23 junio 2007

Vidas

Teresa (II)
8 de Junio, 17:32 h.
Sí, yo soy Anónima Mente, la enigmática escritora cuyo nombre está en boca de todos y cuya verdadera identidad es cotizadísimo y principal objetivo mediático desde hace meses. Los programas de la tele emplean horas de tertulia haciendo mil conjeturas sobre la identidad pero no hay manera y al final tienen que dar paso a los anuncios y rendirse al Mister Limpio. A veces me entran ganas de llamar al teléfono de aludidos y confesar, sí, confesar como hacíamos con el padre Guzmán en el colegio, aquel santo varón que, según se decía, entraba en éxtasis en la sacristía con los monaguillos delante. Más de una vez descolgué el auricular decidida a confesar, suplicar, lo que sea para que a esa periodista no se le hinchara tanto la vena del cuello, que me da un repelús tal que me tengo que tapar la cara con uno de los cojines que nos bordó mamá como regalo de Reyes junto con el cervatillo de Lladró.

Pero las cosas no son tan sencillas como para quitarme la careta y mostrarles a todos que Anónima Mente es Teresa, Teresa de Burgos y burguesa a mucha honra. Revelar que yo soy la autora de esas fantasías calenturientas tendría unas consecuencias devastadoras para mi estatus y hasta para mi familia. Sí, yo sé cómo se siente Sandra De La Vega haciéndose pasar por mujer de la limpieza todas las tardes a las 5 en la novela de la Fea. La miro manejar el mocho en la tele mientras yo coso en mi máquina Singer a pedales, reminiscencia de mis clases de costura en las Ursulinas, y es todo un ejemplo de entereza a seguir. Dame fuerzas, Sandra De La Vega, necesito de tu coraje!

Cuando gané el concurso de narrativa erótica convocado por "La Cornisa Vertical" me pareció hasta divertido: el premio consistía en 6.000 eurillos y la publicación de la obra, nada por lo que preocuparse. Los eurillos no levantarían sospecha en casa, podían pasar perfectamente por una de esas atenciones de papá hacia algún capricho mío; en cuanto a la publicación, llevaba nombre falso, Anónima Mente y, según me dijeron desde la editorial durante la conversación telefónica en la que se me comunicó el fallo del jurado, mi novela lamentablemente no haría mucho ruído porque el mercado literario estaba fatal. Yo mentí como una bellaca al lamentarlo también pero por dentro me sentí libre, cómoda y segura y colgué el teléfono porque tenía vez en la peluquería.

A los dos meses se habían vendido 55.000 ejemplares.

Nadie se lo explicaba; yo mucho menos, claro. Mi libro era una cosa tonta que había surgido en las solitarias noches de los viernes cuando me picaba el gusanillo y me ponía a ver las películas codificadas del Canal Pus. No es que las viera con rayas, que somos de posibles y aquí se ve hasta el canal de las óperas, un canal estupendo para conseguir conciliar el sueño las noches de insomnio. No, aquí el codificado era mi mano, que me la ponía delante de los ojos y de vez en cuando abría un agujerito entre los dedos para mirar y me entraba el sofoco. Bueno eso al principio. Porque una noche me quité la mano entera al caer en la cuenta de que en esas películas tan vulgares, las mujeres éramos meros juguetes para la satisfacción animaloide del macho (y qué machos, si los viera el padre Guzman seguro que se rasga la sotana!) Y me indigné mucho y pensé en la posibilidad de que los papeles se cambiaran y apareciera una mujer-mujer que fuera el azote de tanta testosterona musculada. Y así surgió una heroína, mi heroína, "Domina Men", que para quienes no estudiaron inglés en el colegio como yo y además perdieron su dinero en Opening y se quedaron sin cash y sin clases, significa "Domina Hombres". Y ella protagonizó mi novela.

55.000 ejemplares.

Y todo un escándalo. Ni esa otra mujer, Sara, Sara Mago, vendía tanto. "Domina Men" pasó a ser, de la noche a la mañana, tema de conversación en todos los lugares. Monseñor Plástez dijo que era una indecencia, sobre todo lo de la página 165, y que él desde luego no pensaba leer ni la primera línea. Ukelele Tronchante salió en la tele diciendo que ya era hora de que la mujer tomara el nabo por las hojas. Yo escuchaba todo eso en silencio sin tiempo para asimilar las cosas, un poco aturdida, pero desperté a la cruda realidad de golpe y porrazo la mañana que el mismísimo Federico se dirigió a mí por la radio llamándome "sociata".

Sociata! Yo!

Recuerdo perfectamente que aquella mañana terrible estaba en la cocina batiendo la masa para un bizcocho, porque una vez vi en un telefilme una cocina monísima, parecida a la mía, y la señora de la casa salía haciendo un bizcocho y el conjunto pegaba con la encimera que no veas así que decidí hacer bizcochos por las mañanas. Pero ese día estaba en casa mi asistenta filipina, que viene una vez por semana a planchar, y para disimular mi profunda turbación batí la masa más fuerte e hice un esfuerzo para confraternizar con los subordinados.

-Oye, Fermina.
-Diga, mi ama.
-¿Por qué te llamas Fermina si eres filipina?
-Ay, mi ama, es que mi mamá tuvo un romance con uno de Huesca.
-¿Y se llamaba Fermina??
-No, mi ama, se llamaba Evelio pero si me llamo Fermina pues mi papá no sospecha de ná.

De pronto sonó el teléfono y llegó lo inevitable: la presión mediática sobre la editorial era gordísima y los editores no estaban dispuestos a dejar de explotar el filón que tenían entre las manos así que tuve que escuchar algo que haría tambalear a la mismísima Sandra De La Vega, algo que retumbó en mis oídos como un ultimatum fatal y que retumbó así:

-Vamos a sacar del armario a Anónima Mente.


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3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

madre mía!, vaya jugarreta

5:56 p. m.  
Blogger emejota said...

Y tanto. Yo no sé cómo va a salir esta mujer de ese lío. Menudo culebrón!

2:30 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

pero por dios, ¿y no tiene un contrato de confidencialidad? la que se va a liar... la que se va a liar...

9:44 p. m.  

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