15 noviembre 2005

Crónica (II)

Hoy me he levantado con el cuerpo dolorido, como si me hubieran dado una paliza, pero con la mente despejada. Nos espera la segunda etapa del viaje. He recibido un correo electrónico en el que alguien me dice que si Gould llevaba a todas partes su silla yo hago lo mismo con la lamparita. Es verdad. Quizá pueda parecer algo grotesca, así de primeras, esa necesidad mía de dirigirme a los demás en una sala en penumbra, con una lamparita de luz cálida a mi lado. Me horroriza la luz blanca. Soy una persona que le da mucha importancia a las atmósferas y necesito recrear una muy concreta para contar historias que de color y calor.

Ayer tenía miedo a cómo reaccionaría el público al presentarles a Gould. La misma sensación que cuando vas a presentar a alguien que ha venido de visita y avisas de antemano a los amigos que es un poquito especial antes de que asome por la puerta. Por eso aposté por crear un ambiente distendido en el que primara el humor para hacerlo más fácil. Como ya nos conocemos, hoy vamos a adentrarnos en un nuevo territorio: el de las emociones. En realidad ya surgieron ayer, por eso me sorprendió tanto.

Tengo todo preparado para salir. Tengo la costumbre (vale, la manía) de llegar una hora antes y dedicarme al delicioso ritual de ponerlo todo a punto. No me refiero al material que necesito para trabajar sino también a que me gusta pasearme por la sala vacía, alinerar correctamente las butacas, sentarme un rato aquí, allá, asistiendo por un momento a cómo se ve la historia al otro lado. Me encanta ese momento, la espera, y me encanta mimar, también de esa manera, a los que van a venir después. Luego empezarán a llegar los primeros madrugadores y les daré la bienvenida. Me gusta verles llegar. Después desaparezco discretamente en un descuido y voy a por mi chocolatina, sólo son un par de minutos. Hoy llueve. Se respirará bonito.