Johann Sebastian Bach tuvo que recorrer a pie 480 kilómetros en su juventud para poder escuchar a
Buxtehude tocar el órgano en
Lübeck. Este domingo, el diario
"El País" ha distribuído gratuitamente más de un millón de cd´s con música de
Mozart, pistoletazo de salida a su particular contribución al evento del año. Desde la caminata de Bach por aquellos senderos intransitables al agradable paseo matinal al quiosco de prensa han cambiado mucho las cosas, afortunadamente. La posibilidad de reproducción y distribución facilita el acceso a la cultura: nunca tanto estuvo al alcance de tantos.
Creo que fue
José Antonio Marina el que advirtió hace unos años que uno de los efectos secundarios de la sociedad de la información es la necesidad de
saber seleccionar y digerir tanta y tan variada información. Esta mañana, recogiendo los
3 conciertos para piano plastificados junto al suplemento dominical me ha asaltado una extraña sensación: de pronto, te ponen en las manos una muestra perfeccionada de una de las ramas evolutivas del lenguaje musical y sientes como si te dieran un trozo amputado, al que le falta el antes y el después necesarios para que el riego sanguíneo circule. A mí este tipo de iniciativas me parecen muy bien, que conste, pero me inquieta pensar en su eficacia real. La cultura se ha convertido en un bien comercial cuya posesión asegura una balsámica dosis de autoafirmación ante los demás. Ningún problema si eso nos hace felices pero, en un porcentaje de casos abrumador, la cosa se queda ahí, en una experiencia epidérmica, y es entonces cuando uno ve todas esas pilas de discos, libros, catálogos y lo que toque y siente un cierto desasosiego. Menos es nada, dirán algunos. No sabría yo qué responder a eso.
La colección Mozart consiste en un cd acompañado por diversos textos sobre la obra, la biografía del compositor y del intérprete. El estreno, los conciertos para piano
12,
14 y
20 interpretados por
Maurizio Pollini que, además, dirige a la
Filarmónica de Viena. Y es esa curiosidad (simultanear la interpretación con la dirección, dos en uno, que no es algo nuevo pero que en Pollini no es muy frecuente) el principal atractivo del disco, en mi modesta opinión. Nadie puede dudar que Pollini es una de las leyendas vivas del piano, grande entre los grandes, pero su Mozart no me resulta atractivo: no es cuidadoso en los detalles, la ornamentación deja de ser un elemento expresivo para pasar a ser un obstáculo en el camino que el italiano supera felizmente con su técnica apabullante y las encantadoras escalas mozartianas están tocadas como si de un estudio de
Czerny se tratase. No se trata, por tanto, de un juicio de carácter "purista". Yo no creo en eso. ¿Qué es ser purista? ¿Acaso oyó alguien a Mozart para poder decir "así se tiene que tocar"? Se trata de una cuestión de saber adentrarse en la música de tal forma que esta fluya con naturalidad desde el intérprete de manera que parezca que las notas que se escuchan fueron concebidas para esas manos. O a lo mejor se trata de una cuestión de "química" o de compatibilidad, porque Pollini, además de ser un maestro del piano, es un musicazo muy inteligente y todo esto lo sabe de sobra. Pero el caso es que, sea lo que sea, no termina de funcionar.
Me cuesta creer que
Juan Ángel Vela del Campo y
Luis Suñén, comentaristas del asunto, vean el Mozart de Pollini como la muestra idónea para ilustrar el capítulo de los conciertos para piano, pero ambos están en nómina de
PRISA, que edita la colección, y hay que salir del paso. Saben perfectamente que la biografía de Mozart no dice nada de esta música (y viceversa) y saben también que escribir que el tercer tiempo de un concierto tiene forma
rondó de nada sirve en una obra de vocación divulgativa si no explicamos previamente qué es un rondó. De todas formas, el repertorio del disco no puede ser, desde luego, más atractivo e ilustrativo de la gran aportación de Mozart al concierto para piano y de su evolución personal como compositor. Dos conciertos "de juventud" y uno con el que Mozart se adentra en la "madurez" (si es que alguna vez la música de Mozart dejó de ser joven y poco madurada). A mí el concierto 12 me parece delicioso y no termino de entender la manía de despacharlo en un santiamén con un término peyorativo: "alimenticio", como si la Sinfonía 41 fuera indigesta. Una curiosidad: el temprano concierto 12 tiene un trocito que Mozart, al final de sus días, reproducirá literalmente en su magistral
Concierto para Clarinete (ambas obras, por cierto, en la misma tonalidad) A veces pienso que, en Mozart, toda la música ya estaba allí, a la espera de su entrada en el compás correspondiente.
En fin, bienvenida la colección. Bienvenido todo lo que contribuya a acercar la música irrepetible y milagrosa de Mozart a nuestros corazones. Necesitados están de cosas así. Por si alguien acepta la sugerencia (del todo personal, por supuesto), anoto aquí otros nombres para el mismo repertorio:
Alfred Brendel para los conciertos 12 y 14 y
Daniel Barenboim para el 20. Suena lo mismo pero se oye distinto. Y, sobre todo, suena iluminado que, a fin de cuentas, es que lo que Mozart nos aporta:
luz. Pollini es grande iluminando otras cosas.