31 julio 2006

Fin de mes

(Palabras a la intemperie)


Quizá tengas razón y Julio siga siendo una bandada de pájaros.

(pero ya no importa)

(tanto)

(...)

30 julio 2006

Archivo

El verano pasado puse en el atril una de las "Goyescas" de Granados al volver a escucharla en la entrega de premios del Concurso Internacional de Piano de Santander. Me gustaría aprovechar estos días para anotar algunos aspectos de esta pieza, joya donde las haya, ahora que la he vuelto a escuchar con los ojos así que, de momento, recupero del archivo el post que escribí en su día, le quito el polvo y lo pongo aquí (click) para ir haciendo memoria.


29 julio 2006

Gratitud

No es muy común en un blog que un post trate sobre los comentarios de otro post pero eso es justamente lo que voy a hacer hoy. Me gustaría referirme a los comentarios que ha recibido el post de ayer y que, a diferencia de lo que ocurre en esta pantalla, pueden leerse de tirón al final del texto correspondiente haciendo click


Hacer feliz a una persona es una tarea muy sencilla. El secreto consiste en pronunciar unas palabras de aliento cuando sabes que se necesitan. Sale muy barato: a veces con una palabra es suficiente: "ánimo". Por supuesto, nadie está obligado a hacerlo, faltaría más. Siempre he procurado no utilizar mi circunstancia personal para suscitar la atención de la gente a no ser por causa mayor, por necesidad de una ayuda puntual e inevitable. Para mí es una cuestión de ética: por respeto hacia los otros y por respeto a mí mismo. Pero qué duda cabe que en momentos determinados la palabra de apoyo se agradece infinitamente y los comentarios recibidos hoy son una muestra de una solidaridad que se ha extendido a llamadas de teléfono, mensajes de móvil, versos trazados en la nieve blanca del papel y hasta la foto de una tarta, con la promesa de la misma incluída. Saberse querido es una de las cosas más hermosas que le pueden pasar a uno, la mejor de las medicinas.

Estos días se celebran las fiestas patronales en mi ciudad y la gente anda muy desperdigada por ahí como es natural. Que a pesar de eso haya quien se asome un instante para saludar te reconforta. De la misma manera, recibir muestras de cariño por parte de personas de las que no conoces ni el rostro ni el color de la voz (me refiero ahora a la comunidad de lectores que ha ido concentrando este blog con el paso del tiempo, visibles e invisibles) resulta igualmente reconfortante.

A unos y a otros mi más profunda, emocionada y sincera gratitud.


28 julio 2006

Avería

Ya estoy aquí otra vez. Ahora aquí es mi casa, el hotel ya no. Y ahora viene lo de la avería. Primero se ha averiado mi ordenador portátil. Luego me he averiado yo.

Me explico.

El miércoles por la tarde, dando un paseo por la orilla del mar, sentí que me quedaban dos o tres gotas a lo sumo de elixir en el cuerpo, pero no le di mucha importancia. Me encontraba bien. He conocido temporadas en las que entre una dosis y otra podían pasar perfectamente diez días pero ahora no; ahora el tiempo entre dosis está en unos tres días. Lo último que hice antes de salir de casa la madrugada del domingo fue administrarme la dosis así que no es del todo raro que el miércoles tuviera la sensación de que me quedaban dos o tres gotas a lo sumo. No fue sugestión. En realidad, la sensación la tuvo primero el costado derecho y para cuando me senté a escribir a una amiga las muñecas dijeron "ay". Yo hice como que no pero eso fue lo que dijeron: ay. Llevar en el equipaje el medicamento es un rollo, por aquello de que tiene que conservarse en frío durante todo el trayecto y luego pedir unos permisos especiales para que te lo guarden y... Eso, un rollo. Sí, ya lo sé, todo es cuestión de ponerse a ello pero confieso que quise hacer una prueba; quizá sería más exacto decir que quise probarme. Estar relajado a orillas del mar siempre ha sido visto con agrado por mi sistema inmunológico. Quería ver si en condiciones apropiadas el cuerpo respondía mejor.

A pesar del aviso, por la noche me encontré bien. Nos reímos mucho en la cena, dimos una vuelta por las bulliciosas calles dando buena cuenta de unos helados, nos encontramos con un verdadero museo: un salón recreativo muy ochentero en el que unos treintañeros hacían fila, babeando, ante la mítica ¡Moon Cresta! (sobra decir que entramos, claro). Y luego aún nos asomamos a ver el mar de noche, un espectáculo que sobrecoge bastante sobre todo si no hay luna porque la negrura de arriba se confunde con la de abajo y te da la sensación de estar en un balcón suspendido al borde de un abismo infinito.

Pero a las 6:30 de la mañana he abierto los ojos con la certeza de que algo no iba bien. Y es curioso porque más que dolor, lo que he sentido es un característico pesar que se te pone en el pecho, como una aflicción ante la que los médicos se encogen de hombros por más que les dices porque no la encuentran convenientemente registrada en números en los análisis. Sólo el doctor Rotés comprendió perfectamente esa desconcertante sensación, similar a si te hubieran comunicado una desgracia. No es muy agradable, la verdad. Me he incorporado y me he quedado sentado en la cama con la cabeza apoyada en las manos y los codos apoyados en las rodillas. Sin fuerzas. Y de repente me he acordado de Javi, mira tú por dónde. Javi es mi mejor amigo. Un dicho popular afirma que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Si eso es cierto yo soy millonario. Me decía Javi el otro día entre sonrisas que es que lo nuestro no es normal, y es verdad. Nunca hemos interferido en la vida personal del otro (Javi vive ahora lejos y tiene una novia a la que todavía no conozco) pero nuestra amistad es sólida y profunda desde que éramos chavales y eso es algo de lo que nos sentimos particularmente orgullosos.

La víspera de las vacaciones nos reencontramos después de mucho tiempo a la hora en la que Javi suele desayunar, las 12:30, y en un momento dado me dijo con su voz pausada y tranquilizadora que no había porqué tener miedo. Y de esas mismas palabras me he acordado yo a las 6:30 de la mañana y he decidido hacerle caso porque, la verdad, tenía miedo, lo vengo teniendo desde hace un tiempo, de ahí sus palabras del otro día, aunque no sé bien a qué tengo tanto miedo. A veces creo que a todo. Es como un presentimiento, una aprensión, qué se yo.

El caso es que he bajado con el ordenador para pasar el tiempo y para colmo ha sido ese el momento elegido por el portátil para quejarse. "No puedo con Windows, chico", ha dicho más o menos. He esperado con resignación ante la mirada perpleja del recepcionista a que fuera una hora prudencial para avisar a mi hermano y ahora viene una elipsis de 400 kilómetros y ya estoy aquí, en casa. Lo primero que he hecho ha sido ponerme una nueva dosis de elixir, claro: 180 euros de elixir, euro arriba, euro abajo. Es el precio de tres días de tranquilidad. Ese es el coste de la vida para mí. Literalmente. Últimamente cuando me administro la dosis no sé si maravillarme o espantarme, pero hoy no le he dado muchas vueltas. Primero, porque me he seguido acordando de lo de Javi (no hay que tener miedo) y luego por lo de la sorpresa, y es que no hacía ni diez minutos que había encendido el móvil cuando he recibido un mensaje suyo que decía:

"Un saludo, amigo"

Así, de repente. Quizá haya sido una casualidad recibir esas palabras en un momento así pero a mí me resulta conmovedora la certeza (porque creo en ello) de que entre las personas pueden establecerse unos vínculos tan poderosos como misteriosos. También me ha resultado conmovedor el mensaje, para qué negarlo, a decir verdad me ha puesto un nudo en la garganta.

Hay una última razón para no haberle dado muchas vueltas a lo ocurrido hoy: he venido guerrero. Quiero decir que he venido fuerte y con ideas. Y con ideas claras, en lo profesional y en lo personal. Modestia aparte, estaré enfermo pero tengo talento para algunas cosas y lo voy a seguir poniendo en práctica. Y estaré enfermo pero tengo vida para compartir y disfrutar con los buenos y verdaderos amigos, apreciando el tesoro de las cosas sencillas como si fueran experiencias únicas: las 33 coca-colas de Raquel (te quedan 33, guapa, que llevo la cuenta!), la visita nocturna semanal de Sergio para ver una peli de terror y luego filosofar hasta el amanecer, o una señora cena que tiene que caer un día de estos con Javi, que nos dejen la botella de licor a los postres y pista libre para contarnos miles de cosas sin hacerle caso al reloj.

Tras la apariencia simple de estas cosas se esconden momentos maravillosos que no todo el mundo tiene la capacidad de valorar. Yo sí. Si algo he aprendido en todos estos años es eso. Lo demás, como dice una querida amiga mía, es lo de menos.


27 julio 2006

Horizonte



26 julio 2006

Infierno

El infierno existe y está en el andén principal de la estación subterránea de Paseo de Gracia de Barcelona. Hoy recogen los medios locales que en el andén hay 34.4 grados húmedos y mal ventilados y que luego entras a los vagones del tren y súbitamente la cosa baja a veintitantos. Yo conozco bien ese infierno. Bajas las escaleras y te adentras en un tunel que es un horno. Es horroroso. Hace unos años, un mediodía de sábado de finales de Julio, sudando por todos los poros del cuerpo y suplicando que el puto tren llegara YA ví con asombro que en el andén de enfrente estaba Eduardo Punset sentado con cara infinitamente triste, maletín negro de los de médico de antes y enfundado en una gabardina marrón. Necesité un Aquarius de la máquina expendedora de bebidas y entonces vino un tren que barrió la imagen de Punset. Cuando el tren arrancó, un minuto después, el andén estaba vacío. El Aquarius era de naranja.

Yo tenía pensado acercarme a Barcelona para hacer una visita a Audenis pero, mira, visto lo visto he cambiado de opinión. Casi mejor: me he asomado por internet sabedor de que Audenis suele cerrar por estas fechas y resulta que no, que cierran en Agosto. Pero he buscado en el catálogo dos de las partituras que pretendía comprar y resulta que no las tienen. Las he encontrado en una tienda inglesa a precio razonable y en buenas ediciones: la Sonatina para clarinete y piano de Joseph Horovitz, cuya parte de piano ya estoy tocando con los dedos sobre la superficie del agua (el clarinete ya le pondrá aire al poema) y la integral de las canciones de Samuel Barber. Definitivamente es un gran invento esto de Internet: te permite entre otras cosas no moverte de la playa. Barcelona para el Otoño.
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Audenis en "La Idea del Norte": 29 de Noviembre de 2005.


Atardecer



"Una barca sobre el océano"


25 julio 2006

Mar

Pocos placeres hay comparables a flotar boca arriba sobre la superficie del mar haciéndote el muerto. El mar te mece suavemente, arriba y abajo, y la vista se pierde en el azul infinito del cielo. Si te haces el muerto boca arriba sobre la superficie mansa del mar y de pronto recuerdas que el Mediterráneo está invadido por medusas, te sacude un calambre que te hace perder la línea de flotación y como que ya no sientes tanto placer. Los lugareños aseguran (yo diría que hasta se jactan) de no haber visto una medusa en todo el verano. Que así sea, sobre todo que dure, porque no quiero ni pensar la reacción que mi desastroso sistema inmunológico tendría ante la picadura de un bichejo de esos.

La recepcionista sonriente de ayer acaba de terminar su turno. Los últimos 20 minutos los ha ocupado en hablar por teléfono con una amiga. La Montse. Han quedado para el sábado para celebrarlo. No sé que es el "lo" pero algo hay que celebrar. Ni lo han dicho ni yo, como es lógico, me he levantado para preguntarlo. Sería surrealista acercarme al mostrador y preguntarle: "oye perdona, que váis a celebrar la Montse y tú?". Ya puestos le mandaría recuerdos a la Montse pero no es plan. No soy cotilla pero es que estaba solo y ella hablaba alto. Ahora ha venido el recepcionista del turno de noche, que es un tipo fornido, calvo, con voz de bajo y pintas de saber manejarse en las (imagino) procelosas horas de la madrugada con las idas y venidas de los turistas de fiesta nocturna.

Yo como soy un chico muy formal me subo ya para la habitación a ver un poco la tele y a descansar, que el cansancio de ayer ha dado lugar a unas agujetas considerables. Hasta mañana.


Reflejos



Reflejos en el agua.


24 julio 2006

Wi-Fi

Ya estoy aquí aunque, bien pensado, una de las cosas que tiene Internet es que estés donde estés siempre es aquí. Ahora, aquí es un hotel que ha resultado tener zona Wi-Fi en la planta baja. Y escribo letras que aparecerán en pantalla igual pero que salen de otro ordenador, el portátil, y lo hacen suavemente, porque las teclas del portátil son muy blanditas. Estoy sentado ante una mesa azul. A mi izquierda estoy viendo el mar y a mi derecha, unos metros más adelante, una recepcionista joven y muy morena me observa y me sonríe cuando levanto la vista del teclado y le dirijo la mirada. (También le sonrío)

Esta tarde me he dado mi primer baño en el mar, pero aviso desde ya que las fotos del posado con el pie "primer baño de emejota" o, como alternativa, "el descanso de emejota a la orilla del mar" no van a salir a la luz a no ser que alguna agencia pague un precio razonable. Siento dar esta noticia a mis seguidores, ahítos de semejante documento gráfico. En fín. Decía que me he dado mi primer baño en el mar y en este momento tengo el cuerpo absolutamente dolorido. Mi forma física es penosa, según he podido comprobar, pero la tarde no es nada penosa sino espléndida: azul, todo azul, y brisa suave.

(nueva sonrisa de la recepcionista y buenas tardes de un camarero que pasa con un par de cervezas; voces extranjeras al fondo)

Ahora estoy esperando a que baje mi hermano, que se ha rezagado un poco más en la playa y se está dando una ducha, y luego nos iremos a dar una vuelta y a cenar. Esto de la zona Wi-Fi me ha puesto bastante contento, así que de vez en cuando me bajaré con el portátil bajo el brazo, que me conozco.


23 julio 2006

Saludo

Me pareció oir tus pasos por aquí, Pítiri. Encontraste enseguida la puerta. Bienvenido a "La Idea del Norte". Estás en tu casa.


Vacaciones

He empezado a hacer la maleta porque este año sí que me voy de vacaciones. La madrugada del domingo al lunes. Me voy al mar con mi hermano. Nada, cuatro o cinco días pero oye, al menos cuatro o cinco días. Me llevo el portátil por si puedo asomarme por aquí a saludar pero todo depende de la conexión... y del mar. Es tal la fascinación que ejerce el mar sobre mí que una de dos: o entro en un estado contemplativo que pone un calderón encima del compás o me inspira (otra cosa es saber qué me inspira). Con el mar se puede intimar sólo en un instante determinado del atardecer, a veces más pronto, a veces más tarde. Hay que esperar con atención hasta que la luz, el color y los reflejos avisan a los sentidos formando un acorde perfecto escrito en el filo de la línea del horizonte. Voy con la esperanza de encontrarlo.


22 julio 2006

Memorias

(Diario del 16/XI/2004)

Esta mañana he tocado a Schumann en la radio. La cosa tenía menos de ejercicio narcisista que de modesto homenaje declarado a aquellos experimentos radiofónicos a los que Glenn Gould se entregaba en otros tiempos. Desde hace unas semanas vengo ocupando una "columna de voz" en un rincón del dial. Es una variación de las antiguas columnas escritas del periódico que bauticé como "La Idea del Norte" (otra vez Gould) pero esta vez con el aliento incorporado. La propuesta llegó una mañana por teléfono; a alguien le interesaba lo que denominó mi "peculiar sentido de la observación" y me invitó a ocupar (¿debería decir "okupar"?) un lugar en el aire sin alquileres.

Hoy ha sonado una de las Kinderszenen. Me atraen las múltiples y elásticas posibilidades que ofrece un medio como la radio para cosas así. Y me deja perplejo la idea de que uno ponga las manos en el teclado y que lo que de allí surja atraviese los cables, suba a las azoteas, despliegue las alas e inicie el vuelo surcando los aires, sobrevolando los campos, envolviendo los pueblos, colándose sin permiso a través de las paredes, invadiendo cocinas, oficinas, salas de espera, quedando enganchada de las antenas de los coches que pasan por la autopista... Produce una sensación muy especial que un minuto de música haya podido estar expuesto (potencialmente) a un número de personas tal que no cabría en la mayor sala de conciertos. Llegados a este punto, Juan José Millás escribiría: "Qué raro es todo".


21 julio 2006

Bagatela



20 julio 2006

Encargo

Hoy me has pedido que escriba tu historia en un libro.
¿Qué dirás a través de mi voz?


Vuelo



Una de las emociones más intensas que recuerdo haber vivido en una sala de cine tuvo lugar cuando tenía 9 años en el transcurso de la proyección de "Supermán" (1978), de Richard Donner. Sucedió concretamente en la secuencia en la que Lois Lane queda suspendida en el vacío tras haber sufrido un accidente de helicóptero en la azotea del "Daily Planet". La gente se arremolina en la acera gritando de espanto y mirando hacia las alturas y Clark Kent, que pasa por allí con aire despistado, de traje impoluto, sombrero, gafas y maletín en ristre decide intervenir.

Hay un breve momento de humor, un gag que cuando eres niño no puedes apreciar y es en el instante en que Kent mira con fastidio de arriba a abajo un teléfono público sin cabina (es que ya no va a quedar lugar para la intimidad!). Pero a los 9 años vives con profunda emoción el momento en que atraviesa la calle presuroso dirigiéndose hacia donde está la cámara, hacia tí, y cuando se abre la camisa y emerge la "S" de su traje y con ella la fanfarria prodigiosa de John Williams se te acelera el pulso. Kent se transforma en Supermán escondido en el vertiginoso remolino de una puerta giratoria y entonces tiene lugar el prodigio: cuando tienes 9 años y Supermán echa a volar y asciende en elegante y curvilínea trayectoría frente a la estática verticalidad del rascacielos te agarras con fuerza a los brazos de la butaca con las manos y presa de una emoción indescriptible te separas unos centímetros del asiento, impulsado a seguir la estela de su vuelo. Qué sensación más maravillosa e inolvidable.

En la memoria de mi infancia, Supermán tiene olor y sabor a coca cola de los botellines de vidrio verde. Recuerdo que en el interior de los tapones metálicos venían unas membranas de plástico con los rostros de los personajes de la película. Hoy la coca cola viene en botellines muy sosos y además sin azúcar pero he revisado con profunda nostalgia el Supermán de Donner y sigue siendo una gozada. En no pocos momentos consigue algo insólito, y es que así como el tiempo sobrepasa a muchas películas, aquí el tiempo permanece vivo dentro, intacto, consiguiendo que el espectador se instale en él para revivir la historia desde el "entonces". Supongo que a ello contribuye el que Donner haya atrapado primorosamente con su cámara el paisaje exterior y la atmósfera urbana del Nueva York de la época, en el que la aventura y sus personajes encuentran, por cierto, perfecto acomodo.

Y es en estas condiciones cuando un personaje imposible (un tipo con un traje ridículo) resulta veraz y emocionante. El romántico y peterpanesco paseo nocturno por los aires de Supermán y Lois Lane sobre la constelación de estrellas eléctricas de los rascacielos sigue siendo maravilloso. La totalidad de un casting genial, la música de Williams, la fotografía, el encanto de unos efectos ópticos más que dignos y una dosis considerable de ingenuidad armonizan gozosamente en la coctelera en la que la nostalgia ha venido a aportar al sabor nuevos y atractivos matices.

Y, por supuesto, Supermán es Christopher Reeve.


19 julio 2006

Tormenta

Esta mañana ha caído una fuerte tormenta y como a Sergio le encantan las tormentas fuertes (a su madre le aterran) me ha escrito un sms diciéndome que estaba cayendo una gozada de tormenta pero que su madre estaba negra. Después ha añadido "jeje". Ahora vuelve a caer una fuerte tormenta así que imagino a Sergio contemplando el espectáculo desde la ventana (y a su madre negra). Igual le mando un sms.


18 julio 2006

Conversación

La figura del intérprete humanista es una especie en extinción. Hoy en día hay pianistas, violinistas y demás -istas que tocan muy pero que muy bien.

Y punto.

Pero todavía queda quien hace del instrumento, de la música y de su interpretación centro y al mismo tiempo proyección de una sabiduría de raíces polifónicas (porque se nutre de muchas cosas) casi siempre de naturaleza autodidacta. Escuchar a estos filósofos-poetas, y me refiero a escuchar su voz, es siempre una gozada, una experiencia enriquecedora, aunque a veces se contradigan o no estés de acuerdo con lo que dicen. No importa.

Daniel Barenboim, Alfred Brendel, son miembros destacados de esta cada vez más escasa corriente. Su pensamiento lúcido y profundo es un regalo inagotable. Estoy aprovechando el parón veraniego para la lectura atenta de un libro que llegó en el fragor del curso por lo que en su momento sólo pude sobrevolarlo. Se trata de "El velo del orden" (Musicalia Scherzo), el libro de conversaciones que Martin Meyer mantiene con el pianista Alfred Brendel.

Brendel ya tiene a sus espaldas una reconocida trayectoria como brillante ensayista pero el género de la entrevista con estos personajes singulares y geniales es especialmente atractivo. Se necesita, eso sí, un entrevistador a la altura: sagaz, observador, rápido de reflejos; alguien capaz de salirse del guión establecido para seguir la pista de un inesperado y prometedor destello, alguien con olfato suficiente y capacidad de persuasión para ahondar en aquellos aspectos que prometen mucho más que lo el entrevistado responde a la primera de cambio. Hemos tenido suerte esta vez: Martin Meyer sabe tocar las teclas adecuadas. En realidad, si es Meyer quien pregunta es porque así lo ha querido Brendel, tal y como éste afirma en el breve epílogo: "Cuando surgió la idea de un libro de conversaciones sabía que el único compañero sería Martin Mayer. La idea consistía en conservar la espontaneidad lingüística y su resultado en la letra impresa para garantizar que la naturalidad nunca decayese víctima de la fría reflexión".

Son muchas las cosas que se abordan en 240 páginas de conversación: desde el análisis profundo al aforismo irónico pasando por la digresión inesperada y apasionante. Observa Brendel que desde Fischer-Dieskau los cantantes no necesitan un acompañante sino un compañero y rescata del pasado la filosofía de los pianistas del pasado (Schnabel, Cortot, Haskil, Kempff). Y como tiene su cuartel general en Londres todavía le queda tiempo para lucir cierto humor inglés cuando habla, por ejemplo, de la Sonata en La bemol Mayor de Carl Maria von Weber, obra que, según afirma, "merece la pena tocarse por su extraña mezcla de ingenuidad, caballerosidad y pura necedad."


16 julio 2006

Album



Creciendo.
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Otras visitas de mi sobrino Carlos a "La Idea del Norte": 16 de Agosto de 2005,
12 de Octubre de 2005, 30 de Noviembre de 2005


15 julio 2006

Costumbre

Mira si soy hombre de costumbres que yo ceno los sábados con Ana Mª y Manolo desde el verano de... ¡1983!. Tenía 13 años. No recuerdo muy bien qué me llevó a aparecer por su casa pero sí que me acuerdo que ponían en la tele "El planeta imaginario" y entonces me aprendí la 1ª Arabesca de Debussy porque esa era su sintonía y la tocaba en el blando teclado del Yamaha vertical de Ana Mª. La toqué ni sé las veces y la gente decía: "anda mira, la música del Planeta Imaginario". Con los años toqué otras cosas aunque nunca terminamos hasta el gorro del todo de la Arabesca y ahora ya no toco nada: voy directamente a la mesa porque siempre llego con la hora justa. Sin embargo, el otro día la volví a tocar y nos quedamos un poco mudos, yo creo que porque nos dimos cuenta que han pasado ni más ni menos que 23 años y la Arabesca de Debussy sigue tan fresca pero nosotros no.

Lo más curioso de todo es que durante todos estos años el menú siempre es el mismo, una cosa sencilla y ligera: una ensalada y una tortilla de patata (Ana Mª hace de la tortilla de patata una obra maestra cada sábado). El postre es lo único que cambia. Sorpresa. El menú es el mismo porque en realidad la cena es el aperitivo a la tertulia de después, que se prolonga hasta tarde y siempre es distinta. El menú es igual pero la tertulia es distinta. Pocas veces me he reído tanto como sentado a esa mesa y, pensándolo bien ahora, deben ser centenares las confidencias que se han contado entre las migas de pan.

Esta noche me toca llevar la lechuga porque a Ana Mª se le ha olvidado comprarla. Me acaba de llamar diciéndome si no tendré por casa alguna lechuga y yo le he dicho que sí, mujer, que ya la paso yo. Si a alguien le apetece se puede pasar por allí. No hace falta que lleve la lechuga. Me encargo yo.


14 julio 2006

(d)Ivo

Ivo PogorelichIvo Pogorelich (Belgrado, 1958) irrumpió en la escena internacional a principios de los 80. Tenía 22 años cuando el jurado del Concurso Chopin decidió no darle el primer premio y, mira por dónde, fue lo mejor que le pudo pasar porque entonces Martha Argerich, miembro del jurado en aquella ocasión, puso sus bemoles encima de la mesa diciendo que si no se lo daban iba a tener que repartir un par de corcheas con cada mano, la derecha y la izquierda. "Es un genio", sentenció la Argerich airada cual Reina de la Noche que es, y ese amadrinamiento propició el impulso que Pogorelich necesitaba para que los escenarios le abrieran las puertas y le permitieran demostrar lo mucho que llevaba dentro.

Ahora, Deutsche Grammophon homenajea al pianista recopilando grabaciones de archivo porque Pogorelich es un pianista de eclipses y silencios de blanca y de negra, aparece y desaparece. Cada década tiene su hornada de nuevos pianistas, cada vez más impecables en la técnica, cada vez menos aventureros salvo excepciones excepcionales: Pogorelich fue (es) una de ellas, y notable. Lo que aportaba a su pianismo abrumador era una acusada personalidad propia, una convicción en sí mismo, una valentía y un afán de riesgo que, en ocasiones, le convertía en concertista desconcertante.

Yo tuve la oportunidad de escucharle en vivo a finales de los 80 en la primera fila de un auditorio gracias al obsequio que el empresario del mismo hizo a unos amigos míos. Estuve sentado en un lugar privilegiado, justo ante sus manos, contemplándole desde un ángulo contrapicado. Se metió entre pecho y espalda los 24 Preludios de Chopin (prodigiosos) y la Sonata en si menor de Liszt (electrizante y poética, desgarrada y conmovedora) con las 2 Rapsodias Op. 79 de Brahms como aperitivo. Me impresionó vivamente comprobar y escuchar su sonora respiración, en ocasiones de una violencia llamativa, con la que controlaba su pulsación, preludiando los ataques más impetuosos y regulando las caricias de un pianísimo que se concentraba en el gesto de una mandíbula fuertemente tensionada. Cuando terminó ese concierto memorable recogió la ovación con gesto discplicente, de sabor anacrónico y decadente, y se perdió entre cortinas conducido por unas zapatillas de seda azul celeste que emergían grotescamente de su atuendo negro. Pocos meses después grabó esos mismos Preludios y me quedé de piedra. Allí donde había habido frescura ahora había afectación encorsetada y la hondura poética había perdido el compás de la rima. Pensé que Pogorelich había llegado al estudio de grabación aburrido de los preludios.

En mi modesta opinión, el mejor regalo salido de sus manos fue su grabación en 1983 de "Gaspard de la nuit", la impresionante obra de Maurice Ravel, una de las cimas de la literatura pianística. Con 24 años, Pogorelich se enfrentó a la pavorosa y titánica tarea con absoluta maestría y consiguió el acierto de recrear un primer tiempo lunar, espectral el segundo y diabólico el tercero y, de paso, extrajo con exquisito cuidado el acorde más bello que concibiera nunca Ravel, escondido como un diamante valioso y secreto en las profundidades del compás 33 del segundo movimiento. Grabación imprescindible.

Pogorelich es pianista de intermitencias, genio que se aparece y se desvanece sin avisar dejando en el aire una vibración estremecida, una sorpresa siempre distinta y a veces un misterio distante. Esa es la diferencia.


13 julio 2006

Señal

Marcamos este día con una piedra blanca y escribimos en la pared "17:50", que es la hora en la que ha sonado el teléfono desde algún lugar lejano, aunque seguro que esa hora no se nos olvidará nunca.


Latido

"El corazón y los congojos, todos en reunión."
(J.M. Cano)


12 julio 2006

Madagascar

Esto iba por la noche pero es que el blog se cayó un rato, o se fue a dar una vuelta. Como yo. Porque eso es lo que iba a poner aquí ayer por la noche, que fui a dar una vuelta. Sólo eso. Es lo que tiene el verano, que pasan cosas así, sin más, y tan contentos oiga. Y es que ayer al caer la tarde empezó a soplar una brisilla fresquita a la que el termómetro del otro lado de la calle hizo caso inmediato rebajando la fiebre de sus dígitos al rojo. Y después de estos días de calor es-pan-to-so, me apeteció salir a dar una vuelta para estirar las piernas después de cenar. Llamé por el móvil a Belén con la voz de siempre, que es más o menos así:

-Holabeléeeeeeeeen!!!

Y ella respondió también con la voz de siempre, que suena igual pero en chica y cambiando el nombre, claro:

-Holaemejotaaaaaaaa!!!

Belén y yo nos saludamos así desde que eramos pequeñitos y se nos ha quedado. A veces tenemos que hablar de cosas serias pero nos saludamos igual y luego cambiamos el tono. Ayer no era el caso ni la cosa seria, sólo era para preguntarle si le apetecía tomar unas cocacolas (light o no, da igual). Yo: ¿Por dónde andas? Ella: por Peñíscola. Yo: Mentira! (con ironía cariñosa) Y ella: sí, sí, en Peñíscola. Y yo: a ver, pues demuéstralo. Y ella: (risas). Y luego: es que eso no lo puedo demostrar por teléfono! Y yo: ah! ese es tu problema, yo sí que no estoy en Peñíscola, guapa. Y Belén como es una persona muy reflexiva puso tono de pensar (suena así: mmm) y dijo: a ver, ahora estoy viendo la luna que además está llena. Y yo: pues yo también la estoy viendo (era verdad que la estaba viendo) así que no puedes estar en Peñíscola, porque si la luna está aquí, allá no llega, que eso está muy lejos. Y ella: (risas), porque sabe que le estoy tomando cariñosamente el pelo. Las conversaciones con Belén muchas veces son así. Entonces ella me pregunta: ¿y no será que tú estás en Peñíscola y me estás viendo desde alguna parte y me quieres hacer una broma? Y yo: pues no, porque yo estoy en el zoo de Central Park oyendo hablar a una cebra. Y ella: (más risas).

Pero era verdad, tan verdad como que también podía ver a la luna llena: es que hay una tienda de electrónica que tiene un televisor panorámico en el escaparate y todas las noches pone "Madagascar" y a mí eso me hace pensar en tres cosas: la primera, que por qué precisamente "Madagascar" y toooodas las noches, no sé, mera curiosidad, sin más; la segunda que cómo es posible que para demostrar las bondades de semejante pedazo de televisor pongan una deficiente copia que parece (me temo que lo es) un Divx fatalmante empaquetado, eso es un poco grotesco, porque la edición de la peli en dvd no está nada mal, o al menos ese recuerdo me queda de la única tarde que la tuve en mis manos antes que me la requisara mi sobrina.

La tercera cosa en la que pienso siempre que veo un fotograma de "Madagascar" es en Belén porque como ya he dicho alguna vez en este blog, yo siempre voy al cine con Belén, entre otras muchas cosas porque sus risas son una banda sonora precisa y preciosa y sus silencios también. Es como si le pusiera los puntos y las comas a la película que sea. Y en "Madagascar" estuvo brillante.

Por eso, ayer, estando parado frente al escaparate donde la cebra habla con la jirafa y el león se me ocurrió llamarle aunque luego resultara estar en Peñíscola. Y ya está. Es que el verano es lo que tiene: algo liviano, como de ingravidez placentera, una brisita nocturna, el olor del césped recién mojado y el susurro de los aspersores, un par de risas cariñosas al teléfono o en persona. Y algo te dice que ahora toca eso, que tiene que ser así y que lo vivas.


11 julio 2006

Aforismo

La frigoría es la medida de la felicidad en verano.

(Ideario del Norte, apéndice IV)

10 julio 2006

Carta

Tengo delante de mí una carta. No es una carta cualquiera. Para empezar, ha tardado 4 años en llegar y contiene noticias en primera persona sobre alguien de quien me dije en su momento que no quería volver a saber aunque en realidad no haya pasado un solo día (ni uno siquiera), por la mañana, a mediodía, por la tarde y por la noche, en primavera, verano, otoño e invierno, que no haya dejado de preguntarme "¿qué es de tí?". Soy muy contradictorio.

Cuando pasan 4 largos años de incertidumbre y te encuentras de repente con la respuesta entre las manos, fijada en un papel, tienes dos opciones: o precipitarte velozmente sobre el contenido, aunque te lleves por delante alguna coma y se te desdibuje algún adverbio por la prisa, o tomarte cierto tiempo, pasando los dedos sobre el papel antes de desdoblarlo, quizá para tomar conciencia del valor del instante.

La ansiada carta contiene 1830 caracteres agrupados en 424 palabras que, a su vez, están apiladas en 11 párrafos. De la lectura de una carta así puedes esperar algo bueno o algo malo, indiferente del todo no te quedas. Lo raro de esta carta es que la leo una y otra vez (la he leído muchas veces) y después de la lectura me quedo confortado e inmediatamente esa palabra produce algo parecido a un eco frío. Me pareció sentirlo en la primera lectura pero luego lo corroboré. Una cosa un poco rara. Ahora he descubierto que la explicación está en los 456 espacios en blanco, estoy convencido; vamos, si lo sabré yo. Hay cartas que dicen más en el silencio del espacio en blanco que en las palabras que sombrean (¿asombran?) el papel, o dicho de otro modo más común: hay cartas que dicen más por lo que callan que por lo que dicen, por reconfortante que sea lo que dicen o quieran aparentarlo al menos. Vete tú a saber. A mí siempre me ha parecido un poco inquietante que la sombra de las palabras impresas en papel sea blanca, porque entonces es una sombra sin perfil y sin rastro, sombra de párpados cerrados y silencio hermético, que ya no te mira ni te dice, sombra sin sombra (pero sombra al fin y al cabo).


09 julio 2006

Nana



"...y si el niño llora,
menguará la luna
para hacerle una cuna."

- - -
(J.M. Cano)


08 julio 2006

Pecado

El señor Joaquín Navarro-Valls, portavoz Vaticano, ha hecho una cosa un poco fea a bordo del avión que traía al Papa a Valencia. Cuando los periodistas le han preguntado a varios miles de metros del suelo (lugar de lo más adecuado, dadas las circunstancias) su opinión sobre la decisión del Presidente del Gobierno de no asistir a la misa de mañana, el señor Navarro-Valls no ha dicho si le parecía bien o si le parecía mal, que eso era lo que querían saber los periodistas; en realidad, como es muy habilidoso con la lengua y no había mucho que hacer en el avión, lo ha dicho más largo y con mayor (y mala) intención al hacer un ejercicio de memoria histórica y responder: "Mire usted, cuando estuvimos en Nicaragua, Daniel Ortega acudió a la misa del Santo Padre; cuando estuvimos en Cuba, el propio Fidel Castro acudió a la misa e incluso cuando estuvimos en Polonia en la etapa comunista, el general Jaruzelski también acudió".

No contaba el señor Navarro-Valls que entre los periodistas también había alguien muy inteligente y con buena memoria que ha apostillado: "pero el presidente de Francia, el señor Chirac, tampoco acudió a la misa durante la visita papal como representación del carácter laico del Estado". Y entonces el señor Navarro-Valls se ha encogido de hombros y, sin inmutarse, ha respondido: "Pues de eso no me acuerdo".

Hace falta tener morro, ¿no?.

El habitualmente exquisito señor Navarro-Valls ha demostrado esta mañana tener unos modales un poco feos y bastante mala leche. Eso es pecado seguro pero no hay que preocuparse demasiado porque, sin lugar a dudas, esta noche se apretará el cilicio un poco más de lo habitual y habrá hecho el sacrificio de quedarse sin postre en la cena. Y borrón y cuenta nueva.


07 julio 2006

Recibo

Esta tarde, concretamente a las 16:46, he recibido por parte del coordinador general cultural municipal el correo electrónico de acuse de recibo de la invitación que le hice llegar con motivo de la celebración del Ciclo de Música de Cámara que tuvo lugar... en Octubre del año pasado. Pero lo más divertido de todo (sí, divertido, a estas alturas tomémoslo con humor) ha sido el hecho mismo del acuse de recibo. Quiero decir que si yo soy el jefazo del asunto cultural y 10 meses después se me ocurre abrir el ordenador (los jefazos están muy ocupados para abrir el ordenador de la oficina, seamos comprensivos) y me sale una ventanita diciendo que el remitente ha solicitado confirmación de lectura del mensaje y usted verá si le digo que sí o no le digo nada, que para eso usted es el jefazo, pues lo lógico es darle al botón del "no", siquiera para no quedar en evidencia. No sé, últimamente estoy algo confuso porque me pasan cosas, como ésta de las 16:46, que lo mismo me podían cabrear mucho que enternecerme profundamente. Qué lío.

P.D: a las 16:52 ha llegado el acuse de recibo de la felicitación de Navidad.

Feliz Año Nuevo.


05 julio 2006

Homenaje


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Post relacionado: 23 de Octubre de 2005


04 julio 2006

La tarde dorada

"En una tarde dorada,
por la tranquila corriente,
navegamos lentamente,
remando sin decisión..."

(Lewis Carroll, prólogo a "Alicia en el País de las Maravillas")


Alice Liddell fotografiada por Lewis CarrollCriptograma: V de Viernes en M de Martes (por segunda vez)

Tal día como hoy, la tarde del 4 de Julio de 1862, una barca de remos tripulada por dos clérigos y tres niñas surcaba las tranquilas aguas de un río en las cercanías de Oxford. Ante las insistencia de las niñas, el reverendo Charles Dodgson, un brillante matemático profesor en un colegio de Oxford que se transformaba en Lewis Carroll al pasar al otro lado del espejo, comenzó a improvisar una encantadora historia al servicio de una de las pasajeras de la embarcación, la pequeña Alice Liddell. Aquella narración iba a convertirse, con el tiempo, en un clásico inolvidable de la literatura: "Alicia en el País de las Maravillas", uno de mis libros imprescindibles.

Lo que sucedió aquella tarde en el transcurso de la excursión está documentado de primera mano: tres de los pasajeros de esa embarcación refirieron con detalle el histórico momento en algún momento de sus vidas. Así, muchos años después, un melancólico Dodgson escribió lo siguiente:

    "Muchos días habíamos remado juntos por ese río tranquilo y muchos fueron los cuentos improvisados para las niñas. Sin embargo, ninguno de esos cuentos llegó a ser escrito: nacieron y murieron cada uno en su correspondiente tarde dorada hasta que llegó un día en que, por casualidad, una de mis pequeñas oyentes me pidió que le escribiese el cuento (...) Son muchos los años que han volado desde aquella "tarde dorada"; sin embargo, puedo evocarla casi con tanta claridad como si hubiese sido ayer: el azul limpio en lo alto, el espejo del agua debajo, la barca deslizándose perezosamente, el sonido de las gotas que caían de los remos al agitarse soñolientos adelante y atrás (único destello luminoso de vida en todo aquel pasaje amodorrado) y las tres caritas anhelantes, ávidas de noticias de aquel país maravilloso..."
La destinataria del cuento, Alicia Liddell, también nos dejó su precioso testimonio siendo ya una mujer casada:
    "Casi la totalidad del cuento nos lo contó aquella calurosa tarde de verano, con la ardiente calma estremeciéndose por encima del prado donde habíamos desembarcado para protegernos un rato del sol. Creo que los cuentos que nos contó aquella tarde fueron mejores de lo normal porque guardo un recuerdo muy nítido de la excursión; además, al día siguiente empecé a insistirle para que me escribiese el cuento, cosa que nunca había hecho yo antes. Fue mi "venga, venga" lo que le movió, tras decir que lo pensaría, a hacer la vacilante promesa que le obligó a escribirlo".
Finalmente, conocemos también el testimonio del reverendo Duckworth, al mando de los remos de la barca junto a Dodgson:

    "Yo remaba en la popa y él en la proa en la famosa excursión a Godstow durante las vacaciones de verano, con las tres señoritas Liddell como pasajeras nuestras; y el cuento se compuso y se contó literalmente sobre mi hombro en atención a Alicia Liddell, que iba de "patrón" de nuestra embarcación. Recuerdo que me volví y le dije: "Dodgson, ¿se lo está inventando ahora?" y me contestó: "Sí, lo estoy inventando mientras navegamos". También recuerdo perfectamente que, al volver a dejar a las tres niñas en la residencia del Decano, Alicia le pidió a Dodgson que le escribiera el cuento. Él contestó que lo intentaría; después me contó que había permanecido en vela casi toda la noche, pasando a papel lo que recordaba de las extravagancias con que había alegrado la tarde, le añadió ilustraciones de su propia mano y le regaló el libro."
Curiosamente, una comprobación efectuada en 1950 en los archivos del Servicio Meteorológico de Londres dictaminó que el tiempo en las proximidades de Oxford la tarde del 4 de Julio de 1862 fue "frío y lluvioso".

A mí me sigue pareciendo ésta la parte más emocionante y hermosa del cuento.


03 julio 2006

Desarrollo

¿Se puede desarrollar una idea musical confiriéndole un nuevo sentido con una mínima transformación de su identidad original? Interesante cuestión y no menos interesante reto. La respuesta es que sí, que se puede. Un ejemplo extremo nos lo brinda Johannes Brahms en el primer movimiento de su Trío para clarinete, cello y piano Op. 114. Compárese el dibujo sobre el pentagrama del tema principal, que suena a cargo del cello:



Con la versión que del mismo nos ofrecerá más adelante el clarinete:



No hace falta entender un ápice de música para comprobar, mediante un simple ejercicio visual de comparación, que las notas en uno y otro ejemplo son exactamente las mismas, que no falta ni una y que ocupan el mismo lugar entre las líneas y los espacios del pentagrama. No perdamos de vista estos dos gráficos mientras los escuchamos porque cuesta creer que ambos partan de una sustancia musical idéntica:

Audio del pentagrama 1: mp3, 8'', 108k.

Audio del pentagrama 2: mp3, 22'', 265k.

Se trata de un juego en el que Brahms se ha impuesto a sí mismo una limitación, un pasatiempo con una regla por cumplir: no modificar los sonidos de la melodía original, ni siquiera rozarlos; hay que desviar los procedimientos de elaboración a otros ámbitos que no sean el de la configuración melódica. Para conseguirlo, Brahms empieza insertando pequeñas pausas que trocean lo que en el tema original era una unidad, una melodía de amplio fraseo.

Pero introducir unos silencios, por breves que sean, requiere ocupar un espacio en el tiempo, de manera que aquí se produce un desplazamiento a la derecha de la melodía, como si los silencios irrumpieran reclamando su sitio dando un pequeño codazo a las notas. El efecto resultante se traduce en un cambio en la acentuación rítmica de la melodía: las notas que en el pentagrama 1 ocupaban un acento fuerte aquí lo pierden (y viceversa en algún caso). La melodía avanza a contratiempo. Una vez puesto a trastocar el orden imperante, Brahms todavía tiene tiempo para invertir los papeles asignados: si observamos la flecha del pentagrama 1 veremos que señala la nota que tiene asignada una mayor duración; de hecho, la misión de ese trazo en forma de semicírculo es la de estirar su duración.

Curiosamente, si buscamos la misma flecha en el pentagrama 2 nos encontramos con que Brahms hace cerrar la boca a la nota de inmediato, introduciendo ahora la mayor cantidad de silencio. Del resto se ocupa la armonía, que nos recuerda, una vez más, su fascinante capacidad para transformar la atmósfera de un mismo paisaje.


02 julio 2006

Refugio

Si me pongo a largar las cosas que en este momento me gustaría contar se va a fundir el teclado y me va a subir la tensión, así que mejor lo dejo. Mira que me da rabia pero cuando más tengo que decir, sobre todo según qué cosas, me suele dar ansiedad. O pereza. O qué se yo. Así que voy a replantear el post y a vuelta de punto y aparte sólo diré ésto:

A veces necesito refugiarme entre paréntesis.

(así)