31 diciembre 2005

Carta

No, no me ha sorprendido encontrarme contigo. Tú, que me conociste bien, sabes que no miento si te digo que, de alguna forma, he sabido esta mañana que tenía que pasar cuando al salir de una tienda y pararme ante el semáforo, he sentido una inquietud extraña, un vacío en el pecho y he pensado en tí. Por eso esta tarde, cuando he levantado la cabeza y te he visto a pocos metros viniendo con alguien en dirección contraria a la mía, no me ha sorprendido. Quién lo iba a decir, ¿verdad? Hace un par de años, la mera posibilidad de encontrarme contigo, aunque fuera de lejos, me hubiera causado espanto y habría huído despavorido. ¿Cuánto tiempo ha pasado ya?

No, no me ha sorprendido verte pero no te negaré que ha sido toda una conmoción. Sobre todo el abrazo, del todo inesperado, tanto que no he podido saber si me confortaba o me escocía. La caprichosa casualidad ha querido que tuviéramos que compartir unos metros que a lo mejor se nos han hecho interminables o a lo mejor nos han sabido a poco. Como era de esperar, no has dejado de hablar de manera despreocupada, como si nada hubiera ocurrido. Las situaciones incómodas siempre te han hecho actuar así pero el tono te delata. Yo he respondido apenas con monosílabos porque ayer toqué a Ravel y Ravel, recuérdalo, me deja un tiempo sin saber qué decir. Sin embargo, he escuchado atentamente todo lo que me contabas, lo que ha sido de tí en este tiempo; te he escuchado con sumo interés a pesar de que todo eso yo ya lo conocía: lo dicho y lo que no has dicho, por falta de tiempo o porque ya pasó el tiempo de decir según qué cosas. Contradictorio en alguien que no quiso volver a saber, lo sé. Soy un caso, cosa que ya sabes de sobra.

Lo que no conocía es lo que contaban tus ojos. Siempre has hablado mejor con los ojos o, por lo menos, cuando el discurso de las palabras no concordaba con el de los ojos, aprendí (me costó) que había que hacer caso a estos últimos. En tus ojos, esta tarde, he visto que ya has conocido el dolor. No sé dónde ni cuándo, ni cuánto te ha afectado, pero ha ocurrido seguro. Has cambiado. Yo también. Me pregunto qué habrás visto tú en mis ojos, qué habrás sentido al verme, qué te ha hecho aceptar un segundo abrazo, esta vez mío. Tú eres la única persona que ha sacado de mí lo mejor y lo peor. Siempre te agradeceré lo primero, me costará perdonarme lo segundo aunque algo es algo: hubo un tiempo en que te estuve muy agradecido por haber sacado de mí lo peor y hacer los ensayos contigo.

Cuando te has ido me he sentido muy confuso y todavía tengo un nudo en el estómago que ha ido ascendiendo por el pecho y que saldrá en forma de berrinche o de llanto, llanto que ya conoces, como yo conocí el tuyo. La primera vez que me viste llorar fue porque llorabas. No pude soportarlo. Hay veces que llorar es bueno pero para hacerlo hay que encontrar el motivo. ¿Cuál fue el motivo de aquel llanto tuyo? Desde hace un rato tengo el llanto en la garganta pero todavía no sé qué hay que llorar: si el encuentro, el recuerdo o la despedida. Porque lo de hoy ha sido algo que teníamos pendiente: decirnos adios como Dios manda; hacerlo con una sonrisa, con buenas palabras, con el tono dulce y un tercer abrazo.

En el recuerdo de los buenos tiempos, te busco, te encuentro, y te deseo lo mejor.


30 diciembre 2005

Recuerdo

A principios del pasado verano, fui a casa de Javier Romé a pedirle la mano. En realidad, ya puestos, le pedí las dos, que es lo que necesitaba para poner en marcha el proyecto Ravel. En pocos segundos me dio el "sí quiero" ante la sonrisa de Mila, su mujer, y lo volvió a decir tras decirle que lo pensara bien y recordarle que 8 de mis 10 dedos tienen prótesis y que 6 no funcionan. De paso, dejé caer lo de las chocolatinas, y que tuviera en cuenta el "factor temblor", él ya sabe qué es eso, lo ha vivido muchas veces, y de que en mi porción de partitura no iba a aparecer ninguna anotación porque me despistan los números y yo la música la siento por el tacto y de otra manera las cuentas no me salen. Le dije eso y un par de pequeñas manías más. "No importa", dijo él. "Pues tú verás", dije yo. "Menuda pareja", sentenció Mila levantándose para salir al jardín. Desde ese mismo instante, iniciamos una estrecha convivencia armoniosa, eso sí, en régimen de separación de bienes: esta parte del teclado para ti, esta parte para mí; este "fa" me lo quedo yo, este "sol" te lo puedes llevar, que no tengo sitio.

Durante todo este tiempo hemos vivido juntos una experiencia que nos ha enriquecido mutuamente. Hemos trabajado mucho y muy duro pero también hemos disfrutado muchísimo. En la foto de arriba, que pongo aquí a modo de recuerdo, la lamparita ilumina el sendero que debemos recorrer hasta el corazón de las historias de Ravel. Esa es la parte visible, la que regalamos ayer a todos con todo el corazón. Lo que ocurrió en la trastienda, con sus momentos hilarantes y su espacio para que afloraran las emociones, queda para nosotros, intacto, para siempre.

Agradecimiento

RavelYa lo he dicho en anteriores ocasiones: a mí, Ravel me deja sin voz. Como hoy he tenido que interpretarlo en dos conciertos no me salen las palabras, al menos no todavía. De momento, después de cenar han salido algunas lágrimas, de las buenas, y en las manos todavía ha quedado un resto del calor que se forma cuando pones el corazón en la punta de los dedos y lo proyectas a todos los corazones. Hasta que consiga volver a ponerlo en su sitio lo que necesito es silencio. Ha sido una experiencia maravillosa. 260 gracias.


29 diciembre 2005

Inocentada

Sin hacer ruido, como quien hace una travesura sin que nadie se entere, esta tarde nos hemos desplazado a una pequeña localidad cercana (10.000 habitantes) para tocar nuestro Ravel a 4 manos, que estrenamos mañana (ya hoy) en sesión doble porque la venta de localidades ha funcionado muy bien. Ha sido una especie de ensayo general con público.

Ayer por la mañana, a las puertas de la sala donde se iba a desarrollar el concierto, un resbalón en una traicionera placa de hielo me hizo valorar, más que nunca, la decisiva ayuda de las otras dos manos que me acompañan en esta aventura de montar "Ma mère l´Oye" porque si no llegan a sujetarme me rompo la crisma. Cuando minutos después nos sentamos ante el Yamaha de cola percibimos, al instante, que la afinación dejaba mucho que desear, demasiado teniendo en cuenta que dicha afinación había tenido lugar el día anterior, por lo que solicitamos, educadamente, que el afinador diera un nuevo repaso al instrumento antes del concierto. Cuando pulsamos cierto intervalo que a la Emperatriz de las Pagodas le gusta escuchar mientras se toma su baño casi se nos ahoga del susto. Con eso digo todo.

Hoy hemos llegado con dos horas de antelación, la partitura en una mano y la americana en la otra y conforme entrábamos a la sala nos han informado que, tal y como habíamos sugerido, el afinador había retocado de nuevo el piano. Craso error por nuestra parte sugerir semejante cosa: el piano estaba peor. Pero el susto mayor ha venido justo después, cuando nos hemos dado cuenta de que el "do" central, y el "la" que se encuentra dos notas a su izquierda y el "mi" que está a la derecha, una octava más arriba, se quedaban hundidos aun cuando el dedo dejaba de pulsar las respectivas teclas. El hecho, insólito donde los haya (ponte en nuestro lugar porque ya no son dos las horas que faltan para el concierto, sino poco más de una y ya se escucha algo de movimiento fuera de la sala) parecería la inocentada de turno que la fecha del calendario determina si no fuera porque de inocentada no tenía nada. Afortunadamente, hemos descubierto de forma casual que manteniendo accionado el pedal izquierdo continuamente tal suceso no ocurría, quizá porque el ligero desplazamiento del teclado que tal acción produce evitaba que "algo" que no hemos sido capaces de identificar atrapara las susodichas teclas.

Pero el remedio, el parche, tiene, como la Couldina efervescente, efectos secundarios adversos: el pedal izquierdo funciona como sordina, atenua el sonido que sale del piano. Y tocar a través de un velo espeso las minuciosas y variadas dinámicas de Ravel no ha sido agradable. Que, a pesar de todo, el concierto haya resultado muy bien nos ha hecho sentirnos muy satisfechos. Después de lo sucedido, tocar mañana (hoy) va a resultarnos mucho más fácil, dado que el instrumento es excelente, nos es familiar, y el afinador tiene manos de oro.

Dejo anotado, por hecho destacable en lo personal, que por primera vez en mi vida he tocado en público sin que me temblaran las manos. Las causas creo que son muy diversas, y empiezan en la persona que comparte conmigo la mitad del teclado y acaban muy lejos, más allá del bosque encantado que hemos transitado, a la luz de una lamparita sobre el piano, en una sala en penumbra y en cálido silencio.


28 diciembre 2005

Ojos

Joseph RatzingerEstoy leyendo la desconcertante y estimulante novela "Caja negra", de Pablo Sánchez, que empieza diciendo que "el gran misterio de la vida no es, desde luego, la existencia de Dios. Después de Auschwitz, ese enigma se desvaneció".

(Yo tiendo a pensar que Dios es otra cosa aunque desde pequeñito los curas y las monjas han hecho grandes esfuerzos por quitarme la idea de la cabeza)

Por si quedaran dudas, hoy nos hemos enterado de que "no es el Espíritu Santo el que dicta a los cardenales el nombre del Papa". La frase no viene en la novela de Pablo Sánchez, sino que fue dicha en 1978 por Joseph Ratzinger, entonces inquisidor, hoy Papa. Al menos, el tipo es sincero en algo.

Recuerdo que la tarde en que a todos se nos quedó la boca abierta ante la tele cuando su nombre fue dicho, solemnemente, por los micrófonos un nubarrón cubrió el cielo de Roma y un viento borrascoso recorrió la plaza de San Pedro alborotando los hábitos de las monjas que lloraban, no se sabe si de emoción o de espanto. Después, alguien dijo muy serio que, desde luego, Dios no había elegido a ese Papa y semanas más tarde, otra voz menos seria dijo con criterio estético de corte frívolo que hasta el uniforme le sentaba fatal. Hay a quien no le sienta nada bien el blanco.

Hoy cuenta Juan Arias en el periódico que un cardenal brasileño, rompiendo un pacto de silencio muy del gusto vaticano, ha revelado las artimañas de Ratzinger para hacerse con el puesto y, al parecer, entre ellas estuvo la de hacer correr la voz de que su rival sufría de Parkinson. Es conmovedora la caridad cristiana de algunas personas, que tanto se preocupan por la salud del prójimo y le procuran descanso ofreciéndose a cambio para hacerte un favor. Se suele decir que la cara es el reflejo del alma. Yo, desde luego, no veo a Dios en la mirada oscura de este hombre que se escuda con su mano enjoyada tras el defensor de los desheredados.


27 diciembre 2005

Hielo

Si el parte meteorológico no falla, hoy nos libraremos, al fin, de un curioso fenómeno climático que nos ha mantenido perplejos durante varios días. A veces ocurre que se dan ciertas circunstancias (ahora no recuerdo cuáles) que hacen que el valle del Ebro quede cubierto por una persistente niebla que se estanca durante varios días, creando una especie de blindaje bajo el cual todas las horas tienen la luz de plomo del atardecer y donde el termómetro no deja de estar en negativo ni siquiera en las horas centrales del día. Las bajas temperaturas han llegado a producir en varios momentos que la propia niebla se congele dejando caer minúsculos cristales de hielo. Lo curioso es que fuera de los límites del valle por los que transcurre el río el tiempo es plenamente anticiclónico y brilla el sol, pero aquí, mientras tanto, a las continuas temperaturas negativas (-8) le sumamos la densa humedad que acentúa la sensación de gelidez. La niebla moja el suelo que, inmediatamente, se congela, convirtiéndolo en una pista de patinaje; los carámbanos cuelgan de las guirnaldas de bombillas que atraviesan las calles y las cañerías de agua se han congelado en muchos puntos de la ciudad. Pero lo que más ha llamado la atención ha sido el aspecto que presenta el paisaje que nos rodea: todo está blanco y, sin embargo, no ha caído un copo de nieve. Es puro hielo. El aspecto que presentan los árboles es fantasmal, como si se hubieran calcificado.

A raíz de ésto, el viernes empezó a llamar a la puerta un resfriado pero no le hice mucho caso. Qué visita más inoportuna, a punto de estrenar el Ravel y la nariz amenazando con gotear sobre el teclado o que un estornudo se lleve la partitura por los aires. Imagínate. Lo que faltaba. Esta noche, que hemos acompañado a Merche a su casa después de cenar, el resfriado me esperaba en el portal. Pesadito que es el resfriado. Por si las moscas, hace un rato he echado mano de la Couldina efervescente, que mañana toca ensayo general, pero hace una media hora he recordado que a mí la Couldina me deja tristón, echo polvo, mira tú qué cosa más tonta. Qué cosas más raras son los efectos secundarios, te tomas un "alivio sintomático de los procesos leves de resfriado" (pone algo así, no me hagas ahora mirarlo que con la Couldina tambíén me entra pereza) y te entra una melancolía espesa. Una vez escuché en la radio a alguien que aseguraba que el Frenadol le ponía de muy mala leche, por eso yo nunca tomo Frenadol, sino Couldina, pero mi precaución por los efectos secundarios del Frenadol me hacen olvidar, siempre, los de la Couldina, hasta que pasa media hora y me empiezo a sentir una tristeza pegajosa y una pereza gris. Así que me voy a acostar ya y, con permiso, dejo hasta mañana los comentarios por responder. Es la Couldina, fijo.


25 diciembre 2005

Nochebuena

Esta noche, Papá Noel me ha traído lo que había pedido: tranquilidad. La tranquilidad que da sentir la satisfacción de la compañía de mis hermanos, y de mi madre, y la alegría de los sobrinos (la alegría de la Navidad la traen los niños), y la abuela (más abuela que otros años, lo que a cierta edad viene a ser menos) y la conversación relajada, y el brindis porque ya pasó todo y estamos aquí. Juntos. Ha sido el regalo más hermoso. No pido más.
Feliz Navidad.


23 diciembre 2005

Columna

Volvía a la tarde en el tren y por las ventanillas no se veía nada por la niebla cuando sonó el móvil. Llamaban de una emisora. Me explicaron que, por costumbre, al final del informativo de la semana viene una columna, a modo de epílogo, como pasa en la última página del periódico. La columna la ocupa cada semana alguien distinto para exponer, en 30 líneas, un comentario político, una reflexión sobre un asunto social o ... (no me enteré de más porque aquí se fue la cobertura). Volvieron a llamar. Pues eso, que la columna. 30 líneas. Lógicamente, que tras la explicación viniera el correspondiente encargo no me sorprendió pero sí me entró cierto agobio por varias razones: por no saber qué decir, por sumarle 30 líneas a las 4 manos de Ravel (demasiado estrés para estos días) y porque decirles que no, que era la salida más fácil, me daba rabia porque siempre se portan muy bien conmigo. Si yo tuviera que llenar 30 líneas no hablaría de política y cosas así, te arriesgas a que me salga un elogio de la luz de las 6 y 20 en Noviembre, tú verás (le dije). Es que eso es lo que quiero, algo distinto para terminar el año. ¿Para cuándo? Para ya.

(silencio)

Pues vale. Pues gracias.

Saqué del bolsillo del abrigo una libreta pequeña que llevo siempre y empecé a tomar notas sin pensarlo mucho. Al principio, la columna me salía torcida por el vaivén del tren pero aprovechaba las paradas para reforzar las paredes. Cuando llegué a casa ya me estaba esperando el técnico al otro lado del teléfono para hacer la grabación, así que apenas tuve tiempo de quitarme el abrigo y dejar las bolsas con lo que Papá Noel me había entregado para los sobrinos.

La pongo aquí para que lo que en ella se dice valga para todos. En la grabación no se nota, pero tengo la punta de la nariz helada.

Aria

Hoy he asistido a un concierto y he escuchado a una niña de 11 años cantar un Aria de una Cantata de Bach. Ha sido una revelación. Sacudido por una fuerte emoción he comprendido, de pronto, que las Cantatas necesitan de los niños. No se trata de una razón purista (que en música suele producir sinrazones bastante impuras) por el hecho de que fueron niños quienes cantaron, en vida de Bach, esas piezas. A menudo oímos comentarios del tipo: "y pensar que Bach tuvo que componer para aquellos pobres niños desnutridos de la Escuela de Santo Tomás que tanto deslucían sus obras...", pero hoy me he dado cuenta de que si Bach escribió "eso" y de "esa" manera quizá fue porque vio con claridad lo que yo apenas he conseguido entrever esta tarde al mirar los ojos de esa niña y la expresión de su cara y que, aún así, me ha conmovido tanto: la expresión y la mirada de estupor de quien se siente sobrepasado por aquello que, sin embargo, nace de sí mismo; el pasmo de sentirse instrumento portavoz de un misterio desconocido y al mismo tiempo y quizá por eso recreador de su hermosura. Mirando esos ojos, y por una razón que no sabría explicar, que la garganta tenga telarañas y la afinación se resienta en los intervalos amplios deja de ser una impureza para pasar a ser puro gozo, elemento imprescindible e inseparable del conjunto que armoniza en perfecta consonancia con él como la rúbrica que confirma el milagro.


22 diciembre 2005

Lotería

La verdadera música de la Navidad es la de la lotería. La letanía de los niños de San Ildefonso (¿ha reparado alguien que al cantar los números entonan las notas del comienzo del "Noche de Paz"?), el rumor denso de los grandes bombos girando lentamente, la elevación súbita y emocionada que preludia la llegada del premio, el estrépito de voces y flashes, la puntualización serena del secretario de mesa (contrapunto riguroso a la melodía ornamental), las voces de la radio, vendido en la administración número tal, las risas nerviosas de los agraciados desde la tal administración bautizando la suerte con cava... La música de la Navidad es la de la lotería. Yo espero que este año me toque un pedacito de suerte, pero lo espero para el viernes. Yo ya me entiendo.


Invierno

Más o menos a la misma hora que hacía entrada el invierno, a la caída de esta tarde fría, "La Idea del Norte" recibía la visita número 10.000 desde que el departamento responsable de la contabilidad se puso en marcha en un rinconcito de la trastienda de este blog.

10.000 gracias a todos.


21 diciembre 2005

Relatividad

Es probable que, en música, el descubridor de la teoría de la relatividad fuera Haydn quien, en el primero de sus cuartetos Op. 33, de tanta importancia en el desarrollo del lenguaje musical, nos mantiene en vilo durante unos segundos haciéndonos dudar de si lo que escuchamos está en el tono de Re Mayor o en su relativo, si menor. Llamar a eso "teoría de la relatividad" es una licencia literaria, por supuesto, aunque ahora que lo pienso me parece que meterme a disculpar una travesura que la música comete contra la física desde la literatura enreda todavía más la madeja. No importa: voy a tirar un poco más del hilo.

Un siglo después, Johannes Brahms repite el experimento exactamente en los mismos términos (lo que hace suponer que teniendo en mente el caso de Haydn) en el comienzo de su maravilloso Quinteto para clarinete, escrito para el clarinetista Richard Mühlfeld. Las cuerdas comienzan trazando un ondulante arabesco en si menor para, a continuación, iniciar un progresivo descenso que les lleva a concluir, suavemente, la frase. Es entonces cuando el clarinete toma el relevo de la misma nota dejada en el aire por éstas e inicia el camino contrario, un luminoso ascenso, en esta ocasión en la tonalidad de Re Mayor, para repetir, una vez en las alturas, dicho arabesco y, ya puestos allí, expandir su vuelo. No será hasta el momento en que sus alas planeen de nuevo hacia abajo, para tomar tierra y devolver el testigo a las cuerdas cuando se produzca, otra vez, el cambio de tonalidad. De este modo, Brahms pone en relación el modo menor con los descensos y el modo Mayor con los ascensos. Pero el misterio está en los instantes ambiguos donde se produce el cambio.

El archivo de audio que viene a continuación confía en que hayamos tomado buena nota de los detalles: del arabesco, de las subidas y de las bajadas. Siempre hay tiempo de volver a echar una ojeada al párrafo anterior. Toca para nosotros José Luis Estellés junto con el Cuarteto Orpheus. Están soberbios en esta grabación imprescindible y me temo que inencontrable. Las últimas noticias hablaban de que una marca japonesa de utensilios de cocina regalaba en el país nipón el cd si comprabas el juego completo de cacerolas. En música, así se explica la teoría de los agujeros negros.

Lastre

El mayor lastre que arrastran las series españolas de televisión es su minutaje. El resurgir del formato, hace unos años, fue convenientemente aprovechado por las cadenas exigiendo a las productoras que estiraran el minutaje. El razonamiento era sencillo: si una serie funciona y da audiencia, ¿para qué sentarse a pensar nuevos formatos, para qué arriesgar apostando por nuevos productos? Se va a lo seguro y punto. Las cadenas son muy conservadoras. De esta manera, los guionistas se vieron forzados, a su pesar, a exceder las medidas establecidas por la convención: 23 minutos para una serie de media hora, 46 minutos para una serie de una hora (los minutos sobrantes van para publicidad). En esto los americanos son maestros e inflexibles salvo contadas excepciones excepcionales que, siempre, tienen una justificación, digámoslo así, expresiva.

El mayor mérito de una serie como "7 vidas" es sobrevivir 47 minutos tan espléndida habiendo nacido para durar 23. Otras no tienen tanta suerte, y es que duplicar la duración de una serie de una hora es un disparate. Las 4 o 5 subtramas de cada episodio se dilatan en exceso, el ritmo se resiente, y no todas las series saben salir airosas. Echas un ojo a la escaleta de los episodios de "Los Serrano", que Globomedia sirve a Telecinco, y te entran agobios: 78 minutos, 72, ¡83 incluso!. Lo de "Los Serrano" (que ha vuelto esta noche) es una pena, porque bien formateada sería otra cosa muy distinta y bastante mejor.

Llenar 80 minutos semanales de tramas que apenas progresan tiene que ser un suplicio para los guionistas; digo yo que será por eso que, de puro aburrimiento, se ponen a jugar. Cómo explicar, si no, que en los pocos minutos que he visto esta noche hayan aparecido, seguidos, tres guiños cinéfilos que nada tenían que ver con la trama: el primero ha sido una alusión a una película de Chicho Ibáñez Serrador ("¿Quién puede matar a un niño?"); el segundo ha sido una parodia bastante literal del famoso discurso del alcalde de "Bienvenido Mister Marshall", ya sabes, aquello de "como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación..." (hay que imaginarlo con la voz de don Pepe Isbert, ilustre inolvidable); y el tercero, el más evidente, ha sido una recreación grotesca de la escena del hachazo en la puerta de Jack Nicholson en "El Resplandor", de Kubrick. Digo grotesca porque no era Jack Nicholson en su inquietante papel del desquiciado señor Torrance quien pretendía derribar la puerta tras la que se encontraba una aterrorizada Shelley Duvall sino que era "el Genaro", matarife de cerdos, quien pretendía ejercer como tal con Antonio Resines (!)

Ignoro si ha habido más guiños cinéfilos pero es que me he puesto el abrigo y me he pasado un rato por "Cheers" (ay)


20 diciembre 2005

Cuenta atrás



Échale un vistazo a la imagen (pero no te marees) Nos has pillado con las manos en la masa.

Las manos de la izquierda son las mismas que pulsan las teclas que van dando forma a este blog. Las manos de la derecha son las que me enseñaron, hace muchos años, a desenvolverme en la geografía blanca y negra del piano sin riesgo de perderme. Ahora nos hemos encontrado, lo que añade cierta carga emotiva de carácter privado que se suma a la emoción que surge de la partitura para todos aquellos que quieran escucharnos.

Si te fijas en su mano derecha, comprobarás que está atenta para puntuar una frase como Dios manda en el instante preciso. Sin embargo, mi mano izquierda parece querer salirse de sí misma y ascender como una imagen fantasmal que se separa del cuerpo. Eso pasa cuando relajas la atención y se te sube el santo al cielo. En cualquier caso, ambas, su mano derecha y mi mano izquierda, son barreras fronterizas, guardianes del orden de lo que sucede en el centro de la escena, con las manos sobrantes agazapadas (algo se traen entre manos) en las que recae, en el instante en que fue captada la imagen, la responsabilidad principal del asunto.

Ya queda menos.


Lapsus

(me he quedado en blanco)
(pero no me pasa nada)
(creo)
(hay días raros)
(sin más)
( )
(buenas noches)


18 diciembre 2005

Hurto

“Empezaron los frailes a entrar en la iglesia y la hallaron a oscuras. Ya estaba conforme el hermano responsable con el castigo que no dejarían de aplicarle por una falta que no sabría explicar, cuando se observó, y fue por el tacto y el olor, que no era aceite lo que faltaba, que allí estaba derramado por el suelo, sino las lámparas, que de plata eran. Estaba aún fresco el desacato, si así se puede decir, pues las cadenas de donde habían colgado las susodichas lámparas oscilaban aún mansamente, diciendo, en lenguaje de alambre, Hace poco, hace poco.”

José Saramago, "Memorial del convento". Traducción de Basilio Losada.

17 diciembre 2005

Estreno

Tras años de esporádica exhibición restringida al ámbito familiar, Javier Romé ha decidido hacer público el esperado estreno de su "Concierto para Tetera", en sus movimientos "Allegro con infusione", "Siciliana alla tazza (ma senza succhero)" y "Vivace assai scaldato".

Son variados, complejos y delicados, los procedimientos a solicitar a la ciencia calórica, a la física térmica, para que propicien que, en el momento preciso, el artilugio exhale un "mí" y un "si" de vapor que, sostenidos y armonizados por el resto de la plantilla instrumental, constituyen la totalidad de su tesitura.

El evento tendrá lugar el próximo Jueves día 22 a las 19:30 horas dentro del concierto de Navidad de la Escuela de Música "Fernando Remacha".


16 diciembre 2005

Autorretrato

La persona que aparece en la fotografía soy yo, aunque quienes me conocen y han visto esa imagen han dicho que no, que no soy yo, que no me reconocen. Ese no eres tú, emejota, por Dios, parece mentira. Sin embargo, quien hizo la foto, en un disparo furtivo en el transcurso de una larga sesión fotográfica repleta de sonrisas, algunas ficticias, casi todas reales, aseguró que sí, que yo era así también; de hecho, creo que fue la imagen de la que se sintió más satisfecho.

Me costó verlo (y verme) pero con el tiempo caí en la cuenta de las razones de esa satisfacción y a partir de esa imagen tracé, de algún modo, mi propio autorretrato: no se trata tanto de "ser" en la foto sino de lo que la foto "dice" de uno mismo. Y es verdad que la imagen dice mucho de mí, aunque no haya ni rastro de mi manera de hablar precipitada y mis maneras inquietas, de mi risa fácil y mis arranques viscerales. No importa. Porque lo que dice la foto de mí no está tanto en la figura como en la luz y la sombra entre las que estoy ubicado. Sí, es cierto: yo soy así. La zona de luz hacia la que dirijo la mirada puede representar muchas cosas: el embeleso ante el misterio profundo de una obra de Bach, la invitación a participar en una velada numerosa o la mirada insinuante que alguien te dirige al pasar a tu lado. Sea lo que sea, yo asisto a todo de cerca, pero me mantengo a cierta distancia. No me aislo del todo, si así fuera cerraría los ojos, pero necesito mirar las cosas desde la zona cercana a la penumbra, que es donde me encuentro cómodo. En algunos casos es por deslumbramiento, en otros, por miedo o cobardía, a veces también por pudor; no faltan los motivos banales como la pereza pero siempre está presente la necesidad vital de no sentirme atrapado ni comprometido. Necesito ir a mi aire y sólo entonces, quizá, dar el paso adelante.

Así que entre esa zona simbólica de luz y de sombra aparezco yo, despojado de lo que me hace cotidianamente reconocible ante los demás, distraído de la intención de quien maneja el ojo de la cámara para buscarme en la zona de penumbra, verdadero.


15 diciembre 2005

Casualidad

Enid BlytonHoy me ha pasado una cosa muy rara. Durmiendo, he tenido un sueño en el que me veía a mí mismo de pequeño leyendo un libro de "Los Cinco", de Enid Blyton. De pequeño me los leí todos de tirón. Se los cogía a mi hermana, que tenía la colección completa, y me lo pasaba en grande: esa prima Jorgina tan rebelde y empeñada a toda costa en ser Jorge, el perro Tim, aquellas aventuras increíbles a cuya vuelta siempre esperaba un banquete reparador en el que no faltaba la cerveza de jengibre, que mira que nos resultaba exótico eso de la cerveza de jéngibre, a qué sabía una cerveza de jengibre, a ver. Luego nos hicimos mayores y nos enteramos de que Blyton, cuyo característico autógrafo presidía todos sus libros, empinaba el codo que no veas y hubo a quien la noticia no le hizo gracia y a otros les dio la risa. Pero antes de eso, cuando éramos pequeños, leíamos con avidez las novelas de "Los Cinco" y a mí lo que más me gustaba era lo de la Isla de Quirrin. Me resultaba absolutamente emocionante ir a la isla. Y eso es precisamente lo que he soñado esta noche pasada: que yo era otra vez pequeñito y leía en una tarde invernal de sábado un libro de los Cinco volviendo a la Isla de Quirrin. Lloviendo. Un sueño curioso, porque mira si hay libros con los que soñar y me ha tenido que tocar revivir con toda minuciosidad mis tardes de lectura junto a "Los Cinco" después de tantos años.

Pero lo mejor ha venido por la mañana. He ido a comprar el periódico y no te lo vas a creer: me he dado de bruces con un enorme cartón azul en la zona de los fascículos coleccionables que llevaba, envueltos en plástico, cuatro libros... ¡de "Los Cinco"! No me digas que no es casualidad. Yo me he quedado de piedra y sí, vale, parecerá ridículo pero debo confesar que lo primero que me ha pasado por la cabeza es que algún significado oculto debía tener eso, soñar precisamente con "Los Cinco" veintimuchos años después y encontrártelos precisamente a la mañana siguiente delante de las narices. Una señal. Seguro.

Por si acaso, me los he comprado, que costaban 5´95 los cuatro libros y me he preguntado: ¿qué efecto me produciría ahora volver a leer una de esas novelas? En relidad no creo que lo haga. Quiero que "Los Cinco" sigan siendo aquellos Cinco de entonces. Pero me ha producido un placer especial pasar las páginas y comprobar que la edición reproducía las antiguas planchas de la Editorial Juventud.

Fue Enid Blyton la que a muchos nos despertó la pasión por leer, la que nos enseñó la emoción que late tras unas letras impresas en papel. Casi nada. Brindemos agradecidos por ello (con cerveza de jengibre, por supuesto). Si sueño esta noche con "Los Hollister", aviso.


14 diciembre 2005

Motivo

Ha terminado esta noche la serie "Motivos personales", que nació con pretensiones modestas y se convirtió en un éxito inesperado para la propia cadena. Yo no he podido seguir con regularidad las intrincadas peripecias de este rompecabezas de traiciones, asesinatos, acertijos y manos negras por doquier, pero desde el primer instante, me llamó mucho la atención el excelente motivo musical principal de la banda sonora, verdadero "motivo personal" puesto que actuaba de leit-motiv ambiental que envolvía a la trama dotándola de su peculiar atmósfera:

Su construccíón es tan sencilla como interesante: en el transcurso del diseño melódico, el motivo principal de cuatro notas (señalado en el ejemplo entre corchetes) ya es sometido a elaboración mediante una técnica de desplazamiento métrico. ¿En qué consiste esa técnica? Pues muy sencillo: en repetirlo a continuación cambiando la acentuación de las notas. Un compás tiene dos pulsos: el primero es fuerte, el segundo es débil. Pues bien, aquí las notas no cambian, son idénticas, como se puede comprobar a simple vista por la semejanza de la grafía aunque no se disponga de conocimientos musicales, pero lo que en el modelo principal suena en parte acentuada (marcado con una cruz roja), en la repetición lo hace en parte débil (marcado con una cruz verde). Y viceversa.

La técnica es de uso básico desde la noche de los tiempos pero me pareció significativo que este procedimiento tenga lugar en el tema principal de una serie en la que el trueque, el puzzle, la trampa y el retruécano, han sido sus señas de identidad.


13 diciembre 2005

Cuenta

7 vírgenesUno, dos, tres...

Si te colocas frente a un espejo en una habitación a oscuras con las estampas de 7 vírgenes, enciende dos velas, contempla el reflejo de tus ojos y empieza a contar. Cuando llegues a 60 podrás ver, en un instante fugaz, tu futuro.

A pesar de la oscuridad, espero no confundir mucho las teclas y poder contar que Belén y yo nos escapamos la otra tarde a ver "7 vírgenes". ¿Por qué tenemos que desplazarnos 80 kilómetros para ver una película con buena crítica, buena taquilla y premiada (Concha de Plata a la mejor interpretación masculina en San Sebastián), habiendo en nuestra ciudad 10 salas (9 + 1)? Misterio.

Catorce, quince, dieciséis...

A veces, las prótesis de mis manos fallan, es como si se produjera una descarga, un cortocircuito, y las manos se ven sacudidas por un espasmo involuntario durante una fracción de segundo. Pasa poco, afortunadamente, pero esta vez ha tenido que ocurrir al ir a sentarme mientras sostenía la caja de palomitas a rebosar. Han salido volando como ciento diez por todas las direcciones, menos mal que no había nadie todavía. Belén se echa a reir cuando le hago ver el aspecto que presenta los alrededores de mi butaca en contraste con la sala tan pulcra. A ver si me va a reñir alguien. Me siento como si estuviera representando un gag de Mr. Bean recogiendo palomitas a toda velocidad, alejándolas con el pie del pasillo al escondite que hay entre butacas. Que apaguen pronto la luz, por favor.

Veintiocho, veintinueve, treinta...

Bajo mi punto de vista, en las últimas décadas, el cine español ha contado con dos niños actores tocados por la magia del duende, lo que les distancia sideralmente de todos los demás: son Ana Torrent y Juan José Ballesta. La mirada de ella, la sonrisa de él y la franqueza de ambos cautivan a la cámara.

Treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho...

"7 vírgenes" es una película fascinante y extraña. Esa imagen estática de una ventana con la persiana casi hasta abajo dice más de su interior que si accediéramos a esa estancia. Esos pies que asoman de un colchón tendido en un balcón, tras una noche sofocante, cuentan por sí solos la biografía del durmiente, del que no hace falta ver siquiera su rostro. Hay un personaje (Ana Wagener) que lo dice todo sin abrir la boca apenas para decir 4 palabras en toda la proyección. De hecho, los actores, todos, si están brillantes es porque a lo mejor no actúan en una película que, a lo mejor, es un documental.

Cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete...

48 horas de permiso fuera del reformatorio para asistir a la boda del hermano. 48 horas de libertad y desenfreno. 48 horas es el tiempo necesario para abrir los ojos a la verdad.

Dice el director de la película que "para la mayor parte de la gente, los protagonistas de la película no existen, forman parte de una realidad localizada en la sección de sucesos; un accidente geográfico inexplorado y ajeno a la clase media de cualquier país. Es probable que alguna vez hayamos cruzado los límites transparentes de su territorio, pero no hemos sido capaces de descifrar su lenguaje de gorras y ciclomotores. Es más fácil darle un significado al miedo que nos hace bajar la mirada cuando coincide con la de ellos y seguir desconociendo ese pequeño mundo. Pero existen". Es cierto. Eso es lo que más inquieta de esta película inquietante: que, sin conocerlo, "eso" te resulta familiar, de alguna manera sabes que está ahí y que es así.

Cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cincuenta y seis...

Quizá "7 vírgenes" no es la representación ficticia de un pedazo de existencia, sino que es la vida misma la que consiente representarse, durante 86 minutos, ante nuestros ojos.

Sesenta.

(mírate)


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11 diciembre 2005

Gráfico

Si tuviera que plasmar gráficamente el proceso de aprendizaje de una obra musical, dibujaría un triángulo. Empiezas desde la base estableciendo un primer contacto con la obra y poco a poco vas ascendiendo hacia la cima. Por supuesto, ese ascenso no está exento de tropiezos e irregularidades en el camino; no es un ascenso llano. Llega un momento en que, al fin, pisas cumbre y sientes la satisfacción correspondiente y proporcional al esfuerzo invertido mientras llenas los pulmones de aire fresco. Pero la cosa no termina ahí. La experiencia te dice que la satisfacción es todavía mayor porque sabes que ese instante va a ser breve; a continuación inicias, inevitablemente, el descenso por la cara opuesta.

¿Y cómo es posible que tal cosa suceda si el camino que conducía a una interpretación satisfactoria tras superar las dificultades todas, las mecánicas, las físicas y las químicas, ha concluído? Pues es posible, a la vista de la evidencia. Pues sí que es usted rarito. Pues no le digo que no, pero no debo ser el único porque oiga usted a tantos y tantos músicos, de primera, octava y última fila. ¿Les ocurre algo similar? Les ocurre algo similar. Acuérdate de Gould, que defendía distanciarse de la obra si había que tocarla en público. Distanciarse de ella para reencontrarla, para redescubrirla. Para volver a sentirla nueva. Quizá sea ese el secreto.

Creo que lo que ocurre es que llegado ese instante en el que algo se estremece por dentro y te dice: "ya lo tienes", inevitablemente va perdiendo frescura; es como si a partir de entonces, por muchos medios que pongas para evitarlo, lo que hasta entonces era una búsqueda con los cinco sentidos puestos se va transformando en una repetición mecánica. Y cuando te das cuenta de ello y pretendes recuperar la satisfacción que te reportó la vista panorámica que contemplaste en la cumbre del triángulo caes en el mayor de los errores, porque fuerzas una interpretación artificiosa que sólo puede dar como resultado una caricatura de lo que entonces fue una pose natural. Ya lo dijo el sabio: "en el ser humano, la felicidad está en la búsqueda". Pues va a resultar que es cierto en todos los sentidos y que cuando encuentras lo que buscas empiezas a perder el interés (aunque te resistas).

Todo esto viene a cuenta (y a cuento, nunca mejor dicho) de que desde ayer, a la caída de la tarde, estamos perdidos en el bosque encantado junto a Pulgarcito. Ocurrió que el martes alcanzamos cumbre y yo no dije nada, sólo toqué madera, cosa fácil porque estaba sentado al piano, pero el miércoles se escapó un pasaje que, casualidad, nunca se había escapado antes; el jueves ya eran tres o cuatro, y un problema con el pedal izquierdo que hasta ese momento no habíamos percibido. El viernes, la pavana de la bella durmiente casi nos duerme a nosotros y ayer, mientras seguíamos al cortejo que acompañaba a la Emperatriz de las Pagodas al estanque de nenúfares tropezamos torpemente con un pedrusco que había en el camino y la caída de uno empujó al otro. Para disimular, nos apartamos de la comitiva entre unos arbustos.

Hemos decidido de mutuo acuerdo hacer un alto para distanciarnos de la obra sin dejar que el miedo nos atenace (al menos eso nos decimos el uno al otro, otra cosa son los temores de dentro de cada cual) No hay ensayo hasta el miércoles, tras la rueda de prensa presentación de los conciertos, digo bien, conciertos, porque al final van a ser tres. Esperar al miércoles puede parecer una distancia mínima, pero teniendo en cuenta la minuciosa y disciplinada pauta de ensayos diarios que hemos venido manteniendo supone una pausa considerable.

No pasa nada, entra dentro de lo previsible, es algo normal y superable.

(¿verdad?)


Discurso

El flamante Nobel de literatura Harold Pinter no ha podido ir a recoger su premio porque tiene cáncer y por eso ha enviado un vídeo. Al parecer padece, además, un problema que afecta a su boca pero, curiosamente, ello no le ha impedido aprovechar la ocasión para exponer a través de esa cavidad enferma un discurso impecable e implacable denunciando la metástasis que va invadiendo al mundo a partir de esos dos tumores malignos con apariencia de espinilla molesta que son el tal Bush y el tal Blair. Un aplauso al señor Pinter.


09 diciembre 2005

Comunicado

No por esperada, la noticia nos ha caído como un jarro de agua fría a los dvd-adictos. Se acabó el chollo. La cibertienda canadiense dvdsoon cambia de dueños y los nuevos dueños cierran el grifo. Nos han mandado un comunicado vía e-mail diciendo eso mismo pero en inglés y con el tono adecuado a las circunstancias: se acabó. Se acabaron esos precios increíbles, esos descuentos que te hacían pensar que algún error se habría deslizado en la pantalla, que no era posible, se acabó eso de los gastos de envío gratuítos; en fin: que se acabó.

El apogeo de la tienda fue en estas mismas fechas el año pasado, cuando se sacaron de la manga el invento de la "fidelity-card", una tarjeta virtual que, durante unas semanas, añadía el 40 por ciento de descuento (sí, no es un error, el 40 por ciento) a la ya de por sí descontada lista de precios. Por los foros corrió la noticia como la pólvora y fuimos legión los que nos gastamos los cuartos, los medios y los enteros. En mi caso, estuve recibiendo paquetitos hasta la primavera (el retraso fue monumental, dada la avalancha de pedidos) Pero la espera merecía la pena: dvds dobles de Deutsche Grammophon de novedad a 8 euros puestos en casa difícilmente se volverán a encontrar, y pagar por packs lo que aquí desembolsas por un único dvd tampoco. Así que hubo que hacer sitio en la estantería para los packs de cine negro y gangsters de la Warner, o los musicales de la Metro, o las ediciones Griffith, Scorsese y Allen, o las alucinantes ediciones de la exquisita Criterion Collection (ese cofre Antoine Doinel, ese "Fanny y Alexander" de 5 discos...), las novedosas series de tv de la HBO, las series míticas ("Doctor en Alaska", "La Familia Munster"), los "Disney Treasures" para coleccionista, con su lata de metal reminiscencia de celuloide añejo, o las impagables integrales de las series de la Hanna-Barbera (de "Los Picapiedra" a "Los Supersónicos" pasando por los "Autos Locos"). Y tantas otras cosas que, para colmo, en muchas ocasiones no llegaron a salir aquí o bien llegaron habiéndose dejado algún disco de extras por el camino...

Pues se acabó. Algunos ya habíamos abandonado el barco cuando vimos que los motores hacían un ruído raro pero aunque nos ha cogido en el bote salvavidas y con el chaleco puesto la noticia no ha dejado de afectarnos igual. Nos dicen que se van, que dejan la empresa en otras manos y que esas manos, por lo visto, no piensan seguir el mismo rumbo ni muertos, que las cuentas no les salen. En un momento de dramatismo literario afirman incluso que suspenden los pedidos, devoluciones y saldos de crédito pendientes (por eso digo lo del chaleco salvavidas, afortunados hemos sido, los otros supongo que tocarán las teclas necesarias a nivel jurídico para intentar recuperar al menos el dinero invertido).

Mal acostumbrados como estábamos, cualquier otra oferta proveniente de otro sitio nos parecerá, a partir de ahora, escandalosamente cara. Pero me temo que tendremos que ir haciéndonos, poco a poco, a la idea. A lo mejor así hasta nos contenemos y todo. (Nótese aquí un suspiro de resignación) Fue bonito mientras duró. Siempre nos quedará Amazon...


Recordatorio

Cada 9 de diciembre (como siempre sin tarjeta) me pongo a escuchar el Concierto para clarinete de Aaron Copland y me acuerdo de todo lo bueno y lo malo que pasó.

(Déjalo así)


08 diciembre 2005

Vejez

Han tenido que pasar 92 años para que esta tarde, viendo coser a mi abuela sentada junto a la ventana, me haya dado cuenta de que se le han venido encima todos de golpe.


Comentario

Tiene escrito Manuel Vicent que "para que el universo quepa en una columna de 66 líneas a 30 espacios es necesario desechar lo que sobra: planetas, estrellas, galaxias, el vacío que existe entre ellas con su silencio de piedra pómez". Pues que se lo digan al profesor de literatura de mi alumno Daniel porque no se ha debido enterar de esta lección de economía poética. Resulta que les ha puesto en un examen de comentario de texto en el Instituto una columna de Vicent pero el tío la ha transcrito poniendo puntos y aparte porque, al parecer, "así está mejor". Lo que hay que oir. ¿Y qué pasa con el ritmo interno, con la cadencia, con la melodía? Porque en las columnas de Vicent importa tanto el cómo como el qué y me da que la conciliación armoniosa entre lo dicho y el decir es un arte escurridizo y el esfuerzo y el empeño puesto en ello, semana tras semana, tendrá algún sentido, digo yo.

Hay profesores que tienen la cabeza tan abarrotada de teorías e instrucciones adecuadas de uso que no tienen otro remedio, al parecer, que colocar la sensibilidad en los pies. ¿No tiene la universidad mecanismos de detección, un filtro, qué se yo, algo que alerte ante estas cosas antes de darle el título a alguien que sabrá mucho de cortezas verbales pero poco de certezas emocionales? A mí estas cosas me inquietan bastante y, la verdad, no me he podido resistir a decirle a Daniel: "yo que tú lo dejaba en blanco" pero se ha echado a reir. "¿Cómo voy a dejar en blanco el examen, hombre?". Pues para protestar, coño. "Ya, pero si hago eso me suspende" Yo le he respondido que eso no importa, porque antes ya le hemos suspendido nosotros a él.


07 diciembre 2005

Suspensión

Tras las anotaciones que en días anteriores he dedicado a reflexionar sobre la figura del retardo y a la correspondencia entre la música y el texto que se canta, se me ocurre que podría concluir esta "trilogía involuntaria" buscando un ejemplo en el que el uso del retardo venga justificado por la expresión del texto. Y es que anda rondando por mi cabeza desde hace días un fragmento que me parece precioso aunque reconozco que no pega mucho sacar a colación los "Responsorios de Semana Santa" de Tomás Luis de Victoria ahora que deberíamos estar ensayando el "Adeste fideles". Pero pasan dos cosas: una, que si lo dejo para Semana Santa igual se me olvida, con la cabeza que tengo; y dos, que vete tú a saber si para entonces "La Idea del Norte" no será un recuerdo lejano. Por si acaso, he decidido ponerlo, y otro día ya sacaremos las panderetas y las zambombas. Hay tiempo para todo.

El ejemplo que propongo está sacado del "Amicus meus", que habla de la traición de Judas y sus remordimientos de conciencia posteriores. El texto dice así:

"Aquél a quien yo bese, ese es; prendedle.
Esa fue la maldita señal,
cometió asesinato con un beso.
El desgraciado rechazó el precio de la sangre
y finalmente se ahorcó".


Lo que nos interesa es el último verso, que en latín, que es la lengua que utiliza Victoria, se escribe de esta manera:

"et in fine laqueo se suspendit"

Las intenciones de Victoria giran alrededor de ese "suspendit". Lo primero que llama la atención es que la obra no termina en tónica sino que queda "suspendida" en la dominante. Los músicos saben a qué me refiero (aunque esté "tonalizando" a Victoria); los que no sean músicos, que no se me asusten porque lo van a comprender igualmente sin problemas: las palabrejas anteriores vienen a decir que la obra termina... sin terminar, dejando una sensación en el oyente de que falta algo, de que la cosa queda sin culminar, como en puntos suspensivos. Ello obedece a la intención de ilustrar musicalmente ese "suspendit" que a Victoria le interesa tanto. Pero eso sólo es el principio.

Ahora vamos a echar un vistazo a la partitura para ver la manera en que la música subraya este momento tan dramático:



Los cuatro pentagramas que vemos representan las cuatro voces del conjunto coral. Observemos lo que ocurre en el tercero, en la voz de los tenores, concretamente en el penúltimo compás, marcado en rojo: de entre la frondosidad del tejido polifónico, surge de repente una señal. Victoria rompe la suavidad del trazo de la línea melódica obligándoles a efectuar un salto abrupto, un cambio de registro hacia la región de los agudos. Un gesto así tiene que oirse, debe oirse. Lo que pretende Victoria en ese instante que va a configurar el clímax de la composición es "suspender" la melodía allá arriba, entre las líneas superiores del pentagrama y no sólo eso, sino que además esa nota suspendida va a ser prolongada invadiendo el compás final (el retardo), desplazando de su sitio a la última nota y manteniendo en suspenso la resolución definitiva. Por ese motivo, si nos fijamos, la sílaba "-dit" que entonan los tenores es la única que no coincide con las demás voces que sí han conseguido simultanearla en el mismo lugar.

Sobra decir que el efecto resultante es de una belleza sobrecogedora.


06 diciembre 2005

Puntuaciones

Si abres un periódico por la retaguardia y ves las películas que van a pasar hoy por la tele verás una fila de estrellitas al lado del título. La frase "vamos a ver ésta que le ponen 5 estrellas" es una expresión muy socorrida. Nos gusta puntuar y que otros puntúen.

Durante años, las madrugadas de la extinta Antena 3 Radio fueron testigo de una experiencia de paranoia colectiva alrededor de la voz de Carlos Pumares en aquel programa de título ambiguo que acompañó las noches de estudio de nuestra adolescencia: "Polvo de estrellas". Durante horas, la centralita de la calle Oquendo 23 se colapsaba de gente que llamaba únicamente para dar lectura a interminables listas de películas para que el ínclito Pumares, como si de un gurú se tratara, emitiera su juicio infalible: buena, mala, ¡OBRA MAESTRA! (con esos gritos que hacían saltar los aparatos del control de la emisora), siguiente, una basura, no la he visto ni pienso y cosas así. Y punto. Quiero decir que la gente se conformaba con eso, sin ir más allá, sin pedir una explicación, sólo una, que justificara la respuesta del santón; se diría que hasta les hacía ilusión o, peor todavía, era como un alivio saber que Pumares consideraba buena una película que a tí también te lo había parecido aunque al llamar te arriesgabas a la traumática experiencia de que el "maestro" discrepara contigo y te obligara a desterrar para siempre de tu memoria un grato recuerdo.

A mí siempre me ha llamado la atención que en el mundo del cine se puntúen las películas (con estrellitas, con puntos, con lo que sea, el caso es puntuar) y que en el mundo de los libros también. Pero sobre todo me llama la atención que en el mundo de la música se puntúe... a los intérpretes. Uno puede puntuar "Ordet", de Dreyer, por poner un ejemplo entre miles, o una obra de Borges, qué se yo; pero a nadie se le ocurre, al parecer, puntuar "La Pasión según San Mateo", de Bach o la "Sinfonía de los 1000" de Mahler o un divertimento de Haydn. Es muy curioso. Personalmente siento como una especie de alivio que así sea pero no puedo dejar de preguntarme las razones que nos conducen a esta exclusión, porque no sé si lo hacemos por sentido común e inteligencia o por ignorancia o por puro snobismo intelectual. A veces he intentado ponerme en la piel de un crítico que tuviera que entregarse a esta misión y me bloqueo: ¿qué puntos (con sus décimas!) se merece el "Requiem alemán" de Brahms? ¿qué criterios debería seguir para hacer la media que diera como resultado la calificación final? ¿dónde debo buscar las diferencias entre la Pasión según San Mateo y la de San Juan, de Bach, para decantar los puntos de más de uno a otro plato de la balanza?

Introduzco el tema de las comparaciones porque nos gusta tanto como puntuar. Estos días me está llamando mucho la atención que la totalidad de las críticas de la última película de Woody Allen, "Match Point", se empeña testarudamente en someterla a comparaciones con sus anteriores trabajos como único objetivo: que si remite a tal y cual o que si, en el fondo, tiene trocitos de ésta y aquélla aunque no se parezca en nada a todo lo anterior. Qué manía. Una cosa es que una obra sea un eslabón en la cadena creativa de la carrera de un artista estableciendo relaciones o explorando nuevos territorios a partir de la experiencia previa y otra que esa comparativa nos haga perder de vista la propia obra.

Voy a cambiar las tornas: voy a mirar desde el mundo de la música, donde no se suele puntuar a la obra, al del cine y la literatura donde sí se puntúa y en donde, en tantas ocasiones, la puntuación es el resumen rápido y único reclamo de nuestra atención de un análisis epidérmico e inconsistente. ¿No esteremos haciéndoles un flaco favor de esta manera? ¿No les estaremos haciendo de menos, sin pretenderlo?

En fin. Yo escuchaba "Polvo de estrellas" de Pumares todas las noches, no sabría puntuar con décimas "Annie Hall" y me siento incapaz de comparar el Concierto para piano Nº 27 de Mozart con el 23. Respeto a quienes lo hagan, por supuesto, y hay quien lo hace con cierta gracia incluso. Por mi parte, yo me entusiasmo con lo que me apasiona y no puedo resistirme a la tentación de comunicarlo a quienes me rodean, pero no tengo balanza para medir.


05 diciembre 2005

Novedad

Acaba de aparecer la traducción del ensayo "Las sonatas para piano de Beethoven", de Charles Rosen, en la colección Alianza Música. Para mí, Rosen es uno de los mejores y más agudos ensayistas sobre temas musicales (su monografía sobre el Estilo Clásico me parece imprescindible) y cualquier aparición de un nuevo trabajo suyo debería constituir un acontecimiento. Al contrario de la mayoría de autores, Rosen no hace literatura musical sino que habla (y con gran sabiduría) de música, que no es lo mismo. De hecho, él mismo dice algo al respecto en esta ocasión: "Siempre he menospreciado los escritos sobre música que intentan sustituirla con una especie de pseudopoesía o, peor aún, con la especulación filosófica fácil que convence a los lectores de que participarán en una actividad exaltada".

Ocurre que los músicos leen muy poco sobre música (y además están de puente) así que a lo mejor este post sobra. Pero yo, por si acaso, lo reseño y, de paso, dejo caer que Rosen, fiel a su habitual estilo de buscar la singularidad de la obra musical enfrentándola al contexto general, aprovecha la ocasión para darse un garbeo por la periferia y dedica unas páginas impagables a estudiar la evolución del fraseo, el tempo y otras consideraciones desde los tiempos anteriores a Beethoven para situar al lector en la senda adecuada que le conduzca a la mejor comprensión de estas obras esenciales de la literatura pianística. Por ello, el volumen incluye un interesantísimo cd con 37 ejemplos musicales grabados por el propio Rosen, algunos de los cuales muestran el mismo fragmento a la luz de diferentes concepciones interpretativas. Una propuesta irresistible.


04 diciembre 2005

Llamada

La secuencia transcurre de la siguiente manera: los niños descienden disfrazados por la gran escalinata hacia el salón principal de la mansión. La pequeña Flora lleva en sus manos una cajita de música abierta y reclama la atención de la institutriz, Miss Giddens, y del ama de llaves, la afable señora Grosse. Siéntense, por favor. Los niños quieren jugar a representar una función de teatro. Flora se encarga de hacer los honores ante la sonriente y satisfecha mirada de las damas y anuncia que el pequeño Miles, a quien da paso con una graciosa reverencia, va a recitar a un poema.



El niño comienza a recitar con tono solemne unos versos sombríos:



"¿Qué le cantaré a mi señor desde mi ventana?
¿Qué cantaré si mi señor ya no está?
¿Qué cantaré si mi señor ya no escucha?
¿Adónde iré si mi señor se fue?




¿A quién amaré cuando salga la luna?
Mi señor se ha ido y la tumba es su prisión.




A estas alturas del poema, Miss Giddens se ve sacudida por una honda conmoción. Ella conoce los estrechos vínculos que unían al pequeño Miles con el siniestro señor Quint, el fallecido jardinero de la mansión; sospecha que algo extraño viene ocurriendo desde hace tiempo y que pretende corromper a las inocentes criaturas y se diría que el niño, que parece haber entrado en un estado de trance, ha transformado el juego de la representación teatral en el ansia de una llamada desesperada, en una declaración de entrega, en el lamento por una ausencia insoportable.

¿Qué diré cuando mi señor venga a visitarme?
¿Qué diré cuando llame a mi puerta
?



¿Qué diré cuando entre su sombra
dejando las huellas de su tumba sobre mi suelo?


El pequeño Miles se dirige lentamente hacia la ventana tras la cual se extiende el oscuro manto de la noche.



¡Entra mi señor, sal de tu prisión!
Abandona ya tu tumba pues la luna salió..."

Y una vez concluído el poema, Miles todavía susurra una última, inesperada e improvisada frase antes de volver su mirada hacia Miss Giddens:

("Bienvenido seas, mi señor")



Los niños pueden ser los mejores actores del mundo y lo que consigue en esta escena el joven Martin Stephens, a sus 13 años, es antológico. He aquí el instante mágico del recitado (atención al sobrecogedor susurro final):


("The innocents", 1961. Jack Clayton. 20th Century Fox)


03 diciembre 2005

Metáfora


Gracias a Jam, que ha tenido la amabilidad de avisarme, he descubierto un corto de animación que no tiene desperdicio y que me gustaría compartir con todos. Se trata de una preciosa metáfora sobre la libertad representada por dos ruedecitas metálicas que instantes antes de pasar a formar parte definitva del opresivo engranaje de la maquinaria de un reloj inician una frenética danza al compás de un vals de Erik Satie (bellamente interpretado, por cierto). Sobre los planos que el relojero tiene extendidos sobre su mesa de trabajo y que muestran con líneas precisas las interioridades del reloj, las dos ruedecitas dejan a su paso una exultante y caótica estela de tinta (a la manera de los patinadores de hielo en la pista). Una maravilla que nos llega vía nomellamesdolores. Se puede visionar haciendo click en el siguiente enlace:

02 diciembre 2005

Inocencia

Una alegría. Esta mañana, el cartero me ha entregado en mano el sobrecito acolchado en cuyo interior venía la ansiada copia en dvd de "The innocents" ("Suspense", 1961), la obra maestra de Jack Clayton basada en el relato de fantasmas "Otra vuelta de tuerca" de Henry James con la mano de Truman Capote en la adaptación a la pantalla. Viene en primoroso formato panorámico con mejora anamórfica. Es una de mis películas imprescindibles y más queridas.



¿Son esos niños tan inocentes como aparentan o el mal habita en la mente de la puritana institutriz (genial Deborah Kerr) en forma de temores infundados que sólo ven corrupción en el corazón de los inocentes? Se podría escribir un blog entero lleno de posts acerca de cada detalle, hallazgo y emoción que esconde esta joya del cine rodada en un vibrante y espectral blanco y negro donde la ambigüedad intimida al espectador sumiéndole en un profundo trance a lo largo de 100 minutos.

Por ejemplo, el comienzo

La sala queda a oscuras. Y entonces surge esta melancólica canción, delicadamente modal, que marca el compás del hechizo: "...cuántas veces, mi amado y yo, nos sentamos bajo el sauce llorón. Pero ahora me he quedado sola...". Lo que sobrecoge es que durante 48 interminables segundos la pantalla también está en negro, y sólo cuando la melodía se acerca a su suspiro final, en una preciosa coda, ("viejo sauce, me muero; viejo sacuce, me muero") se materializa suavemente el emblema de la 20th Century Fox dando paso al encantamiento.




Acento

A las cuatro y media de la tarde, a Peter Pan le preocupaban dos cosas: la primera, encontrar los últimos rayos de sol; la segunda, el acento. Me lo ha dicho cuando me lo he encontrado, entre calles, montado en su bicicleta y me ha acompañado unos metros hasta el lugar donde yo tenía una reunión. Parece ser que el otro día se asomó al blog y descubrió que en la nota que me dejó hace años en mi cuaderno se había dejado un acento. Yo, la verdad, no había reparado en ello. Como sé que es muy minucioso y estas cosas le afectan un poquito, le he dicho para quitarle importancia que seguro que fue por las prisas con las que anotó los versos antes de que yo me diera la vuelta y me diera cuenta. En realidad no se lo he dicho, pero lo he pensado. A Peter Pan hay cosas que se las digo por dentro pero él me las oye igual. Tras permanecer un rato en silencio ha dicho que se había dejado un acento y que iba buscando el último trocito de sol. A mí se me ha ocurrido entonces volver a poner la nota añadiéndole el acento en color rojo para que se vea bien y se sienta más tranquilo. Ahora queda así:



También he visto que se ha cortado el pelo y me he acordado de dos cosas y cuarto.


01 diciembre 2005

Pregunta

Esta noche, en la tele, Eduardo Punset ha dicho que la pregunta trascendental no es si hay vida después de la muerte, sino si hay vida antes de la muerte.