30 abril 2006

Amistad

Entre estas dos fotografías hay 20 años de distancia: la distancia que separa una tarde de verano en la que dos niños hacen travesuras delante de una cámara de vídeo casera de la mañana de hoy, en la que uno de estos amigos se ha casado.





Ellos son Félix, a la derecha de ambas imágenes, y mi hermano Cuco, a su izquierda. Nacieron el mismo año, con pocos meses de diferencia, y vivieron puerta con puerta desde que llegaron de la maternidad, segundo derecha, segundo izquierda. Para ellos, el pasillo que separaba ambos pisos era una extensión de su terreno común de juegos de infancia. Desde entonces no se han separado un instante, manteniendo una sólida amistad en la que cada uno ha estado presente en los buenos y los malos momentos del otro.

Durante 20 años he custodiado con especial cuidado y cariño la imagen de arriba y esta mañana todo mi empeño era volver a reunirlos delante del objetivo de la cámara. Como yo hago de voz en off de Kevin Arnold, supongo que ahora me tocaría decir algo para terminar el capítulo pero yendo a buscar un par de palabras resulta que me ha salido al paso media lágrima. Valga una cosa por otra esta vez.

Felicidad, Félix.


29 abril 2006

Agenda



No he escrito nada desde ayer y, sin embargo, apenas me he separado en todo el día del ordenador. Estoy algo estresado. No ha habido fundido en negro desde la conclusión, ayer, de las grabaciones Mozart al piano, a este nuevo plano en el que se me ve tecleando ahora la c, ahora la h y ahora, a ver que pongo ahora, pues mira, pongo el 2, que no todo son letras aunque en el teclado sean más. Y es que la agenda viene apretada: el miércoles por la tarde presentamos en rueda de prensa el concierto de la Leioa Kantika Korala, el coro de colorines de Basilio Astúlez en el que cantan los chavales de la foto de arriba; parecía que la fecha estaba lejana pero ya la vemos en el horizonte: el 20 de Mayo, sábado. Antes, el 10, tendré que dar la charla sobre la versión cinematográfica de "La Flauta Mágica" de Mozart por Ingmar Bergman en la FNAC de Zaragoza, la fecha ya está confirmada y sale en los papeles, lo que quiere decir que me tengo que poner a ello YA. Tengo claro el esquema en la cabeza y una serie de notas escritas, además de elegidos la mayoría de los planos y secuencias que quiero mostrar pero me tengo que sentar a empezar a montar el puzzle, que no quedan ni 15 días.

Entre medias tengo que seguir con mis clases y pasarme por la sala de montaje para dar forma al material grabado estas dos semanas: 5 horas de vídeo. Casi todo material de desecho, claro. Aparte las tomas falsas, a Julio le gusta pillarme desprevenido y suele dejar la cámara funcionando porque dice que siempre puede surgir algo aprovechable. Luego me veo por las noches y a veces le doy la razón y otras me río y otras me da muchísima vergüenza y le doy al botón de ffwd. Sin embargo, una vez terminado el trabajo, Julio dice que no es partidario de guardar el material sobrante y lo borra. Yo soy de los que guardan pensando en la sensación que experimentaré el día de mañana cuando me asome al pasado y me vea en el presente continuo de la cinta; de hecho, ya le he dicho que cuando pongamos el "fin" le cambiaré las cintas usadas por otras nuevas. Desde pequeñito siempre he vivido las cosas retrospectivamente, es decir, como la voz en off de Kevin Arnold recordando lo que ves en pantalla pero sin voz en off, no sé si me explico. Bueno, es igual, me quedaré con las cintas de cualquier forma.

Mañana al mediodía tengo que asistir a una boda, cosa que me tiene profundamente abatido desde esta mañana y no por los novios, cómo va a ser por ellos, qué culpa tienen ellos, sino por la boda en sí. Las bodas en sí me pueden, me aturden, me bajan la tensión. Y eso que sólo voy a la ceremonia porque los banquetes me superan. Sólo de pensar lo tarde que empieza todo, y los trajes, y lo de no saber quién es esa ni ese, y lo de la tarta, y lo de los puros! y lo de la corbata!! y lo de la orquesta!!!, Dios mío, sólo de pensarlo me está entrando una grima espantosa, lo que me faltaba para la ansiedad y el estrés. Cuando termine la ceremonia me vendré tranquilamente para casa, me quitaré la ropa de boda, me pondré otras más cómoda de andar por casa y me haré unos macarrones. Modestia aparte, son mi especialidad. Pregunta a los de casa y verás.

Luego tendré que dedicar un buen rato a lo de Bergman y mi intención es hacer dos cosas que no he podido hacer desde hace días: dar un paseo y visitar los blogs habituales. En realidad, se trata en los dos casos de paseos al fin y al cabo. Tengo que organizarme el tiempo. También tengo que dejar de escribir ya por hoy, porque me noto hablador, la prueba es que estoy tecleando frase tras frase sin decir nada sustancial pero sin embargo me sale hacerlo. Otra prueba la tienes en esta frase, que sobra pero la estoy poniendo. Y esta lo mismo. Y esta, que la alargo un poco porque la anterior ha quedado muy escueta. Creo que podría estar escribiendo durante horas pero si miras el título del post estarás de acuerdo conmigo en que he perdido el hilo totalmente, con lo formal que soy yo para estas cosas, para la forma; con lo que me preocupo por cuidar el contenido y el continente. Qué tiene que ver ésto con el título, vamos a ver; y qué tiene que ver ésto con la foto que viene debajo. Será el estrés, o será la boda. O vete a saber qué. Buenas noches.


27 abril 2006

Cuadernos de rodaje (VI)



Todo marcha a buen ritmo y ya tenemos prácticamente grabada la parte musical con el consiguiente alivio. Empecé buscando la toma perfecta y llegué a encontrarla pero me di cuenta que entonces a quien no encontraba era a mí mismo. Desde entonces, he ido descubriendo que tras el resbalón ocasional de una tecla negra a su vecina la tecla blanca puede surgir algo interesante. Las cicatrices humanizan. Este jueves rodaremos los últimos planos y la próxima semana ya estaremos en condiciones de adentrarnos en la segunda fase, la de los comentarios y reflexiones mediante la palabra. Ya he empezado a poner los ojos en el guíón.


Negligencia

Esto va de un error y de un horror. Nos dicen los medios de comunicación que un señor de 63 años acudió a urgencias de un hospital con un tumor en el riñón de 800 gramos de peso y salió con un volante para psiquiatría donde concluyeron que lo que padecía era un "trastorno somatomorfo", expresión que así, de primeras, da mucho miedo pero que en realidad es una manera de decir que no pasa nada, sólo la mente, que se inventa enfermedades, la muy puñetera. Además, apreciaron en el paciente "rasgos paranoides" dado que el hombre se ponía bastante pesadito con que le dolía mucho y de ahí no había forma de sacarlo, oye. Le recetaron un fármaco utilizado para combatir la neurosis, la esquizofrenia, la paranoia y delirios varios y le remitieron a los Servicios de Salud Mental, lamentando que en ese momento no hubiera camas libres en la unidad de Psiquiatría. Luego dijeron: que pase el siguiente. Al poco tiempo el señor se murió tras una agonía espantosa.

800 gramos adheridos a un órgano que en condiciones normales pesa unos 150 dan para pensar que no será necesario acudir a aparatos de alta precisión para que tanta masa se deje ver, digo yo; menos mal que el informe oficial de la comisión médica investigadora reconoce que la cosa se habría detectado con una simple ecografía, que además es una cosa barata de hacer, alusión ésta que muestra a los contribuyentes lo bien que se vela por los dineros de todos, todo un detalle si no fuera porque en este contexto tal comentario termina por poner de punta los últimos pelos que no lo estaban.

Todo el mundo se puede equivocar y los médicos también, por supuesto, son humanos como el resto. Pero una cosa son los errores y otra los horrores producidos por la desidia más absoluta. Así, escrito, parece fácil, cuestión de una hache y de cambiar una vocal; fuera del papel, es una pesadilla que empieza con un dolor agudo en la zona renal y termina con una llamada a la planta de psiquiatría para preguntar si hay camas libres. Lo más terrible de la historia es que el informe concluye diciendo que, además, el tumor era benigno. Además.


26 abril 2006

Homenaje

Homenaje a Julio MazoTras las dudas y el desasosiego de estos días sobre cómo afrontar mi intervención en el homenaje póstumo a la figura de Julio Mazo, llegado el momento me he sentido muy bien. Venía de grabar el tiempo lento de la Sonata K 310 y ni siquiera me había dado tiempo a cambiarme de ropa, tan sólo ponerme encima la americana. Ya dije en su momento en este blog, y así lo he recordado hoy, que yo no sé escribir sobre Julio Mazo pero sí sé hablar sobre él. Y creo que una cosa es hablar desde el corazón y otra hacerlo con el corazón en la mano, que es lo que he pretendido hacer esta tarde ante la gente que llenaba generosamente el Salón del Hotel AC. La diferencia está en que en lo segundo te muestras desnudo, sin máscara, tal y como eres, tal y como sientes. Hablar desde el corazón es más cómodo y seguro que hacerlo con el corazón en la mano, no digo que no, pero una vez que decides hacerlo aflora la sonrisa y la emoción, que de todo cabe en un corazón, y sobre todo te sientes invadido por un sentimiento especial de calma y bienestar que sale de muy adentro y se proyecta, limpio, al entorno que te escucha. Esa ha sido hoy mi intención.


24 abril 2006

Dilema

Mañana tengo que intervenir en la clausura de un acto de homenaje a la memoria de Julio Mazo, persona entrañable, librero emblemático de esta ciudad, amigo. Y conforme se acerca el momento, más dudas tengo sobre el modo de proceder: no sé si decir lo que todos quieren oir o decir lo que a él le gustaría que dijese, que no es ni malo ni bueno, pero sí una cosa distinta. ¿Acaso ser honesto y actuar según ese principio no es el mejor homenaje posible a un hombre que lo fue sobre todas las cosas? Todo son dudas en este momento.


23 abril 2006

Cuaderno de rodaje (V)

Primeros resultados tras la primera sesión de trabajo en la mesa de montaje. Tarea: montar la K 570. Tenía muchas ganas de que llegara el momento para comprobar la calidad de la toma de sonido y ver el resultado final tras el ensamblado de planos. Muy satisfactorio.



Queda pendiente ajustar digitalmente la saturación de luz reflejada en algunas zonas del teclado en determinados planos, como el siguiente:



Mañana seguimos grabando tras el paréntesis del fin de semana.


22 abril 2006

Cuaderno de rodaje (IV)

Digámoslo así: ya he roto aguas. El esperado instante se produjo ayer viernes, por la tarde, mientras fuera de ese escenario perpetuamente nocturno y envuelto en un halo de luz cálida que hemos creado caía una tromba de agua espectacular. Ahora puedo decir que lo he pasado mal, muy mal. Francamente mal. La presión del paso del tiempo se anudó en los dedos y eso me hizo caer en un estado en el que soy especialmente vulnerable: las repeticiones me colapsan. El jueves por la tarde, Julio llegó a ponerse en cuclillas apoyado en el extremo del teclado y agradecí esa muestra espontánea de apoyo y de compañía ante la impotencia y la pavorosa soledad ante el teclado mientras intentaba buscar, inutilmente, el eco de la K 570.

Pero ayer cambiaron las tornas. Al fin.

La clave se me ocurrió la madrugada del jueves al viernes, dando vueltas en la cama inquieto sin poder conciliar el sueño. Pensé que si soy un pianista atípico y a la contra, en el sentido de que una vez que me sé una obra empieza a salirme mal y que si me sale mal es porque me la sé, lo que estaba haciendo era caer en una trampa cuyo suelo cada vez se hundía irremediablemente más cada día: la presión por acabar a tiempo (absurda presión) había afectado a mi concentración y eso había motivado que cayera en el bucle de las tan temidas repeticiones que habían terminado por bloquearme del todo. La solución: reencontrarme en el teclado, recuperar el sentido del tacto que es donde yo tengo los ojos y los oídos para la música, mediante algo nuevo. Yo necesito "descubrir" la música, y cuando no es posible, tengo que apartarme de ella para posteriormente poder redescubrirla placenteramente.

Dicho y hecho. A la tarde, nada más llegar Julio, le dije que pusiera rápidamente la cámara a funcionar. No hubo tiempo para explicaciones previas. Puse en el atril la partitura de un movimiento lento que siempre que lo he "tocado" ha sido a través de los dedos de Alfred Brendel. Sí, digo bien, es algo que puede hacerse: cierras los ojos y "ves" la geografía táctil y "sientes" su consistencia mientras escuchas (sin comillas) la grabación. A eso se reducía mi conocimiento de la obra. Pero la experiencia física era nueva para mí. Y me puse a ello. Y funcionó.

A partir de ahí, fluyó el trabajo de tal manera que hicimos en una tarde mayor y mejor trabajo que todas las tardes anteriores juntas. Fue una gran satisfacción que pudimos compartir con Javier y Mila que a última hora regresaban de su viaje de vacaciones. Ahora ya estoy mucho más tranquilo. Sé que he roto el círculo vicioso en el que me había metido y que ahora el camino es más llano, aunque no hay que dormirse. La experiencia me dice que debo espaciar el trabajo para no recaer en la rutina, que tan perjudicial es para mí. En la experiencia que acabo de contar ya quedó evidenciado esto último: a última hora, decidimos repetir el fragmento que había tocado a primera vista a petición de Julio, para captar un determinado plano. Esa segunda toma no sirvió porque el plano buscado no dio el efecto deseado. En la tercera toma ya no pude terminar. ¿La razón? Porque ya me la he aprendido, le dije a Julio con resignación, por lo que decidimos dejarlo de momento. La clave está en la distancia.

Para celebrar haber podido romper el cascarón y como recompensa a una semana tan dura nos fuimos a cenar y la cena la aliñamos con una conversación muy amena. Hoy toca descanso y mañana nos sentamos ante la mesa de montaje. Es un momento que espero con suma curiosidad y cierta inquietud porque ahí vamos a poder ver los primeros resultados.

La jornada vino precedida de una conversación tan breve como interesante con Jesús, al que me encontré al llegar regando el jardín. Mostró todo su apoyo y su ánimo con gran afecto y me aconsejó que sólo me preocupara por buscar la atmósfera exterior e interior adecuada para dejar salir el ángel. Yo le llamo duende. Es la misma cosa, dijo él, espera y saldrá. Pero sin prisa, apostilló. La verdad es que estoy teniendo la suerte de estar rodeado de personas que muestran un pleno convencimiento en el resultado positivo del proyecto, a pesar de conocer los impedimentos. Y ese convencimiento sincero les lleva a ponérmelo todo fácil, a preocuparse porque yo no me preocupe por el tiempo, que no me preocupe por lo que pueda estar molestando a los demás. A ellos lo que les preocupa es que me encuentre tranquilo para que pueda hacer el trabajo bien. Creen en mí. Y eso se agradece infinitamente.


20 abril 2006

Cuaderno de rodaje (III)

Ayer por la noche sentí de pronto que me estaba devorando el tiempo y llegué a la conclusión de que si soy capaz de convencerme de que no hay ninguna prisa, el trabajo acabará antes y mejor. Hoy he tenido una reconfortante e intensa charla con Julio. Ahora sé que el trabajo acabará antes. Y mejor.


19 abril 2006

Cuaderno de rodaje (II)

Hemos introducido un cambio drástico en la escenografía. Ahora nos movemos en una noche inducida en la que la luz se proyecta principalmente al teclado. El efecto resultante es muy interesante a todos los niveles: la luz parece emanar de las teclas, convirtiendo el teclado en escenario y reclamando para sí la atención de los ojos. El rostro, en penumbra, participa ocasionalmente de ese halo de luz cálida al acercar la cara al teclado. A veces la música pide que acerques el rostro al teclado, como si te quisiera susurrar al oído una confidencia o como si necesitara sentir el calor del aliento en el cuello.

Hoy el piano se ha quejado: le duele un "re". Ayer ya me pareció que, al tacto, esa tecla no respondía a veces como debía pero hoy los síntomas eran visibles: se queda un par de milímetros por debajo de sus compañeras, como si tuviera una pequeña contractura y en las carreras de escalas se resiente. He llamado por teléfono a Urko, el afinador, que al enterarse se ha dolido a su vez y por partida doble: por lo sucedido y porque estaba en un teclado lo suficientemente lejano como para venir a solucionarlo. Así que el pianista y el piano estamos, al menos, a la par. Tomémoslo con resignación e ironía.

A pesar del tiempo empleado en la creación de la nueva atmósfera, hemos podido grabar dos segmentos y medio, lo cual no está nada mal teniendo en cuenta que ayer sólo hicimos uno (y probablemente no servirá). Mentiría si dijera que no me he encontrado mejor que ayer pero mentiría igualmente si dijera que ya he encontrado lo que buscaba. Estamos en ello. A veces pienso en lo que pasará por la cabeza de Julio cuando al otro lado del visor, pacientemente, me ve repetir cuatro veces la exposición de la K.570 sin obtener un resultado satisfactorio y, de pronto, sion avisarle, me pongo a tocar la K.330 en la misma toma y sale de un tirón. Hay que seguir.

Hoy hemos metido más tiempo y me he cansado menos tanto física como psicológicamente pero llegado un momento noto que las manos se resienten y hay que parar. La voluntad y la posibilidad no caminan juntas en la misma dirección, pero lo más razonable es asumir y aceptar las condiciones e intentar sacar el máximo provecho de ellas. Ponerse delante de una cámara a tocar con unas manos como las mías una música que requiere un control preciso de la pulsación puede parecer un disparate (y quizá lo sea) o una exhibición de soberbia. Para mí es un sano ejercicio de humildad que te recuerda dónde estás y quién eres. Y siempre he pensado que sólo entonces puedes mostrarte verdadero. Eso es lo que la música espera de tí.


18 abril 2006

Cuaderno de rodaje (I)

Hoy ha tenido lugar la primera sesión de rodaje del proyecto Mozart y ha resultado agotadora, tanto física como, sobre todo, psicológicamente. En una grabación uno se siente como una cinta de vídeo: hay pausas, rebobinados, y continuas reproducciones desde un punto concreto... Conservar el tempo y el carácter unitario de una obra a pesar de los inevitables cortes, bien por errores, bien por cambios de cámara o por cualquier imprevisto que surja, es una experiencia nueva a la que no es fácil acostumbrarse de primeras. Me he acordado a lo largo de toda la sesión de las palabras del pianista Charles Rosen cuando afirmó que en un concierto con público las cosas tienden a ir de peor a mejor (por aquello de que los nervios se van asentando conforme pasan los momentos iniciales) mientras que en una grabación pasa exactamente al revés: según Rosen, los cortes, las repeticiones, terminan por provocar un estado de embotamiento, de bloqueo o de falta de perspectiva de lo que tienes entre manos que conduce a que la música se escurra entre los dedos. Curiosa paradoja que hoy he podido experimentar en carne propia por primera vez en mi vida.

Aún así, el trabajo programado para el día de hoy se ha cumplido en el tiempo previsto, lo que no quiere decir que el resultado haya sido todo lo satisfactorio que cabría esperar. Como persona autoexigente que soy, lo de hoy me hubiera afectado mucho en otras circunstancias, lo reconozco, pero no ha sido así. Por alguna extraña razón, algo me dice que las cosas tienen que seguir por ese cauce sin que haya que alterar el tempo del compás de los acontecimientos. En resumidas cuentas: paciencia.

Conforme me siento más descansado las ideas se van poniendo en orden en mi cabeza. ¿He estado nervioso? No, y que la presencia de la cámara, tan curiosa ella, no me haya distraído y no me haya hecho temblar las manos me extraña bastante, la verdad, dado que soy una persona de naturaleza nerviosa. Pero sí que he descubierto que estaba tan ocupado porque los dedos accionaran las teclas que debían sonar que no he dejado margen para eso tan esencial que es el disfrutar de lo que se hace y eso sí que me ha extrañado mucho porque yo no concibo la música sin un disfrute pleno. Faltaba emoción, por ejemplo. La emoción tiene muchas caras: la más visible, en música, puede encontrarse en uno de esos tiempos lentos que llegarán el jueves y el viernes. Esa es una emoción explícita, fácil de atrapar. Pero existe también una emoción que consiste en dejar fluir la música con naturalidad, sintiéndote partícipe del instante.

Me resulta muy interesante dar forma en palabras a esta reflexión porque creo que me puede resultar útil para fijar un Norte a seguir en las próximas sesiones. Eso hace que lo de hoy no lo considere trabajo a medias o trabajo perdido, en absoluto. Quizá lo de hoy era necesario para adquirir la experiencia, para aprender la enseñanza y, lo que es más importante, interiorizarla. Y para ello es necesario vivirlo.

A Julio le he agradecido su infinita paciencia y, sobre todo, su tranquilidad, fundamental para crear una atmósfera de trabajo adecuada. Sus continuos "cuando quieras", "no hay prisa", y "no pasa nada" resultan especialmente reconfortantes en esta aventura. Hoy he aprendido a contemplar la posibilidad de bajar la guardia para que entre la música sin miedo y no haya que buscarla con tanto esfuerzo. La música no se busca con esfuerzo. Hablo de música, no de notas en un pentagrama. A lo mejor dando menos importancia a que suenen las notas precisas aparece el duende y lo compensa; o a lo mejor aparece el duende y trae bajo el brazo las notas precisas, que es lo habitual cuando uno se siente en armonía con lo que hace. No sería la primera vez. Es todo un misterio, y un misterio apasionante. Por eso hay que continuar. Y con ánimo.


17 abril 2006

Innisfree

Hay dos formas de empezar este post.

La primera sería: He vuelto a Innisfree... pero he huído al minuto y medio.

La segunda sería: "El hombre tranquilo" me ha puesto muy nervioso.

En realidad, el orden de los factores no altera el producto, de por sí infame. Me explico. Hace días corrió por los foros, y fue recibida con alborozo, la llegada (¡al fin!) de "El hombre tranquilo", la maravillosa película de John Ford. Pues bien, sirva este post de advertencia a los posibles interesados a quienes la noticia les acabe de dar una punzadita en el pecho de emoción: no tiren el dinero. Imaginen un vhs grabado de una tele mal sintonizada y peor conservado y seguro que el resultado es mejor de lo que acaban de ver mis ojos y que me ha puesto los pelos de punta. Para colmo, carece de subtítulos en castellano (!), en realidad no los tiene en ningún idioma y eso a estas alturas de la película debería estar prohibido. A todo esto, el doblaje es de los que duele escuchar. De verdad, ver para creer. La culpable de tamaña fechoría es Sogemedia. Ya que no he podido volver a Innisfree al menos he vuelto por los foros y he comprobado que ya se están movilizando para organizar una protesta masiva ante semejante tomadura de pelo. Yo firmo, desde luego.


16 abril 2006

Espera

Pues aquí, esperando. Hoy es tradición comer fuera de casa y la gente se va al campo o a los restaurantes. Yo al campo no voy a comer porque una vez de pequeño miré alrededor y me pareció que al campo le parecia una situación algo incómoda eso de que la gente fuera a comer allí. Por eso hoy voy a comer con mi madre y mi hermano fuera de casa pero no en el campo y como tengo por delante unos 20 minutos de espera se me ha ocurrido pasarme por aquí y cuento algo de lo último.

Ayer fui a comprarme ropa. Yo soy muy despreocupado en eso, pero que mucho; yo con mis vaqueros, mis camisetas y mis camisas en las que predomina siempre el azul, tan ricamente oye. Pero se me ocurrió que igual me tenía que comprar alguna camisa nueva, lo que sea, para lo de Mozart. Nada formal, eso desde luego; yo me veo tocando con camisa desabrochada y descamisada y camiseta debajo. Es como yo entiendo que hay que tocar los allegros. Para los andantes y adagios quizá habría que abrocharse los botones.

El caso es que mi hermano me habló de una tienda de un centro comercial de Zaragoza en la que por cuatro perras encontrabas siempre cosas muy majas y como no teníamos otra cosa que hacer allí que nos fuímos. Antes hicimos parada obligada en la FNAC. Mientras yo buscaba el ansiado dvd de "El río", de Jean Renoir, último prodigio de la filmoteca FNAC, mi hermano buscaba entre los juegos de la Play. En detalles así se ve lo distintos que somos, o el salto generacional, o las dos cosas.

Luego nos fuímos a lo de la ropa. Como soy indeciso por naturaleza y en cuestión de ropas ya he dicho que soy bastante despreocupado, de repente me encontré perdido ante un repertorio infinito de camisetas, camisas, pantalones y yo qué sé la de cosas más. Una dependienta joven, muy amable ella, me preguntó si me podía ayudar y yo le dije que no tenía muy claro lo que quería, la verdad, así que gracias. Me preguntó si lo que buscaba era para algo concreto y yo le habría dicho que buscaba una camisa para una Sonata en Fa Mayor, pero algo me dijo que no debía decirlo. Fue duro. Sobre todo porque cuando al fin consigues decidirte por algo te recuerdan que existe eso de los probadores y a mí eso me suele producir un bajón de azucar, los probadores, sí, tan reducidos, tan silenciosos, tan tristes, con ese calor y con esos espejos y, lo peor, casi siempre con fluorescentes. El zumbido de los fluorescentes resulta demoledor en la soledad del probador. Afortunadamente, al final salí con un par de cosas que en realidad eran cinco y que, tal y como había dicho mi hermano, costaron cuatro perras. Sólo una de esas prendas es azul, lo cual significa un cambio notable. Lo siguiente fue tomarnos una coca cola (no light, por lo del bajón de azúcar).

En el viaje de vuelta mi hermano me puso a Mecano, todo un detalle por su parte. En realidad lo tiene reservado para cuando viajo con él; sabe que una dosis de Megadeth o similares me da miedo, así que vinimos los dos, él dando golpecitos con el dedo índice sobre el volante y yo sobre mi pierna al ritmo de "No hay marcha en Nueva York", "Quédate en Madrid" y esas cosas que siempre sientan tan bien.

Me llaman a comer. Luego vuelvo.


15 abril 2006

Planificación

Me he quedado sin vacaciones y no sólo eso sino que estos días tengo más trabajo que de costumbre. Pero no me importa porque lo que estoy haciendo me está resultando apasionante. Eso sí, cuando termine me voy a tomar un descanso y esta vez en serio, que va para dos años diciéndolo y siempre termino enlazando un proyecto con otro. Esta vez no será así. Además, las vacaciones a destiempo tienen un atractivo especial, al menos a mí me lo parece.

El martes empezamos el rodaje del proyecto Mozart, de manera que divido mi tiempo entre dos teclados, el del piano y el del ordenador, entre el estudio al piano del repertorio seleccionado y la escritura del guión que va a acompañar a la parte musical. Su estructura no sigue las pautas narrativas convencionales (exposición, desarrollo y desenlace) sino que utiliza un esquema musical (exposición, desarrollo y re-exposición) que se cierra sobre sí mismo como una forma Sonata. Es un guiño y al mismo tiempo un recurso que busca potenciar la interacción entre palabras y música aportando mayor cohesión el conjunto.

Pero hay un tercer trabajo no menos importante que, sin embargo, debe pasar desapercibido para el espectador o, por lo menos, no debe quedar evidenciado de manera explícita; es más, su "invisibilidad" es el indicador que mide su eficacia. Me refiero a la planificación de las secuencias musicales. Es un trabajo laborioso y complejo y lo suficientemente importante como para plantearnos, de partida, varias reflexiones. Para empezar, tenemos claro que la cámara no tiene que ser un ojo estático que contempla con curiosidad las evoluciones de las manos sobre el teclado, como si fuera un espectador sentado en su butaca. Pero ni tanto ni tan calvo: es probable que la cámara puede sentir ganas de moverse impulsada por una necesidad de compensar la ausencia de acontecimientos mientras la música suena. Es hasta cierto punto inevitable que tal tentación surja pero no hay que olvidar que la música, aquí, no es un complemento de la imagen, no está subordinada a la imagen. Es justamente al revés. Si así lo hiciéramos estariamos creando un videoclip.

No hay que perder de vista que mientras suena la música sí están pasando cosas: el teclado es un escenario en el que una obra se expresa a través de las manos. El gesto y el rostro del intérprete también interviene en la función. No se trata, por tanto, de que a la cámara no se le permita moverse, sino que lo haga en sintonía con el guión musical. A veces el interés residirá en registrar la pulsación de la mano derecha; en otras en el vuelo al aire de la izquierda o en un ademán del rostro. Puede suceder incluso que la clave de un instante no esté ni en las manos ni en el rostro, sino en un leve movimiento de aproximación de la cámara que nos incite a prestar especial atención a un determinado pasaje. Y habrá momentos en los que la cámara deberá quedarse quieta. La cámara también tiene que detenerse a escuchar. Por ello se hace necesario planificar.

El objetivo que nos hemos marcado es que la cámara sea parte activa en la interpretación de la música, que de alguna forma contribuya a completar la partitura, que armonice con la propia música y ayude a su transmisión al oyente. En resumidas cuentas, que la vista se comporte como oído. El trabajo pasa entonces por una fase previa muy curiosa: el intérprete debe dirigir al director para que el director pueda interpretar la música en imágenes. El día que planteé el proyecto a Julio le dejé bien claro que éste iba a ser un proyecto de dos en estrecha comunicación. Me refería a lo que acabo de explicar y él lo comprendió perfectamente y lo compartió. Y en ello estamos. Y surgen dudas, claro, cómo no van a surgir, e incertidumbres. Muchas. Pero también existe el pálpito de que nos adentramos en una aventura que, a buen seguro, nos va a enriquecer a ambos. Si el resultado final acompaña, mejor que mejor, evidentemente. En ello vamos a poner todo el empeño.


13 abril 2006

Cielo



Bajo este cielo impecablemente azul, a las seis y media de esta tarde, se habrán besado unos enamorados, salían a pasear los caminantes con la chaqueta del chandal anudada a la cintura, y volvía el recuerdo inesperado de algo que hemos oído esta mañana de una voz anónima mientras recogíamos la prensa sin atrevernos a girarnos y mirar, a saber, que alguien de 31 años espera en una cama de hospital a que llegue el martes para que le digan si lo que tiene en el hígado es lo que no quiere tener; seguía esperando a las seis y media de la tarde al mismo tiempo que alguien estaría de guardia en su puesto de trabajo con la cabeza apoyada en la mano izquierda y la derecha pasando las hojas de algo, la vecina llamaba a gritos a su hijo (algún estropicio habría hecho), la televisión emitía películas amodorradas, la radio hacía sonar una canción y en la autopista un coche se comía el asfalto a 180 kilómetros por hora y puede que hasta al revés. Bajo ese mismo cielo azul los chavales entraban contentos en la tienda de las golosinas, el maniquí del escaparate de enfrente miraba pensativo, un anciano caminaba apoyado en su bastón y seguramente unas manos estarían poniendo en hora su reloj.

A las seis y media de la tarde he tomado esta fotografía azul del techo bajo el cual la gente se levantaba de la siesta, regaba las macetas o bajaba la cuesta en bicicleta; otros subían al autobús, o mascaban chicle sentados en el respaldo de un banco de metal y había quien se apresuraba a escuchar tinieblas de pasión y clavos, incienso y cera, contemplando esculturas ensaetadas de sangre y espinas. Y adónde nos lleva esto, dirás. No nos lleva a ninguna parte; es sólo que al mirar este cielo tan azul he pensado en todo lo anterior y me he quedado un poco perplejo, la verdad. Nada más.


12 abril 2006

Mudanza

Estoy de mudanza. Cambio de ordenador. Desde hace unos minutos ya tengo conexión a Internet, lo digo como alguien que se cambia de casa y al que le hace ilusión decir "ya tengo luz" o "ya tengo agua corriente". Pues así es. Lo demás te lo puedes imaginar: es una locura. Cambiar de ordenador es como cambiar de domicilio, todo se acumula en cajas que luego, poco a poco, deberás ir colocando en su nuevo destino. En una mudanza ocurre que encuentras aquellas cosas que estaban tan al fondo, olvidadas por completo, que sólo hacen notar su presencia con cierta mirada de reproche cuando has vaciado todo y sólo quedan las cuatro paredes y cualquier movimiento que haces produce eco. Mudar de ordenador tiene algo de ejercicio de arqueología, por la de cosas antiguas y perdidas que te encuentras de sopetón. Si no fuera por eso daría mucha pereza. Y luego viene la fase de adaptación al nuevo hogar. Para empezar, el ratón hace click con una dulzura atractiva y el teclado tiene las teclas negras como un clavecín (el otro las tenía blancas). Su pulsación es silenciosa y segura, y de momento eso me despista un poco porque mientras escribo este post se me ha deslizado alguna nota falsa por no estar concentrado. Quiero aprovechar estos días de fiesta para hacer la mudanza completa (otra expresión típica de quien se muda de casa, ¿ves?). De momento, voy y vengo de una máquina a otra y espero recuperar la normalidad en breve.


11 abril 2006

Radiografía

Me siento algo desconcertado, es verdad. He ido al médico a última hora de la tarde porque sentía un molesto dolor en la muñeca derecha que surgió cuando el otro día, al terminar de estudiar en el piano, de la manera más tonta, hice un mal movimiento con la mano al ir a coger el volumen de las Sonatas de Mozart. El dolor desapareció pero hoy ha vuelto y se ha presentado de manera no precisamente amable. El traumatólogo ha dicho que tenía toda la pinta de ser un pequeño esguince y yo le he manifestado mi preocupación porque el martes que viene tengo que tocar. ¿Con esas manos?, ha preguntado, incrédulo. Pues sí, con estas manos. Y el rollo de siempre: que es técnicamente imposible que alguien pueda tocar el piano con esas manos. Y yo le he respondido con mi propio rollo de siempre: que desde que perdí las manos encontré mi sitio ante el piano y que estoy muy cómodo, de verdad. De hecho, le he dicho que toco la integral de las Sonatas de Mozart, menos una, puñetera, y que vale, no seré Brendel, pero que a mis 36 años considero que tengo criterio suficiente para saber que no estoy haciendo una chapuza. El hombre se ha encogido de hombros mientras certificaba que ninguna de las 8 prótesis funciona ya, cosa que, lo reconozco, me ha sorprendido: yo pensaba que alguna todavia lo hacía.

Volviendo al asunto de la muñeca, el médico ha dicho que seguramente era un pequeño esguince pero que me iba a hacer una radiografía para echar un vistazo y cuando se la ha traído la enfermera se ha llevado las manos a la cabeza. Al parecer, mi muñeca está peor que mis dedos; es más, ha dicho que si no fuera porque me tenía delante, viéndome mover la muñeca arriba y abajo sin ningún problema, aseguraría a la vista de la imagen que examinaba al trasluz que el dueño de esa mano no podría articular apenas movimiento alguno. Ha llamado a dos colegas que nada más entrar y sin necesidad de indicación alguna han dirigido su mirada hacia la pantallita blanca desde donde se exhibía la radiografía: uno ha dicho "Madre mía" y el otro "ufff", con tre efes por lo menos.

Por mi parte yo no sentía ni frío ni calor, no sé si me explico, era como si hablaran de otro pero, al mismo tiempo, pensaba que debería empezar a intranquilizarme, sobre todo cuando han dicho que debía evitar caerme, o por lo menos evitar echar las manos hacia adelante para amortiguar el golpe dado que a la suma de desastres que veían en la imagen había que añadir una osteoporosis galopante que convertía mi muñeca en algo parecido a una figurita de porcelana. Les he preguntado que si la cosa estaba tan mal, cómo era posible que yo pudiera tocar y el médico se ha señalado la cabeza y ha pronunciado la palabra "voluntad", añadiendo que para mí tocar el piano debía ser una necesidad tan grande que la cabeza se las había arreglado para adaptar las manos al teclado de manera que pudiera seguir haciéndolo, a pesar de las circunstancias. Si ese instante hubiera formado parte de un telefilme americano, yo me habría sentido poco menos que un héroe pero, para ser sinceros, me ha entrado cierta angustia y unas ganas repentinas de llorar que he reprimido yendo al grano: ¿hay posibilidad de estar en condiciones el martes de tocar el piano? Y el médico me ha respondido diciendo que si me veo capaz, que adelante, que lo haga, porque mis manos tienen los días contados.

Si lo piensas resulta extraño: yo he ido al médico con un dolor en la muñeca, un pequeño pero afilado aguijón perfectamente localizado, y he salido con la muñeca a punto de hacerse añicos e inmovilizada por un artilugio que es el responsable de que este post lo esté contando despacito (estoy tecleando a-s-í, v-e-s?). Es una forma de hablar, claro, en realidad yo ya sé que he entrado con la muñeca en esas condiciones... con la salvedad de que no lo sabía. Por mi parte le he dicho al médico que si según su teoría ha sido mi fuerza de voluntad o una fuerte necesidad interior la que me ha llevado a seguir usando las manos contra todo pronóstico, lo que acababa de oir no tenía porqué afectar un ápice mis hábitos. No ha contestado.

Yo no me engaño: sé que la enfermedad tiene las cartas ganadoras, las tiene desde el principio de la partida pero para mí, pulsar una tecla es tan importante como respirar, de alguna forma es lo que me mantiene en pie. Mi corazón late (blanca, negra, blanca, negra) a 88 pulsaciones (una por tecla del piano). Y esa es mi carta comodín, que guardaré celosamente entre mis manos hasta el día en que no pueda evitar que se resbale y caiga al suelo. Y yo soy muy testarudo. Pero mucho.

Estoy bien, de verdad.


09 abril 2006

Graduación

Pongamos que es el viernes por la mañana y que Sergio me ha citado en una cafetería. Mientras le esperamos podemos hacer memoria:


Mientras recordabas ha llegado Sergio, que se ha quitado sonriente sus gafas de sol y las ha dejado encima de la mesa y hemos pedido dos coca colas (light). Nos ha dado incluso tiempo a intercambiar algunas frases (Sergio es muy puntual siempre) y como sigue siendo viernes por la mañana igual debería recurrir de aquí en adelante a redactar el post en pasado pero creo que no lo voy a hacer, quizá porque lo sucedido sigue rondando mi cabeza como si acabara de pasar. De alguna manera tengo la sensación de que todavía me estoy llevando el vaso de coca cola a la boca cuando, inesperadamente, Sergio deja caer, como de pasada, apresuradamente, mirando para otro lado, que la semana anterior fue su graduación y que no me quiso avisar y el cubito de hielo me enfría el labio superior mientras en el resto del cuerpo noto como si me acabaran de echar un jarro de agua fría pero intento disimular normalidad (torpemente, todo sea dicho) interesado por obtener respuesta a esta pregunta:

¿Preferías que no fuera a tu graduación?

La pregunta está formulada sin ninguna intención aviesa, lo escribo con una mano en el teclado y otra en el corazón, sino que está hecha con el objeto de conocer su opinión desde el respeto a su decisión. Y Sergio responde que claro que quería que fuera y para mi sorpresa se me pone a llorar. Y yo intento poner todo el afecto tranquilizador del que soy capaz en la siguiente pregunta: ¿y entonces por qué no me dijiste nada, hombre? Y el jodido de él me dice que por si me daba un mareo en el viaje, y yo me quedo unos segundos mirando como un imbécil por la cristalera de la cafetería viendo cómo unas mamás llevan sus carritos de bebé por el parque sin capacidad de reacción.

No sé qué es lo que me ha paralizado del todo: si lo imprevisto del anuncio, la decepción consiguiente, después de años imaginando pasar juntos ese momento tras tantos momentos difíciles, la sorpresa por la contradictoria respuesta, el estupor por la justificación (por si te mareas en el viaje) que te indigna un poco y no te indigna nada, no podría indignarte porque viene de Sergio, o quizá, en fin, porque ahí delante tengo a un hombre hecho y derecho tapándose la cara con las manos y se me ha puesto un nudo en la garganta. Pero hay que actuar.

A veces las cosas son difíciles, muy difíciles de hacer, pero no queda otro remedio. Tengo que hacerle ver muchas cosas a la vez a Sergio y hacerlo con tacto: por un lado tengo que echar mano a la ironía afectuosa aunque sea para tranquilizarle, eso lo primero, y le digo que el mareo le daría en todo caso a él de las dos collejas que se merecía, y consigo que dibuje una sonrisa. Luego le digo que no se equivoque, y se lo digo serio y mirándole fijamente: una cosa es estar enfermo, y otra es ser débil, no lo olvides. Ya lo sé, dice él. No, por lo que veo no lo sabes, le digo yo, así que grábatelo, ¿entendido? Y dice que sí con la cabeza, ya más tranquilo, y dice por lo bajini que ha metido la pata. Y yo no le quito la razón, no puedo hacerlo porque yo siempre le he sido sincero a Sergio, ha sido una prioridad en la que he puesto siempre un empeño especial junto a la de evitar entrometerme en su vida. Así que le digo la verdad: que me he disgustado, y me he disgustado porque él me ha dicho que hubiera querido que yo estara presente en ese momento tan importante y porque a mí me hubiera gustado estar allí, arropándole con el aplauso y un abrazo poniendo colofón a una etapa que no ha estado exenta de dificultades y en la que las personas que siempre hemos creído en él hemos estado a su lado, apoyándole.

Y no le digo todo esto para cargarle de un sentimiento de culpa, sentimiento al que Sergio es propenso, lo sé bien y sé lo que eso le hace sufrir, sino para hacerle comprender que tiene tendencia a controlar los hilos del mundo sin dejar opción a los demás porque le da miedo que pueda ocurrir algo que escape de su control. Y debe empezar a darse cuenta de que el mundo no lo puede controlar uno mismo, en primer lugar porque es inútil, las cosas vendrán cuando tengan que venir, y en segundo lugar porque actuar sistemáticamente de esa manera tiene la consecuencia de que cuando vengan las cosas imprevistas te pillan sin defensas.

Así que efectivamente, ha hecho mal, se lo digo, y también le digo que yo no voy por ahí mareándome, coño, y que si le suelto ese sermón es porque le considero como mi hermano y él lo sabe y que, como tal, tengo que serle sincero y decirle que me ha disgustado, pero también que no se lo tengo en cuenta. Y puedo jurar que ambas cosas son verdad: lo de mi disgusto, no pequeño, y lo de que no se lo tengo en cuenta, cómo tenérselo en cuenta sobre todo cuando me viene a la cabeza esa expresión suya: "por si te mareabas en el viaje" que al mismo tiempo que te hace sonreir por su inocencia, te pone de mala leche y te parte el corazón en trocitos minúsculos de cristal que quedan ahí, esparcidos debajo de la mesa el viernes por la mañana en la que Sergio suelta aquello que tenía atascado por dentro desde hace días según me dice cuando caminamos de regreso a casa (y le creo, porque le conozco). A mí me conforta comprobar que se marcha tranquilizado. Antes le he dicho que le tocaba invitar a las coca colas porque igual al levantarme al mostrador me daba un mareo y se ha reído.

Sergio tenía 11 o 12 años cuando un día me preguntó si yo me iba a morir y sin darme tiempo a responder me dijo que por favor que no.


08 abril 2006

Vacaciones

A partir de hoy, con la llegada de las vacaciones, nos quedamos cuatro gatos en este blog. Quizá sea el momento propicio para quitarse los zapatos, bajar la luz y hablar a media voz. En momentos así o se dicen otras cosas o se dicen de distinta manera. Podemos probar.


07 abril 2006

Visita

Jesús CarrozaAyer estuvo por aquí Jesús Carroza. Vino acompañado de su madre para participar en un coloquio tras la proyección de "7 vírgenes", película que abría la Muestra de Cine Español. Es sobradamente conocida mi predilección por esta película pero ayer había un problema: yo estaba a 75 kilómetros. Había otro problema: aunque hubiera estado en casa, yo a ese cine no voy. Que no. Me da grima. La primera y última vez que fuí, agárrate, fue para ver "Wall Street" allá por 1987. Y suficiente. Y para colmo, en ese cine pasa como en la canción de Serrat, la de los fantasmas del Roxy. Imagínate que vas a por palomitas y se te aparece uno, qué haces, a ver, porque hace tiempo que perdí el teléfono de Tristanbraker, mítico cazafantasmas celtibérico. Yo no estoy para sustos. Así que le pedí a mi amigo Julio que le sacara alguna foto para ponerla en el blog y como Julio es buen amigo pues dicho y hecho.

Es curioso que entre las cosas que tenía previstas hacer ayer a 75 kilómetros de casa estaba comprar el dvd de la película, recién salido a la calle. Desde allí (desde el dvd, no desde la calle), Alberto Rodríguez, su director, dice cosas muy interesantes. Le decía yo hoy a Julio que hay una tendencia general a que prime la forma sobre el fondo; y no es que eso sea de por sí malo pero es que con demasiada frecuencia el virtuosismo formal enmascara la ausencia de contenido. Lo que más admiro del trabajo de Rodríguez es que mientras muchos de sus colegas jóvenes parecen tener puesta la cabeza en todo momento en la facturación del conjunto, él la tiene puesta en el instante, y espera paciente sin bajar la guardia porque intuye que ahí hay algo especial.

Ayer decía él en el mismo monitor desde el que anoto este post que en "7 vírgenes" comprendió que tenía que poner la técnica al servicio de los actores, porque no eran tales, y que habría sido un error someterlos a los dictámenes de la técnica: no habría podido sacar de ellos lo que sacó, que no es ni más ni menos que la verdad y el alma. Yo creo que Rohmer habría dicho entonces, "esto me suena de algo a mí". El alma se escondía allí y cuando se sintió descubierta por el paciente y sagaz Rodríguez le hizo el favor de quedarse en la presencia pétrea de Ana Wagener ("no hagas ruido al salir"), en esos pies que asoman de un colchón en la terraza de un amanecer abrasado de Sevilla, en la sonrisa de Ballesta al contemplar silencioso a su chica, en la estampa de la abuela mirando la tele (olor a abuela y a cuarto estar sombreado), en la figura estática y nítida de esos novios intuída al fondo del plano atravesado por ráfagas borrosas de baile y alegría de invitados a la fiesta (secuencia genial como genial es la secuencia del edificio en construcción) y en la vibración mágica que impregna la relación entre el Richi y el Tano, sobre todo. Y en tantas cosas más.



Me dice Julio que a Carroza le están dando clases de dicción pero que Rodríguez le ha desaconsejado que de clases de interpretación para no ahogar al duende. Estupendo consejo. Yo sigo pensando que la carrera de Carroza posiblemente empiece y acabe aquí. La primera vez que lo escribí recibí mails de jovencitas airadas poniéndome verde; yo las comprendo (el apasionamiento es lo que tiene), son ellas las que no me comprenden a mí, pero es que creo que debería ser así porque Carroza es el Richi y el Richi es Carroza. A ver si le dejan dejarse. A ver si se deja dejarse. Difícil.
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Enlaces relacionados: Reconocimiento


05 abril 2006

Bergman

La Flauta Mágica de BergmanSi alguien tiene curiosidad por ponerle voz y rostro a estas líneas, queda emplazado en el Foro de la FNAC de Zaragoza el próximo mes de Mayo, en fecha que se concretará en breve. Voy a tener oportunidad de hablar allí sobre la adaptación cinematográfica de "La Flauta mágica" de Mozart que el director sueco Ingmar Bergman realizó en 1975 y que acaba de salir en dvd dentro de la colección "Filmoteca FNAC". El proyecto me resulta muy estimulante. Pretendo ocuparme por separado de las cuestiones musicales y escénicas que plantea la obra para interrelacionarlas posteriormente poniendo de relieve, de esta manera, la función de Bergman como verdadero intérprete de esta partitura.

El papel de Bergman en este sentido es muy interesante: él, hombre de teatro y de cine, se enfrenta al reto de traducir al lenguaje fílmico una representación escénica sin traicionar los principios de ésta pero sin desaprovechar los recursos de aquél. El espacio escénico teatral es limitado, el cinematográfico es infinito. Conjugar hábilmente ambos es una tarea que a Bergman, sin duda, le debió resultar apasionante, como apasionante nos resulta a nosotros descubrir, desde los primeros compases de la obertura, que el realizador delega en una pequeña espectadora que asiste a la representación (elegida mediante un leve zoom entre el mar de rostros que se asoman a la pantalla) una misión importante: es a través de la mirada inocente y embelesada de una niña por donde podremos acceder a este cuento de hadas, con todo lo que ello supone. Al decidirlo así, Bergman se decanta por una versión muy particular de la historia que opera por reducción en favor de la sencillez de las emociones puras. Es un matiz esencial a tener en cuenta. Los cuentos de hadas hay que vivirlos con corazón de niño.


Tuteo

Segundo día de estudio en el Yamaha y se puede decir que ya nos tuteamos. La sesión, sin embargo, no ha estado exenta de problemas: se me ha desenfocado la imagen del tacto. Me acababa de dar cuenta cuando ha sonado el móvil y era Javier que llamaba desde la escuela de música. "¡Hola!, ¿dónde estás?" y yo, "en tu casa". Y nos hemos reído, claro, porque la situación era un poco surrealista.

Le he preguntado si se había dejado algo encendido en la cocina o si había que programar el vídeo o algo así y me ha dicho que no, que era por si todavía no había salido de mi casa para que le dejara un cd que iba a necesitar esta semana para un alumno pero que daba igual, que no había prisa, que mañana si eso. Yo le he explicado que hoy había ido pronto porque a media tarde tenía clase con Pablo y él me ha preguntado que cómo iba la cosa y es entonces cuando le he dicho: "pues mal porque se me acaba de desenfocar la imagen del tacto". Javier está acostumbrado a estas cosas mías pero entiendo que es lógico que haya preguntado "¿Y esa qué imagen es?".

En realidad no es ninguna imagen sino que se trata de una metáfora que yo utilizo. Es como cuando vas a sacar una fotografía y tienes centrada y enfocada la imagen y de pronto algo se mueve y se te desenfoca y el resultado lo ves borroso. Pues esto es algo parecido pero aplicado al tacto: la música está ahí, sigue sonando y podría seguir haciéndolo pero el problema es que si la sensación táctil se vuelve difusa y no es la esperada, me desconcentro y más pronto o más tarde (más pronto que tarde) empiezan a salir agujeros por todas partes. A eso le llamo yo desenfocar la imagen táctil. Es algo que, por inevitable, no deja de sacarme de quicio. Lo novedoso esta vez es que ha sucedido demasiado pronto así que mañana habrá que librar. Cuando ocurre eso hay que parar y luego vuelves y como si nada hubiera ocurrido. Lo tengo comprobado.

En los años en los que estudiaba la carrera de piano me intrigaba muchísimo que cuando más estudiaba, peor me salían las cosas. Era desesperante. Pero con el tiempo comprendí la razón: mis manos necesitan sentir la obra nueva, pero sentirla en el sentido literal, transitándola a lo largo del teclado. El estímulo que me lleva a obtener una interpretación que considero satisfactoria lo obtengo del descubrimiento, de la sorpresa inicial. La rutina la llevo fatal, la costumbre me desmorona todo el tinglado, así que tengo que parar, tomar distancia para hacer borrón y cuenta nueva y poder volver para redescubrir la obra con el tacto. Yo sería incapaz de estudiar horas y horas todos los días. Imposible. Nunca lo hice. Reconozco que soy un pìanista atípico; de hecho, en realidad creo que no soy pianista porque me da a mí que no cumplo los requisitos convencionales. Si he de ser sincero, tampoco me importa.

De todas formas, la tarde no ha sido en modo alguno infructuosa. Como tenía que estar pronto en casa para la clase de Pablo le he pedido a mi hermano que me recogiera con el coche y mientras le esperaba, ya con la cazadora puesta, cerrada la caja de resonancia del piano, me he sentado jugueteando con los dedos y de esa sonoridad apagada ha surgido, perfectamente nítida, la imagen de la Sonata K. 570, primer tiempo, haciéndome sentir un cosquilleo en las sienes. Esa sonoridad atenuada ha contribuído a fijar la imagen en la retina de los dedos, cuyo nervio óptico ha vibrado por todo el cuerpo. Interesante descubrimiento. Porque me esperaban mi hermano y Pablo que si no... Lo curioso es que la K. 570 no estaba en el repertorio previsto. ¿Debería estar sustituyendo a alguna otra pieza? Tengo que pensarlo, pero de momento mañana toca descanso, eso seguro. Y, por supuesto, los días anteriores de la grabación habrá que dejar el repertorio en cuarentena, como si lo viera.


04 abril 2006

Contacto

Esta tarde he tenido la primera toma de contacto con el instrumento que tocaré para las filmaciones Mozart. Es un Yamaha de cola que ocupa el amplio y luminoso salón de la casa de Javier y Mila, rodeado de un jardín en el que ha empezado a estallar la primavera. La adaptación al instrumento es en este caso especialmente necesaria por el problema que afecta a mis manos y porque por esa misma razón me he visto obligado en los últimos años a tocar en un piano digital.

Javier y Mila están fuera hasta la hora de la cena pero ayer tuvieron que meterme en el bolsillo las llaves de su casa para que fuera a estudiar cuando quisiese. Digo que tuvieron que meterme las llaves en el bolsillo porque, aunque nos une una gran amistad y tengo con ellos mucha confianza, me dio cierto pudor, la verdad. Sobre todo les insistí que avisaran a los vecinos, más que nada porque imagínate que me ven entrar y se piensan que voy a asaltar la casa o qué se yo. Yo siempre pienso las mayores calamidades. Por si acaso, hoy a las 3 de la tarde les he llamado por teléfono y le he preguntado a Mila: ¿le has dicho a tu cuñado que voy a ir esta tarde? (su cuñado vive justo al lado) y ella me ha respondido con otra pregunta (y un suspiro de resignación): ¿y a tu madre no se le ocurrió ponerte de nombre Prudencio?, a lo que yo he respondido, a su vez, con una nueva pregunta: ¿pero le has dicho o no?.

Cuando he abierto la puerta que da paso al jardín, a eso de las 5, he sentido una sensación algo incómoda, un cosquilleo detrás de las orejas, y he notado que avanzaba con sigilo y al advertirlo me he sentido un poco ridículo. Pero ha sido entrar a la casa y encontrármela toda soleada y vacía lo que más me ha llamado la atención. Era muy raro: la puerta de la cocina entornada, el silencio, como si se tratara de una de esas escenas de película fantástica en la que el protagonista se despierta y resulta que no hay nadie en el mundo. He entrado en el salón y me he sentado al piano. Sentado al piano te sientes más seguro y lo ves todo desde una perspectiva más familiar. Para empezar, he escuchado el canto de los pájaros que venía del exterior, atenuado, y que armonizaba perfectamente con el silencio de dentro. Y enseguida me he puesto manos a la obra (nunca mejor dicho).

Tres horas largas. Lo que oyes. Estoy hecho un chaval (por animarme que no quede). Ha sido agotador y maravilloso, una experiencia de lo más estimulante reconquistar el territorio táctil y el paisaje sonoro de un piano acústico. En el proceso de adaptación a un instrumento entran en juego muchas variables: tienes que conocerlo y él te tiene que conocer a tí, y de ese conocimiento mutuo hay que sacar provecho. Es una cuestión de estrategia. Al mismo tiempo hay que adaptarse a la acústica del lugar y a su amparo hay que pulir las frases, redondear los finales, buscarle acomodo a los silencios.

Tres horas largas de tirón, aprovechadas hasta el último minuto; tres horas largas que se han hecho cortas. Pero hay que dosificarse y no forzar las manos, dadas las circunstancias. Me he venido dando un largo paseo (Javier y Mila viven a las afueras de la ciudad) aprovechando la tarde tan estupenda que hacía y reflexionando sobre los pasos a seguir una vez conocido el terreno por el que tengo que transitar para recrear la música de Mozart. Pero sobre todo he sentido la satisfacción de experimentar el cansancio físico. Sí, sé que así, dicho de sopetón, suena raro. Pero es que yo sé lo que es llegar a envidiar esa sensación: la del cansancio físico provocado por el esfuerzo. Yo conocí, a mis 18 años, lo que suponía no poder vestirme por mí mismo, la impotencia de no poder cruzar la calle a comprar el periódico y aprendí a considerar como una heroicidad lograr alcanzar el otro extremo del pasillo (esto último era un esfuerzo pero de índole muy diferente y además sabía amargo). Por eso hoy he recorrido el largo trayecto de vuelta respirando profundamente el aire del atardecer soleado y contento, muy contento por haber tenido la suerte de pasar tres horas recuperando placeres olvidados trabajando duro. Cuando he llegado a casa me he dejado caer en el sofá felizmente agotado y sintiendo el reconfortante alivio del reposo. Para mí, en eso consiste ser afortunado.


03 abril 2006

Arquitectura

Hace 25 años, mientras Christopher Reeve surcaba los cielos de Nueva York como Supermán, Alan Parker comenzaba a rodar el musical "Fama" a partir de un guión de Christopher Gore. Su hermano Michael había escrito para la ocasión un puñado de canciones maestras. Aparte de su notable inspiración melódica, de Gore me llamó mucho la atención el uso que hacía del piano en dos aspectos: la elegancia de su escritura, sobre todo en los enlaces que proporcionan relleno y continuidad a las pausas de la voz, y su tendencia a utilizarlo como si de un instrumento de percusión se tratara. Ambas cosas pueden apreciarse con nitidez en la parte instrumental que acompaña a Irene Cara en la maravillosa "Out Here On My Own". El tratamiento percusivo del piano puede apreciarse igualmente en otros temas que aparecen en la película y que no son de Gore (como el impresionante "Never Alone", a cargo del Contemporary Gospel Chorus de la Escuela Superior de Música de N.Y, escenario de la historia) pero que, con toda probabilidad, fueron seleccionados por él.

Cuando el vinilo de la banda sonora salió al mercado traía consigo una sorpresa deliciosa: el breve solo de piano "Ralph and Monty (Dressing room piano)", que Gore se reservó para interpretarlo personalmente y que en la película pasa desapercibido al fondo de una conversación. Descubrir la arquitectura de esta preciosa miniatura hace que la escuchemos con mayor placer así que merece la pena ponernos a ello. Para ello necesitamos hacer click para descargar el archivo de audio aquí (mp3, 0,98MB, 1 min. 26 seg).

Es interesante que escuchemos la pieza al menos una vez antes de adentrarnos en ella.

¿Hecho? Muy bien, ahora ya podemos examinarla: Gore estructura la obra a partir de dos bloques sonoros diferenciados. El primero es un bloque de acordes (escritura vertical, de carácter estático) y el segundo se despliega melódicamente (escritura horizontal, de carácter dinámico puesto que avanza hacia adelante con fluidez) buscando un deliberado contraste.

Observemos las dos primeras notas con las que se abre la pieza, notas de apariencia trivial pero de significado esencial: son el motivo principal de la obra, que terminará por cohesionar el conjunto. En este sentido es significativa la reiteración con la que Gore vuelve una, dos y hasta tres veces sobre ellas en los primeros 15 segundos. Está llamando nuestra atención sobre ellas. Todavía puede identificarse un cuarto intento de repetición que queda truncado hacia el segundo 22 con la entrada de la nueva sección, melódica, pegadiza, que funciona como estribillo de la pieza.

A continuación (segundo 36) volvemos a empezar desde el principio según la costumbre de alternar estribillos y estrofas. Pero atención porque esto es interesante: Gore sabe que esta nueva insistencia sobre las dos notas principales por medio de una escritura a base de acordes que, por naturaleza, ya de por sí es bastante machacona, entraña el riesgo de producir monotonía por lo que decide aventurarse a llevar a cabo una expansión hacia territorios melódicos inéditos (a partir del segundo 44 aproximadamente). Es aire fresco. La resolución de esta escapada no puede ser más elegante: Gore recoge la música en un progresivo descenso cromático (segundo 47) y la reconduce llevándola de nuevo al encuentro del estribillo (segundo 57) que, en esta ocasión, parece llevar consigo un aire de recapitulación con intenciones de conclusión definitiva.

No nos equivocamos. El punto final a la obra la ponen dos notas ascendentes, que nos recuerdan cuál era la célula principal de la pieza. Así, la obra termina de la misma manera que comenzó. Gore diseña una arquitectura musical melódica y rítmicamente contrastada en dos bloques pero al mismo tiempo cohesionada mediante el minúsculo motivo de dos notas que ambos tienen en común.


02 abril 2006

Diario

Este día azul lo marcamos con una piedra blanca.


01 abril 2006

Cifra


Ayer, a la hora de la comida, hizo su entrada en este blog el visitante número 20.000 y no había nadie en ese momento. Me lo dijo por la noche el señor que está detrás de la cortina tomando nota de todo desde que se hizo cargo gustosamente del puesto harto de hacer solitarios. La visita tuvo lugar mientras yo estaba comiendo y cuando me enteré lamenté no haber estado presente para hacer un recibimiento especial. Pregunté si había dejado alguna nota o algo para enviarle unos bombones, o unas flores, o algo y tras consultar en sus libros, el señor de las cuentas me dijo que las únicas palabras que el visitante había dejado eran un poco desconcertantes. Al parecer, había llegado aquí tras preguntarle al oráculo Google: "¿está el Norte realmente hacia arriba?". Se supone que si Google le remitió a este lugar es porque tenía la certeza de que aquí podríamos responder a la pregunta, pero si he de ser sincero, mi manía por poner atención en los detalles reparó enseguida en el adverbio, que resonó en mis oídos en la tesitura de la duda. ¿Está el Norte realmente hacia arriba?

Así, en una apresurada declaración, sin tener sobre la mesa todos los detalles necesarios para una correcta valoración e interpretación, que tampoco la pregunta es el origen de este post con perdón del visitante que la hizo, que es él (o ella) el (la) protagonista del asunto que nos trae, así, decía, tras esta larga digresión de subordinadas, quizá excesiva, qué le vamos a hacer, se me ocurre responder que depende. ¿No? Por ejemplo, en este blog el Norte no está ni arriba ni abajo, sino dentro. Supongo que es cuestión del lado desde el que mires.

Luego el visitante 20001 entró diciendo "microinfartos cerebrales" pero como faltaban los signos de interrogación y soy hipocondríaco, me hice el sordo. Y más tarde me encontré en el correo una carta anónima en la que alguien que afirmaba frecuentar poco este blog confesaba que una foto que acababa de ver aquí le había hecho saltar las lágrimas. A mí casi me las hace saltar su carta. ¿Qué emociones habrá suscitado este lugar a sus 20.000 visitas? A mí personalmente muchas, desde luego.

Este es un blog pequeño de factura y mimo artesanal que por ese motivo no puede permitirse publicar más de un post al día, salvo excepciones contadas, para asombro de quien conoce mi tendencia a la expansión verbal; que se lo digan, si no, a los Flexos, que me los encuentro por la calle y tiene que salir la señora de una tienda invitándonos a entrar para que por lo menos nos sentemos. Tampoco es un blog que aborde cuestiones que despierten un interés masivo, a no ser que el elogio de la luz de las 6 y 20 de la tarde al comienzo del otoño pueda ser considerado de tal interés (para mí lo es, desde luego), pero tampoco lo pretende, la verdad. Por eso, haber recibido en ocho meses de control estadístico una cantidad de visitas semejante me produce muchas sensaciones que van desde la satisfacción a la perplejidad al tomar conciencia de que la voz íntima y solitaria que se expresa mediante monólogos nocturnos esté siendo sintonizada por el dial de tantos oídos a los que ahora quiero decir, sencillamente, gracias.