21 septiembre 2006

Modernismo

Si te acercas a la villa de Sitges, al pie de una cuesta adoquinada te encontrarás con Cau Ferrat, el refugio mágico de Santiago Rusiñol, una casa que es a trozos castillo medieval, casa de pescadores y, al atardecer, rincón de cuento de hadas que mira al mar de cobalto. Rusiñol se entusiasmó de aquel lugar a finales del XIX y allí celebró sus célebres fiestas modernistas, sus tertulias literarias y hasta coqueteó con la "Escuela Luminista" que por aquel entonces aglutinaba talentos ante lienzos blancos de velero.

Ayer por la tarde, al otro lado de la puerta, en la estancia de la planta baja, ante los ojos de la gente que pasaba por allí, una soprano muy joven cantaba sin afectación "Tres bellos pájaros del Paraíso", la canción de cristal de Maurice Ravel, acompañada por un piano centenario. En la estancia no había una sola luz eléctrica encendida, la escena transcurría en la penumbra y se recortaba frente a la franja del horizonte del mar que proporcionaba el único reflejo que teñía de azul el recinto, y las pocas personas que allí había estaban sentadas alrededor de mesas camilla, entre la generosa abundancia de lámparas de latón, figuras de colores y cajitas de secretos.

Escuchar así la filigrana de Ravel, en ese templo de la estética modernista, te pone los pelos de punta. Ravel depositó en su canción una de sus melodías inolvidables y esparció en el acompañamiento del piano un puñado de quintas paralelas quizá para recordarnos que un poema no entiende de faltas de ortografía o tal vez porque así se trazan en un pentagrama xilografías de oriente, que son las que dan a la obra su perfume dulce y su exotismo delicadamente misterioso. Una vez Alfred Brendel dijo que Maurice Ravel había sido un grandísimo compositor pero que a veces parecía tender a acercarse peligrosamente a la frontera de lo kitsch.

El señor Alfred Brendel no entiende de qué va la cosa, al parecer.

A mí siempre me ha fascinado esa vivencia estética que se dio en aquellos años y que se vivió con particular intensidad poética en esa zona geográfica. Nombres inolvidables como Ricardo Viñes, Santiago Rusiñol, Antonio Gaudí (y Maurice Ravel) cuyas sensibilidades sintonizaron de manera muy singular al compás del mediterráneo. Ellos encontraron sentido profundo al último reflejo de la tarde en un vidrio de ámbar, al murmullo de una fuente en un jardín umbrío, a dos autómatas de hojalata guardando el rincón de una estancia silenciosa, a la escalera de caracol de hierro forjado que se topa con una puerta cerrada, al olor de la madera vieja y húmeda (olor de incienso y silencio, olor a salitre). Y el vuelo rasante de una gaviota ("tres bellos pájaros del paraíso"). Y la luna llena trazando un sendero de plata en la noche del mar.


1 Comments:

Blogger Miguel Cane said...

Querido y viajero Mariano:

¡Vaya post magnífico!

Un modernista abrazo transoceánico.

M

4:04 a. m.  

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