Instante
Esta tarde, al regresar de hacer unas compras, he visto la primera luz de otoño proyectándose en las fachadas.
... "La Idea del Norte" es en sí misma una excusa, una oportunidad para examinar esa condición de soledad que ni es exclusiva del Norte ni de los que van hacia allí, pero que quizá sí aparezca con un poco más de claridad en quienes hayan hecho, aunque sólo sea en su imaginación, el viaje hacia el Norte.
(Glenn Gould, "La Idea del Norte", 1967)
7 Comments:
Ay, No me lo digas. No estoy listo para el cambio. {sigh}
Un saludo, Bart.
Las primeras luces del otoño...la luz ya no es tan brillante. PArece como si los colores de la estción que acaba dieran paso poco a poco a la intimista luz de la estación rojo. El rojo, el amarillo, el ocre, los naranjas... todo se baña de otoño y con la luz llegan los olores de esta época almacenados desde hace años en la memoria. el olor de los libros nuevos, los lápices, el forro... MMM. me encanta el otoño
Conclusión: nunca otoñea a gusto de todos.
:)
Pues por acá por el Mediterráneo seguimos "a plein soleil".
Estamos meteorológicos.
Saludos, emejota.
Por aquí también tenemos calor, Gabriela, pero si a media tarde te fijas atentamente a lo mejor sorprendes una luz distinta que anda ya ensayando tonos que se van a llevar enseguida...
Un abrazo.
¿Andas en busca del "rayo verde"?
Sobre Gould, me encanta oírlo canturrear. He visto las grabaciones de la cadena canadiense y la peli ¿cómo se llamaba? ¿"56 variaciones"? Tengo muchos de sus discos y me resulta delicioso (las Goldberg)y me hace levitar unas veces, mientras que otras lo noto demasiado acelerado o matemático, como en los conciertos italianos de Bach.
(Eso me recuerda lo mucho que me gustan los Marcello).
En El Clavecín bien templado creo que prefiero a Gustav Leonhardt. Lo escuché tocar y dirigir a su pequeña orquesta de cámara en el Palau de la Música Catalana. hace una porrada de años. Dirigía y tocaba como si no estuviera haciendo nada, con total naturalidad. De él tenía unos viejos discos de la Deustche Grammophon con reproducciones de preciosos clavecines antiguos.
Pero Gould tenía y tiene un carisma especial, del que carece Leonhardt. Al escucharlo te transmite algo personal suyo, aparte de la música: te transmite su relación con ella, única, a veces hermosa, otras demasiado tensa o nerviosa. Enervante, a veces, casi desesperada o irritada, como si la música fuese una escalera y él subiera por ella impaciente, hasta lo más alto; como si quisiese llegar más allá de la escalera, sin conseguirlo. Yo creo que Gould nunca se sintió satisfecho con la música que conseguía hacer, ésa es mi impresión al escucharlo. Busca lo imposible y no lo encuentra y entonces su interpretación es un lamento de impotencia, de lucha con la propia música, una especie de imprecación. Yo creo que la ama y la odia (porque se le entrega un segundo y después se le niega) y eso es lo que hace a Gould imposible de olvidar. Es lo que uno siente siempre: extiendes la mano, parece que lo tocas, pero no, siempre está más allá. Eso inasible.
Un saludo cordial, emejota.
Gabriela, con tu permiso voy a copiar tu comentario sobre Gould en el post correspondiente para poder debatirlo allí.
Un saludo!
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