26 septiembre 2005

Nombre

"abadía".

¿A que suena bien? Prueba a decirlo otra vez.

Hay palabras que suenan muy bien, como ámbar y azul, lo que no quiere decir que todas las palabras que suenan bien tengan que empezar necesariamente por "a", como nieve, aunque sea una palabra suave gracias a ella. Cuando leí "El nombre de la rosa", de Umberto Eco, descubrí que, además de sonar bien, hay palabras que son recipientes en cuyo interior caben muchas cosas.

Dentro de la palabra abadía cabe la piedra fría, el tañido de la campana (murmullo de latines), una corriente de aire, la blanca barba de un monje emergiendo de la noche oscura del hábito, la cera que gotea de una vela que tirita y una mirada lasciva; también caben el canto de maitines y el hermano Berengario (que si no se llamara así no estaría en esta abadía de letras, suerte que ha tenido) y el sol que vuelve rosa la ladera de la montaña antes de que se nos eche la niebla encima. Dentro de la palabra abadía caben otras palabras, como nona, que suena a nana silenciosa de incienso, amanuense, la única palabra a la que no le tiembla el pulso y scriptorium, que habla siempre en cursiva y huele a pergamino mohoso. En la palabra abadía también se oye el estrépito de un portón de madera gruesa que deja el eco estremecido.

Ayer, Agustí Fancelli escribía una estupenda introducción a "El nombre de la rosa" para abrir el apetito porque la novela venía hoy con "El País". Como hoy en día se lleva la inmediatez, no hay nada más desfasado que el periódico de la mañana, así que para convencerte de que te lo lleves te ofrecen libros, discos, películas, documentales de bichos, el "Mortadelo y Filemón" de los domingos, puzzles, balones, toallas, cuberterías completas, guerras civiles, cursos de inglés, enciclopedias y hasta catedrales en papel couché.

Y "El nombre de la rosa". Hoy.

Decía de Agustí Fancelli (que me he perdido entre tanto objeto) que escribe sobre la novela de Umberto Eco y al final habla también sobre el nombre de las cosas. Dice que la palabra "rosa" está tan cargada de significados (míticos, místicos, poéticos, políticos...) que acaba por no decir nada. Es puro nombre. Y por eso cita el verso infinito de Gertrude Stein: "Una rosa es una rosa es una rosa...". El nombre "abadía" no ha merecido aún un verso infinito y digo yo que eso será porque su nombre no es puro o porque nadie ha alcanzado todavía el fondo de su secreto.


2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Aunque pueda parecer paradójico, me percaté de la importancia del sonido de las palabras en relación con su significado a través de un sordo.
Mi maestro de la Universidad, don José Manuel Blecua, pronunciaba, cuando leía a Garcilaso o a Quevedo, haciendo enorme hincapié en cada sonido (especialmente vocálico) sus "aes" sonaban a un alma que sale del cuerpo con el aiento, sus "íes" eran especialmente alegres y su "oes" y "úes" eran temblorosas y umbrías. Y sonaban a dolor, soledad o caverna. Pero también sus "eses" eran notables
Recuerdo especialmente cuando leía : "El sssilbo de losss airessss sssonorosssosss" o sus "cúes" en "Un no sé qué que quedan balbuciendoooo".
La música en la poesía: los sonidos.
Un beso, emejota.

5:15 p. m.  
Blogger emejota said...

Querida Gabriela: volvemos a compartir temas y satisfacciones. Yo caí rendido ante la importancia y la relación íntima entre el sonido y el sentido de las palabras el día que descubrí a Saramago. Enseguida me percaté de que esa aparente dificultad para leerlo se debía a que la escritura imitaba el habla. Entonces todo fluye con pasmosa naturalidad. Luego lo corroboré de propia voz, en su discurso del Nóbel, cuando habló de la oralidad de su literatura y de su origen en ese abuelo suyo que era analfabeto y que vivía entre la miseria pero que le descubría el mundo con sus narraciones. La consideración de la voz como los ojos del mundo. Precioso.

El principal recurso expresivo en toda su literatura reside en la pura sonoridad de la totalidad de su discurso (a diferencia de los poetas, que suelen "conformarse" con el logro puntual). La clave está en darse cuenta de eso, y entonces lo amas profundamente. Por algo dice en una de sus novelas: "por el sonido de las palabras se llega a su significado" Me interesó el tema tanto (como lector y como músico) que en su día elaboré una conferencia de la que guardo mucho cariño y que me reportó muchas satisfacciones. Y por algo la titulé "Memorial de Saramago: el valor sonoro de las palabras".

Fíjate si transmitirá belleza esa cadencia sonora continua de Saramago que yo, que leo muy mal en voz alta, debí provocar que se le saltaran las lágrimas a una chica joven cuando leí un fragmento de "El año de la muerte de Ricardo Reis". Había venido con su pareja tarde y se habían sentado en la última fila. Luego vino muy emocionada a darme las gracias (y entonces me emocioné yo) Guardo esa anécdota con mucho cariño.

Un abrazo

8:16 p. m.  

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