Arrebato
Hoy he tenido un arrebato.
No, no me he peleado con nadie. Mi arrebato ha sido como los de aquella película de culto, mítica, maldita, underground, experimental, fascinante, rara, mágica, en fin, ponle los adjetivos que quieras y terminaremos antes, que fue "Arrebato" (1980), de Iván Zulueta.
Según Zulueta, el arrebato es el instante mágico que se produce, en ocasiones, al contemplar un cromo viejo, una lámina de un libro de nuestra infancia o similar y que provoca un cortocircuito mental que te hace caer en un estado de trance, de embelasamiento absoluto, mientras el eco lejano de miles de olores, instantes, colores, formas y recuerdos se arremolina en un bucle sin fin, anunciándose a cada instante sin terminar de concretarse, como cuando tienes un nombre en la punta de la lengua y no te sale pero a lo bestia, elevado al infinito. Ese vacío perpetuo a la espera de la revelación, los sentidos alerta ante el trueno que no llega tras caer deslumbrados por el rayo, ese vértigo profundo es -más o menos- un arrebato.
Yo recuerdo 2 arrebatos intensos en mi vida. El primero se produjo al mirar una pegatina a color de Los Picapiedra que, inmediatamente, trajo un recuerdo vago a sabor a pastelito de chocolate en la merienda de un otoño en blanco y negro, el paso fugaz y borroso de la imagen de la marca Cropán y tras él la textura de madera azul del armario de la muñeca Nancy que mi hermana tenía en su cuarto y el pegamento Imedio. El espumillón rojo tiembla en el aire y sales de la cama un amanecer de navidad y nadie y la abuela y los pies fríos (olor a pino), y los ojos del buho de juguete que pudo ser un reloj pero que seguro que tiene un trozo de plástico blanco que se redondea y brilla y las cebollas en vinagre del domingo (las persianas abajo en verano y el cloro en la garganta) y la caja de gominolas en los ojos del quiosquero (piedras en el suelo y mercromina). Y un espejo mirando a otro espejo y yo mirando a ver si alguien mira.
Algo así.
El segundo vino al contemplar un afiche de la reposición de "La bella durmiente", de Disney, en plena calle. Concretamente sucedió al fijar la vista en el color violeta de un fondo del castillo, un rincón misterioso tras las tres hadas del cuento. El chispazo disparó el mecanismo caleidoscópico y entonces sentí el peso de una mochila escolar y nieve en la cima de un coche y el olor a goma de nata (y un poco de pena) y la estela muda de un reactor que cruza un cielo en el que ves cromos de peces que deben venir con los donuts y la servilleta de papel húmeda de azúcar de donuts, y el camarero que lleva la cerveza Keler a papá. La planta circular del Cine Regio y el olor y una moldura de yeso. La cabecera de "un globo, dos globos, tres globos" en la tele y una boca muy abierta y algo redondo (el lagarto Juancho y la carta de ajuste del sábado por la mañana y unos macarrones y la vecina) y el sobre negro donde guardas al asesino del Cluedo (el hermano de Ignacio en el sofá) y el poster de Supermán en la goma del tapón de una coca-cola de cristal (el hombre de la tienda lleva una bata azul y fue el primero que se murió y vidrio verde) y lo raro de ir al cine en lunes.
Más o menos.
Y el tercero ha sido hoy, hace un rato, todavía ando perplejo. Ha sido extraño porque el arrebato no ha venido de golpe, sino que ha amagado un par de veces antes, como quien enciende un motor y cuesta varios intentos conseguir que finalmente prenda. Me ha llegado un boletín de venta por correo y al dar la vuelta a la página me he encontrado la colección de los Madelman, el primer muñeco articulado que se fabricó en España, allá a principios de los 70. Yo fuí un niño-Madelman así que el anuncio ha sido una sorpresa muy agradable.
Ver el logo ya ha movido algo en las neuronas, un pequeño estremecimiento, una ola suave de vértigo placentero. Un par de segundos ha bastado para que todo volviera a su sitio, operación de autoanálisis a la que he asistido con mucha curiosidad. Entonces he vuelto a mirar el anuncio. Había una foto de los 10 modelos y pasar revista y mirar el Madelman-Policía Montada del Canadá ha puesto en los dedos el tacto del fieltro áspero del gorro y antes de que me diera cuenta ya se habían filtrado azulejos azules en una cocina, plastilina blanda y un árbol al otro lado de la ventana.
Pero el arrebato definitivo ha venido al mirar el Madelmán-Hombre Rana. El recuerdo de la textura de goma negra del traje de neopreno del muñeco ha disparado la montaña rusa del arrebato (había granitos azules en el detergente blanco y agua fría en un lavabo) de la que he descendido al rato con cierta sensación de mareo placentero. Lo que más jode de un arrebato es que todo se agolpa detrás del paladar sin revelarse del todo; de hecho, como he dicho, el trance se produce justamente en el vacío entre lo que se anuncia (el torbellino difuso de ráfagas de muchas cosas) y el resultado, perpetuamente demorado. Como soy un impaciente y estas cosas me ponen muy nervioso, he buscado al pie del anuncio el teléfono de atención al cliente y me los he pedido todos, con la esperanza puesta en que tener cerca al Madelmán-Hombre Rana quizá ayude a que me revele lo que tenga que decirme.
4 Comments:
Yo tuve el Madelman-Policía Montada del Canadá y el Madelman-Hombre Rana. No sabes lo bien que comprendo este post...
Yo también tuve el de Hombre Rana. ¡Como que era el mejor! ¡Lo que se fardaba con él en la playa!
Aunque confieso que un par de años después me regalaron el Geyper Man Explorador del Polo Norte, que todavía conservo. Es más, mi madre (hábil costurera) le había hecho un traje en su momento del tipo Safari.
Qué recuerdos el Geyper Man, tan grandote y con esa barba pelirroja tan áspera cuyo recuerdo se me ha pegado a las yemas de los dedos desde que he leído tu comentario y que se ha mezclado de repente con... Vale, no sigo :)
Os conviene pasaros por aquí:
¿Te Acuerdas?
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