su disposición. De otra manera, no puedo entender que en la grabación de las sonatas para violín y teclado con Jaime Laredo haya deslizado un error muy evidente en uno de los tiempos rápidos de la sonata en do menor y no lo haya corregido y, sin embargo, idee cosas caprichosas como grabar una obra disponiendo una serie de micros a determinadas distancias del piano.

Un abrazo!

3:20 p. m.  

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