23 abril 2007

Magia

"Los dedos de la niña ahogada buscan la piedra de la entrada;
alza las mangas de su vestido azul y contempla a Kafka en la orilla del mar".

Kafka en la orillaHoy es el día del libro. Mañana ya no pero yo seguiré, como desde hace cuatro meses, sin querer salir de uno, "Kafka en la orilla", de Haruki Murakami. Fue llegar a la página 584, posar la vista en el punto final y, como si despertara de un trance, me dije a mí mismo que no quería salir de allí. A veces recorres una obra y a la salida sientes que algo ha cambiado dentro de tí. Lo de "Kafka en la orilla" es un fogonazo, una experiencia difícilmente expresable: caes en las redes de ese hipnotizador de la palabra que es Murakami (prestidigitador de la primera persona del singular y del tiempo presente) y, como acertadamente afirmaba Rodrigo Fresán, tienes que entregarte totalmente; es necesario hacerlo, tienes que vencer toda resistencia para poder sumergirte en ese universo en el que la realidad y lo fantástico son como dos transparencias que se superponen. No hay que hacer preguntas a este libro, no hace falta: él te dará todas las respuestas.

Kafka Tamura se marcha de casa el día que cumple quince años. A partir de ahí, ya nada será lo mismo para él ni para el lector. Murakami hace aquí un compendio de sus constantes (personajes en busca de sí mismos o de algo que han perdido, el decisivo papel de las coincidencias) pero parece contarnoslo desde la dimensión de los sueños ("todos nosotros vivimos dentro de un sueño"), donde pasan veloces los vagones de metro con gente apretujada, los gatos hablan, el joven llamado Cuervo te susurra cosas al oído, Johnny Walker te lleva en volandas por las calles con su estrafalario atuendo y te invita a abrir la puerta y traspasarla o dos soldados de la II Guerra Mundial, perdidos en el bosque frondoso, custodian un pliegue del espacio-tiempo mientras tus ojos recorren las frases con asombro y las palabras emanan el delicioso olor a tinta impresa.

En "Kafka en la orilla" hallas un puñado de los personajes más fascinantes que te puedes encontrar: el inolvidable Nakata, que de niño formó parte del grupo de escolares que sufrió el extraño incidente de la montaña, el ambiguo bibliotecario Ôshima, la enigmática señora Saeki y, por supuesto, el propio Kafka Tamura, trasunto contemporáneo del protagonista de "El guardian entre el centeno" de Salinger en cuya traducción al japonés trabajaba Murakami cuando la idea de este libro surgió como un chispazo. Pero Murakami el hechicero tiene la asombrosa habilidad de elevar a la categoría de personajes con vida propia a seres inanimados: el edificio y las estancias silenciosas de la Biblioteca Kômura (el viento hace ondear lentamente las cortinas de las salas de lectura), el lápiz de punta siempre perfectamente afilada con el que juguetean los dedos de Ôshima o el Trío del Archiduque de Beethoven.

"El día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca. Quizá parezca un cuento de hadas. Pero no lo es. De ninguna de las maneras". Y ya nada es lo mismo a partir de entonces.


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7 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hola:
También disfruté muchísimo con el libro y ahora estoy haciendo un trabajo sobre Murakami. Cuando hablas de elevar a la categoría de personajes con vida propia a seres inanimados ¿te refieres a que cumplen un papel decisivo en la obra?
gracias

1:33 a. m.  
Blogger emejota said...

No, no me refiero a eso ddavid (bienvenido al blog). Me refiero a que adquieren una presencia, cuerpo y sombra del todo sorprendentes y que va más allá del papel que cumplen en la narración.

Si estás haciendo un trabajo sobre Murakami me permito sugerirte algo en lo que creo que no se ha reparado (al menos en lo que he leído sobre su obra) y que para mí es muy llamativo por singular y por reiterado: su fijación por la eyaculación. En todas sus novelas, sus personajes eyaculan con frecuencia como quien se lava los dientes, es algo que resulta muy curioso.

En "Kafka" en concreto, el adolescente llega a casa de una desconocida mujer madura que le ha ofrecido techo para pasar su primera noche de fuga y le pregunta de sopetón si tiene ganas de eyacular. Se lo pregunta como quien ofrece una coca cola de beber al recién llegado y el chaval responde afirmativamente como quien dice, vale, sí, que vengo sediento. En Murakami la eyaculación es una constante que trasciende muchas veces lo sexual para convertirse en un acto tan cotidiano como el comer.

Saludos.

11:49 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

me estaba preguntando qué comprar este año. qué regalarle a mi mar particular. pensaba recorrer los puestos y las librerías y ya veremos, que sean mis ojos y mi intuición los que me guíen. ahora ya lo sé. gracias, mon amie.

2:21 p. m.  
Blogger Miguel Cane said...

Querido Mariano,

Pues yo estoy recomenzando Cien años de soledad, quince años después de intentar leerla por primera vez. A ver qué ocurre, me han regalado la hermosa edición conmemorativa.

Ya te diré si me pierdo en Macondo.

Por cierto, en Alias Cane se te ha rendido homenaje. No diré mucho más.

Abrazos,

M

1:06 a. m.  
Blogger emejota said...

Es bueno e inevitable perderse en Macondo, Miguel, no te preocupes. Y quedarse allí. Porque Macondo es un universo infinito, inabarcable e impresindible.

(muchas gracias por lo del Alias Cane, de verdad)

Abrazos.

2:27 a. m.  
Blogger emejota said...

dile a la chica con nombre de mar que no olvide entregarse a las palabras y, sobre todo, que no tenga prisa. es como el sueño, te acuestas, esperas relajadamente, y poco a poco te entregas a él. y viajas.

no hay de qué :)

(qué suerte, leer "Kafka en la orilla" por primera vez, con la sorpresa aguardando a la vuelta de la página...)

un abrazo.

2:30 a. m.  
Blogger Unknown said...

La introduccion me recuerda a Carlos Fuentes con "Cumpleaños" un ejercicio muy subrealista pero muy disfrutable. Ahora ya no se cual comprar. Ok. comprare los dos.

1:27 a. m.  

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