Cuatro manos
Para Gabriela, que se preocupa
Después de estos días tan movidos, ayer fui a casa de mis amigos Javier y Mila. Viven en una casa con jardín en las afueras. Como carezco de sentido de la orientación a veces me pierdo a mitad de camino y doy unos rodeos rarísimos. No es la primera vez que he tenido que llamar desde el móvil pidiendo auxilio entre las risas de ambos. ¿Será posible?, dicen. Ayer llegué bien. El plan era irresistible: tocar a 4 manos "Ma mère l´oye" de Maurice Ravel, que hemos empezado a montar, cena al calor de la charla y las risas y observar a Júpiter desde el jardín, que Javier es un experto en astronomía.
Yo siento veneración por Ravel en general, pero esta obrita minúscula, de apariencia frágil, como de cristal a punto de romperse si no pulsas con cuidado, pero de fondo insondable, goza de mi especial predilección. Ravel propone 5 piezas que son la recreación de determinadas atmósferas de otros tantos cuentos infantiles. En la misteriosa "Pavana de la bella durmiente", por ejemplo, lo que atrapa Ravel en sus 20 compases es el instante perpetuamente detenido. El sueño infinito de la princesa, de toda la corte, de toda la vida en su castillo que va siendo envuelto por la vegetación del bosque. Hay un reloj que suena aquí y allá, al fondo, en algun lugar, en tu mano izquierda o en mi mano derecha; y la elegancia de una cadencia arcaica, y una melodía como de canción de cuna que repite una y otra vez su idea esencial (el tiempo estancado) mientras un dedo, sólo un dedo, colorea de armonía mínima la estampa silenciosa. ¿Es una música descriptiva? Sí y no. Más que una descripción literal, a modo de música programática, con onomatopeyas musicales evidentes, lo que Ravel busca es plasmar una atmósfera, una determinada, e introducirnos en ella. Esa es la promesa fundamental de esta obra imprescindible.
Y así hasta la última pieza, entre delicia y delicia (pasa tu mano por aquí que te dejo sitio, ojo que te has dejado unas migas de pan en el camino de Pulgarcito, que no se las coman los pájaros, aunque al final se las comerán y ya verás qué fastidio, el pobre) y entre sorpresa y sorpresa, como la utilización poética y transparente del severo contrapunto doble en dos ocasiones para hacer cosquillas a los oídos. Y, para terminar, la única estampa que no habla de un cuento determinado porque habla de todos: "El jardín encantado", que es el homenaje particular de Ravel al territorio básico de todas esas historias: ya sea Nunca Jamás, el bosque encantado de Hansel y Gretel o el País maravilloso de Alicia.
Tocar a Ravel es un reto y una delicia que esconde un peligro: es endiabladamente complejo extraer su poética de cristal de esas obritas minúsculas. Pero estamos en ello. Debate: ¿es necesario distribuir el material tal y como lo exige la partitura? ¿No conseguimos un efecto mejor si estas 5 notas de mi mano las dejo en la tuya en este pasaje? Mila observa y asiente. En el descanso se ríen de mi imitación de Barenboim, porte tieso, papada reposando en el pecho, labio inferior deslizándose hacia afuera y hacia adentro mientras miras el teclado como con la ceja levantada, como si no te fiaras. Y vuelta a Ravel. Ravel el hipnotizador: un murmullo en las tripas nos hace reparar que han dado las 11. Y la cena sin hacer. Llamaremos al restaurante chino, ya veremos a ver qué pasa luego con la digestión, a ver qué noche nos da el rollito de primavera.
En la madrugada fría, Marte asomaba entre los árboles del jardín. Javier me lleva en coche a casa, que la noche está de tiritar. Mila me despide con un par de besos, un abrazo largo y una caricia en la espalda de las que dan calorcito del bueno y la promesa de que pronto nos vemos. Nos vemos, sí. Hay que ensayar a Ravel. Estudiar esta semana y volver a él. Javier y Mila no saben que cuando salga, porque saldrá, me quedaré sin voz. Me pasa cuando Ravel está a punto, es la señal: me quedo sin voz. Será lo que decía aquel sabio, o Santo, o quien fuera: la admiración produce silencio. A mí la magia de Ravel me quita la voz un ratito, pero me conforta el corazón como la risa de Mila, o el recibimiento caluroso de Javier. Luego llegas a casa y te vas a dormir con la sonrisa puesta.
4 Comments:
¡Ay, señor! ya me has hecho sacar la lagrimilla ésa de los días especiales, emejota. Voy a buscar el cedé de Ravel, y a escuchar la Pavana, porque creo que lo otro no lo tengo. Gracias, del corazón.
Gracias a tí, Gabriela. Si me permites una recomendación, extensiva a todos, la versión de Karl-Hermann Mrongovius y Begoña Uriarte para Wergo es muy especial. Y cuidado con las versiones de la primorosa orquestación del propio Ravel, que tantos y tan sutiles matices añade a la partitura original, que hay cada cosa por ahí...
Un abrazo
A los buenos días.
Escuchando de nuevo la obra, las dos partes que citas (Pavana y Jardía) son las que más me gustan. La verdad es que el Jardín siempre ha sido mi favorita del ciclo.
En cambio, la que no me cuadra en él es la de La Bella y la Bestia, no sé si por el moroso ritmo de vals, si por su extensión o por no parecer tan mágica y etérea como las otras.
Saludos.
Hola Ferre:
Para gustos, colores, está claro, pero discrepo en lo de la Bella y la Bestia. Su extensión es debida al "truco" precioso que Ravel nos reserva con el contrapunto doble y que ya ha ensayado en la pieza anterior, la Emperatriz de las Pagodas.
Hay dos temas: el vals representa a la Bella; luego hay un segundo tema en el bajo, muy grotesco, que representa a la Bestia. A continuación el movimiento descendente de este último tema invierte su dirección (se aproxima a la Bella) y tras unos intentos infructuosos finalmente se ponen a bailar. Aquí ocurre la sorpresa: los dos temas que aparecían como independientes resultan ser uno el acompañamiento del otro (genial representación musical de la unión de la pareja en el baile). Y todavía hay más, que decía aquel: el beso que rompe el hechizo (representado por un glissando) convierte a la Bestia en un apuesto príncipe con lo que, si observas bien, por primera y única vez el tema grotesco aparece en el registro sobreagudo: está transcrito nota a nota pero lo que hace difícil reconocerlo es precisamente su atmósfera etérea, mágica, de encantamiento roto conseguida por una armonía que bebe mucho del jazz.
Y la anécdota final, ya que ha salido antes el tema de la orquestación, que aporta matices nuevos: mientras la versión para piano termina con un acorde tenido largamente, en la orquestada ese acorde es atravesado momentáneamente por una nube turbia, amenazadora, como si Ravel le pusiera misterioso y enigmático reparo al aparente final feliz (y no es la única vez que eso pasa en la obra)
Un abrazo
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