30 junio 2006

Funeraria



Que la pequeña pantalla puede dejar ídem a la grande con productos muy superiores es un hecho que tiene en las series de la cadena norteamericana HBO un reflejo ejemplar. Tengo encima de la mesa la tercera temporada de "A dos metros bajo tierra" (Six feet under), la maravillosa serie creada por Alan Ball y que es uno de mis placeres predilectos que me reservo para un tiempo de vacaciones. La veo en dvd porque escucharla doblada seguro que es pecado mortal. Como hace mucho tiempo que vi la segunda temporada he rebobinado un poco la memoria y he empezado revisando el precioso episodio 7 de dicha temporada y a partir de ahí voy a continuar hasta completar la habitual tanda de 13 que me deposite, al fin, en la tan ansiada tercera entrega.

"A dos metros bajo tierra" es un serial que se debate entre la vida y la muerte y cuyos capítulos tienen forma de lápida. Cada entrega comienza en el instante de la muerte de un ciudadano anónimo, el consiguiente inserto en pantalla de su esquela (nombre y apellidos; año de nacimiento y muerte debajo y entre paréntesis) y su posterior aparición en la funeraria "Fisher & Sons" donde será convenientemente tratado. Allí asistimos a las vicisitudes de los vivos (las peripecias de los miembros de la familia Fisher) y a su contrapunto representado por la presencia silenciosa del difunto de turno y su propia circunstancia colándose durante unas horas por debajo de las puertas.

Todo aquí es un gozo, empezando por los maravillosos títulos de crédito y el collage musical que los acompaña al compás del más allá y el más acá, impagables en su diseño y realización. Impecable el trabajo de casting para poner piel y carne a un elenco de personajes, todos, los principales y los secundarios, ricos en matices y en profundidad psicológica, de una singularidad extraordinaria. Maravillosos los guiones, la fotografía, los escenarios, los encuadres; cuidados al extremo los detalles (los fundidos en blanco como pincelada sutil que remite al hecho trascendente de la muerte presente en cada fotograma), y, sobre todo, el tempo de la narración (sorprendentes los intensos momentos de introspección, de intimidad sobrecogida y de silencio conseguido en un medio, el televisivo, que tiende a sentirse incómodo ante estas cosas)

Todavía recuerdo en la primera temporada (desapareció posteriormente) la aparición de una breve y recurrente ráfaga incidental de música que llevaba incorporado el olor de la tierra recién removida, el estremecimiento de la luz de una vela solitaria, un latido que se extingue y una mano buscando consolar la congoja del pecho mientras la mirada se eleva a un cielo que atesora preguntas y misterios ilimitados.


29 junio 2006

Reposición

El calendario vuelve a decir veintinueve. Click aquí.

P.D: donde dice 10, poner uno más.


28 junio 2006

Ceguera

A Pablo

"La luz no se ve"
Pero está, aunque algunos no se enteren. Vaya para ellos lo que sigue:

"Creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven"
(José Saramago, "Ensayo sobre la ceguera")

Seguimos adelante.


27 junio 2006

e-mail

Me han enviado un correo electrónico desde una estación de metro de Suecia para decirme que las fuentes a veces parece que ríen, y que va a haber una fiesta con papel de colores, algún poema, un secreto a media voz y un poco de licor de almendras. También pone que hay un estanque en el que se refleja Septiembre y que en una foto sale un susurro mío (la foto es de ayer).


Personaje

Uno de los documentos más queridos que conservo en mi videoteca es la filmación en 1987 de las sesiones de grabación del Concierto para piano nº 23 en La Mayor de W.A. Mozart por el mítico e inolvidable Vladimir Horowitz, aquí ya octogenario y en una de sus últimas apariciones, acompañado por la felliniana Orquesta del Teatro de La Scala dirigida por el recientemente desaparecido Carlo Maria Giulini.

El documento no tiene desperdicio tanto por su valor histórico como por el juego que dan al espectador la cantidad de detalles interesantes que la filmación revela y que no están presentes en el disco que se comercializó posteriormente. Todos esos jugosos detalles darían para hablar largo y tendido. Entre ellos destaca con luz propia la aparición de un personaje por el que siento especial debilidad, la incomparable Wanda Toscanini Horowitz, esposa del pianista e hija del legendario director de orquesta, Arturo Toscanini. Wanda Toscanini Horowitz, que no Wanda Horowitz Toscanini, repárese en el detalle, era una mujer de fuerte carácter y arrolladora personalidad, cualidades sin duda heredadas de su padre (qué miedo daba Toscanini cuando ponía a parir a sus violinistas en los ensayos, escuchas sus gritos y se te ponen los pelos de punta!). Tal era la personalidad de esta mujer que en el documental merece su propio título de crédito sin que desempeñe un papel protagonista en el transcurso del mismo:



Wanda siempre estaba ahí, cerca, por si acaso, diciendo lo que le parecía bien y lo que no, con ese gesto de la mano que parece decir: "ese piano tiene que estar un poco más a la izquierda". Y siempre estaba acompañada por una corte de señoras indescriptibles, como salidas de otro tiempo, que sólo estaban allí para hacer bulto, mención especial a la señora de rojo, a la derecha de la imagen.

Siempre me fascinó la relación entre Horowitz y su mujer. Él, con su personalidad afable; ella, con su mirada y sus maneras cortantes. Formaban una pareja muy curiosa en la que él parecía desempeñar el papel de hijo más que de marido. Observemos la siguiente secuencia de imágenes: llama mucho la atención que nada más sentarse al piano, la atención de Horowitz se ocupe en buscarla con la mirada, como solicitando su aprobación para empezar a tocar:



Y una de las acompañantes advierte la llamada y lo comunica a Wanda. Casi se puede oir la voz que acompaña a esta imagen: "creo que su marido le llama". Y ella: "¿eh??"



Y tras obtener la atención deseada (mamá me mira), el gesto de Horowitz muestra una evidente satisfacción:



Lo curioso es que, en los descansos, siempre hay una distancia entre ellos. A veces, la señora de rojo hace de muro de separación, demostrando que tiene un cometido que cumplir en el cotarro. Es de alabar la prudencia con la que se inclina hacia atrás, quién sabe si intimidada por la posibilidad de llevarse un mordisco:



Pero otras veces a lo mejor tiene que ir al lavabo a empolvarse la nariz. Da lo mismo, la separación sigue existiendo:



Omnipresente Wanda. En la breve rueda de prensa improvisada en el estudio, Horowitz atiende de manera afable las preguntas de los periodistas y en el momento en que alguien le pregunta su opinión sobre los grandes pianistas de hoy, Wanda deja oir tajante su voz: "siguiente pregunta" sin mover un ápice su pose de perfil entre despreocupado y a punto de sacar el colmillo que la hace tan auténtica.



24 junio 2006

Teoría

Estos días andan los chavales de exámenes y yo sigo sin aclararme con los nuevos planes de enseñanza musical, la verdad. Ahora te matriculas en la asignatura de Armonía, la de toda la vida, ("así me lo aprendí yo") y te pasas un año, como corresponde, aprendiendo a enlazar acordes sin quintas ni octavas paralelas, directas y ocultas (que equivalen a las faltas de ortografía en un texto escrito), a resolver el acorde de séptima de dominante sobre la tónica, a aprender a formar los acordes alterados de subdominante: la sexta napolitana, la sexta alemana, y demás nacionalidades y cuando llega el examen final de Junio resulta que consiste en escribir una biografía de medio folio de Berlioz, por ejemplo, que, digo yo, debería ser cosa de la asignatura de Historia de la Música. Me pregunto si ésto será un guiño práctico sobre la fusión de las artes.

Es tal el barullo organizado que, si te dedicas a dar una clase particular de armonía, tienes que estar preparado para hablar de las novias que pudo haber tenido Haydn, no vaya a ser que suspendan a los chavales por no saber tan trascendente dato. No es broma. Por ese motivo, y una vez terminado el temario del curso oficial de Armonía, los últimos días me he dedicado a revisar a fondo cuadernos para tomar el pulso a lo que los chavales hacen en la clase oficial (visto que en Armonía importa cualquier cosa menos la Armonía), y de esta manera saber por dónde pueden ir los tiros. Y me he encontrado con una sarta de disparates realmente alarmantes.

Leo en unos apuntes distribuídos en clase sobre Brahms: "En 1840 se creía en los sentimientos". Interesante observación. Al parecer no se creía en ellos en 1839. Me pregunto si ahora habremos recuperado la fe en ellos y, ya puestos, me pregunto también qué coño, con perdón, tiene que ver eso con Brahms. ¿Qué aporta? No menos interesante es el apartado dedicado a explicar las características de su estilo. Pone: "Abusa bastante de las sextas" y luego añade sagazmente: "(casi demasiado)". Y se te pone cara de bobo. Uno se sitúa ante el universo sonoro de una obra de Brahms y yo creo que en lo último que repara es si abusa o no de sextas, si hay segundas, cuartas, o medias. ¿Qué más da? Pero el caso es que la observación en sí es tan ridícula como si en literatura nos dijeran que Borges abusa bastante de la letra "h", y nos advirtieran: "(casi demasiado)". Cuidado.

Pero el colmo viene cuando te encuentras con un ejercicio de análisis. En una hoja tamaño A4 aparece una miniatura pianística. La generosa mano del profesor aporta una pista al alumno al deslizar el nombre "Mendelssohn" debajo de un título indescifrablemente alemán. El enunciado del ejercicio propone buscar en la obra las principales características del estilo de Mendelssohn, cosa que podría hacerse si no fuera por la pequeña salvedad de que la partitura en cuestión es de Schumann (!), y para más sonrojo una de las melodías más divulgadas y archiconocidas a nivel popular de sus "Escenas de Niños", Op. 15. Ver para creer. Pero el lunes, a las 11:30, examen.


23 junio 2006

Album

Con Javi y Víctor.





La canción viene a decir así:

"¡Qué época aquella!
Una época de inocencia,
una época de confidencias.
Ha debido pasar mucho tiempo desde entonces;
de aquella época yo guardo unas fotografías.
Conserva tus recuerdos:
es lo único que te queda"


21 junio 2006

Verano

El verano es un instante de la infancia.


Abogado

Estaba dando una clase cuando ha sonado el teléfono y era el abogado de la familia:

-Tienes que venir conmigo al Juzgado.

Mi proverbial fatalismo ha vuelto verticales las líneas del pentagrama que en ese momento tenía ante mis ojos, cual barrotes carcelarios, y he intentado que mi alumno no me notara inquieto pero sólo se me ha ocurrido preguntar

-¿Qué es lo que he hecho, por el amor de Dios!!!

Al parecer nada, sino todo lo contrario. Eso ha dicho el abogado, lo contrario, hombre, lo contrario (lo ha dicho dos veces y eso me ha tranquilizado algo). Tenía que ir a firmar unos papeles y él me iba a acompañar. Cuando termines la clase, tranquilo (sólo ha dicho una vez "tranquilo" pero me ha tranquilizado todavía más que lo anterior, habiéndolo dicho dos veces).

El abogado ya era abogado cuando yo jugaba en la terraza de mi casa a tirar globos de agua al patio en pantalones cortos. Eramos vecinos. Es un hombre bueno y muy inteligente. Lo de abogado va en tercer lugar. Es tan inteligente que siempre está sumido en su mundo de pensamientos de tal manera que al ir a buscarle minutos después he tenido que recordarle, para empezar, que me había llamado hacía un rato para acompañarme al Juzgado donde debía firmar algún papel. Ah, si, ha dicho. Por la calle he tenido que rectificarle la trayectoria dos veces: una para que no se equivocara de dirección (el juzgado está a la izquierda, no delante) y otra para que no se chocara con unas jardineras de aproximadamente un metro de altura (estaban rebosantes de flores. Rojas).

Al entrar el edificio del Juzgado en el campo de visión he empezado a sentirme nervioso. A mi me pasa como a Hitchcock, que le daba mucho miedo la autoridad, igual me pasa a mí. No es que no la respete, es que me impone y me asusta; me paraliza. Me da miedo cualquier tipo de autoridad en uniforme. Para mí, entrar en unos grandes almacenes y pasar por delante del tipo de seguridad de la puerta es un trago difícil. Me entra una sensación horrorosa de que van a empezar a saltar las alarmas o que de repente me van a coger por los brazos y me van a llevar a un cuarto minúsculo del que saldré para pasar doce largos años en un algún presidio sin que nadie me haga caso. Lo peor es que lo paso tan mal que me pasa como a Mister Bean, que miro de refilón al vigilante de los grandes almacenes, o al Policía de la estación de tren y cuando me devuelven la mirada yo miro para otro lado con nerviosismo y entonces me digo por dentro que ya he metido la pata porque me acabo de convertir en un peligroso sospechoso y que seguro que en ese momento están utilizando su walkie-talkie para detenerme a pie de escalera.

Hablando de escalera, hay una con muchos peldaños para acceder al juzgado y cuando la culminas te encuentras con la confirmación de tus temores: un agente de seguridad con chapas metálicas y cordones y la mirada fría te hace pasar por un detector, esa es otra, el suplicio del detector, a ver si va a sonar algo, una tuerca milimétrica de alguna prótesis, que digo yo que llevarán cosas de esas, sino cómo se van a poner, y seguro que me van a hacer pasar una y otra vez mientras me despojan de la ropa, como si fuera un striptease infernal. El carnet, por favor, dice el agente. Dios santo, el carnet, en qué bolsillo estaba el carnet, sobre todo las manos, el temblor, que no te tiemblen, que no adviertan tu nerviosismo, a ver si no vas a salir de allí, que no se caigan al suelo las monedas, las llaves. Sobre todo, cuidado.

Ya estamos dentro. Cuando me encuentro tenso me sale contar las cosas en presente, el pretérito perfecto es un poco más relajado. Mientras me toman los datos el abogado va a saludar a un señor que supongo que también será abogado pero que seguro que no está tan sumido en sus propios pensamientos como el mío porque tras cinco interminables minutos le advierte con un gesto de mi presencia y entonces mi abogado emite un desolador: ah, coño, si no me acordaba ya. Y eso se suma al estupor que me ha producido que el vigilante, o policía, o las dos cosas, haya dicho, tras tomarme los datos, que adelante, gracias; es como si no me lo terminara de creer.

Ahora nos ves sentados en un banco de madera de respaldo alto. Sale en muchas películas pero seguro que ese mismo no es. Hay algo en ese banco que no encaja, lo pienso mientras esperamos ante una puerta donde pone "Decanato". Estamos sentados los dos, el abogado y yo; si nos miras de frente, desde la puerta del Decanato, él está a la izquierda y yo a la derecha. Me da por ponerme a pensar en él, que sigue sumido en sus pensamientos y no dice nada, y de repente me doy cuenta de que se ha hecho mayor, que los hombros se le vencen un poco, la cara está surcada de arrugas, y entonces recuerdo que fue el propio abogado un día, una mañana temprano, cuando todavía era vecino y no abogado hasta las diez, fue él la persona encargada de decirme que mi padre se había muerto la noche anterior, aunque eso ya lo sabía yo sin que nadie me lo hubiera dicho. La mujer del abogado, vecina como el abogado pero no abogada como él, le dio en ese momento vueltas con fuerza al cola-cao que me había preparado esa mañana en la que el desayuno sabía raro, porque el desayuno es en la casa de uno no en otra, y porque parecía que quemaba lo de dentro aunque el vaso parecía muy frío, o al revés, de eso sí que no me acuerdo.

El caso es que seguimos en el banco del "Decanato" y estoy reviviendo la escena, y no ayuda nada reparar en el recipiente cuadrado y translucido que en el techo acoge a los fluorescentes y en el que se ha depositado un residuo amarillento en los bordes realmente triste. Yo estoy pensando en el cola-cao y el frío de aquella mañana y no puedo evitar hacer un movimiento así, con el hombro derecho, para tocar el hombro izquierdo del hombre que me dio la noticia con mucho tacto y que esta mañana está a mi lado para ayudarme y viejo; y de repente me dice si sé a qué hora juega esta noche Inglaterra en el Mundial y como tengo un nudo en la garganta apenas acierto a decir:

-no sé

y él me pregunta que "cómo" y yo trago saliva para volver a decir, un poco más largo,

-no tengo ni idea

con un poco más de presencia.

Nos llama el señor del decanato. Hola, hola, el carnet, por favor, aquí tiene, confirma usted que es emejota? eso creo, cómo dice usted? que si, claro, y pienso que a ver si la vamos a liar, casi pido perdón. El funcionario escribe en el ordenador con pericia, que no con pereza, y yo me fijo en una toga colgada de un perchero y esa verticalidad negra de pliegues severos me impresiona tanto que dirijo la vista a todos esos archivadores de cartón que me recuerdan el registro de la Conservaduría General de Saramago, ay, donde se almacenan Todos los Nombres, el suyo también, dónde estará, el nombre y el cuerpo, dónde estás, díme. En la pared hay un folio donde pone: "para divorcios, mandar un mail aquí" y al leer eso echo de menos mi cámara de fotos.

Hay que elegir procurador, dice el funcionario, qué será eso, me digo por dentro, ni idea, lo dice todo el abogado, yo me fío; se equivoca de dirección para ir al juzgado pero aquí parece dominar la escena. Ya está. Lo ha dicho alguien, que ya está, y también ha dicho, su carnet, aquí tiene. Ya nos podemos ir. En el pasillo nos cruzamos con una mulata de tetas enormes y labios enormes seguida por un policía minúsculo que le mira el culo. Hay una máquina de café y un cartel descafeinado de tóner con las fotos de unos tipos con cara de malas pulgas. Cuando sales a la calle te das cuenta del olor a grapadora vieja que había dentro. Para entonces el abogado ya va unos metros por delante en dirección equivocada.


19 junio 2006

Entrevista

M.J: ¿Buenas noches?
m.j: sin interrogantes, por favor.
M.J: me alegra saberlo.
m.j: ¿ah, si?
M.J: sí, porque eso quiere decir que se encuentra mejor.
m.j: bueno, voy poco a poco. En realidad he llegado a la conclusión de que más que cargarme con un problema me he quitado un muerto de encima. Y eso es un alivio. Y en cuanto a la salud, he descubierto una cosa muy curiosa...
M.J: soy todo oídos.
m.j: creo que existe una "discriminación positiva", digámoslo así, en la relación de la gente con enfermos crónicos como yo.
M.J: ¿a qué se refiere exactamente?
m.j: me refiero a que durante muchos años la gente se ha acostumbrado a decir: "mira qué bien lleva lo suyo, oye, yo no podría", otros llegan a decir que lo mío es "de admirar"...
M.J: no se quejará...
m.j: justamente ese es el problema.
M.J: me he perdido.
m.j: muy sencillo. La gente termina viéndote como alguien que no sufre o que no puede sufrir por cosas "menores". Y en esos casos te quedas solo. Por eso me he dado cuenta de que a veces hace falta decir "oye, a mí también me duele, sabes?" a modo de recordatorio, sin ánimo de suscitar lástima sino como muestra de reafirmación. Una cosa es no ir de víctima por la vida pero otra es ser una estatua arrinconada, ¿no le parece?
M.J: me parece, me parece.... Bueno, no es por excusarme pero yo estuve aquí la otra noche...
m.j: ya lo sé, y no se de por aludido.
M,J: ah, ¿lo sabe?
m.j: sí, me fijé de madrugada que me había dejado en la estantería la copia de "La carrera del siglo" que le presté. Pero la dejó en un lugar algo incómodo para el profesor Fate, sea más cuidadoso la próxima vez. Al profesor Fate le pone muy nervioso Capra.
M.J: vaya, lo siento.
m.j: no se preocupe, ya me encargué yo de solucionar el asunto sin que fuera a mayores.
M.J: es que no quise interrumpirle porque ví que estaba con los auriculares puestos. Brahms, fijo.
m.j: ¿lo dice con cierta sorna acaso?
M.J: créame que no. Oiga, venía por lo del nocturno...
m.j: el Nocturno 14, si no le importa, podríamos confundirlo con los demás.
M.J: ¿Hay más?
m.j: quizá menos, no lo recuerdo.
M.J: el caso es que vengo y me encuentro que ha abierto la caja.
m.j: aclare que es una metáfora, por favor; hoy en día los recuerdos se guardan en cd´s de plástico.
M.J: convendrá conmigo que se trataba de una metáfora adecuada puesto que, digámoslo así, encerró allí todo bajo siete llaves en el transcurso de la tormenta.
m.j: ¡por todos los Santos, qué cosa más cursi!
M.J: todo lo que quiera pero así fue.
m.j: vale, de acuerdo, pero más pronto o más tarde las tormentas pasan.
M.J: ¿qué le llevó a abrir la caja después de tantos años?
m.j: eso mismo me vengo preguntando estos días, se lo aseguro. Vaya usted a saber, esto es como lo de la magdalena de Proust, basta una chispa para que vuelva todo de golpe.
M.J: algo así como lo de la señora de la escalera en los "Dublineses" de Joyce, no?
m.j: exactamente así. Pero no nos engañemos, hoy en día Joyce lo tendría más crudo.
M.J: explíquese.
m.j: hoy la melodía que produce el éxtasis de la señora en lo alto de la escalera y le trae todos aquellos recuerdos del pasado sonaría de algún mp3. Y de vuelta al hotel, todo ese rollo tan bonito se lo contaría a su marido a través del messenger.
M.J: ¡pues sí que cambiaría la cosa, si!
m.j: todavía hay más, no se asuste antes de tiempo. Aún falta el monólogo del marido, hoy en día reducido cruelmente a un emoticon.
M.J: ¿cómo dice?
m.j: que el marido se limitaría a dar como toda respuesta esto:

:(

No corren buenos tiempos para la lírica, permítame el topicazo.
M.J: ¡Calle, calle! Al menos nos queda la nieve, que cae suavemente sobre...
m.j: ¡qué va, hombre! Con el cambio climático ya no hay nieve que caiga.
M.J: ¿ni siquiera nos queda la música de clarinete del final?
m.j: mire, eso sí. El soplo precioso del clarinete. Eso sí quedaría.
M.J: no sé qué decir después de todo lo que ha dicho, la verdad.
m.j: pues reconduzcamos la conversación. Así no me acusará otra vez de irme por las ramas.
M.J: la conversación, sí; estábamos en que de golpe se le han venido los recuerdos encima y ha abierto inesperadamente la caja a la que hasta ahora le tenía pavor.
m.j: así es. Lo he vuelto a revisar todo. Absolutamente todo.
M.J: ¿y qué ha sentido?
m.j
: uf, qué pregunta más complicada...
M.J: tranquilo, no hay prisa.
m.j: algo parecido a dibujar un silencio de nieve.
M.J: me temo que no le entiendo.
NARRADOR: pues yo sí le entiendo y me parece precioso, la verdad.
M.J: ¿y éste qué hace aquí?
m.j: haya paz, haya paz. Es usted un tipo sensible, narrador.
NARRADOR: es que no sabe lo que me ha tocado contar en esta vida...
m.j: lo imagino.
M.J: ¿dibujar un silencio de nieve?
m.j: la expresión no es mía, pero créame que es el recipiente que mejor contiene todo lo que he sentido, lo que estoy sintiendo.
M.J: ¿cree que lee el blog?
m.j: usted y yo sabemos que no.
M.J: (pero una vez lo sospechamos)
m.j: vale, sí, pero... no.
M.J: quién sabe.
m.j: da lo mismo.
NARRADOR: ahora sí que no lo entiendo.
M.J: ¡pues a fastidiarse!
m.j: señooores, tranquilidad. Por aquel entonces usted todavía no estaba en nómina, narrador.
NARRADOR: Esa historia me la tiene que contar algún día.
m.j: (vale)
M.J: ¡es el colmo! ¡tener que contarle a un narrador! ¡para eso está él!
m.j: no se ponga nervioso, terminarán por congeniar, ya lo verá. Bueno, ¿seguimos o ya está?. Le veo hoy un poco disperso y mañana tengo que madrugar porque me tengo que hacer análisis de sangre. ¿Sabe que una vez teniendo la aguja en la vena a la enfermera le dio por estornudar y le dio un espasmo?
M.J: ¡DIOS MIO!!!
NARRADOR: ¡QUÉ ESPANTO!!!
m.j: mira, por una vez se han puesto de acuerdo.
M.J: ¿y qué hizo usted?
m.j: le dije "Jesús".
NARRADOR: ¿y qué hizo ella?
m.j: me dio las gracias.
M.J: se me han puesto los pelos como escarpias.
m.j: cosas que pasan...
M.J: oiga, pues casi mejor lo dejamos por hoy y si eso vuelvo otro rato.
m.j: que no le intimiden los auriculares, pero tampoco me de un susto de muerte apareciendo de golpe. Ya sabe que el infarto acecha.
M.J: lo tendré en cuenta. ¿Algo que añadir para terminar?
m.j: ¿cuándo sale ésto?


17 junio 2006

Nocturno 14

"Y aunque tú no has de verlas,
para hablar con tu ausencia
estas líneas escribo,
únicamente por estar contigo"


He cogido un libro de poemas y lo he abierto por la página 14.
La palabra número 14 del poema que allí aparece es “lluvia”.
Me he acordado de aquel primer día que viniste a comer a casa,
un día 14 de hace... muchos años. Después de comer fuimos a dar un
paseo y, de pronto, empezó a llover con fuerza así que regresamos.
Esa tarde, mientras afuera diluviaba, te invité a escuchar un preludio
de Debussy que, días después, te llegaría grabado en un disco azul.
No sé si llovería cuando Debussy compuso su obra, pero descubrirás
que cuando llegas al pasaje que tanto te gusta, han pasado 14 notas.
Hoy tengo sobre el piano un canon de Bach: el tema tiene 14 notas
y su acompañamiento 41, que es el número 14 puesto al revés.
Te preguntarás, quizá, a qué viene todo esto. En realidad, a nada
en especial. Sólo quería decirte 14 veces que sigo acordándome de tí.

Ahora cuenta las líneas de este nocturno, aunque no llueva.


16 junio 2006

Calma

"Una sorprendente observación: justamente para los sentimientos se necesita tiempo, no así para las ideas. La idea es una relámpago, el sentimiento el rayo de luz de una estrella lejana. El sentimiento necesita calma, no puede vivir en el miedo."

Marina Zwetajewa (1925)


15 junio 2006

Album



Con mi sobrina Isabel. Octubre de 2003.


14 junio 2006

Audición

Hoy he asistido a una audición de fin de curso de alumnos de la Escuela de Música. Desde mis tiempos de estudiante no había vuelto a ir a ninguna. Por lo general son un tostón aunque de vez en cuando ves despuntar a alguien que promete y eso siempre es interesante. Lo peor es el comportamiento de muchos padres. Va a tocar su retoño, pues nada, a abrir la puerta del salón ruidosamente (para qué escuchar a los otros, por Dios) y a entrar en tropel (padres, abuelos, bebé en brazos) sin importarles lo más mínimo que hay otra criatura en ese momento intentando sacar adelante un preludio de Bach. Pero no contentos con eso, cuando su hijo o su hija terminan de tocar se levantan y se van, y eso se escribe así pronto, se levantan y se van, pero hay que pensar que el proceso es bastante laborioso: hay que levantarse moviendo las sillas hacia atrás, coger del suelo algo que se le ha caido al bebé que, como es natural, no ha dejado de monologar en alto, esperar a que los abuelos pasen lentamente en el pequeño espacio existente entre las piernas de quienes están sentados y la fila de delante. Luego se esperan en el pasillo central y cuando ya está la familia reunida dicen un sonoro: "ala, que nos vamos ya", y aún falta que lleguen a la puerta y la abran de golpe y luego la cierren de un portazo. Para entonces la siguiente criatura ha podido tocar cinco veces la Sonatina de Clementi.

Hoy he bajado porque al final del concierto tocaba Pablo. Al final tocan los mayores. A sus 15 años, Pablo ha tomado conciencia del miedo, del miedo en general, y en los últimos meses el miedo también se la ha pegado en los dedos como una sustancia viscosa que dificulta manejarse por el teclado. Pablo me pidió que le acompañara la tarde del concierto y le dije que por supuesto. Me he sentado atrás, discretamente, en una fila vacía. Pablo y yo tuvimos una larga conversación ayer, que es la misma que llevamos teniendo todas las semanas durante el último año. Sobre el miedo. Pablo ha subido al escenario acompañado por la sombra del miedo pero a los dos compases de comenzar su Albéniz ha salido lo que tenía que salir: el duende en estado puro. El duende en su manifestación más vibrante. Pablo es un chaval enduendado de la cabeza a los pies aunque todavía no lo sabe porque el miedo no le deja mirar. Pero yo sé que el duende desafía al miedo. Y creo que al duende le da tanta rabia ese miedo que aflora enrabietado mostrando su cara más exultante que se traduce en un silencio sobrecogido en la sala, una descarga que sacude los cuerpos, una emoción profunda que aprisiona los corazones y un estupor de las miradas que se dirigen a ese chaval menudo del que emana un fuego que impone profundo respeto y admiración.

El Albéniz que ha brotado de las manos de Pablo ha sido el Albéniz de un pianista inmenso cuyas manos se adaptan al teclado como si estuvieran hechos el uno para el otro; un pianista que no encuentra la música en la partitura porque la música nace de él y de él sale el matiz justo, el rubato maestro, el ataque imponente y hasta el misterio que llena los silencios, aquí rebosantes de sentido. Un pianista poeta. Un poeta enduendado (y aterrorizado). Yo conozco el sufrimiento de Pablo aunque no lo haya padecido en propias carnes. Pero he visto su profundo dolor todas las semanas y he asistido impotente a su progresivo hundimiento personal sabedor de que el duende está ahí, a pesar de todo, esperando a que la tormenta pase para salir al mundo para el que ha nacido Pablo: la música. Por ello sé de sobra lo valiente que ha sido y hoy ha recibido justa recompensa a su valor poniendo una luz en el alma de quienes le escuchaban. Y es que el duende no quiere regalos. El duende regala.

Sigue luchando, Pablo. No estás solo. Animo.


13 junio 2006

Invención

Me haría ilusión que me regalaras una frase para ponerla al principio de una historia (luego igual me da pereza o no me sale).


11 junio 2006

Encuentro

A Víctor

Otra vez Brahms, sí. Y además hay posts que le mueven a uno a esmerarse por escribir con buena letra. Este post trata de una marcha y de un regreso. Y también de un encuentro. Así que Brahms (de nuevo).

En 1890, Brahms tenía 57 años y se sentía viejo. En 1890 se podía ser un anciano a los 57 años, sobre todo si se era Brahms, cuyo cuerpo estaba muy castigado por la obesidad y las facturas que empezaban a pasar los caprichos del buen beber y el mucho fumar. Además se sentía cansado, y tras terminar el Quinteto para cuerda op. 111 declaró su intención de retirarse para dedicarse a los amigos, los viajes, la lectura y la holgazanería a la que se sentía cada vez más atraído. Pocos compositores en la historia han podido plantearse una cómoda jubilación y Brahms no quería desperdiciar esa oportunidad. Dicho y hecho.

El primer viaje le llevó a Meiningen y el destino quiso que se produjera un hecho inesperado: fue allí donde experimentó uno de los impactos estéticos más intensos de su vida al descubrir el sonido del clarinete de Richard Mühlfeld. Brahms sentía ya una inclinación especial por el instrumento y así lo atestigua su tratamiento en anteriores composiciones pero lo que ahora le había impresionado era el sonido que el tal Mühlfeld, afamado intérprete de la época, era capaz de sacar de ese tubo de madera y llaves de metal. Lo más curioso de todo es que Mühlfeld era, en realidad, violinista de vocación y había llegado al clarinete accidentalmente al servir en la banda de su regimiento en los años de servicio militar. Se cuenta que Mühlfeld trasladó al clarinete el vibrato del violín lo que seguramente hoy en día provocaría un gesto de reprobación por parte de los clarinetistas. ¿O no? Porque es evidente que algo muy especial debía brotar del clarinete de Mühlfeld para que un Brahms crepuscular se viera prendado y hechizado, arrastrado, cito literalmente, "como un cometa". Mühlfeld fue para Brahms un flautista de Hamelin y el compositor pasó días enteros con él apreciando las peculiaridades tímbricas del instrumento. Tal fue el impacto que Brahms decidió ponerse las pilas y volver a trabajar. Por y para Mühlfeld. Sólo hacía falta una cosa, por lo demás nada sorprendente a estas alturas: que llegara el verano.

El lugar elegido esta vez fue el paraíso de Ischl, la localidad termal donde pasó sus últimos veranos convirtiéndose en una figura popular del paisaje en sus paseos diarios por la orilla del río con sus andares torpes, su penetrante mirada azul y su larga barba blanca reposando en el inicio de su prominente barriga. Allí compondría, entre los veranos de 1891 y 1894 cuatro obras para Mühlfeld: un trío para clarinete, cello y piano, un quinteto y, finalmente, la unión íntima entre el clarinete y el piano en las dos sonatas Op. 120 interpretadas por el propio compositor y el instrumentista. Conviene puntualizar que no son tanto obras pensadas para el clarinete, sino para el sonido de un clarinete concreto.

Se ha vertido mucha literatura sobre estas cuatro obras, pero todo se resume diciendo que se trata de cuatro obras maestras. Qué importa si el trío está eclipsado por la refulgente perfección del quinteto (si es que lo está, qué manía la de comparar). Qué importa si para unos el trabajo de elaboración en estas obras está por encima de la inspiración poética y para otros justamente al revés cuando ambas cosas van aquí de la mano. Hay en todas ellas, a cada rincón, una sucesión inagotable de placeres, sorpresas y maravillosos hallazgos de todo tipo. Y ocasionalmente aparece (paradójica novedad) la mirada nostálgica del anciano Brahms hacia un mundo y una época que se desvanecen para siempre y cuyos últimos ecos parecen haber quedado atrapados entre las montañas de su refugio veraniego. ¿Cómo resistirse a los placeres de la escucha, una y cien veces, de un fragmento tan deliberada y deliciosamente demodé como este?



Mi frustrada vocación de clarinetista, mi devoción incondicional hacia este instrumento y mi admiración profunda hacia estas cuatro obras me llevó hace unos años a seguir la pista de Mühlfeld, a interesarme por el hombre capaz de encender la llama de la creatividad de un genio que ya se había puesto las zapatillas de estar por casa. Mühlfeld gozó en su tiempo de alta consideración como instrumentista y como persona. De su extrema minuciosidad en lo concerniente al manejo de sus clarinetes tenemos varios testimonios. Una carta del propio Brahms a Clara Schumann en las vísperas del estreno privado de las Sonatas op. 120 habla de las precisas instrucciones que el afinador del piano deberá seguir puesto que el clarinete de Mühlfeld "no da mucho margen a otros instrumentos". Una reciente revisión de los instrumentos utilizados por el clarinetista mostró un notable grado de conservación fruto del cuidado con el que habían sido manipulados así como una cálida sonoridad que, sin duda, fue una de las cosas que debieron cautivar a Brahms. El último encuentro entre ambos artistas fue 9 días antes de la muerte del compositor, acaecida el 3 de Abril de 1897. Mühlfeld siguió desarrollando una intensa actividad en los escenarios de media Europa. En Febrero de 1907 actuó en Madrid y de vuelta a su casa de Meiningen falleció repentinamente de un derrame cerebral el primero de Junio.

Yo descubrí estas cuatro obras en verano y las viví de cerca. Y el verano es un buen momento para volver a ellas con detenimiento y aprovechar el tiempo lento de los días para disfrutar y conversar acerca de su belleza.


Frase

"Don Fermín se oscureció en una esquina de la sacristía hasta bien entrada la tarde."


10 junio 2006

Límites

Una esquela es una lápida de papel. En la edición de "El País" de este viernes aparece una en la que debajo del nombre del fallecido puede leerse:

"Pateras,
Guantánamo,
Abu Ghraib,
Cayucos,
Haditha...

¿Es que no existe límite?"


No, lamentablemente no existe límite. Lo raro es que quien ha redactado la esquela no se haya dado cuenta todavía.


09 junio 2006

Sonata

La composición de la Sonata para violín y piano Op. 78 de Brahms fue, también, una labor de verano. En esta ocasión, el lugar elegido para el reposo y la tranquilidad fue Pörtschach, en la orilla norte del lago de Worth, a los pies de los Alpes de Carintia. La composición de la Sonata abarcó los veranos de 1878 y 1879 quedando en suspenso durante los meses intermedios, y su precioso tema principal desprende la característica serenidad que encontramos en otras composiciones concebidas en una atmósfera similar:





Como ya apunté en un post anterior, las ideas musicales de Brahms están constituidas por una serie de motivos que serán elaborados a lo largo de la composición. He aquí los motivos (3) que forman el tema principal de la Sonata:



La observación de este ejemplo nos permite descubrir cosas interesantes: en primer lugar, podemos apreciar que Brahms "parcela" los motivos (todos están separados entre sí por una pausa clara o por una respiración de cambio de dicción, como ocurre en el salto de octava que da entrada al tercer motivo) y además se preocupa por asignarles un perfil característico que los diferencie del resto: el primer motivo insiste sobre una nota percutida tres veces; el segundo echa mano de los intervalos amplios como contraste con la escala que asciende peldaño a peldaño conformando el tercer motivo (una escala puede venir muy bien para pasajes de transición o de enlace entre secciones). Brahms es previsor. Vemos que los diversos elementos que forman el engranaje melódico están claramente diferenciados y, sin embargo, resulta sorprendente comprobar la manera en que dichos elementos se integran en el contexto de la frase, que fluye con pasmosa naturalidad.

Pasemos ahora de lo general al detalle: Brahms siente predilección por el primer motivo. Le delata la doble repetición del mismo en los compases tercero y cuarto (que es una forma de poner el acento en él) y le delata igualmente la impaciencia: la facilidad que tiene Brahms para el desarrollo motívico y las abundantes posibilidades que el material le brinda para ello (tal y como quedará de manifiesto a lo largo de la composición) hacen que la tarea de elaboración comience ya dentro del propio enunciado. En este caso, la repetición del motivo en los compases tres y cuatro ofrecen una variación del modelo original.

Si damos un salto y avanzamos en la partitura damos con un pasaje que muestra la cuidadosa atención que Brahms pone en este motivo y la riqueza expresiva que extrae del mismo. Imposible pasar por alto la armonía que lo envuelve, a cargo del piano: entre esos acordes, emparejados de dos en dos, hay una apuesta de futuro al utilizar con entera libertad y delectación intervalos tradicionalmente proscritos. Un acorde de séptima mayor no dice nada nuevo a un oído de hoy, aunque sigue produciéndole el mismo placer, pero está aportando, por ejemplo, una herramienta que la música francesa de finales del XIX y principios del XX explotará a fondo y que necesitará para trasladar a la música la estética de los lienzos impresionistas. Brahms desliza aquí, para arropar su idea musical, el mismo acorde sobre el que Satie escribirá su primera Gymnopedia y está apuntando en una dirección que posteriormente transitará la música de jazz. El pasaje no tiene desperdicio:



La totalidad de la composición es un inagotable e imaginativo muestrario de ideas impregnadas de un poderoso aliento poético que lo subordina todo a la emoción.


08 junio 2006

Apagón

A ver.

Iba a escribir esta noche sobre una obra de Brahms y ya tenía preparados las imágenes y los archivos de audio pero cuando he entrado al blog para escribir el post resulta que a Blogger le había dado un ataque, o algo, y ponía en una nota en inglés que antes de dos horas por lo menos no le iban a dar el alta. Así que me he quedado compuesto y sin post.

Qué fastidio.

Pero como soy hombre de costumbres fijas y por aquello de matar el gusanillo se me ha ocurrido una cosa. La explico: hay gente que además o en vez de escribir comentarios en este blog me escribe correos electrónicos (sí, la trastienda de este blog es muy movida) y entonces he cerrado los ojos con una mano (la izquierda) y con la otra (la derecha) he elegido al azar una dirección y me he puesto a escribir un post para esa persona. Lo digo para que esa persona esté sobre aviso y no se asuste. Lo digo también para que las demás personas no se sientan de menos. En realidad es un post corriente: va encabezado por un título formado por una palabra, como todos los días, y por dentro tiene las mismas letras de todos los días aunque algunas están combinadas de distinta manera porque si no sería un post repetido. Y eso no.

Y ahora que lo acabo de mandar y me he puesto el pijama me doy cuenta del que el blog ya respira otra vez.

Qué rabia.

Pero mira qué hora es, las tres y media pasadas, y mañana clase; ahora no me pongo yo a escribir lo de Brahms, qué va, lo dejo para mañana. También dejo pendientes de contestación los dos comentarios al post de abajo, que requieren su tiempo.

Esto son cosas del directo.


07 junio 2006

Calor

La visita a la psicóloga ha sido apasionante. Y larga. Tres horas. Visto desde el punto de vista del negocio creo que no le salgo rentable pero este dato dice mucho de lo que verdaderamente le importa, que en este caso soy yo. Sí, ha sido muy interesante y reconfortante escuchar esa firmeza y al mismo tiempo ese calor que desprendían sus comentarios ante mis palabras. La firmeza se necesita para conseguir salir del bache; el calor se necesita para arropar e inspirar confianza en la tarea de recuperar la confianza perdida. Conseguir el punto justo de equilibrio es una de las cualidades que tiene la persona ante la que he estado hablando. Hoy me he dado cuenta de que me falta calor humano, lo echo en falta, necesito un poco más de calor humano aunque me conformo con un poco. Me he dado cuenta también de que he dado calor hasta quedarme frío y que no me importa porque esa es mi forma de ser aunque ahora tenga la batería descargada. A la salida me he dado un paseo porque la noche estaba preciosa y me sentía tranquilo, sensación ésta que a veces se me olvida. Y ahora sigo tranquilo pero cansado porque han sido tres horas intensas. Creo que voy a descansar bien. Buenas noches a todos.


06 junio 2006

Espera

Este es un post que sólo sirve para hacer tiempo.

Estoy un poco inquieto, pero no es una inquietud mala, sino de esas que dicen "a ver qué pasa". Ya se ha recuperado la psicóloga, al menos lo suficiente como para poder tener la primera entrevista conmigo, así lo dijo por teléfono el otro día, "lo suficiente como para tener la primer entrevista contigo", no voy a a sucumbir a la tentación de buscarle las cosquillas a la frase porque me conozco. El caso es que ya se ha recuperado y me ha citado para hoy, para luego. Y eso es algo un poco emocionante porque es como si fuera a hacer un post hablado y en directo, comentarios incluídos. Y eso es nuevo y me gusta. De ahí la inquietud y de ahí la espera, y de esa espera este post que sólo sirve para hacer tiempo.

Esta mañana mi abuela ha leído las esquelas del periódico y ha dicho que hoy todos eran jóvenes: 82, 83 y 87. Luego me han llamado de la radio para preguntarme si no me importaría opinar sobre un tema serio y les he respondido que preferiría opinar sobre Unai Elorriaga y me han dicho que vale y que de acuerdo. Pasan cosas muy raras. El otro día me sacaron de la cama para preguntarme por qué no se moría Rocío Jurado y yo estaba con la legaña puesta y no entendía nada y por eso hoy cuando han dicho que querían que diera mi opinión sobre un tema serio les he dicho lo de Unai, por si acaso. Lo de Unai al menos es benigno. El domingo salió una entrevista de él en el periódico y decía que la gente piensa que escribe a vuelapluma y que no es verdad, que él trabaja seis horas al día y que en ese tiempo a veces no se le ocurre una frase aunque lo tenga todo en la cabeza. Yo le comprendo: hay que destilar la frase, todas las frases, aunque tengas la trama en la cabeza y por eso cuando lo consigues, si lo consigues, te pones muy contento. Unai Elorriaga dice que hasta que le sale la frase salta por la habitación o camina sobre las sillas y puntos suspensivos. A mí me gustaría saber qué hay en esos puntos suspensivos.

Mientras esperaba a entrar en antena se escuchaban anuncios de muebles y de una tienda de ropa vaquera y me ha dado por pensar que a lo mejor me ponía a hablar con frases cortas y repitiendo trocitos, como hace Unai. Tengo una tendencia al mimetismo un poco extraña pero no lo puedo evitar. Por eso cuando el locutor me ha preguntado si se trataba del último libro de Unai Elorriaga y yo he respondido "Es el tercero. El tercer libro de Unai Elorriaga. Antes hay otros. Hizo uno primero y luego otro" me ha entrado un poco de miedo y un poco de risa y he tenido que echar mano de las subordinadas, que para esto son muy socorridas aunque te dejan sin aire las muy puñeteras.

Luego ha venido el cartero y me ha entregado una carta que me ha hecho mucha ilusión porque a mí, lo que más ilusión me hace, es recibir una carta de verdad. Dentro del sobre había: un canon a seis voces plegado por la mitad, dos fotos pequeñas, una foto casi mediana y dos grandes; y luego había un trozo del diario de Paul Klee de 1901. Como ha sido una sorpresa muy agradable he metido las cosas en el sobre y luego las he vuelto a sacar como si las recibiera otra vez. Igual repito después.

Ahora estoy esperando para hacer tiempo. Hace casi 30 grados fuera. La tensión arterial es de 12,8 y 8,2; tengo dos mensajes en el móvil por contestar y tres e-mails para lo mismo.

Ya está.


Brahms

He vuelto a caer rendido ante Brahms. Admiro profundamente a Brahms. En él se repite el milagro de Bach, que consiste en la fusión indisoluble entre razón y corazón que se multiplica en emociones, aquí siempre apasionadas. El proceso compositivo de Brahms se basa en la progresiva elaboración de los motivos que constituyen una idea musical. A veces esos motivos son puestos de relieve de manera clara, como ocurre en los primeros compases de la Sonata para Clarinete Op. 120 en los que aparece el tema desnudo, sin armonizar y duplicado a la octava, como si Brahms nos quisiera decir: "de aquí va a salir todo lo que sigue". Pero lo que sigue no sólo provee de una arquitectura formal y un hilo argumental inagotable a las obras; lo que sigue está prodigiosamente subordinado a la emoción sin excepciones.

Si algún día se escribiera una hipotética "Historia de la cadencia en la música tonal: biografía no desafinada" debería figurar obligatoriamente la de la frase inicial del tiempo lento del primer concierto para piano. La cadencia está firmemente asentada en el suelo de la partitura pero Brahms conduce las voces como si reclinara con sumo cuidado en la almohada la cabeza de alguien que descansa. La demora en el reposo (la urgencia que impone la cadencia es esa, reposar) es una solución que convierte en honda poesía aquí un procedimiento del lenguaje musical que empezaba a mostrar señales de fatiga.

Brahms componía en verano. Alquilaba una casita en la montaña suiza y su oronda figura de barba larga se dejaba ver en largos paseos que tenían como finalidad combatir el sobrepeso y en los que encontraba las ideas que luego ponía sobre el papel tras una profunda reflexión. Y a través de ellas se expresaba una voz inconfundible, elegante, arrebatadora y pasional siempre, teñida de una honda melancolía hacia el final.

A mí Brahms me duele. Los verdaderos poetas son aquellos que te hacen sentir por dentro un ay, que es la misteriosísima forma que tiene el alma de manifestar su deslumbramiento ante la pura belleza. Y gozosamente me duelen primores como el segundo concierto para piano (que es primero en tantas cosas), las obras todas para clarinete del crepúsculo (el trío, el quinteto, las dos sonatas con piano), la sonata para violín en La Mayor, recogida a orillas del lago de Thun entre silencios, y tantas otras.

Brahms debió ser un buen tipo, no exento de cierto misterio, caballero hasta el final. La noche de su muerte acudió a su casa un médico primerizo que estaba de guardia y que redactó el siguiente informe: "Ha dormido hasta la una. Le he preguntado si sufría y me ha respondido: Es tolerable. Después se ha adormecido de nuevo. Hacia las cuatro le he puesto otra inyección y le he preguntado si quería beber algo". Al amanecer el médico salió de la casa y la fiel asistenta doméstica de Brahms tomó el relevo. Fue ella la que refirió haber visto asomar dos lágrimas gruesas de los ojos de Brahms y luego el silencio.


05 junio 2006

Consulta

Hoy tenía consulta en el médico pero me he vuelto sin entrar.

Estaba esperando mi turno y, de verdad, el cuerpo me ha dicho que no, que lo dejara. Digo bien, el cuerpo, ha sido el cuerpo el que ha mandado la orden a la cabeza. Yo creo que a veces el cuerpo necesita que le dejen en paz un rato o dos y creo que la medicina no contempla esa posibilidad. Pero aunque yo no soy médico, son casi 25 años de paciente, y eso no quiere decir que sepa de medicina ni que vaya de listillo pero sé algo de mí mismo y de mi relación con la enfermedad. Los médicos le llaman "el proceso". Y no creo que sea un paciente inconsciente o irresponsable, entre otras cosas porque no me puedo permitir serlo. Pero eso no quiere decir que a veces sientas una llamada interior al reposo o a la renuncia; es como si el cuerpo estuviera un poco harto y te dijera: ahora no, que esperen un poco. Y eso es lo que me ha pasado esta mañana y le he hecho caso y ha sido sorprendente la sensación de profundo alivio que he experimentado al salir a la calle. A lo mejor es un poco raro. O no.


04 junio 2006

Pulso

"Hay quien sabe sentir en los ritmos de la vida diaria algo más que aquello que se ve" (Menchu Gutiérrez)

"porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja / pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado" (Federico García Lorca)


03 junio 2006

Regalo

Origami es el arte japonés del plegado del papel. El origamista se expresa a través del contacto de los dedos con el papel y la mera mención de esa idea me hace sentir en las yemas de los dedos el cosquilleo suave de una caricia.

Daniel Naranjo es origamista y acaricia los pliegues de papel al otro lado del océano. No hace mucho, escribí en este blog: "me tranquiliza saber que Daniel Naranjo es un poeta que sigue haciendo poemas de papel y palabras, y en ocasiones imagino que me atrevo a pedirle un verso plegado ocho veces con la rima que él quiera". Para mi sorpresa, este pensamiento lanzado al agua en una botella fue recogido en la orilla del poeta y ahora he recibido respuesta en forma de precioso regalo que he agradecido profundamente y que quiero compartir con los lectores de "La Idea del Norte".



8 abrazos, Daniel.

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Daniel Naranjo en "La Idea del Norte": 14 de Marzo de 2006.


02 junio 2006

Vredaman

Hoy junto al periódico había un libro. A veces pasa. Otras no. Lo normal es que esté el periódico solo pero hay días que Anabel pone un libro a su lado. Al lado del periódico. Cuando eso pasa es que ella sabe que el libro me está llamando. Eso lo sabe. Anabel. El libro que había hoy junto al periódico es el último de Unai Elorriaga y me he puesto muy contento.

Unai Elorriaga tiene dos libros muy bonitos. Este es el tercero. Seguro que también es bonito. El tercer libro. Unai escribe frases cortas y repite trozos de esas frases después, más cortas todavía. Y eso se te pega. Lo de Unai. Puedes escribir un post utilizando frases cortas y repetir trozos después. Puedes repetir trozos. De frases cortas. Lo que pasa es que no puedes hacer de Unai. Sólo Unai es Unai y por eso cuando escribe un libro nuevo me entra una alegría tan grande que no cabe en una frase corta. Ni a trozos. Sólo cabe en una frase larga. Y aun así.

El libro nuevo empieza con esta frase:

"Las plantas, por ejemplo, no toman café con leche".

Cuando lees esta frase te sorprende y no te sorprende porque es de Unai y te la esperas. Pero siempre sonrío. Si abres el libro por otra parte pone esto:

"Hoy no hemos visto la libélula azul. Hoy no estaba; ayer tampoco. Igual está enferma. Yo también suelo estar enfermo algunas veces y no hago las mismas cosas cuando estoy enfermo y antes de estar enfermo. Antes de estar enfermo voy a la escuela; cuando estoy enfermo no. Cuando estoy enfermo lo que hago es mirar mucho por la ventana. Desde la ventana de mi casa se ve una escuela. No la nuestra: otra. Sólo de chicas. Y de monjas. Las monjas casi nunca tienen calor".

Unai escribe como si las historias las contara un niño que mira las cosas con ojos siempre nuevos y yo siempre me acuerdo de Patricia y de Raquel. Tengo que avisar a Patricia y a Raquel. Por lo del libro.
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"Vredaman", Unai Elorriaga (Alfaguara)
Unai Elorriaga en "La Idea del Norte":
10 de Enero de 2006.


01 junio 2006

Cena

Le tenía preparada una sorpresa a Sergio y una noche, hace un par de semanas, le cité en un lugar no habitual. En ese momento descargaba con intensidad una tormenta impresionante y las calles estaban colapsadas por el tráfico. "¿Dónde vamos?", preguntó él. Y yo le respondí: "No nos vamos, nos quedamos aquí" y le indiqué que se diera la vuelta. Estábamos a las puertas de un hotel que tiene uno de los mejores restaurantes de la ciudad. "Bienvenido a la cena de celebración de tu graduación", le dije, y tras un par de segundos de sorpresa sonrió con satisfacción. Yo tenía en mente esa celebración desde hacía mucho tiempo y por la mañana había reservado una mesa. Cuando entramos en el comedor ya estaba preparada. Sergio lo miraba todo con cierto estupor desde la puerta y la encargada del restaurante me guiñó un ojo en señal de bienvenida mientras tomaba nota a un grupo de extranjeros.

Cuando nos sentamos a la mesa, la expresión de Sergio pasó del estupor inicial a la satisfacción tras un divertido gesto de aprobación; se frotó las manos y reparó en que la lluvia torrencial que se veía a través de los amplios ventanales era el complemento más adecuado a la velada que estaba a punto de comenzar. A Sergio la lluvia le relaja. También le gustó la lamparita que había a un lado de la mesa. Cuando la encargada se acercó a saludarnos le dije que esa noche nos tenía que tratar especialmente bien porque estábamos de celebración. "¿Y qué se celebra?" Ella ya lo sabía porque habíamos hablado por la mañana pero desempeñó su papel a la perfección y con mucho afecto. "Celebramos la graduación de este chico". Y tras darle la enhorabuena nos prometió que la cena estaría a la altura del acontecimiento. Y así fue.

Mientras tanto, hablamos largo y tendido sobre muchas cosas: el proyecto fin de carrera, el bienestar alcanzado junto a su novia, el carnet de conducir, sacado a la primera, vaya lo que está cayendo ahí fuera, la incertidumbre sobre el futuro laboral, qué bueno está este sorbete de limón, y poco a poco las otras mesas se fueron vaciando. Fue todo un detalle que la encargada se acercara para decirnos que tranquilos, que como nos veía en amena conversación nos podíamos quedar cuanto quisiéramos y que le comunicaría al recepcionista del turno de noche que estábamos arriba y que sin prisa. Así que nos sacó una botella de licor, aportación de la casa a la celebración, y le dimos las gracias por partida doble. Sergio le pidió entonces que apagara las luces del comedor excepto la lamparita de la mesa. En un primer instante, ella dudó, le pareció una descortesía de cara a los clientes dejarnos en penumbra pero él insistió: mejor así para hablar, dijo. Yo apoyé la propuesta y tras encogerse de hombros nos dijo: "Pues como queráis; buenas noches chicos". Se escuchó un click y la mayor parte de la luz se esfumó. El amplio y silencioso comedor quedó en la penumbra y nosotros estábamos frente a frente en torno a la acogedora luz de la lamparita. Afuera seguía lloviendo con fuerza y de vez en cuando se divisaba el resplandor de un relámpago.

Y nos quedamos solos.

Nos encontrábamos muy relajados, y nos pareció divertido disponer de todo aquel espacio para nosotros solos, sin reloj. Y con la botellita de licor. Un brindis y a seguir charlando. Me llamó la atención comprobar que el cambio de ambiente propició en ambos un cambio en el tono de voz, más bajo, que a su vez vino acompañado por silencios más largos y por nuevos matices en la conversación, que se volvió más cómplice, confidencial; más profunda en un sentido emocional. Sergio evocó con nítida minuciosidad el recuerdo del primer día que vino a clase, con 9 años; recordó todo lo vivido durante los años que estuvo viniendo a casa. Hablamos de la salud. Me hizo sonreir cuando me anunció que el día de su boda yo tenía reservado un sitio en la primera fila, y la sonrisa se convirtió en risa cuando me dijo que, en realidad, eso era lo único que tenía seguro para ese día, de momento. Otro brindis.

Fue entonces, entre una cuestión y otra, cuando empecé a darme cuenta de que Sergio hablaba de mí en pasado. Incluso cuando se refería al futuro inmediato. Por unos intantes estuve ausente de la conversación, sopesando la posibilidad de que la conjugación de los tiempos verbales pudiera tener relación son ese puntito doloroso que se había alojado, de improviso, en el pecho; y de pronto tuve la sensación de que aquella cena era una despedida, idea absurda, lo sé, o no, ahí estaba el problema. El caso es que recuerdo perfectamente que Sergio estaba explicándome con su apasionamiento habitual algo relativo a una teoría de Stephen Hawking sobre la gravedad y los agujeros negros y yo sentía cómo la fuerza de la gravedad de una tristeza densa hacía decaer progresivamente mi ánimo hasta que me dije a mí mismo que aquéllo era una tontería y volví a la conversación: la saga de "El Padrino", una aventura gráfica cojonuda que te tengo que pasar, aquel viejo y destartalado volumen de los Nocturnos de Chopin que a Sergio le gustaba por viejo y destartalado. Y así fue transcurriendo el tiempo y la conversación, con el telón de la lluvia al fondo, la penumbra muda del amplio salón, las palabras y las risas alrededor de la lamparita de luz amarilla. Hasta que nos quedamos en silencio. Mirándonos.

Hay momentos, breves, en los que la ausencia de palabras puede alcanzar un valor más rico, intenso y profundo que 10 años de vivencias compartidas.

La madrugada estaba bien avanzada y antes de abandonar el salón, Sergio quiso inmortalizar la velada sacando una foto con su móvil (es esta de aquí al lado: a él se le ve contento, yo intento que la fuerza de la gravedad no me pese demasiado). También quiso llevarse el pequeño vaso de cristal donde se había servido el licor para tener un recuerdo de lo que calificó como una noche inolvidable. Una vez en la calle, y viendo que seguía lloviendo con intensidad, insistió en que me llevara su paraguas ya que él llevaba capucha en su sudadera. Cuando Sergio insiste es difícil llevarle la contraria. Abrió el paraguas, lo puso en mi mano y dijo: "a ver si te vas a resfriar o algo". Nos despedimos acordando que lo habíamos pasado muy bien y él se marchó por allí y yo por aquí. Al llegar al otro extremo del paso de peatones algo me hizo darme la vuelta y le vi marchar, con las manos en los bolsillos, con el paso de alguien que marcha contento; le oí silbar. Le seguí con la vista y entonces, de manera inesperada, me puse a llorar. No lo puede evitar. Me sentí ridículo, me ví desde fuera y me imaginé la estampa de un tipo debajo de un paraguas llorando a moco tendido. Pero no lo pude evitar. En aquel momento no lo supe pero unas lágrimas eran de satisfacción emocionada al ver al chavalín que conocí en pantalones cortos convertido ya en una persona con muchos valores y decidida a iniciar su vida de adulto, como tiene que ser; las otras lágrimas se resistían, de alguna manera, lo reconozco, ante eso. Supongo que hay momentos en que ambos tipos de lágrimas pueden convivir en un mismo llanto. Esa noche me sentí, por primera y única vez en mi vida, padre. Y me sentí zarandeado por las emociones.

Cuando llegué a casa me cambié de ropa y todavía confuso por lo sucedido me senté ante el monitor del ordenador, abrí el blog y empecé a escribir: "Yo venía esta noche de una cena tan contento y arriba del paraguas llovía a jarros y debajo me he puesto a llorar, un poco. Suelo llorar en pretérito perfecto. A la segunda frase estoy acostumbrado pero la primera plantea ciertas incógnitas para cuya resolución necesito algo de tiempo; ahora no sabría explicarlo."

Pero hoy sí. Y me he quedado tranquilo, al fin.
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Visitas de Sergio a "La Idea del Norte": 29 de Octubre de 2005, 9 de Abril de 2006, 13 de Mayo de 2006.