29 septiembre 2005

Alquimia

Karl BöhmCon cuentagotas, Deutsche Grammophon va volcando en dvd los fondos de su extraordinario archivo audiovisual. Ahora le ha tocado el turno a una histórica grabación del Requiem de Mozart dirigida por Karl Böhm al frente de la Sinfónica de Viena y con un elenco de solistas excepcional: Gundula Janowitz, Christa Ludwig, Peter Schreier y Walter Berry. Ahí es nada. La filmación data de 1971 y tuvo lugar, sin público, en la soberbia Iglesia de los Piaristas de Viena.

Lo de Mozart y Böhm es muy difícil de explicar porque ya no se trata de una cuestión de química. Es una cuestión de alquimia. Lo que está claro es que cuando este director austriaco dirige a Mozart con sus maneras reposadas sucede "algo" especial. Y siempre algo bueno.

El requiem de Mozart es un ejemplo clarísimo que demuestra que cuando se quiere hablar de música se tiende a hacer literatura, pero no se habla de música. Eso no quiere decir que el conocimiento de la historia o circunstancias que rodean una composición no sean importantes, por supuesto, pero lo son siempre que nos lleven hacia la música, y no de manera que la música sea la banda sonora de un sucedido o anécdota por muy interesante que resulte: en el caso del Requiem de Mozart, la archiconocida y trágica historia del genio agonizante que expira en el compás octavo del "Lacrimosa" y etc, etc, que, si bien pone el telón de fondo, no nos explica en realidad el milagro de la composición.

Pero el colmo de este Requiem es que ha quedado contaminado por la historiografía romántica, que tantos y tan lamentables desastres ha ocasionado con su enfermiza inclinación al drama heavy sobre la veracidad histórica. Ahora parece ser, y se está en ello, que si Mozart no terminó su Requiem fue, digámoslo sencilla y llanamente, porque no le dio la gana, porque entre medias compuso varios de sus últimos prodigios. Así que, si nos fijamos bien y de confirmarse ésto, la cosa cambiaría radicalmente: pasaría de ser el inacabado canto fúnebre de un agonizante a convertirse en un gesto de rebeldía ante la muerte. Ahí es nada: la diferencia entre considerar lo inacabado como derrota o como victoria. Pero, ves? Al final yo también estoy haciendo literatura así que voy a lo musical.

Me interesa más, por ejemplo, señalar el destacado papel que el clarinete tiene en esta obra -el descubrimiento del timbre del clarinete fue uno de los últimos impactos estéticos de Mozart- que no ha sido, en mi opinión, objeto de la atención que merece. De ser cierta la connotación simbólica que el compositor parece otorgar a este instrumento desde el momento en que lo incorpora a sus últimas obras, "iluminaría" en todos los sentidos el drama del Requiem. ¿Ya estamos otra vez con la literatura? Pues sí, pero ya nos está conduciendo a la música: escucha la obra y "mira" al clarinete.

En cualquier caso, lo esencial en esta obra, la historia más apasionante y lo verdaderamente importante es algo que, de obvio, no se ve: que este Requiem es una composición puramente contrapuntística salida de la mano de un maestro del contrapunto. ¿Y qué tiene eso de especial? Pues que estamos en 1791 y que estamos hablando de Mozart.

Es cierto que los esfuerzos de su padre Leopoldo por dar a su hijo una formación completa le hicieron tomar contacto temprano con el contrapunto; primero con el padre Martini, luego con el Bach de Londres, que le proporcionaron una base sólida. Pero atención, porque la diferencia aquí es que Mozart no incorpora las técnicas y artificios del contrapunto a su requiem, sino que toma al contrapunto como fundamento expresivo sobre el que erigir su obra. Eso es lo que, en realidad, lo vincula a la larga tradición de los verdaderos maestros-poetas del contrapunto, desde Bach hasta Josquin.

Pero esta consideración no sirve de nada si el director que monta el Requiem de Mozart no se entera. Afortunadamente, no es el caso de Böhm, faltaría más. Gracias a él descubrimos, al fin, que el Introito es una fuga, y no sólo eso, sino que también descubrimos que en la acostumbrada sucesión de entradas de los temas reside aquí el drama verdadero. Vamos, que el medio se ha convertido en sustancia viva con la que modelar la obra de arte. No es de extrañar, por tanto, que el coro de Böhm dicte la polifonía con exquisita claridad (y eso a pesar de ser un coro impulsivo, enfático, fuerte es la palabra que lo define mejor) Y es de agradecer el acierto del director de la filmación (hombre sensible e inteligente) de fundir en transparencia el rostro de Böhm con el de sus cantantes, de manera que asistimos absortos a la materialización de la emoción mediante la comunicación entre los ojos y el índice del director y las voces de sus cantantes.

Es tal la importancia del uso y función del contrapunto en esta obra, que incluso suya es la responsabilidad de la enorme eficacia expresiva de los raros momentos en los que desaparece de la partitura. Tal es su influencia: actuar hasta en la ausencia. Así ocurre en el pasaje del bellísimo "Recordare", cuando Mozart recurre a la homofonía de las voces para subrayar precisamente el momento decisivo del texto: "que tanto dolor no sea en vano".

(que no lo sea)


28 septiembre 2005

Paréntesis

Como hoy ha sido un día negro, creo que voy a dejar el post en blanco (y mañana será otro día).

27 septiembre 2005

Estreno

Me he comprado un portátil.

Para mi trabajo impartiendo charlas y cursos es una herramienta imprescindible y el anterior ordenador, el pobre, ya no daba más de sí. El primer síntoma de debilidad en público lo dio cuando suspiró antes de tiempo en una charla sobre "La Pasión según San Mateo" de Bach, aunque, la verdad, no le dí ninguna importancia. La cosa empezó a preocuparme cuando, durante unos segundos, tuvo una ausencia mientras proyectaba los reflejos en el agua en el jardín acuático de Monet. Para colmo, luego cogió frío en el monasterio cisterciense donde se celebraban unas jornadas sobre gregoriano. Así que, finalmente, decidí tramitar los papeles para solicitar su jubilación anticipada. Cuando el transportista ha traído esta mañana la caja con el flamante ordenador nuevo modelo, no he podido evitar mirar de reojo al fondo del pasillo desde donde el otro, apoyado el maletín en la pared, parecía dolerse de falta de cariños. Soy un blando para estas cosas.

Ahora escribo este post desde el nuevo ordenador y desde otra habitación distinta a la habitual, por aquello de la conexión a internet sin hilos. Tenía curiosidad por averiguar si los post me salen igual al cambiar de sitio y de máquina y si las palabras salen más anchas ahora que no van por cables. De momento, hay una atractiva luz azul galáctico que se empeña en hacerme guiños seductores pero yo me estoy concentrando en la suavidad del tacto de las teclas, que, por cierto, encuentro algo turbadora.

Conseguir tener internet sin cables me ha costado tres llamadas a los chicos de Terra, la última de 87 minutos. Sí, sí, lo que oyes. Lo peor no ha sido pensar en la factura que va a venir (la del teléfono y la del ordenador, que la factura del ordenador va a ser panorámica, como la pantalla) sino que me he sentido agobiadísimo siendo sometido a un implacable interrogatorio kafkiano. ¿Ha habilitado la máscara de subred? ¿Está seguro que su router está en multipuesto? No lo entendemos, don emejota, algo va mal, algo ha debido hacer usted mal en algún momento de la operación. Vamos, vuelva atrás e intente recordar...

Al final he llegado a una pantalla muy extraña y me han exigido leer en voz alta todas las siglas y los números, que seguro que lo han hecho para hacerme pasar vergüenza, y aún después he tenido que anotar, uno a uno, 23 dígitos, yo, que soy tan analógico, y ha sido entonces cuando me he venido abajo. Normal. Les he dicho que mejor lo dejaba para luego, que me iba a dar un paseo, que es a que a mí me gusta mucho la luz de las 6 y 20 a finales de Septiembre. Pero no ha habido manera. Piénselo bien, don emejota, me ha dicho el chico con cierta severidad paternal, debe encriptar. Hay que encriptar. Se sentirá más seguro, créame.

Como despues de 87 minutos había cierta confianza he decidido hacerle caso, qué majo, quiere que encripte para que me sienta más seguro. Afortunadamente, al final se ha arreglado lo de internet sin hilos y me he podido dar el paseo pero, de momento, yo me siento igual. No sé.


26 septiembre 2005

Nombre

"abadía".

¿A que suena bien? Prueba a decirlo otra vez.

Hay palabras que suenan muy bien, como ámbar y azul, lo que no quiere decir que todas las palabras que suenan bien tengan que empezar necesariamente por "a", como nieve, aunque sea una palabra suave gracias a ella. Cuando leí "El nombre de la rosa", de Umberto Eco, descubrí que, además de sonar bien, hay palabras que son recipientes en cuyo interior caben muchas cosas.

Dentro de la palabra abadía cabe la piedra fría, el tañido de la campana (murmullo de latines), una corriente de aire, la blanca barba de un monje emergiendo de la noche oscura del hábito, la cera que gotea de una vela que tirita y una mirada lasciva; también caben el canto de maitines y el hermano Berengario (que si no se llamara así no estaría en esta abadía de letras, suerte que ha tenido) y el sol que vuelve rosa la ladera de la montaña antes de que se nos eche la niebla encima. Dentro de la palabra abadía caben otras palabras, como nona, que suena a nana silenciosa de incienso, amanuense, la única palabra a la que no le tiembla el pulso y scriptorium, que habla siempre en cursiva y huele a pergamino mohoso. En la palabra abadía también se oye el estrépito de un portón de madera gruesa que deja el eco estremecido.

Ayer, Agustí Fancelli escribía una estupenda introducción a "El nombre de la rosa" para abrir el apetito porque la novela venía hoy con "El País". Como hoy en día se lleva la inmediatez, no hay nada más desfasado que el periódico de la mañana, así que para convencerte de que te lo lleves te ofrecen libros, discos, películas, documentales de bichos, el "Mortadelo y Filemón" de los domingos, puzzles, balones, toallas, cuberterías completas, guerras civiles, cursos de inglés, enciclopedias y hasta catedrales en papel couché.

Y "El nombre de la rosa". Hoy.

Decía de Agustí Fancelli (que me he perdido entre tanto objeto) que escribe sobre la novela de Umberto Eco y al final habla también sobre el nombre de las cosas. Dice que la palabra "rosa" está tan cargada de significados (míticos, místicos, poéticos, políticos...) que acaba por no decir nada. Es puro nombre. Y por eso cita el verso infinito de Gertrude Stein: "Una rosa es una rosa es una rosa...". El nombre "abadía" no ha merecido aún un verso infinito y digo yo que eso será porque su nombre no es puro o porque nadie ha alcanzado todavía el fondo de su secreto.


25 septiembre 2005

Duende

Juan José BallestaYo sigo en mi empeño de seguir el rastro del duende allá donde se manifieste. La señal llega ahora del Festival de Cine de San Sebastián, donde le han dado la Concha de Plata al Mejor Actor a Juan José Ballesta por su papel en "7 vírgenes". Al parecer, en la decisión del jurado tuvo mucho que ver la obstinada insistencia de su presidenta, Anjelica Huston, que en este blog está en éxtasis permanente en lo alto de una escalera. El caso es que dicen que nada más ver al chaval en la pantalla, la Huston exclamó entusiasmada: "Este chico es una estrella, este chico es una estrella". Y aún parece que luego lo dijo de nuevo: "Este chico es una estrella". La Huston tiene un fino olfato para detectar las encarnaciones del duende.

A Juan José Ballesta, 17 años, la noticia del premio le pilló haciendo botellón con sus colegas en la madrugada de Parla, que es donde vive. Llegó a San Sebastián con camiseta sin mangas y vaqueros desgastados de chico de barrio y con la esperanza de poder irse de pinchos por lo viejo y el firme propósito de no llorar, que dice que él no llora nunca, a ver. El chico no tiene la menor intención de trasladarse de Parla a Madrid. Dice que ni hablar, con el asco que le da Madrid con tantos coches y tal. Su papel en "7 vírgenes" no fue nada difícil porque en su barrio pasan las mismas cosas que en la peli: "si te metes en un marrón con algun tío, te llevas una hostia". Tampoco piensa estudiar interpretación ni nada de eso porque no le gusta estudiar. "Llego a clase y me duermo, por eso dejé el instituto, prefiero estar con los colegas". Pero la cámara sabe que cuando le mira a los ojos y capta su sonrisa surje la chispa del milagro.

Juanjo Ballesta posa para las fotos mientras les dice a los periodistas que tiene rolletes pero que de novia, pasa, con la misma naturalidad con la que suelta que las escenas de sexo de la película le tenían todo el día empalmado. Su madre esconde la risa llevándose la mano a la boca mientras espera discretamente en un rincón lejos de los flashes. "Yo es que al cine voy siempre con mi madre porque luego me lleva a cenar a sitios chachis". El premio se lo ha dedicado a sus padres, a su hermanilla y a sus colegas, El Angelillo, El Gitano, El Moro y dice que en cuanto vuelva para Parla lo primero que hará será ir a casa de su abuela a comerse un buen cocido. Con dos cojones.


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24 septiembre 2005

Advertencia

Un músico amigo mío me contó, no hace mucho, la siguiente anécdota: había ido a una ciudad pequeña a dar un recital que iba a tener lugar en la Casa de Cultura. A la hora de cambiarse para salir a escena le indicaron unos baños que hacían de improvisados camerinos. Cuando mi amigo cerró la puerta se encontró con que en el lado opuesto alguien había escrito, con trazo apresurado y en caracteres grandes, lo siguiente:

CUIDAO CON EL CONCEJAL

De primeras, la coca-cola que estaba tomando se me atragantó del ataque de risa que me dio pero luego, al reflexionar un poco sobre aquéllo, llegué a una serie de conclusiones que me dejaron sobrecogido. Por ejemplo: ¿te imaginas lo que debió pasar el autor del anónimo con el ínclito concejal de turno para sentir la necesidad, el generoso y solidario impulso de advertir al incauto colega que viniera después? Imagínatelo. Y luego está el toque grotesco -pero esencial en la escena- del detalle de la terminación en "ao", que le da a la cosa una sonoridad como desesperada: CUIDAO!. Como yo estoy muy sensibilizado con ese tema porque me toca de cerca, después de reirme tanto casi me pongo a temblar.

Por mi trabajo, me toca relacionarme con todo tipo de gestores culturales: coordinadores de área de ayuntamientos y universidades, concejales, directores de instituciones culturales, museos y un largo etcétera. La fauna es muy numerosa y variada. Rectifico: en realidad, y por fortuna, no me toca relacionarme; ya no. Desde hace un año he delegado esa función en una persona de plena confianza que, entre otras muchas virtudes, tiene temple para bregar en estos trances, lo que admiro infinitamente. Aunque todavía me subo por las paredes y hago muy mala leche con los disparates que se cuecen en esos despachos, al menos ahora las noticias me llegan como con sordina, con filtro, de tal forma que mi tensión arterial lo agradece.

Es horroroso. La cultura se ha convertido en un término vago y confuso, una especie de cajón de sastre pero, ante todo, es una herramienta de la que se valen los políticos para tener contento al pueblo en una maniobra de manipulación bastante sucia y, hay que reconocerlo, hábil: vivimos en una sociedad que ha invertido el sentido del valor de la cultura; sin ánimo de generalizar, la cultura ahora no se ve como un instrumento para cultivarse, para crecer por dentro, sino para crecernos ante los demás. Así que cobra mucha importancia demandar cultura.

Pero ocurre que la mayor parte de los gestores culturales (principalmente en el ámbito público, y lamento horrores que así sea) son personas que o no conocen de qué va el asunto, o su preparación no es la adecuada, o les da todo igual, lo que hace que la comunicación con ellos sea poco menos que una misión imposible y la tarea de transmitirles proyectos e iniciativas sea como hablar a la pared. Y eso por no hablar del desconocimiento absoluto de la realidad de lo que a la ciudadanía le mueve, busca y reclama. A veces, pocas en mi ya larga experiencia, la buena voluntad intenta suplir las carencias que acabo de exponer, pero eso no basta. Falta la profesionalidad básica para desempeñar cualquier trabajo. Un vendedor de trajes tiene que entender de tallas y un zapatero de hormas. Vamos, digo yo.

Podría contar con los dedos de una mano, y me sobrarían, aquellas experiencias en el trato con los gestores que han sido satisfactorias en un sentido corriente, de manera que uno pueda trabajar con normalidad para que ello repercuta positivamente en el público (ellos siempre han sido, en mi caso, la verdadera fuente de satisfacciones, perfectos cómplices de la aventura que nos ha unido) y en la entidad que te ha contratado, que si todo sale bien se lleva a la postre la medalla.

A estas alturas del post, no hace falta decir que hoy ha sido uno de esos días en los que te llevas las manos a la cabeza. Así que he escrito ésto a modo de desahogo y, de paso, advertencia a quien pueda pasar por aquí:
CUIDAO.


23 septiembre 2005

Otoño

El Otoño es el Verano que, amarillento y arrugado, se ha caído hoy del árbol del calendario.

22 septiembre 2005

Erase una vez

El secreto de los hermanos GrimmQue los hermanos Grimm siguen viviendo del cuento lo puedo comprobar cada domingo cuando tengo que contarle 72 veces "Caperucita roja" a mi sobrina Isabel. "Abuelita, abuelita, pero qué ojos tan grandes tienes" "Son para verrrte mejooooor". Y mi sobrina se tapa los ojos con las dos manitas.

He ido al cine con mi amiga Belén a ver "El secreto de los hermanos Grimm", de Terry Gilliam. Tenía muchas ganas de ver esa película porque Gilliam me gusta mucho cuando trabaja fantasías de corte clásico. Creo que debí ser de los pocos que se entusiasmaron con su versión de las aventuras del Barón Munchausen, con eso te lo digo todo. La fantasía de corte clásico -excepciones excepcionales aparte- nunca ha funcionado aquí, que se lo pregunten a los exhibidores.

Siempre se habla del abigarramiento visual de Gilliam. A mí lo que más me interesa en la consistencia de sus espléndidos escenarios, que por cierto son aquí muy analógicos (decorado puro y duro) y una delicia para la vista. Con esto quiero decir que cuando contemplas esa aldea de casitas retorcidas o te adentras en el bosque encantado, territorio esencial de todos los cuentos, tienes la impresión de que ya existían antes de que la cámara los recoja y seguirán existiendo después, lo cual es un factor de lo más estimulante, entre otras cosas porque muy raras veces se da.

Y en ese cuidado por dotar de verosimilitud el territorio fantástico -que a fin y al cabo, es el logro que aspira alcanzar todo buen cuento-, los caminos de Gilliam están llenos de barro y estiercol, los alcaldes tienen la dentadura amarilla, las posadas se diría que son madrigueras de atmósfera sofocante repletas de velas que forman montañas de cera, los corceles de las princesas tienen barro seco en las patas y la colocación del musgo que corona el muro de piedra de la casita encantada no parece obedecer a una deliberada anarquía de postal diseñada por el director artístico. Que mira que me dan rabia esos escenarios como de portal de Belén recien puesto, por postizos, o ver a esos guerreros primitivos con dentadura perfecta y blanquísima, y no te digo nada de esos príncipes azules con marcas de afeitado a maquinilla eléctrica y princesas con cara de portada de revista de top-models. Pero estaba en los escenarios de Gilliam: me encanta perderme en ellos, y son una de las cualidades más notables de esta película.

¿Y nos quedamos sólo con eso? No, por supuesto que no. Tenemos una historia que recoge decenas de referencias de otros tantos cuentos de los famosos hermanos, bien porque éstas intervengan en el argumento principal o como meros guiños secundarios (la vieja encorvada que llama a una puerta a ofrecer a los vecinos como postre una enorme manzana roja). Tenemos muestras del peculiar humor de Gilliam (la mala uva con la que se mofa de la grandeur francesa en la secuencia de la cena de gala, donde una serie de espejos paralelos colocados tras los asientos de los comensales multiplican hasta el infinito la barroquísima -y por tanto hueca, falsa- distinción de la mesa).

Y quedan los protagonistas, los hermanos cuentistas, cuyas personalidades antagónicas quedan definidas en el prólogo de la película mediante un suceso familiar acaecido en su infancia: Wilhelm es el racionalista pragmático que saca, sin remordimientos, partido económico de las supersticiones de los atemorizados aldeanos mientras que Jacob es el espíritu imaginativo y soñador capaz de creer en las cualidades mágicas de unas habichuelas.

Tengo la sospecha de que si vas al cine el día del espectador las palomitas saben rancias porque son viejas. Belén se ríe cuando le digo que seguro que son de las que han sobrado el día anterior que las recalientan y así compensan el descuento de la entrada. Claro que de eso no tiene la culpa Gilliam. En fin. Colorín, colorado...


20 septiembre 2005

Consulta (II)

En el cardiólogo.

Prosigo mi particular gira por las principales especialidades médicas tras mi reciente visita al urólogo. Cuando yo era muy pequeño, mi médico, que era muy mayor, me decía que no debería preocuparme por mi corazón hasta dentro de muuuuuchos años. Lo decía así, con muchas úes, mientras movía la mano hacia adelante varias veces como si estuviera espantando un mosquito. Yo le preguntaba que cuánto era mucho tiempo más o menos y él decía que hasta que cumpliera 30 o 35. Ya tendrás hijos y todo, decía. Pues bien, no tengo hijos ni nada parecido pero enseguida cumpliré 36. Y el caso es que desde hace un par de años mi tensión arterial se empeña en subir, y que si palpitaciones, que si ansiedades, que si dolores de cabeza. En fin, visitemos al cardiólogo.

Me ha acompañado mi madre. Este es un tema especialmente delicado. Mi madre luchó como una campeona cuando le dieron la noticia de la enfermedad de su hijo (yo era tan pequeño que al principio no fui muy consciente) para llevarme a los mejores médicos y enterarse de los últimos avances. Hace unos años tuve que decirle, con mucho tacto, que ya era mayorcito para ir al médico yo solo, que entiéndelo, mamá, que imagínate que me vean aparecer a mi edad de la mano de mi madre. Ella me dijo que no pasa nada, hijo, pero que de todas formas tampoco es ir de la mano. Es una forma de hablar, mamá. Bueno, pues como quieras, hijo. El caso es que de alguna manera intuyo los mecanismos de la psicología maternal y siento por ellos mucho respeto, así que he alcanzado un pacto que consiste en que unas veces voy solo y otras dejo que venga conmigo. Se queda más tranquila si viene. Así que como al urólogo fuí solo, pues hoy hemos ido juntos al cardiólogo.

Este cardiólogo pertenece a la rara estirpe, me temo que en vías de extinción, de médicos humanistas. Entre otras cosas, publica poesía. Ver a un poeta examinar el corazón a través de la pantalla del ecógrafo es una estampa de lo más curioso. ¿Acaso no es eso lo que hacen los poetas? Eso he pensado mientras estaba tumbado en la camilla, en la sala oscura, con el haz de luz del monitor reflejado en sus gafas (y la sombra silenciosa de mi madre sentada en una silla al fondo). Tras la exploración, el médico-poeta se ha pronunciado con alta retórica:

-A tí lo que te pasa es que te están empezando a pasar factura todas las mierdas que te han hecho tomar.

Enseguida ha puntualizado que ante una situación así no había otro remedio que ese tipo de terapias tan agresivas, pero que seamos sinceros, a la larga, todo eso es pura mierda para las arterias y lo que te faltaba, porque lo tuyo termina siempre por dar problemas coronarios. Al oir eso me he acordado de repente que no le había dicho que soy un neurótico hipocondríaco. Ya sabes que lo digo siempre, lo hice con el urólogo el otro día, lo suelto precisamente para que tengan un poco de tacto que soy muy impresionable y ya ves, por una vez que se me olvida, lo que hay que oir.

-Ya te puedes poner la camiseta.

Ya en el despacho me ha dicho que el corazón estaba bien y las válvulas también, aunque la función de las arterias está un pelín alterada. Pasea todos los días, me ha dicho. Yo le he contestado que doy una larga caminata a diario, aunque me he callado lo de que lo hago para ver si me encuentro a la chica del sobre naranja. Pues pasea más. Y evita alterarte. Y tranquilo. Y dentro de 2 años vuelve. ¿Y has pensado repetir aquella conferencia sobre Saramago? De ésto último he deducido que el cardiólogo-poeta fue a mi conferencia sobre Saramago. (añado: a lo mejor es que no pudo ir en su día)

Mientras bajábamos por el ascensor mi madre ha dicho que se iba tranquila porque pensaba que el médico me iba a encontrar "mucho peor". Tal cual.

Me voy a dar un paseo.

(Esta vez han sido 60 euros)


Cosmos

Carl SaganRecuerdo que hace unos años, bajo la constelación de estrellas eléctricas del firmamento navideño, la noticia de la muerte de Carl Sagan salió del informativo nocturno y nos sorprendió con el mazapán en la boca. Si nacemos del polvo de las estrellas yo no sé por qué tenemos que apagarnos tan pronto.

De entre la galaxia de fascículos coleccionables que trae Septiembre a los quioscos he visto esta mañana el semblante sonriente del doctor Sagan. Editan su inolvidable "Cosmos" en dvd. Tengo desde hace unos años la edición americana, pero he comprado esta primera entrega confiando en volver a oir un rato la voz de su maravilloso doblaje. No ha habido suerte: está redoblada. Tendré que extremar los cuidados con mis viejos vhs para que duren. La edición ha sido supervisada por Ann Druyan, que fue esposa de Sagan y a quien la serie está dedicada. Ella ha llevado a cabo una tarea de actualización del material teniendo en cuenta la luz arrojada por los avances científicos habidos desde que se rodó el proyecto, hace ya la friolera de 25 años.

La primera vez que pasaron "Cosmos" por la tele -los lunes, después de cenar, en la primera de TVE, lo reseño porque ese horario hoy sería impensable para una serie documental- yo era muy pequeño como para enterarme algo de la fiesta. Tuve que esperar a su edición por entregas en vhs por la editorial RBA para vivir, años después, una experiencia que me marcaría profundamente. Cada quince días, ahí estaba yo antes de que abrieran para recoger el capítulo correspondiente, que devoraba con absoluta devoción.

A Sagan le agradeceremos de por vida muchas cosas. Por ejemplo, que iluminara nuestra conciencia, haciéndonos sentir protagonistas de un misterio trascendental. De la Biblioteca de Alejandría al viaje épico de las sondas Voyager, del latido de la célula al eco lejano del Big Bang, Sagan aparecía con su chaqueta de pana y su jersey de cuello alto, nos decía cosas como que en la orilla del océano cósmico está el hombre, con esas maneras tan suyas, y te llevaba de la mano, hipnotizado, para contarte historias de viajeros: Huygens, Tycho Brahe, Kepler (con qué intensidad vivimos la angustia existencial de Kepler!)

Yo aprendí de Sagan que la astronomía es una ciencia poética, que la música de las esferas existe, que el universo es lo que cabe en 13 horas de vídeo y que la respuesta a todas las preguntas da siempre infinito. No es poco.


18 septiembre 2005

Viento


Hoy sopla viento fuerte del Norte, el mismo que sopla en el interior de esta fotografía que tanto me intriga. A primera vista, yo diría que el rostro que emerge de la penumbra del eclipse es el de Marta atravesando el puente que yo transito todas las mañanas en mi paseo diario, pero para el ojo de la cámara, que mira la escena con color de futuro, quien se acerca es el robot receptor PT6HV llevando en su mano derecha la información que sustrae clandestinamente de grandes empresas.

Sucede en el cortometraje "Viento", de Julio Mazarico, a quien también creo reconocer en otro momento de la historia aunque cuando habla lo hace con la voz de Javier, que es quien da las noticias de la radio a las 2 mientras estoy comiendo en la cocina. Dí que todo dura 3 minutos, que si no iría de sobresalto en sobresalto. Lo que me descoloca es que durante ese tiempo, te lo crees, aunque reconozcas un gesto familiar, una localización cotidiana. Al otro lado del espejo pasan cosas muy raras.

Cuando este androide queda expuesto a ráfagas fuertes de viento, empieza a manifestar actitudes extrañas más cercanas a las imperfectas maneras analógicas que a la aséptica disciplina digital. Hay que hacer algo. Mientras tanto, la vemos atravesar el puente con la preciada mercancia dentro del sobre naranja ajena a que nuestros ojos se quedan prendados por la belleza de la composición: el movimiento ralentizado, el gesto sereno, la cámara flotando ingrávida en una atmósfera densa, el imponente y lento giro de las palas de los generadores eólicos al fondo y la música regulando la temperatura justa de la emoción.

Desde que ví esta imagen por primera vez, atravesar cada mañana el puente se ha convertido para mí en una metáfora que es la travesía que conduce de la realidad a la ficción, de aquella niña Marta que venía a mis clases de solfeo a la hermosa silueta del sobre naranja a la que el viento hace sentir el cosquilleo del cortocircuito en su corazón de metacrilato. Por si acaso, en los días de viento, como hoy, cruzo el puente con la esperanza secreta de encontrármela.


17 septiembre 2005

Desaparecer

Enrique Vila-Matas acaba de publicar "Doctor Pasavento" y, como ya hiciera en "Bartleby y compañía", vuelve a indagar con su habitual agudeza sobre la idea de la renuncia y la desaparición, "el acto extremo con el cual algunos raros escritores se aseguran el único modo de captar el destello de la vida plena e inexpresable". Glenn Gould renunció el 28 de Marzo de 1964, domingo, en la ciudad de Chicago, donde ofreció su última aparición pública como concertista tras nueve años de fulgurante carrera en los escenarios de todo el mundo. Tenía sólo 31 años. Su decisión, al parecer largamente meditada, causó una gran conmoción dado que nadie antes había hecho algo parecido: renunciar en el esplendoroso instante del triunfo para recluirse en las frías latitudes del Norte. A partir de entonces, sólo haría grabaciones.

Durante años, Gould habló y escribió largamente sobre las razones que le llevaron a tomar esta insólita decisión: se quejaba de que el intérprete es el único artista que tiene que recrear constantemente su obra desde la nada expuesto, además, a la presión de las miradas. Lo que Gould reclamaba para el artista es la idea de anonimato para poder trabajar en ciertas condiciones que la inmediatez y la presión del recital con público no permite.

Paralelamente a esta idea -en la que hay mucho de esa fobia social que padecía Gould- no podemos obviar su fascinación por la tecnología aplicada a los medios de comunicación: "La tecnología tiene la posibilidad de crear un atmósfera de anonimato y dar al artista el tiempo y la libertad que necesita para preparar su idea de una obra con el máximo de su potenciación. Tiene la posibilidad de sustituir esas incertidumbres horribles y degradantes y humanamente perjudiciales que el concierto conlleva". Desde su retiro, Gould no sólo se comunicó a través de la música desde el estudio de grabación, sino que se entregó con entusiasmo a una torrencial producción de ensayos, artículos, entrevistas (y delirantes autoentrevistas: "Glenn Gould entrevista a Glenn Gould sobre Beethoven", "Glenn Gould entrevista a Glenn Gould sobre Glenn Gould", que yo califico de puro narcisismo cubista por mostrar a Gould al cubo), programas de radio experimental y emisiones de televisión.

Y el teléfono. Interminables conversaciones telefónicas que comenzaban a la llegada de la oscuridad y que se prolongaban hasta el amanecer. A veces Gould despertaba a algún amigo, indiferente a la hora; otras llamaba a cualquier programa radiofónico nocturno de una emisora local (Tenemos un nuevo oyente al aparato, buenas noches... Hola, buenas noches... ¿Cómo te llamas?... Me llamo Glenn... Buenas noches Glenn, no tienes sueño esta noche, eh?... No, la verdad es que no mucho... Muy bien, Glenn, entonces quédate con nosotros. Dime, ¿a qué te dedicas?... Bueno, toco el piano... ¡Tocas el piano! ¿Rock, Jazz?... Bueno, en realidad algo más clásico... Muy bien, Glenn, te va más lo clásico, estupendo, oye y dime ¿para qué nos llamas esta noche?...)

Muchas veces pienso que Gould habría caído rendido a los pies de un invento como Internet, por sus fascinantes posibilidades de comunicación (Gould en un chat!) pero, sobre todo, por sus posibilidades de comunicación desde el anonimato. Ahí está el matiz Gould. Gould tendría un blog, seguro, o varios al mismo tiempo, eso también es muy probable. Quizá lo que Gould buscaba es tomar distancia para mostrarse, al fin, verdadero.


15 septiembre 2005

Wise

Ha muerto Robert Wise. Hace un par de noches, a una hora bruja, hice materializarse en la pantalla en blanco y negro a Simone Simon haciendo de hada buena en la deliciosa "The curse of the cat people" (1944) para abrir apetito ante la inminente salida en dvd de la antología Val Lewton, poeta de las sombras, de cuyo equipo formó parte Wise junto a Jacques Tourneur y Mark Robson. Dice Mirito Torreiro hoy en la necrológica de "El País" que la película es "muy menor", pero como considero a Torreiro una persona con sensibilidad y criterio he pensado que quizá debía tener un mal día. Nos pasa a todos.

Wise representa el prototipo de cineasta todoterreno, capaz de abarcar todos los géneros con eficacia. Como esto no es un artículo de periódico que deba hacer repaso exhaustivo sino un cuaderno personal de notas, me estoy acordando especialmente de "Ultimatum a la tierra" (1951), y "The haunting" (1963), y "La amenaza de Andrómeda" (1971), que son películas que me gustan mucho y que no me importaría volver a ver. Lo que pasa es que creo que hoy no voy a tener tiempo para ninguna.


Fácil



Yo mantengo una estrecha relación física con la música, así que experimento un gran placer cuando Alfred Brendel toca a Mozart. En "The Well-Tempered Blog", Bart se hace eco de unas declaraciones del pianista sobre Mozart en las que habla de las peculiaridades de esta música de tan pocas notas y que, sin embargo, tantos cuidados requieren. Como te descuides, caerás en una trampa. Dice Brendel que por esa razón muchos intérpretes huyen de estas obras: "O no ven las complicaciones y piensan que las obras son demasiado fáciles, o ven las complicaciones y las encuentran demasiado difíciles".

Tengo siempre a mano la integral de los conciertos para piano que Brendel grabó con la St Martin in the Fields para Philips, repertorio inagotable de tantas satisfacciones. Nada más comenzar su exposición, al inicio del concierto 26, el piano se adentra en uno de esos largos pasajes convencionales de escalas que a Mozart, que tanto brilla en los lugares comunes, le salen con tanta gracia y que Brendel borda a la perfección. Los clásicos relajaron el impetuoso ritmo armónico del barroco y llenaron los espacios libres a base de una decoración confortable de escalas y fórmulas de acompañamiento tramposillas (las escalas son guirnaldas y el bajo Alberti el rodapié). Las escalas de Mozart tienen encanto pero también encierran mucho peligro. Muchos intérpretes se han lanzado confiados por la pendiente de una escala de Do Mayor y han sentido, de pronto, como si les faltara el aire.


A Brendel le sale fácil lo difícil. Toca con las yemas de los dedos cubiertas con apósitos y el centro de gravedad de su ataque se encuentra en su mandíbula inferior, que efectúa movimientos espasmódicos de un lado a otro como si estuviera presa de un tic nervioso. Tampoco es tan raro: Gould controlaba la pulsación golpeando el paladar con la lengua (en un frenético e interminable ta-ta-ta), Pogorelich la gobierna con la respiración nasal y Baremboim haciendo resbalar el labio inferior hacia afuera, caprichosamente, una y otra vez. La pulsación se saborea, a lo que parece.


14 septiembre 2005

Liquidación

He recibido por carta la liquidación de derechos de autor correspondientes a una composición mía para coro a 6 voces que, hace unos años, resultó premiada en un certamen de composición de ámbito estatal. El premio consistía en la publicación de la obra y los consiguientes beneficios económicos que generara en concepto de derechos de autor. Lo que he recibido hoy corresponde al primer semestre del año.

Dice el balance adjunto que en este periodo de tiempo se ha vendido 1 ejemplar. Es un dato a todas luces positivo, tal y como están las cosas en el panorama editorial musical. Me pregunto con curiosidad morbosa quién habrá comprado ese ejemplar pero también es cierto que sospecho que alguna fotocopiadora debe estar echando humo porque Google me confesó una noche que la obra fue interpretada en Abril del año pasado en una Iglesia de Pittsburgh y sé que fue de interpretación obligatoria en algún certamen coral no muy lejos de aquí.

Sigamos las cuentas. Como en su día se decidió "por interés editorial" incluir la obra en un volumen conjunto con otros 9 autores (cosa que no me pareció mal, porque soy muy tímido), hay que partir la tarta en 10 partes lo que reduce drásticamente la esperanza de beneficios. Según la nota que me ha llegado, los 12,50 euros que el anónimo comprador desembolsó por el único ejemplar vendido se transforman, en lo que a mí respecta, en 1,25 euros para empezar a hablar.

De este euro con veinticinco me corresponde, según la editorial, un 4%, lo que me deja un total de 0,05 euros. Todavía tengo que contener la emoción un poco más porque a esa cantidad hay que descontarle el 15 % de IRPF, lo cual me parece muy bien porque todo ciudadano tiene que cumplir puntualmente con sus obligaciones tributarias. En definitiva, que una vez aplicadas todas las operaciones correspondientes, la cifra resultante da:

0.04 euros.

La editorial añade una nota en la que dice, muy atentamente, que no va a emitir un talón porque los gastos bancarios y de gestión derivados de la emisión del mismo superarían con creces el importe que contiene, así que me lo dejan anotado para que cuando tenga un rato haga los 350 kilómetros que me separan de Madrid y lo recoja.

Viva la música.


13 septiembre 2005

Vuelta

Los chavales vuelven al colegio, así que este post me parece que me va a salir negro. Me he asomado a la ventana al mediodía para verlos pasar con sus uniformes, mochilas y libros nuevos y me ha dado mucha tristeza, la verdad. Yo tengo una pesadilla recurrente en la que vivo con pavorosa angustia la inevitabilidad de que mañana hay colegio. Entonces me despierto y me incorporo de golpe empapado por el sudor, con el corazón a toda máquina y un bolo de angustia en la garganta y tras comprobar que ha sido un mal sueño me dejo caer de espaldas sobre la almohada. Es horroroso. Yo pasé la mayor parte de mi vida escolar en un colegio de monjas donde lo único que aprendí fue la existencia del mal reflejado en las actitudes de algunos y algunas profesoras. Es una desgracia, lo sé. Lo peor es que algunos de ellos todavía siguen al pie del cañón, que ya se sabe que hierba mala nunca muere, y mañana por la mañana recibirán a estos niños que estrenan ilusionados tantas cosas sin saber que pueden perder, de golpe, algo tan valioso como es la inocencia. Al menos que no sea de golpe, por favor.


12 septiembre 2005

Consulta

En el urólogo.

Están mirando a ver qué le pasa a mi vejiga, si es una complicación asociada a la enfermedad que padezco desde chaval o si pudiera ser debida a un efecto secundario de la medicación. Como pertenece a la nueva generación de fármacos de biotecnología y todavía no se dispone de mucha documentación sobre sus efectos a largo plazo andan un poco despistados. Yo siempre que voy a un médico, sea por la razón que sea, les digo, por este orden, la enfermedad que padezco, la medicación que tomo (por si acaso) y, de paso, les dejo caer que soy un neurótico hipocondriaco. Más que nada a modo de advertencia para que lo que tengan que decir lo digan con un poco de tacto. Soy muy sensible.

He cogido el prospecto de una de las cajitas azules del medicamento y se lo he llevado al urólogo. Lo ha mirado con la expectación y la emoción del geólogo al que le ponen en las manos una roca lunar y después ha introducido el nombre en su portátil y se ha puesto a buscar. Espera. Detrás había un cuadro abstracto a la manera de las constelaciones de Miró. Ante mi sorpresa, a los pocos segundos de mirarlo fijamente, de ese montón de puntitos y líneas que los interconectaban se ha formado la imagen de lo que parecía una constelación de dos riñones de cuyos extremos inferiores salían unas líneas que descendían hacia lo que parecía ser una vejiga. Me ha recordado una de esas ilusiones ópticas que se producen cuando te enseñan una lámina con una copa dibujada y luego resulta que en vez de la copa ves dos caras de perfil mirándose de frente. El caso es que al contemplar esa muestra artística de anatomía de vanguardia me he preguntado si estaba ante una obra sublime o una horterada de tomo y lomo y esa incapacidad para decantarme ante el hipnótico paisaje de puntitos me ha producido cierto desasosiego. Entonces ha hablado el médico:

-Estoy consultando posibles contraindicaciones de su medicación relacionadas con la zona renal. Me salen 80 páginas.

-¿Cómo?

-Sí, es poquísimo. Se nota que la medicación es relativamente reciente, así que va a ser muy difícil saber si nos enfrentamos a una complicación producida por ella.

Te dicen que la medicación que tomas puede dar 80 páginas de problemas sólo a tus riñones y a continuación te dicen que son poquísimas páginas, como si tu ¿Cómo? hubiera sonado a ¿sólo 80? en lugar de sonar a ¿me está usted tomando el pelo? Lo que indica que posiblemente tenga un problema de comunicación con los médicos. Por otra parte, no es la primera vez que tengo la incómoda sensación de asistir, sin pretenderlo, a un verdadero gag cómico en la consulta de un médico, si no fuera porque la situación no tiene nada de graciosa.

Como tras la búsqueda por ordenador la cosa ha llegado a un punto muerto he optado por hacer un ejercicio de recapitulación en voz alta, como ocurre en las novelas de detectives poco antes del desenlace.

-Si no he entendido mal, no sabemos si lo que me pasa es una complicación en la evolución de una enfermedad para la que la medicina no dispone de una solución al día de hoy o si se debe a un problema producido por una medicación paliativa que, dada la gravedad de la enfermedad, no puedo dejar de tomar aunque pueda dar, de momento, 80 páginas de complicaciones relacionadas únicamente con la zona renal. ¿Es así?

-Así es, exactamente.

(Exactamente es así y 80 euros a la salida)
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Tiro de archivo para poner el enlace a este post. Es gratis.


11 septiembre 2005

Adaptación

Estoy trabajando este fin de semana en una adaptación del texto de la "Historia de un soldado", de Igor Stravinsky, que pondremos en escena a finales de Octubre en la versión de 1918 para clarinete, violín y piano. La música acompaña aquí a la escenificación de una historia que protagonizan un soldado que regresa de permiso a casa y el mismísimo diablo que le sale al encuentro para tentarlo de mil maneras. Esta vez no me ocupo de la parte musical sino que me (pre)ocupo por la representación de la historia en escena. En la obra hago de narrador y de soldado, ya veremos a ver cómo salgo de este desdoblamiento de personalidades, y a mi amiga Raquel le ha tocado hacer de diablo. Un día le llamé al móvil para preguntarle si estaría dispuesta a montar un recital para violín y piano de Mozart y me dijo que sí y a los pocos días le volví a llamar para decirle que íbamos a hacer un pequeño cambio: en vez de las sonatas tienes que hacer de diablo en Stravinsky, le dije. Hubo un segundo de silencio, dos de risas y luego dijo: Muy bien, vale.

Eso es una amiga.

Así que en Octubre nos vamos a volver a ver en escena (lo cual para mí es un placer) pero en vez de mirarnos de reojo para darnos la entrada en el Allegro de la K. 304 tendrá que acercarse sigilosamente por detrás mientras estoy sentado a la mesa, poner su mano en mi hombro y decir a mi oído: "Dame tu violín". Y a partir de entonces me veré metido en una serie de aventuras que me complicarán bastante la existencia. Así que ahora que estoy trabajando en la adaptación estoy dándole vueltas a la posibilidad de que el soldado le diga que no o que le de otra cosa en vez del violín, a ver si se conforma y las cosas me van mejor.


10 septiembre 2005

Nana

ssst... mi sobrino carlos duerme esta noche en casa así que tengo que hablar en minúsculas para no despertarlo porque la cuna está en la habitación de al lado. me han dejado un artefacto en forma de osito con orejas azules y rosas que por lo visto te avisa si se despierta pero yo me he asomado de puntillas a la puerta veinte veces en el último cuarto hora.

(voy a mirar otra vez)


08 septiembre 2005

Antoine Doinel

Antoine Doinel/Jean-Pierre LéaudHace unos meses, estaba buscando unos dvds en la FNAC cuando una voz femenina al otro lado de la estantería dijo: "Mira, el actor de Truffaut". Me asomé discretamente para poner rostro a la voz y vi a una señora mayor señalando una carátula a su pareja con cierto entusiasmo. Se refería a Jean-Pierre Léaud, claro, a quién si no, y a mí me hizo hasta ilusión porque me parece una frase preciosa para dirigirse a quien fue en la pantalla el alter ego de Truffaut y porque su personaje de Antoine Doinel es una de mis debilidades. Me he acordado hoy, de repente, y yo creo que es porque llueve. Cuando llueve puede que me acuerde de Antoine Doinel.

Decía Truffaut que cuando convocó el casting para "Los 400 golpes" (1959) y apareció Jean-Pierre Léaud, con 14 años, se llevó de él una impresión de ansiedad e intensidad, que es la misma impresión que nos hace quererlo tanto mientras le vemos hacerse mayor en las sucesivas películas en las que interpreta a Doinel. Doinel no es un dechado de virtudes, miente mucho para poder sobrevivir, no es especialmente brillante, ni mucho menos, está algo chapado a la antigua y vive en cierta manera al margen de la sociedad porque tiene miedo de que le hagan daño. Léaud le pone un cuerpo que no es precisamente de atleta, pelo lacio y movimientos de cabeza rápidos y bruscos como de pájaro que está siempre asustado. No posee una técnica interpretativa poderosa, quizá ni siquiera técnica, y sus maneras no son glamurosas. Es un tipo normalito. Pero a pesar de eso y por todo eso se te mete en el bolsillo y no sabes si lo que sientes por él es cierta admiración o un poco de pena. O de todo un poco. O quizá otra cosa.

Truffaut dijo que Léaud puso algo de él en el Doinel que era Truffaut. El colmo de crear un alter-ego es que, con los años, empiece a parecerse a tí físicamente, o tú a él. A Truffaut le paraban por la calle y le decían: "Ayer le ví en la tele en una película cuando era joven" o "La semana pasada salió su hijo en la tele" y cosas así. Léaud rodó con 14 años "Los 400 golpes" sin dejar de reirse pero cuando se vio por primera vez en un pase se puso a llorar desconsoladamente y no hubo manera de pararlo. Luego Truffaut necesitó volver a verlo en la pantalla, contemplar su cotidianidad algo gris y disparatada, y rodó "Antoine y Colette" (1965) para contar su primer historia de amor. Luego vino "Besos robados" (1968) para convertirlo en adulto, "Domicilio conyugal" (1970) para casarlo y "El amor en fuga" (1979) para divorciarlo. (Hubo otras con Léaud -inolvidable "La noche americana"- pero sin encarnar a Doinel).

Cuando a Truffaut le llamaban del laboratorio para pedirle autorización para destruir los descartes de sus películas, el director no dudaba en darla. Con las películas de Doinel no se decidía, sabedor del valor atesorado en metros de celuloide que muestran a Jean-Pierre Léaud/Antoine Doinel en diversas etapas de su desarrollo físico, algo que muestra muy bien la foto que acompaña a este post y que me gusta mucho.

Antoine Doinel es François Truffaut mirándose en los ojos de Jean-Pierre Léaud una tarde que llueve.


07 septiembre 2005

Examen

Estaba en la librería mirando las novedades cuando ha sonado el móvil. Era un antiguo alumno de armonía. He dicho ¿sí? y entonces el auricular me ha preguntado si es normal que el Tema B de una Sonata de Beethoven esté en el tono de la mediante. Así, de sopetón. Me ha parecido un poco raro, sobre todo teniendo en cuenta que hace tres años que no habíamos vuelto a coincidir. Qué prisas. Se me ha ocurrido preguntarle si estaba en algún concurso de la tele usando el comodín de la llamada y él ha dicho que no, que estaba en un examen. Entrando al examen o saliendo del examen, he preguntado ingenuamente. Y él ha recalcado: no, no, que estoy en un examen. Como si temiera que me descubrieran cometiendo una fechoría, me he retirado hacia un rincón de la libreria donde por poco piso un quijote de bolsillo. Allí he sabido más detalles concretos: es que, como éramos pocos, el tío nos ha puesto a cada uno en un aula para que no nos copiemos. Ahí me ha dado la risa. Bueno, qué, es normal o no eso de la Sonata.

Alguien podrá pensar que vaya desfachatez la mía, que vaya ejemplo a los alumnos. Pero es que pocas cosas hay tan inútiles como un examen de análisis en un conservatorio. De verdad. No sirven para nada. Te dan un par de horas para cifrar uno por uno los acordes de una partitura larguísima -con lo cansado que es- y ya está. Analizada. Y eso es un disparate, porque el análisis musical es algo lo suficientemente serio e importante como para que estemos así. Y en un conservatorio. Luego pasa lo que pasa, claro. Hay un texto muy lúcido de Clemens Kühn que intento inculcar desde hace muchos años a mis alumnos. Ya me lo sé de memoria, mira:

"Si coloco bajo un fragmento de música las cifras que indican la función armónica o el grado de la escala, no realizo con ello ningún análisis -contrariamente a lo que se supone en la práctica general, incluso en escuelas superiores-. Seguir el curso armónico no es todavía una exégesis, sino el requisito para la exégesis. Todo esquema demanda una interpretación correcta para que podamos comenzar a hablar. Por sí mismo, el esquema no es aún comprensión: posibilita la comprensión."

Cuando viene algún músico para preparar una oposición o movido por propia inquietud para ahondar en su formación, cuando la vocación está claramente definida, es fácil hacerles comprender la idea que se desprende del texto anterior. "Podemos comenzar a hablar", dice Kühn. Esa es la clave. Tiras del hilo, interrelacionas, un descubrimiento te lleva a otro... Eso es apasionante, y así lo viven. Pero cuando te viene un alumno de conservatorio que sólo tiene en mente aprobar su examen de una asignatura que se llama "Análisis", es muy dífícil conseguir que se adentre por esa senda. Y lo comprendo, aunque me duela.

Mi alumno, que sigue al móvil, no lo olvidemos, que a ver si entra el ínclito catedrático y nos da un disgusto, toca la trompeta. Quiere su título de trompeta para tocar jazz los jueves en un pub y para hacer bolos en verano en las fiestas de los pueblos. Me parece perfecto: él lo tiene muy claro, es lo que le gusta y lo que quiere. Así que vamos a ver, ¿estás seguro que el Tema B está en el tono de la mediante? ¿Qué Sonata es?

Hemos hablado 4 veces a lo largo de la mañana, nos ha dado tiempo hasta para hablar de las vacaciones, que él no ha tenido, pues yo tampoco, oye pues eso no puede ser. A la tarde ha mandado un mensaje de texto que decía: "He aprobado. Muchas gracias y perdona por haber sido tan plomo. Y vete de vacaciones, anda".


06 septiembre 2005

Temporada

Esta mañana han llamado de la radio. Que empieza la temporada. Que cuándo me reincorporo. Sudores. Me lo paso muy bien haciendo la sección semanal de libros pero cada vez se me hacen más cuesta arriba los compromisos largos. 40 semanas. Semana arriba, semana abajo. Les he dicho que si no les importa empiezo en Octubre, que ando muy liado. No, no les importa. Muy bien. Me han dicho también que hay un aviso en la emisora de una oyente para mí. Que le gustaría hablar conmigo. Sobre las manos. Así me lo han dicho, que quiere hablar contigo sobre las manos. Estoy intrigadísimo. Oye, ¿no me están saliendo hoy las frases muy breves? Mejor lo dejo.


05 septiembre 2005

Juego

-Quítese la camisa, señor Kay.

El sopor veraniego cedió felizmente ante la regocijante lectura de "El padre de Frankenstein", de Christopher Bram, reeditado recientemente por Anagrama en su colección Compactos. Existe una adaptación del cine de esta novela, que no he visto, pero a mí lo que me engancha a ella es una virtud exclusivamente literaria: está condenadamente bien escrita. Trata de los últimos días de James Whale, el director de cine que dirigió para la Universal las memorables "Dr. Frankenstein" y su secuela, "La novia de Frankenstein". Whale convalece en su mansión californiana de unos accidentes cerebrales que han mermado sus facultades pero que no le impiden rememorar su vida pasada con lucidez y desencantada ironía ni mostrarse esquivo a los requerimientos de sus pulsiones homosexuales.

Entre los aciertos está el propio personaje de Whale. Bram, como ocurre en la historia de Shelley, construye su criatura literaria a base de trocitos del Whale de carne y hueso pero esta criatura cobra vida reclamando personalidad propia, tal es su consistencia como personaje. Poco importa el acierto en la semejanza. La criatura vive. Este Whale literario impresiona.

La novela de WhaleEl otro acierto destacable es que Bram maneja muy bien los hilos que mantienen vivo el interés del lector. Ocurre que el anciano Whale, en su condición de mito viviente, manifiesta hastío por tener que contar una y otra vez las mismas batallitas a su auditorio de mitómanos deslumbrados y ese aburrimiento bien podría ser compartido por el lector, que de sobra es conocedor de tales historias, mil veces referidas. Pero ahí está Bram para introducir estratégicamente un hábil elemento de distracción: cuando al principio de la novela Whale recibe resignado la visita de un joven estudiante de cine, mitómano entusiasta, que solicita una entrevista para conocer los entresijos del Hollywood dorado, el anciano cineasta sorprende (a todos, al visitante y al lector) proponiendo un juego: es justo que él también se divierta un poco así que le contará todo lo que quiera saber a condición de que por cada respuesta se quite una prenda de vestir. A Whale le brillan los ojos y la asistenta que le cuida aprieta los morros con desaprobación. El lector no es ajeno a la sorpresa: se le está invitando a participar en un juego privado que Bram no desaprovecha porque no se trata de una astracanada morbosa, ni de una travesura de viejo verde sino el disfraz tras el que se oculta la poderosa llama del deseo que arde intacta en ese cuerpo anciano y enfermo y que va a determinar los últimos momentos de su existencia.

Coincidiendo con la lectura del libro volví a visionar "La novia de Frankenstein". Varios apuntes breves: Elsa Lanchester es el monstruo más maravilloso que pobló la Universal. Lo digo como lo siento. Otro apunte: la secuencia de su presentación, esos planos en los que Lanchester mira hacia un lado y otro con movimientos espasmódicos y mirada elecrizante es todo un hallazgo. Reparo también en el acierto de Franz Waxman al diseñar los dos breves leit-motiv musicales que acompañan y retratan a los monstruos: tema de cuatro notas para él, tema de 3 notas para ella; el tema musical de Frankenstein lo culmina una áspera disonancia, reflejo de la "anormalidad" de la naturaleza de la criatura, un ser vivo hecho de muchos muertos, y quizá reflejo también de su alma atormentada mientras que el tema de ella, de aire sensual, despliega un elegante salto de octava (como un suspiro) y su correspondiente reposo descendiendo un tono.

Leído el libro y revisada la película queda la duda inquietante, a tenor de los detalles recogidos, de si lo que vemos en la pantalla no será, en realidad, una mofa en toda regla, una gamberrada que se vale de las convenciones del género para realizar una broma privada en lugar de ser la película seria (a fin de cuentas, película "de miedo") que pensábamos. ¿Es así realmente?

-Si quiere que le responda a esa pregunta tendrá que quitarse los pantalones, señor Kay.


03 septiembre 2005

Imagen sonora

Existe una filmación casera de Glenn Gould en la que la cámara recoge un interesante y misterioso fenómeno. El pianista se sienta al piano y empezar a tocar el tema del pasaje fugado del primer movimiento de la Partita 2 de Bach cuando algo ocurre y obliga a Gould a detenerse súbitamente. Vemos un gesto de contrariedad en el rostro del pianista que, sin pausa, vuelve a comenzar desde el principio. Entonces ocurre lo mismo, más o menos en el mismo lugar, y Gould se impacienta, oímos una exclamación de fastidio y la mano libre efectúa en el aire un rápido movimiento lateral, como quien quiere borrar lo ocurrido y empezar de nuevo. Pero nada cambia.

Entonces Gould se levanta contrariado y se dirige hacia la ventana que está situada detrás de él. La música ha cesado en el piano pero no en sus labios. El característico canturreo de Gould registra una frenética actividad al compás del chasquido de los dedos de su mano, que se agita nerviosa mientras los ojos miran sin mirar a través de la ventana. De pronto vemos una luz en el rostro de Gould, como quien acaba de recordar algo que tenía atascado en la punta de la lengua. Rápidamente vuelve a sentarse al piano y comienza a tocar las mismas notas del comienzo de la fuga. Y esta vez todo fluye con normalidad.

Lo más chocante de la escena, lo que deja perplejo al espectador, es que en ningún momento se ha producido una nota falsa o un error que justificara los sucesivos parones y el evidente gesto de contrariedad del pianista. ¿Qué ha pasado entonces? Lo que ha pasado es que Gould no había conseguido enfocar la imagen sonora de la música sobre el teclado.

Hay músicos que mantienen con el sonido una estrecha relación táctil. En el piano, se me ocurren los nombres de Gould, Baremboim y Brendel, por ejemplo. Hacen del acto mecánico de pulsar fundamento de una honda experiencia estética. Al contacto físico con el instrumento establecen una relación de comunicación profunda con el sonido matizada por el tacto. Pero a veces ocurre que la imagen sonora requerida no se forma nítida en la retina táctil, sin que ello quiera decir que se den notas falsas, barro sonoro. Se trata de encontrar un punto armonioso en el que el complejo juego de respuestas del instrumento a los impulsos sensoriales de la pulsación iluminen en algún lugar del cerebro la conformidad requerida para que todo fluya en la certeza de que "así tiene que ser". Lo curioso es que, una vez en ello, la aparición de unas notas falsas no nos hará detenernos y volver a empezar; mucho menos levantarnos a mirar por una ventana la solución a un error que entonces nada importa. En música, la armonía es otra cosa.


01 septiembre 2005

Instante

Esta tarde, al regresar de hacer unas compras, he visto la primera luz de otoño proyectándose en las fachadas.