22 junio 2007

Revolución

Hay momentos en los que pienso que no he tenido hijos porque iba a tener sobrinos. Para mis sobrinos yo no soy padre, pero sospecho que tampoco soy tío. "Tío" es una etiqueta que sirve para nombrar pero en el fondo yo creo que no me ven como adulto o, más sugerente todavía, quizá me ven como uno de ellos dentro del cuerpo de un adulto. Me encanta. En los razonamientos, no encuentro dificultades para adaptarme a esa lógica peculiar con la que los niños interpretan el mundo; es más, lo que me divierte es comportarme como alguien que les hace preguntas para aprender de esa lógica. Me divierte por partida doble porque ellos se desconciertan un segundo o dos y acto seguido se enciende su mirada porque han entendido increiblemente el juego sin saber que de un juego se trata y actúan en consecuencia.

Esta tarde han venido a casa mis sobrinos, Isabel y Carlos, hacía tiempo que no venían por casa y tampoco por esta casa de letras. Abres las puerta y te encuentras conm dos pares de ojos muy abiertos y chispeantes que te sonríen desde abajo y antes de que te des cuenta estás debajo de una mesa con una careta de Shrek y contando simultáneamente tres cosas, a saber, el cuento del elefante para Carlos y el del sastrecillo valiente para Isabel, pujando ambos cuentos por ocupar espacio en mi regazo; lo tercero que cuento es hasta catorce mientras ellos revolotean entre carcajadas buscando un lugar para esconderse. Aunque se escondan hay que seguir contando los cuentos porque se esconden en la misma habitación y ay como dejes de contar. A Carlos le interesa saber sobre todo dónde está la mamá del elefante. Lo de contar hasta catorce es porque me piden contar hasta veinte pero yo digo que hasta veinte no sé porque ayer no fui al cole y entonces me dicen que bueno, pues hasta catorce pero hasta catorce, eh.

Cuando se marchan dejándote en ambos lados de la cara un reguero de babas y besos y miras la habitación patas arriba te das cuenta de que la casa ofrece una asimetría que no incomoda, es como si fuera la manera que tiene la propia casa de salir de la rutina, de alegrarse, de desperezarse. Yo creo que mis sobrinos me quieren e incluso puedo atreverme a llenar la palabra querer hasta que tenga mucho y poner ese adjetivo detrás. Puede parecer una obviedad sin importancia. Pero no lo es.


6 Comments:

Blogger Unknown said...

Y ¿apareció la mamá del elefante?

11:04 a. m.  
Blogger emejota said...

Sí, pero le faltaba una oreja.

1:06 p. m.  
Blogger Unknown said...

:-o pobreeeeeeeee

que la busque que si no, no podrá oír al elefantito

9:55 p. m.  
Blogger emejota said...

Es que el elefantito está en otra página con el hipopótamo.

11:21 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

con los niños hay que agacharse y andar sobre las rodillas, y ya basta para ser uno de ellos... bueno, no basta del todo, pero ayuda mucho. Lo bueno es que además desde abajo empiezas a ver el mundo con perspectiva de niño, o de gato, que es parecida, y de golpe comprendes muchas cosas, o mejor dicho, las recuerdas.

(Por dios, los de Disney sabrían hacer una película de lo más meloso-pastelon con este comentario mio)

Luego ellos se van y tu te quedas en cuclillas sin saber si levantarte o seguir así, pero como siempre el bote de las galletas está en lo alto acabas creciendo de un estiramiento.

Yo no tengo sobrinos, ni perspectiva de sobrinos, pero veo un niño y se me doblan las rodillas.

9:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

cuando llenas la palabra querer hasta que tiene mucho es porque es algo recíproco. los ojos chispeantes de los que esperan ansiosos a que llegues hasta catorce y mires a tu alrededor con un voy a encontraros, sonríen porque saben que es recíproco. y que, en realidad, tú tampoco encuentras tu sombra en el día de tu no cumpleaños, que es todos los días menos uno. y no, no es una obviedad.

8:17 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home