22 septiembre 2005

Erase una vez

El secreto de los hermanos GrimmQue los hermanos Grimm siguen viviendo del cuento lo puedo comprobar cada domingo cuando tengo que contarle 72 veces "Caperucita roja" a mi sobrina Isabel. "Abuelita, abuelita, pero qué ojos tan grandes tienes" "Son para verrrte mejooooor". Y mi sobrina se tapa los ojos con las dos manitas.

He ido al cine con mi amiga Belén a ver "El secreto de los hermanos Grimm", de Terry Gilliam. Tenía muchas ganas de ver esa película porque Gilliam me gusta mucho cuando trabaja fantasías de corte clásico. Creo que debí ser de los pocos que se entusiasmaron con su versión de las aventuras del Barón Munchausen, con eso te lo digo todo. La fantasía de corte clásico -excepciones excepcionales aparte- nunca ha funcionado aquí, que se lo pregunten a los exhibidores.

Siempre se habla del abigarramiento visual de Gilliam. A mí lo que más me interesa en la consistencia de sus espléndidos escenarios, que por cierto son aquí muy analógicos (decorado puro y duro) y una delicia para la vista. Con esto quiero decir que cuando contemplas esa aldea de casitas retorcidas o te adentras en el bosque encantado, territorio esencial de todos los cuentos, tienes la impresión de que ya existían antes de que la cámara los recoja y seguirán existiendo después, lo cual es un factor de lo más estimulante, entre otras cosas porque muy raras veces se da.

Y en ese cuidado por dotar de verosimilitud el territorio fantástico -que a fin y al cabo, es el logro que aspira alcanzar todo buen cuento-, los caminos de Gilliam están llenos de barro y estiercol, los alcaldes tienen la dentadura amarilla, las posadas se diría que son madrigueras de atmósfera sofocante repletas de velas que forman montañas de cera, los corceles de las princesas tienen barro seco en las patas y la colocación del musgo que corona el muro de piedra de la casita encantada no parece obedecer a una deliberada anarquía de postal diseñada por el director artístico. Que mira que me dan rabia esos escenarios como de portal de Belén recien puesto, por postizos, o ver a esos guerreros primitivos con dentadura perfecta y blanquísima, y no te digo nada de esos príncipes azules con marcas de afeitado a maquinilla eléctrica y princesas con cara de portada de revista de top-models. Pero estaba en los escenarios de Gilliam: me encanta perderme en ellos, y son una de las cualidades más notables de esta película.

¿Y nos quedamos sólo con eso? No, por supuesto que no. Tenemos una historia que recoge decenas de referencias de otros tantos cuentos de los famosos hermanos, bien porque éstas intervengan en el argumento principal o como meros guiños secundarios (la vieja encorvada que llama a una puerta a ofrecer a los vecinos como postre una enorme manzana roja). Tenemos muestras del peculiar humor de Gilliam (la mala uva con la que se mofa de la grandeur francesa en la secuencia de la cena de gala, donde una serie de espejos paralelos colocados tras los asientos de los comensales multiplican hasta el infinito la barroquísima -y por tanto hueca, falsa- distinción de la mesa).

Y quedan los protagonistas, los hermanos cuentistas, cuyas personalidades antagónicas quedan definidas en el prólogo de la película mediante un suceso familiar acaecido en su infancia: Wilhelm es el racionalista pragmático que saca, sin remordimientos, partido económico de las supersticiones de los atemorizados aldeanos mientras que Jacob es el espíritu imaginativo y soñador capaz de creer en las cualidades mágicas de unas habichuelas.

Tengo la sospecha de que si vas al cine el día del espectador las palomitas saben rancias porque son viejas. Belén se ríe cuando le digo que seguro que son de las que han sobrado el día anterior que las recalientan y así compensan el descuento de la entrada. Claro que de eso no tiene la culpa Gilliam. En fin. Colorín, colorado...


15 Comments:

Anonymous Anónimo said...

sencillamente, sublime. Ya no necesito ir a ver la película con una descripción tan deliciosa como ésta...aunque iré...

6:45 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Buenos días, emejota.
¡Qué buen post! Hoy voy al cine. Ya te contaré. A mí también me gusta Gilliam. Disfruto leyéndote.

7:16 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Pues a mí no me gusta Gilliam, he de decir. Será porque no me gusta mucho la fantasía de corte clásico.

Supongo que tiene que ver con que las más de las veces no soy capaz de sentarme en el cine y ver la pantalla con ojos de niño.

Él ha dicho éstos días en San Sebastián que esos ojos de niño son muy necesarios para disfrutar de sus películas. Pero también ha dicho algo inquietante: buscar ahondar en la soledad del espectador, colocarlo en mitad de ese frondoso e infinito bosque de todos los cuentos infantiles. Lo dicho, inquietante.

Pues yo ayer ví una muestra más de que el cine asiático es la gran esperanza: Prefiero la descorazonadora historia de "Nadie sabe" (Kore-Eda Hirokazu, 2004), de tiempos largos, cadenciosamente tristes como su argumento, y que curiosamente también narra, o casi documenta, la soledad de cuatro niños abandonados en el bosque de la ciudad.
salud.

2:49 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Reconozco que Gilliam es demasiado barroco para mi gusto, no tanto por su estética sino por su forma de narrar. Aunque a mí también me gustó Munchausen. Mmmm, por lo que cuentas de ella y por esa reclación que menciones con el Barón, a lo mejor esta me gusta y no tengo que soportar otra 12 monos o Brazil.

3:50 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola causal:

La cuestión es ¿qué es ver con ojos de niño? Lo pregunto porque yo también leí ayer esas declaraciones de Gilliam y creo que dio en el clavo para definirlo. Para un adulto, ver con ojos de niño significa tomar conciencia y contacto con el entorno desde una determinada predisposicíón, como si la mirada penetrara en las cosas allá donde los ojos del adulto se topan con una superficie opaca. Adentrarse en un mundo de percepciones (el otro lado del espejo) que, ciertamente, tiene mucho de inquietante. Y ojo, que si me interesa eso tanto es porque yo he perdido mucho de esa visión, y para eso no hay oculista que valga...

Un maravilloso ejemplo de esa mirada especial lo encuentro en "La noche del cazador", de Laughton, no tanto por lo que tiene de cuento infantil (que también, por supuesto) sino, sobre todo, por la capacidad que tiene de sumir al espectador en un estado que en ocasiones hay quienes califican como hipnótico. El gran logro de Laughton es conseguir que miremos con ojos de niño aunque no los tengamos. En eso reside parte de su escalofrío.

A mí me interesa sobremanera esta vertiente del cine. Su capacidad para materializar y adentrarse en el mundo de los sueños favorecido precisamente por su propia esencia fantasmagórica (imágenes que surjen de la oscuridad en una sábana blanca). Es lo que denomino "el factor Mélies" porque su contribución fue esa. Siempre se dice que el cine debe mucho a Mélies y sería absurdo negarlo, pero pienso que, sin embargo, no así el lenguaje cinematográfico cuya sintaxis se desarrolló por otra vía. Mélies descubre una posibilidad del cine que a mí me fascina.

Por otra parte, creo que el cine asiático es la esperanza... a ratos, como en todo. Yo he visto cosas excelentes, aderezadas por su condición exótica y nueva en la forma de contar y mirar entre otras muchas cualidades. Pero también he visto peñazos considerables que terminarán por caer en el olvido. Al tiempo. Lo peor del cine asiático es cuando empieza a asimilar formas occidentales. Los resultados son infumables.

Por cierto, ya que hablamos de lo fantástico y lo asiático, yo no puedo olvidar el visionado de "Kuroneko", de Kaneto Shindo, en la Filmoteca de Barcelona allá por los años del Jurásico. Alucinante, poética, inquietante y hermosísima historia de una bruja vampiro que me dejó con la boca abierta...

Muchos saludos

4:02 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola Ferre: yo no soporto "12 monos" y "Brazil" la tengo que dosificiar. Barroquismos aparte, es fría. Gilliam es frío, hay que reconecerlo (su caperucita, al menos, no)

Muchos saludos

4:08 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola Gabriela:

Te respondo después de los comentarios anteriores porque iba a decirte que la vieras con mirada de niño, en la acepción que he intentado explicar arriba.

Hay un lector habitual de este blog, muy observador (y tímido, hace sus comentarios a mi mail particular) que ha advertido que mi alusión a las palomitas tiene más que ver con sugerir una cierta predisposición para adentrarse en la película que como un comentario anecdótico al margen... Sólo diré que los lunes las palomitas están pasadas :D

Lo mismo para nuestro usuario anónimo a quien doy la bienvenida.

Un abrazo a ambos!

4:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Emejota,
Por supuesto, decir que el cine asiático es para mí la esperanza no significa declararme fan absoluto. El tiempo, como siempre, hará su selección natural y no se salvarán tantas. La peli que ví ayer también tiene fallos, por supuesto. En general, el tempo narrativo asiático, por su carácter, es más pausado que el occidental. Pero veo detalles innovadores que no veo en el cine americano ni europeo desde hace mucho tiempo.

Estoy de acuerdo en tu forma de interpretar esa visión con ojos de niño. A mí me pasa que además de perderla a pasos agigantados, empiezo todas las películas como una batalla: me retuerzo en la butaca o el sofá durante los primeros minutos intentando que la película me atrape y deje atrás la mirada técnica, escrutadora, casi diseccionadora, del cineasta (del aspirante, del cortometrajista, del frustrado, de todos los cineastas que habitan en mí).
A veces gana la película y a veces el bisturí de mi mirada. Pero si gana la peli, es que es buena, te lo aseguro.
En esos casos, quizás emprenda una segunda o tercera batalla algún día, en la que, por cansancio, la peli acabe derrotada. Aun así, ha habido veces que ni a la tercera. Supongo que esas son mis pelis preferidas (las mías, y seguramente las de nadie más).
Pero eso es lo bonito, ¿no?
salud.

5:13 p. m.  
Blogger Magda Díaz Morales said...

Que bella portada, aunque la cruz ¿por qué está ahi? o_0

5:21 p. m.  
Blogger emejota said...

Magda: sí, la portada es preciosa. No es el cartel definitivo de la película pero lo elegí porque es enormemente sugerente.

Lo de la cruz tiene que ver con cementerios, criptas... esos lugares misteriosos tan inquietantes por los que los Grimm sienten especial debilidad en muchos de sus relatos. Pero... ¡sssst! No desvelemos nada del cuento :)

Un abrazo

7:05 p. m.  
Blogger Magda Díaz Morales said...

Es cierto, Grimm tiene fascinación por estos lugares y sus fuegos fatuos, tienes toda la razón :))

7:13 p. m.  
Blogger Magda Díaz Morales said...

Mariano ¿te gustó tu botoncito?

1:10 a. m.  
Blogger emejota said...

Mi querida Magda: como me he puesto a transcribirte las palabras de Unamuno en la ventanita de comentarios... no me había dado cuenta del botoncito! Muchas gracias!! Lo considero un honor y te estoy muy agradecido. Me da un poco de apuro pedírtelo ya que has sido tan amable, pero si pones un único pentagrama o unas poquitas notas se apreciará mejor que es un fragmento musical, no te parece? Que conste que si me tomo la confianza de sugerírtelo es porque ya te considero como una amiga :)

De todas formas, lo dicho, que muchas gracias por el detalle y un abrazo fuerte.

1:31 a. m.  
Blogger wilson said...

Vale, voy a verla. ¿Dijiste que las palomitas está manidas los lunes?

8:55 a. m.  
Blogger emejota said...

Me temo que sí... :)

Sé bienvenido Wilson. Un saludo!

5:32 p. m.  

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