Esperando
Así, en gerundio. Cualquier excusa es buena para escribir la palabra gerundio porque los gerundios abundan, sí, lo que pasa es que casi siempre usan su nombre artístico. "Esperando", por ejemplo, es en realidad gerundio, pero no lo dice. Pues eso es lo que estoy haciendo (otro gerundio) en estos instantes: esperar. Esperar es un infinitivo que puede estirarse y a veces es más largo o más corto. Yo espero en presente y ya está, que el presente por lo menos no es elástico.
Hoy llueve, como lo hace desde la primera hasta la última línea de "El año de la muerte de Ricardo Reis" aunque las páginas no se emborronan. Y dentro del libro el doctor Ricardo Reis escucha el sonido de la lluvia en los cristales de la habitación que ocupa en el Hotel Bragança. Llueve hoy también y estoy en un hotel, pero no en el Bragança, en el Bragança ya estuve y volveré a entrar hacia las nueve menos cuarto de la noche para decirle a Lidia que seque esas lágrimas porque son lágrimas de mañana (es que Lidia aún no sabe que mañana llorará). Hay cosas que cuesta un poco decirlas pero al final es lo mejor. Mientras tanto espero.
En la espera pasan muchas cosas o ninguna, según le de. Pero siempre hay un instante previo a la comparecencia pública en el que sientes un brevísimo instante de la soledad más absoluta. El día que lo comprendes aprendes a no temer ese instante porque te das cuenta de lo mucho que contiene: te recoge en lo más profundo, para empezar, y eso es lo mejor para proyectarte seguidamente a esos múltiples ojos que, de pronto, van a acompañarte. Pero sobre todo, ese hormigueo interior te hace sentirte vivo, no sé si me explico; vivos estamos siempre pero hay ocasiones en las que a uno le parece vivir más vivo, latir en otra frecuencia. Pero tampoco me hagas mucho caso, que igual son efectos secundarios de haber aspirado tanto Vernel en la infancia.
Esta mañana he conseguido que en la última entrevista en la radio empezáramos a hablar de "Las pequeñas memorias" de Saramago y termináramos hablando del misterio del prime time y ha sido una satisfacción que no veas. Luego me he acercado al hotel para ver, qué, pues qué va a ser, el lugar. Es importante eso. Te quedas quieto, de pie, como quien pone el oído para ver si escucha algún sonido levísimo pero no se trata de eso, de oir algo, es sólo que intentas tomarle el pulso al lugar, sentirte dentro de él y sentirlo dentro de tí. Tienes que habitar el lugar y decirle lo que luego vas a hacer antes de recibir a las visitas.
A la salida había una recepcionista con cara de susto. Que han llamado del Ayuntamiento. Que si el señor Saramago va a pasar la noche en el hotel o si se marcha. Es mejor reirse de eso aunque muestre a las claras en manos de quién estamos en esta ciudad, primero porque no son capaces de interpretar, al parecer, el sentido de dos líneas en un cartel y segundo porque si no viene Saramago pues ya no hace falta ir a la charla, que menudo tostón. Si viene el hombre pues aún, pero que conste que por la cena, que la charla también será un tostón. Supongo que por eso preguntan si va a quedarse a pasar noche. La cosa es apuntarse a cenar.
El doctor Ricardo Reis está en el Hotel Bragança escuchando el sonido de la lluvia en los cristales esperando la visita del espíritu de Fernando Pessoa. Yo estoy en otro hotel esperando en gerundio. Me acordaba esta mañana que Saramago dice al final de un capítulo del Ensayo que "aquella noche, el ciego soñó que estaba ciego". Yo esta noche he soñado que Malvás se despertaba, pero eso es otra cosa, otro libro, un misterio.




El próximo miércoles 31 presento la última novela de José Saramago, "Las pequeñas memorias". No sé si a los médicos les hará mucha gracia que salga prematuramente de este retiro y me ponga frente al micro pero me da igual porque a mí sí. Para empezar, la propuesta ha conseguido provocar en mi interior algo que echaba en falta: entusiasmo. Y aunque todavía esté algo flojillo, a fin de cuentas un día es un día. Esto de las convalecencias tiene sus matices porque me parece a mí que la gratificación personal no sólo puede con el esfuerzo en sí sino que puede contribuir puntualmente a los beneficios que persigue esa convalecencia. Yo estoy convencido de eso aunque la frase me haya salido un poco larga y embarullada. Además es sólo un rato, una sonrisa, una bienvenida, un mirar, un decir, una pequeña charla sobre los libros, las historias, la melodía de las palabras, el secreto del punto y aparte, el refugio del paréntesis, la letanía hipnótica de las oraciones subordinadas y el susto súbito de la frase breve. Algo pequeño. Y ya.
Efectivamente. Brendel despliega el ciclo de piezas entre comentarios e interpretaciones de las mismas y el oyente se sumerge pronto en un universo sonoro insospechadamente rico y hermoso. En el peregrinaje, nos sale al paso el caminante de Schubert: "ser un caminante y un peregrino, no pertenecer a ninguna parte y buscar un lugar al que pertenecer, tal y como canta el Caminante de Schubert en varios Lieder, son conceptos fundamentales del Romanticismo". Brendel tiende a echar mano de material satélite para enriquecer y clarificar el asunto que se trae entre manos y lo hace con maneras de minucioso observador: una y otra vez, nos hace reparar en los breves versos con los que Liszt encabeza las diversas piezas (ver la imagen que acompaña este párrafo). No sólo aportan información fundamental sobre la obra de manera críptica sino que dicen del entorno artístico en el que se desenvolvió Liszt. Al contrario que los impresionistas, Liszt vivía la naturaleza a través de los ojos de la literatura y la mayor parte de las veces la naturaleza es un trasunto del paisaje interior del artista.




Kantika, el coro de colores que dirige Basilio Astulez, nos presenta una amplia muestra de su buen hacer en un cd + dvd primorosamente editado. Que Kantika deje su huella en un soporte permanente es una idea impagable porque la trayectoria de un coro de niños tiene, por razones obvias, un recorrido temporal no muy largo. Aquí hay otra circunstancia a añadir a la celebración: la actual formación de Kantika posee las condiciones para ser recordada en el futuro como algo excepcional e irrepetible. Sólo por eso ya es una fiesta la noticia de la aparición de este trabajo.
Si me pusiera a escribir mis memorias, las empezaría por esta frase: "Mientras los otros niños se sentaban a ver el programa de la tele, yo me sentaba en el suelo de la cocina a ver el programa de la lavadora, intentando desentrañar la lógica de esa secuencia de giros a derecha e izquierda seducido por el olor azul del Vernel". Bueno, vale, igual en vez de "seducido" ponía "colocado" y en vez de "Vernel" ponía "suavizante". Tendría que pensarlo. En cualquier caso, mis memorias empezarían así y terminarían la misma mañana que entré en un colegio de monjas a mis nueve años. Después de eso la vida ya no volvió a ser la misma. Esto viene porque José Saramago lleva a las librerías el próximo día 24 "Las pequeñas memorias", que son las suyas y también terminan muy pronto porque dice que todo lo que pasa después de los 12 o 14 años no tiene importancia. Y es verdad. Yo tengo muchas ganas de asomarme a esa memoria y ya me han dicho Rosa y Anabel que, siguiendo la costumbre, me van a reservar el primer ejemplar que salga de la caja.
A mí la Editorial Planeta me daba mucha grima hasta que leí el periódico el fin de semana. Desde entonces me da más. La señora de la foto es Matilde Horne, de 92 años, y lo que sale detrás es la residencia de ancianos donde vive. Lo de la señora Matilde Horne fue toda su vida la traducción de libros, dice que nació con "la necesidad de expresar un idioma en otro, de recrearlo, inventarlo". Dice también que aprendió a traducir "leyendo y poniendo alma, que es la única capaz de percibir más allá de lo visible y lo audible". La señora Horne, como casi todos los buenos traductores, dice y hace cosas muy interesantes. Basilio Losada defendía la lectura en voz alta y Matilde Horne ahora escribe con la mente lo que imagina traducir porque sus ojos ya están gastados y el día es muy largo. Tanto como para pensar lo que hay dentro y alrededor de las palabras: "La palabra 'llovizna' me parece hermosísima, con esa elle como tartamuda y los sonidos que vienen a continuación; me gusta mucho. Otra que me impresiona mucho es 'muñón'; me parece terrible: es un trozo de carne que no está vivo, pero tampoco está muerto".


