26 marzo 2006

Felicitación

"Todos los niños crecen, excepto uno". Que me lo digan a mí. Según el calendario, hoy Peter Pan cumple años pero yo lo pongo en duda.

Cuando lo conocí, hace 12 años, él ya era mayor que yo aunque pareciese lo contrario y a mí me costase creerlo, porque me costó creerlo. Hoy, 12 años después, yo soy 12 años mayor pero él tiene el mismo aspecto de entonces. El mismo. Ya me he acostumbrado a eso. Al principio notaba una sensación rara, o me reía un poco con risa incrédula; ahora, en todo caso, me produce una sonrisa afectuosa. Ayer por la tarde la gente iba por la calle en dirección hacia abajo y él iba hacia arriba montado en su bicicleta con su aire de adolescente despreocupado. Hablamos un rato: de globoflexia, de malabares y del circo chino, que son sus principales ocupaciones inmediatas y también algo del otro día. El otro día era el primer día de la primavera y antes de salir en coche hacia la charla de "La Flauta Mágica" le mandé un mensaje rápido por si le apetecía cenar en el restaurante chino para que me contara su viaje a Noruega y él me contestó que vale y que hasta noruego. Y cuando bajaba las escaleras se me ocurrió escribirle otro para decirle que, de paso, celebraríamos su cumpleaños y entonces me contestó que vale y también puso que "an marza, ma santa: camaramas pastalas" seguramente porque le sobraban algunas aes y le daba pena tirarlas a la papelera.

Escuchar a Peter es mirar el mundo de otra manera y uno siente que el tiempo se detiene. Desconectas. Las horas se rinden ante historias que cuentan su visita a una casa de 13 metros cuadrados donde vive un tipo que viste casaca napoleónica con botones dorados y que se sienta ante una chimenea ocupada por un minúsculo televisor que emite ininterrumpidamente imágenes de un fuego de chimenea; o la del jefe de estación que lee impertérrito a Kafka y a los filósofos al pie del andén el último jueves de cada mes y que es el señor que sale en la foto de al lado a muchos grados bajo cero. A Peter lo cotidiano se le vuelve del revés y con él puedes acceder al otro lado del espejo. Puedes pasar toda una vida a diario ante las puertas metálicas de un garage subterráneo cuando vas a casa pero si te toca pasar con Peter a la salida del restaurante lo señala con el dedo y te dice que ahí abajo vive un marqués venido a menos al que le hace mucha ilusión recibir visitas y que un día tenemos que ir. Hace años que aprendí a no dudar de esas historias porque he vivido muchas: todas son verdad, como la de la playa doble, la montaña alta que a veces está y a veces no y la canción a la que le falta medio centímetro para terminar.

La otra noche dejé el estrés y los problemas un rato en el bolsillo de la cazadora para vivir una experiencia reconfortante, balsámica, que necesitaba. Te sientas a la mesa con la misma persona que te encontraste hace 12 años y mientras te pone al día de las novedades con la misma voz de chaval yo recorro con la vista su mata de pelo negro en busca de un solo cabello blanco o una arruga en la sonrisa. Pero no. Y me sonrío para mí y sigo diciendo que sí con la cabeza mientras devoro las historias con el arroz. A Peter antes le gustaban las palabras largas y hoy todavía dice "¡cómo!" cada vez que quiere decir "¿cómo?". A veces (dos) tienes que echar un trago de coca cola para desanudar la garganta cuando sientes la certeza de que no está lejano el día en que Peter cogerá la mochila y tendrá que marcharse. Yo lo sé. Dudé un poco si decirlo o no pero al final lo dejé caer en el postre como de pasada y primero me dijo que no mirándome a los ojos, que qué va, y luego dijo que sí y ya no me miraba y luego que no sabía, pero que igual. Hubo un silencio muy breve durante el cual ni siquiera se escuchó la voz de metal del tenedor. Yo le dije que lo normal es que un día u otro tenga que coger los bártulos para encontrar las cosas que le están esperando y que eso es estupendo. Como Barrie dice en el cuento que Peter es muy olvidadizo me atreví a pedirle que si se iba no se olvidara de mí y creo que eso le sorprendió un poco porque se apresuró a decir: pues claro que no. El tenedor también dijo algo.

A mí el nudo en la garganta no me lo pone tanto el que se tenga que ir algún día, sino el deseo de que esté contento allá donde vaya. Eso es fundamental. Las emociones tienen formas muy curiosas de manifestarse.

Felicidades, Peter.


4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Buenas tardes soleadas.
Me gusta tu manera de ver a la gente..¡mucho! me enseñas?
y de paso..cuéntanos la historia de la playa doble y la montaña esa, que quedé intrigada..
besos

7:21 p. m.  
Blogger emejota said...

Hola Crishu, es que no sé cómo es mi manera de ver a la gente porque como siempre la he visto igual ya estoy acostumbrado. Desconozco si hay otras maneras de hacerlo... Así que no sé si te puedo enseñar: yo creo que es cuestión de obervar; muchas veces miramos por encima de las cosas. No las miramos de verdad. En cualquier caso, me gusta que te guste mi manera de mirar.

Vale, un día de estos cuento lo de la playa doble y la montaña que está y no está. Y más! :)

Un abrazo

2:27 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Pues yo creo que es el oido de emejota el que capta cosas que nos pasan desapecibidas a la mayoría. Yo también estoy intrigado.

12:04 a. m.  
Blogger emejota said...

Vista, oído... a mí sí que me tenéis intrigado :)

Por cierto, Peter me debe leer porque ha escrito diciendo que falta lo del noruego que vive en Alicante y que se trajo un trozo de glaciar en una maleta para echarlo al pacharán.

(!)

Un abrazo

10:26 p. m.  

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