31 mayo 2006

Enseñanza

Arnold Schönberg, en 1947:

"Los analistas de mi música habrán de comprobar lo mucho que yo, personalmente, debo a Mozart. No es que esto les ayude a valorar mi música, sino a entender a Mozart. Y a los jóvenes compositores les enseñará lo que es esencial que aprendan de los maestros y la manera de aplicar esas lecciones sin perder personalidad".

Toma ya.


30 mayo 2006

Silencio



Este fin de semana el Papa cruzó las puertas del campo de exterminio de Auschwitz con gesto compungido y me ha llamado la atención que no se haya reparado suficientemente en la pregunta que lanzó al aire en un determinado momento de su discurso y que fue formulada en italiano:

"¿Por qué, Señor, permaneciste callado?".

Me parece altamente significativo que tal cosa haya sido dicha por el cabeza de lista de la Iglesia; seguro que en el pasado más de un infeliz terminó en la hoguera de la Inquisición por exponer algo semejante y ahora viene este hombre al que le sigue sentando fatal el blanco y por una vez se le ocurre plantear una pregunta tan sensata como revolucionaria porque pone a las claras en evidencia un malentendido ancestral: Dios no ha creado al hombre a su imagen y semejanza sino justamente al revés: la vanidad del hombre ha creado a un Dios a su medida, incapaz en el fondo de asumir su digna insignificancia.

"¿Por qué, Señor, permaneciste callado?". Pues porque Dios no sabe conjugar los verbos: no sabe hablar, pero tampoco callar, ni decidir, ni castigar, ni premiar. Es absurda una noción de Dios así, humano, y, sin embargo, nos empeñamos en ello: la vecina de enfrente le pide a Dios que su nieto apruebe las oposiciones o que la nuera salga bien de su operación de varices y el gesto, comprensible por humano, es también, por humano, el colmo de la soberbia y de la ingenuidad: como si Dios no tuviera otra cosa que hacer; como si Dios pudiera levantarse con el pie izquierdo de la siesta y decidir que en el examen toque el tema que el nieto no se ha estudiado o que en el quirófano el cirujano corte donde no tenía que cortar.

Dios tiene que ser otra cosa.

Ayer me decía mi abuela que el otro día se le cayó al suelo un vaso y que la mala suerte quiso que un trocito de cristal fuera directo a su ojo. Dijo que lo primero que hizo al sentir el impacto fue gritar: "¡Ay, Santa Rita, madre gloriosa y alabada, que no me quede ciega; sorda vale pero ciega no por el amor de Dios!", y nos dejó a todos de piedra por el énfasis que puso en la reconstrucción de los hechos; después vino a decir, con otras palabras, que había sido Santa Rita la que le había permitido ver el "Salsa Rosa" del sábado donde, por cierto, la folclórica agonizaba sin que la Virgen de Regla se diera por aludida, al parecer. Yo hice una sutil e irónica observación diciendo que, en todo caso, la responsable de que el cristal no causara estropicio en el ojo de mi abuela habría sido Santa Lucía, que a todos nos conserve la vista, y no Santa Rita, que para otra cosa servirá, digo yo, pero mi abuela dijo que no, que había sido Santa Rita y que seguro, vamos.

Entonces di un paso más allá y dejé caer que lo lógico habría sido que ni Santa Rita ni Santa Lucía hubieran permitido el disgusto de mi abuela y entonces se quedó callada. Aproveché para poner el ejemplo de Teresa de Calcuta, elevada a los altares a golpe de desgracia (ajena). Siempre me ha llamado la atención que la misma institución que tiene la potestad de convertirle a uno en Santo por la Gracia de Dios no eleve una protesta ante ese Dios por los daños permitidos previamente. El sufrimiento de muchos seres humanos es el premio de unos pocos elegidos: ser Santo cotiza caro en desgracias. Tenía razón Saramago cuando dijo, sin ninguna coña, que la religión se nutre del dolor y de la muerte. Más razón que un santo. Una vez vino un cura a verme cuando tenía 14 o 15 años y me dijo con gran emoción que Dios se me había revelado a través de mi dolor. Yo me rebelé ante eso, que me pareció repugnante, y luego me dieron ganas de revelarle la gracia de un dolor en los huevos (con perdón).

Mi abuela seguía callada pero me miraba con los ojos muy abiertos porque en el fondo siempre he sospechado que a ella le habría gustado que yo fuera monaguillo. Luego en el telediario salió el Papa diciendo lo de "¿Por qué, Señor, permaneciste callado?" justo al lado de los 5.000 muertos del terremoto de Java y ya no dije más.


29 mayo 2006

Aniversario

Hoy hace un año que me instalé en estas latitudes y comencé a escribir este blog. Un año en este blog dura 327 textos, según acabo de comprobar, todos ellos (salvo excepciones excepcionales) encabezados por una sola palabra aunque por muchas razones (que me parece que en su momento fueron dichas). Vistos en fila, un año después, forman un inventario desconcertante y enigmático puesto que yo mismo no recuerdo qué pueden albergar la mayoría: Alquimia, Duda, Instante, Juego, Paréntesis, Deseo, Luz, Nana, Aparición (mira, de este sí que me acuerdo, cómo olvidarlo), Memoria, Paseo...

En un año pasan muchas cosas, algunas permanecen más o menos igual y otras cambian. Hace un año era domingo y hoy es lunes, por ejemplo. El primer post lo escribí a media mañana y ahora me cuesta creerlo, porque "La Idea del Norte" fue reclamando poco a poco, sin darme cuenta, un espacio en las madrugadas, para poder escribir a media voz y sin la prisa del día. Recuerdo también que al terminar de escribir el primer texto dejé encendida la luz del porche por si venía alguna visita extraviada y un año después 28.000 visitantes han echado un vistazo en algún momento a la nevera. Eso ha sido lo más sorprendente para mí, todavía lo sigue siendo. Siento una mezcla de pudor y emoción aventurera, de timidez y complicidad cuando dejo escritos unos pensamientos y al día siguiente compruebo, indefectiblemente, que han sido recogidos por alguien en Pozuelo de Alarcón entre las 8 y 10 y las 8 y media de la mañana. Es un ejemplo entre muchos. Me pregunto quiénes serán (quiénes sois); imagino los rostros, qué dicen por dentro cuando sus ojos resbalan por estas líneas, por qué vuelven, por qué vinieron, por qué se van y me pregunto también por sus propias historias.

Yo empecé este blog por dos razones fundamentales unidas entre sí: para satisfacer una necesidad íntima de comunicar y para aprender a hacerlo de manera fluida por escrito, cosa nada fácil en su momento: yo tuve que abandonar una colaboración escrita en una revista (una columna que se llamaba "La Idea del Norte", mirá tú qué casualidad) por la enorme dificultad que suponía para mí entregar puntualmente un texto semanal. Haber logrado redactar un texto diario con relativa soltura a lo largo de este tiempo es una satisfacción personal importante. Con el tiempo he descubierto nuevas y estimulantes motivaciones para mantener este cuaderno de bitácora abierto: he descubierto, por ejemplo, que "La Idea del Norte" es un espejo en el que me miro para descubrirme a mí mismo; de alguna manera siento que a veces consigo poner ante mí las piezas ordenadas de un puzzle que andaba desordenado por dentro y al hacerlo cobra sentido. Y también tengo la sensación de que un blog es un espacio a explorar de ilimitadas posibilidades creativas y que, por lo que a mí respecta, en un año apenas he dado unos pasos por la geografía de este Norte imaginario. Estoy convencido de ello.

Hoy, como hace un año, sigo dejando una luz en el porche. Vaya un recuerdo afectuoso para todos los que pasaron por aquí y dejaron su huella antes de marcharse; un abrazo para los incondicionales, los de diario, y un saludo para aquellos que recalen el día de mañana y vean estas letras escritas cuando quizá ya no quede nadie en casa. Hay una contraventana que se queja un poco cuando sopla el viento.


28 mayo 2006

Golpe

Esta madrugada he acusado el golpe.

Obsérvese el matiz: no he acusado un golpe, he acusado el golpe. Lo primero introduce el matiz de lo imprevisto, de lo inesperado; lo segundo dice lo contrario. Pues yo esta madrugada he acusado el golpe. Y es que también en la mente funcionan las leyes de la física y la gravedad. Es como el efecto de una pelota al caer: cuando te das un batacazo contra el suelo, lo primero te duele, mucho, pero luego hay un efecto rebote en el que, momentáneamente, te sientes suspendido en el aire, y entonces a lo mejor dejas pasar las horas por el placer de verlas pasar, alguien te habla de la luz de noviembre en una botella e incluso te pones a ver "El quinteto de la muerte" y te ríes un buen rato. Pero sabes que la pelota volverá a caer, esta vez con menor impulso, de tal forma que se queda quieta en el suelo todo el rato y te sale el moratón.

Los psicólogos dicen que cuando estás deprimido lo ves todo negro y a mí me desconcierta semejante exhibición de agudeza deductiva. Pero yo los desconcierto a ellos cuando les respondo si ese no será el estado real, que no ideal, de las cosas dado el panorama circundante en el que nos movemos, ellos y nosotros, aunque haya una mesa por medio (el que hizo esa mesa también está incluído en el lote).

En fin, no es momento para entrar en eso. Quizá en otra ocasión. Ahora ha venido mi hermano: mi hermano es un héroe. Quizá no viene a cuento afirmar eso en este post pero a mí me apetecía decirlo. Antes ha venido mi abuela de 94 años que ha dicho que últimamente no oye nada pero que no se va a poner audífono hasta que no sea vieja.


27 mayo 2006

Quinteto

Si en la portada del programa de mano aparece este patrocinador:



y en su interior este elenco de solistas:



entonces no hay duda: acaba de empezar "El quinteto de la muerte" ("The Ladykillers", 1955) bajo la batuta de Alexander Mackendrick para regocijo nuestro. Anoche tuve la posibilidad de revisarla en su reciente e impecable edición en dvd (qué colorido, Dios mío!). El cine británico vivió en los años 50/60 el apogeo de dos productoras modestas que dieron al mundo una buena porción de títulos inolvidables especializándose en dos géneros específicos: el terror (Hammer) y la comedia (Ealing).

Las comedias de la Ealing poseen unos ingredientes inconfundibles: costumbrismo de campiña inglesa y trenes a vapor, el te a las cinco y policías de mostachos generosos, todo ello aliñado con fina ironía por un equipo de chefs de alta cocina: Charles Crichton, Alexander Mackendrick, etc. Pero de entre todas ellas, "El quinteto de la muerte", que acaba de cumplir unos estupendos 50 años, brilla con una luz especial. Hay grandes comedias y comedias perfectas. Y aquí todo se mueve impulsado por un engranaje de precisión en el que la inspiración y el talento rezuma en todos y cada uno de sus fotogramas, empezando por el pleno acierto en el reparto y acabando por la feliz dirección de Mackendrick.

La historia nos sitúa en Londres, en 1955. Una dulce anciana, la señorita Wilberforce (Katie Johnson) decide alquilar unas habitaciones de su casita victoriana poniendo un anuncio. Pronto suena el timbre de la puerta. Vayamos a ver quién es:



Es el Profesor Marcus, encarnado de manera grotesca y genial por Alec Guinnes. Viene a alquilar un par de habitaciones para que él y sus amigos puedan ensayar a Bocherini. Encantadores. En realidad, ninguno de ellos es músico. Se trata de una banda de delincuentes que pretenden reunirse para idear un minucioso plan que les lleve a robar las cajas blindadas de unos furgones en la estación del ferrocarril cercana a la casa. Cada tarde, todos ellos llegan con los estuches de sus instrumentos musicales, saludan afectuosamente a la señorita Wilberforce y suben por la escalera hacia la habitación de ensayo donde, tras cerrar la puerta, ponen en marcha un tocadiscos para hacer creer a la inocente ancianita que están entregados al estudio.

Lo que no cuenta ninguno de ellos es que la señorita Wilberforce es una anfitriona muy atenta, demasiado atenta. Con sus pequeños nudillos llama una y otra vez a la puerta, provocando el consiguiente revuelo en la habitación para esconder los planos del atraco y coger los instrumentos musicales antes de abrir y escuchar de la dulce y pausada voz de la ancianita el ofrecimiento de una reconfortante taza de te.



El ofrecimiento va acompañado de largas peroratas que los ladrones escuchan con resignación y forzada cortesía.



Mientras tanto, nosotros apuntamos en la lista de parecidos razonables, no sin cierto asombro, que la señorita Wilberforce tiene un aire indudable a Pepe Isbert.

La comedia posee abundantes "artefactos" de guión típicos del género; pequeños detalles insignificantes que, o bien contribuyen a crear atmósfera (como la música de Bocherini, leit-motiv que se convierte en involuntario y certero retrato musical de la anciana, o que todos los cuadros de la casa estén torcidos debido a que la estructura ha cedido por los bombardeos de la guerra, o que la viejecita tenga que dar unos golpes con el martillo a las cañerias para que salga el agua con la que llenar la tetera) o bien son susceptibles de adquirir una importancia decisiva en el transcurso de la trama, como el paraguas que la señorita Wilberforce siempre olvida (a veces no es conveniente olvidar un paraguas, aunque el hombre del tiempo no anuncie chubascos).

Hay gags memorables, como la reunión de ancianitas parlanchinas que acuden a casa de la protagonista a tomar el te enfundadas en sus sombreros de plumas. Hay un momento en que el espectador no acierta a distinguir entre ellas y los loros que la señorita Wilberforce cuida en su salón. Destaca también la toma en picado de los convoys de mercancias, ángulo que revela a los vagones vacíos como improvisados ataúdes de emergencia. Y destaca igualmente la planificación de las secuencias del robo (que en algunos momentos caricaturiza las convenciones del género mediante encuadres que parecen sacados de una tira de cómic)



"El quinteto de la muerte" es una partitura deliciosa. Los músicos llegan al concierto confiados y dispuestos a interpretarla a la perfección porque la han estudiado a fondo. Pero nadie ha reparado en que la dulce señorita Wilberforce está sentada en la primera fila. ¿Acaso importa? Nunca se sabe. Música, maestro Mackendrick.


26 mayo 2006

Abrazo





¡Feliz cumpleaños, Raquel!


25 mayo 2006

Interpretación

Ayer me tomé mi primer día de descanso y, aunque tuve que dar una clase temprano, pasé el resto del día fuera. El día fue espléndido. Regresé en tren, donde pude llegar a cerrar los ojos durante un rato confortado por el vaivén y cuando llegué a casa me vi inmerso en una verdadera pesadilla kafkiana de malentendidos y malinterpretaciones sobre lo escrito aquí el día enterior.

La gente es la hostia.

Al parecer yo me he despedido de mi actividad profesional de manera tajante e irrevocable y la noticia ha corrido como la pólvora precipitando una serie de reacciones que, pudiendo herir la susceptibilidad de alguien (y no me extraña), al final me explotó en toda la cara. Y lo que me faltaba. Yo no sé si me expreso mal o si en este pueblo hay quien me lee a la ligera. Cito:

"Ella va a respetar lo que decida" (me refiero a mi socia)
"¿y qué va a hacer mientras decide? (me refiero a mí)
"¿y qué haría entonces? (me refiero a qué haría yo si abandonara, se entiende)

¿Alguien puede deducir de eso una resolución tajante o más bien un momento crítico de reflexión y replanteamiento? Creo que un simple análisis de primaria nos llevaría a la conclusión de lo segundo. Pero el caso es que no, que al final ha sido la gente la que ha decidido que yo he terminado, ahorrándome cualquier periodo de reflexión. Tiene narices. Por algo dice el tópico que "el artista se debe a su público". Por supuesto, las decisiones personales parten de uno, diga lo que diga el vecino o el Papa, faltaría más, pero lo más curioso de todo es que de esa gente que ha hecho correr el comentario, nadie, léase bien, nadie, me ha llamado o se ha puesto en contacto conmigo para preguntarme nada, para aclarar dudas, para interesarse siquiera por mi estado, a excepción de las palabras afectuosas y solidarias de Julio. Tiene cojones.

Así que hoy es el primer día de mi exilio interior, si se puede decir así. Pero me he levantado muy tranquilo, y lejos de anular la clase que tenía concertada con María, que se presenta a oposiciones para la Comunidad de Madrid, he decidido iniciar con esa clase este periodo que tanto necesito: de comunicación sin contaminación; de cercanía y tranquilidad. He vuelto a impartir una clase desde el Norte, los lectores a estas alturas saben a qué Norte me refiero. Hemos buscado a Schumann, aunque no estaba en el guión; le hemos escuchado en silencio y después le hemos hecho preguntas; a Schumann le gusta que le hagan preguntas, él mismo se encarga de plantearlas, a media voz. Schumann nos ha recomendado que entráramos en un lied de Schubert, porque Schubert no pregunta, Schubert espera. Y luego hemos hecho el camino de vuelta a casa.

A veces pienso que no me extraña que los alumnos vengan recelosos del exterior. Y empiezo a comprender que los alumnos, aprendan o no, refieran que aquí encuentran al menos tranquilidad. No me estoy colgando ninguna medalla. Lo estoy lamentando profundamente.


24 mayo 2006

Entrevista

EMEJOTA: Buenas noches.
emejota: Buenas noches; no, no se levante por favor, dejémonos de formalidades.
M.J: mientras le esperaba he estado ojeando el "Romancero Gitano" de Lorca. Lo tenía usted encima de la mesa.
m.j: es que de vez en cuando lo utilizo en mis clases. Es muy práctico.
M.J: ¿ah, si?
m.j: si, el "Prendimiento de Antoñito el Camborio" es el mejor tratado de formas musicales que conozco.
M.J: Si no recuerdo mal, decía eso de: "A la mitad del camino/ cortó limones redondos..."
m.j: "...y los fue tirando al agua/ hasta que la puso de oro". Siento debilidad especial por esos versos.
M.J: ¡Qué casualidad! A mí me pasa igual.
m.j: lógico, usted es una proyección de mí mismo. No pierda los papeles, por favor.
M.J: lo hacía para disimular un poco, comprenda usted. Si se nota que usted y yo somos la misma persona entonces debería revelar que usted utiliza el "Romance de la luna, luna" para explicar los fundamentos del montaje cinematográfico y no sé si eso me gusta mucho, la verdad.
m.j: ¿acaso elegiría un poema mejor?
M.J: no, no es eso. Me refiero a que se supone que debería mostrar, qué se yo, cierta sorpresa ante el hecho, para aportar cierto dinamismo a la entrevista, digámoslo así.
m.j: ahí me ha pillado, quizá tenga razón. A lo mejor tiene que adquirir una pose.
M.J: si quiere, volvemos atrás y hago como que no sé nada.
m.j: no, eso sí que no. Me da pereza volver a escribir todo. Oiga, ¿y por qué no me pregunta qué pinta hablar de montaje cinematográfico en una clase de música?
M.J: me parece bien. Va: ¿qué pinta hablar de montaje si usted da clase de música?
m.j: no, no me gusta así; a ver, ya puestos, póngale un poco más de énfasis. El dinamismo, usted mismo lo ha dicho...
M.J: ¿énfasis?
m.j: sí, utilice un taco si quiere, no pasa nada. Diga "¿y qué coño pinta hablar de montaje en una clase de música?" Y si quiere añada: "a ver, me lo explique, eh?"
M.J: dicho así resulta convicente, ciertamente. Casi me han dado ganas de contestar yo mismo. Pero...
m.j: pero...
M.J: es que no estamos aquí para hablar de Lorca, y usted lo sabe.
m.j: lo sé, pero que conste que es usted el que estaba leyendo a Lorca.
M.J: ahora necesitaríamos a un narrador que informara de que estoy dejando el libro en la mesita de al lado, ¿no?
m.j: eso es fácil, mire.
NARRADOR: ha dejado el libro encima de la mesa y se acomoda en el sillón. Un ligero carraspeo precede al inicio de una conversación.
M.J: Muchas gracias.
m.j: de nada.
M.J: no se ofenda pero se las daba al narrador.
NARRADOR: los narradores no estamos acostumbrados a los agradecimientos y mira que contamos cosas... No sé, me siento un poco azorado, pero, en fin, de nada, a mandar.
m.j: (este narrador es muy educado, se habrá dado cuenta)
M.J: si me habla entre paréntesis no le escucho bien. Oiga, ¿Sabe? Empiezo a sospechar que utiliza estos recursos para despistarme y así ganar tiempo y llegar al final del post sin haber soltado prenda.
m.j: a mí que me registren.
M.J: dígame, ¿ya ha comunicado la noticia?
m.j: de momento sólo a dos personas.
M.J: ¿lo decidió durante el concierto de los niños de Leioa?
m.j: uf, a ver. No exactamente. Digamos que la idea ya estaba dando vueltas en mi cabeza aunque sí, es cierto, los niños de alguna manera me abrieron los ojos.
M.J: entiendo. Usted vio todo aquéllo y comprendió que ese era el momento perfecto para poner punto final a las actividades de Aula Clásica.
m.j: exacto. Creo que es un inmejorable punto final.
M.J: visto así, lo es, desde luego.
m.j: ¿le gustó la actuación?
M.J: ya sabe que sí, no intente pillarme otra vez en un renuncio, me sé mi papel: soy una proyección de usted y todo eso.
m.j: así me gusta.
M.J: ¿y la decisión es irrevocable?
m.j: mire, yo parto de la base de que ahora no estoy en condiciones de tomar una decisión en firme porque no estoy atravesando un momento psicológicamente muy estable que digamos. Estoy atravesando una depresión. Pero creo que hay una relación clara entre mi estado actual y la necesidad de abandonar porque he llegado a una situación insostenible que me ha provocado esta crisis. Y todo tiene su límite.
M.J: ¿y qué opina su socia?
m.j: su actitud ha sido irreprochable porque antes que el negocio y el profesional le preocupa el ser humano. Y le está preocupando mucho. Me conmovió verla emocionada, me conmovió ver que su emoción venía dada por la impotencia de no saber qué hacer para que yo me encontrara confortado. Ante todo quiere que me encuentre bien, que mire por mí. Ella va a respetar lo que decida y lo va a apoyar.
M.J: supongo que las razones que le llevan a tomar esta decisión...
m.j: ... son polifónicas y están motivadas porque estoy harto.
M.J: ¿harto de?
m.j: de todo, de que por decir la verdad te conviertas en un ser incómodo y te cierren puertas los concejales, directores, gestores, y rectores de turno. Al final nos hemos quedado solos.
M.J: como los de Tudela.
m.j: es que somos de Tudela, no lo olvide.
M.J: perdone, le he interrumpido con un comentario que quizá no venía a cuento, estaba diciendo usted...
m.j: que no se puede ser honesto, al parecer. Lo de la concejala ayer es sencillamente impresentable y repugnante. Y luego la impotencia de ver una prensa mayoritariamente aborregada y qué se yo, mire, es que no me apetece ni hacer el repaso siquiera, se me están revolviendo las tripas.
M.J: se olvida de las satisfacciones que le ha procurado la gente.
m.j: no, no me olvido. Me llevo un tesoro que para mi queda. La frase más aguda que ha dicho en su vida una "lumbrera" municipal es, cito textualmente, que "a los gestores de aquí nos tenían que dar de hostias". Lo dice él, que conste. No, la gente no es el problema. Pero no se engañe: también hay mucha hipocresía y en el fondo somos muy individualistas. Cuando se enteren puede que al principio te den palmaditas de ánimo en el hombro y te dirán que qué pena, que lo pienses bien y esas cosas, pero a los tres días ya no se acordarán.
M.J: tampoco lo ponga tan negro.
m.j: lo pongo como es.
M.J: ¿qué es lo que siente?
m.j: en algunos momentos, asco. Y a veces me siento orgulloso de la labor realizada y otras veces siento una lástima profunda por mí mismo, lo cual es bastante lamentable y bochornoso, lo sé. Pero así es.
M.J: tengo entendido que lo último ha sido lo de la concejala...
m.j: no, eso ha sido lo penúltimo; lo último ha sido lo del director, con sus mentiras sistemáticas, que tiene cojones la cosa.
M.J: pues estamos bien.
m.j: no, no estamos bien, usted lo sabe tanto como yo.
M.J: ¿y qué va a hacer mientras decide?
m.j: pues cumplir lo programado. O no. No lo sé, créame. Sólo hay una charla en el horizonte y ya no creo en ella y así no puedo crear. El documental sí, claro, eso sí, eso es otra cosa, aunque hoy, mañana, no, no puedo estar en él. En fín, en este momento no sé nada.
M.J: hmmm, ¿sabe? en el fondo creo que ya lo ha decidido.
m.j: no le puedo decir, en serio. Tal vez. No insista.
M.J: ¿y qué haría entonces?
m.j: regresar a la burbuja de la que salí. Mi circunstancia física me llevó a vivir durante muchos años como en una burbuja: vivir en el mundo pero en la periferia, o quizá fuera de él. "La Idea del Norte", ya sabe. Le voy a confesar algo: creo que no valgo para vivir fuera.
M.J: pero no le veo a usted conteniendo las ganas de comunicar.
m.j: es que no hay necesidad de contenerlas. Yo me vuelvo a mi burbuja y vuelvo a coger el pico y la pala: escribir, clases con los chavales, con los mayores... Para mí una clase de armonía es un pretexto para hacer una excursión que puede empezar por un preludio de Chopin, efectuar un transbordo al modalismo de una canción de los Beatles y terminar merendando con Antoñito el Camborio. Por ejemplo. Y la haces caminando al ritmo de la persona con la que vas.
M.J: Y eso es algo a lo que usted da mucha importancia.
m.j: exactamente. A mí me importa ante todo la persona que hay en el alumno. Y para eso tenemos que estar los dos frente a frente, solos. De la persona sale el músico. Y si no sale, no pasa nada, pero hay que cuidar a la persona. Eso sobre todo. Educar es una forma de amar.
M.J: ¿puede llamar al narrador? es que debería reseñar este silencio.
m.j: el narrador ha terminado su jornada, lo siento. Trabaja por turnos.
M.J: mire, tómese su tiempo, madure la idea y, si no tiene inconveniente, volvemos a charlar cuando haya alguna novedad, ¿le parece?.
m.j: descuide.
M.J: ¿algo que añadir?
m.j: sí, no me ha devuelto "La carrera del siglo", así que hoy no le voy a dejar la película siberiana.


23 mayo 2006

Autógrafo (IV)


(Javier R.)

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21 mayo 2006

Kantika

ACTUALIZACION (17/I/07): La reseña del cd/dvd puede leerse haciendo click aquí



Creo que fue Ignacio de Loyola quien dijo que "la admiración produce silencio" y quizá por eso ayer me sentí incapaz de escribir una sola palabra de lo acontecido en el concierto de la Kantika de Leioa. Luego están las emociones: puede que una imagen valga más que mil palabras pero para determinadas emociones el diccionario no tiene palabras. O yo no sé encontrarlas.

Describir lo vivido ayer no es cosa fácil y se acumula en mi memoria como un caleidoscopio hecho de trocitos de momentos: unas palabras de afecto, una mirada tímida, abrazos calurosos, lágrimas de varios colores, sonrisas de colores varios y la muestra palpable y palpitante de que lo de estos chavales es un milagro.

Entrar en el auditorio a primera hora de la tarde y encontrármelos sentados en las butacas con su pequeño equipaje entre las piernas ya me produjo una sensación muy peculiar: todos esos rostros me eran familiares porque los contemplo cada noche en el monitor al final de la jornada y me hacen partícipe de su regalo, aunque desconozco sus nombres. Y ahí estaban. Me sentí como aquella película de Woody Allen en la que la protagonista va diariamente al cine a ver la misma película hasta que un día atraviesa la pantalla y entra dentro de la historia.

Kantika KoralaA partir de ese instante, cada cristalito de color del caleidoscopio de la memoria atesora una historia hermosa: el estupor, compartido por los técnicos presentes, ante la perfecta y armoniosa disciplina en el ensayo; el momento en que me dirigí a ellos para darles la bienvenida y decirles que me acompañan todas las noches un ratito y notar la sorpresa en sus ojos y el atisbo de unas sonrisas; confesarles que me han hecho feliz y que lo agradezco de corazón y que por eso los había traído hasta aquí, para compartir esa felicidad con otras personas; la respuesta a esa confesión en forma de cariñosos aplausos y semblantes sonrientes. Y luego la emoción de la actuación: la alegría de ese Kyrie escrito en lenguaje de jazz, de irresistible belleza; una reprimenda en japonés y una canción escenificada en lenguaje de sordos, "Can you hear me?" (¿Puedes oirme?), que no se refiere a las palabras dichas sino a lo que se dice desde el corazón y que me hizo saltar las lágrimas viendo a aquellos chavales que se llevan una mano al oído y otra al corazón y te miran y yo les contestaba por dentro que sí, que sé de que hablan, cómo no saberlo si les escucho todas las noches porque son el bálsamo que necesita mi corazón.

Luego el pequeño susto por el desmayo de dos niñas (el calor, el esfuerzo; estas criaturas se dejan la piel), la asistencia inmediata, las palabras de consuelo cuando compruebas que el disgusto que se apodera de ellas les duele más que su desfallecimiento. Y el final clamoroso con la sala puesta en pie rendida ante el milagro que estos chicos han hecho posible al hacer de la música una prodigiosa, pura y directa comunicación entre los corazones, consiguiendo uno de esos raros momentos en los que el tipo de música o el acierto en la interpretación son cosas que pasan a un segundo plano porque lo que importa verdaderamente en esos instantes es la vivencia gozosa de un hecho irrepetible. Perderse momentos así, por escasos, es algo a lamentar.

Y cuando los aplausos todavía resuenan y subes a la sala que antecede a los camerinos se te cae el alma a los pies al encontrarte a una criatura de 10 años con el rostro bañado en sudor y llanto tras haberlo visto hasta hace un minuto moviendo su cuerpo al compás de la música con una expresión de felicidad. Y te acercas a él y le coges la carita entre las manos y sientes en sus ojos el agotamiento y le preguntas si está bien y su cabecita dice que sí, y le dices si quiere algo, y su cabecita dice que no, y entonces lo acercas instintivamente hacia tu pecho, lo arropas, mientras caes en la cuenta de que alguien que durante una hora se ha expresado con la voz ahora no puede articular un "sí", tampoco un "no". Sólo silencio. Y eso es lo que sucede cuando acabas de vaciarte emocionalmente, cuando acabas de darlo todo a todos: que sientes el dolor pasajero de un duelo y algo te dice que esos momentos necesitan de su intimidad. Y te retiras dejando una palabra o dos de ánimo en el oído.

Luego en el lunch lo primero que buscas con la mirada es a esa criatura y te asombra y te regocija encontrártelo correteando entre risas con un bocadilllo en la mano. Y al pasar a tu lado se detiene y te sonríe. Y así podría seguir mostrando una infinidad de cristalitos de colores de este caleidoscopio de emociones (cada cristalito conteniendo su particular historia: la expresiva timidez de Ander, el piano que extrae Itziar del piano sin que el piano se de cuenta) que la visita de ayer ha provocado en mi interior y que va a dejar en mí, estoy convencido, una huella imborrable.

Al final descubrí que alguno de ellos se llevó del atril desde el que presenté el concierto el par de folios donde había anotado unas palabras. En ellas citaba el encabezamiento del post que les dediqué en su momento: "Yo lo veía todo negro hasta que Basilio Astúlez y su coro de colores apareció en la pantalla del televisor". Hoy este blog lleva registradas, hasta el momento, 21 entradas desde Bilbao. Todas vienen de Google mediante las cadenas de palabras "Yo lo veía todo negro Kantika"; "Yo lo veía todo negro colores tudela" y similares. Y me he reído mucho.

Enhorabuena y gracias por todo, chicos. Gracias por la visita de ayer; gracias por las visitas que habéis efectuado antes a otros lugares y gracias por lo que llevaréis al corazón de la gente que en el futuro tenga la suerte de encontraros en el camino. Yo os seguiré viendo todas las noches en el monitor. Os quiero mucho.



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20 mayo 2006

Retorno

Ya estoy de vuelta, al menos de momento. Estoy atravesando un pequeño episodio depresivo que no me pilla de nuevo pero no por eso debo descuidar. En esta ocasión no encuentro una causa clara que lo justifique y eso es algo que me intriga, aunque no me inquieta. En el fondo me siento tranquilo, aunque con los vaivenes típicos de una situación así. Ayer llamé a una psicóloga en la que tengo mucha confianza y me encontré sin quererlo con un gag de Woody Allen: resulta que la psicóloga también está mal, lo cual es el colmo. No digo que los psicólogos no puedan estar malos, los pobres, pero también es casualidad, coño. A mí es que este tipo de cosas me pasan. Siempre. Yo lo siento por la psicóloga (su mal es físico) pero, en fin, permítaseme el egoismo, lo siento sobre todo por mí.

Por teléfono me preguntó si le podía decir por encima de qué se trataba y yo le dije que esa era el problema: que no sé realmente de qué se trata, pero que las emociones se me disparan, inesperadamente, ante detalles cotidianos y que siento el peso de una profunda tristeza cuya causa no acierto a encontrar. Es como si me sintiera de duelo pero sin duelo, no sé si me explico. Ella me dijo con su voz pausada y tranquilizadora que me explicaba perfectamente y me recomendó recurrir a un colega dado que se encontraba en cama. Yo le respondí que si me encontraba peor lo haría pero le pedí que cuando se recupere que me llame. Lo haré, no te preocupes. Gracias. De nada, hombre. Click. A veces algo te dice por dentro cuáles son las manos más adecuadas en las que ponerte.

Ayer me quedé sin palabras. Hoy no. Y me siento mejor, lo cual es un alivio dado que mañana tenemos que afrontar un día duro: viene el coro de colores de Leioa. Llevo mucho tiempo esperando con ilusión el momento de vivir en directo y de compartir con la gente ese bálsamo para el corazón que veo noche tras noche, antes de acostarme, en el dvd que tengo de ellos. Podría pensarse que, dada mi circunstancia actual, la cosa llega en un momento no muy oportuno pero mi sensación es justamente la contraria: tengo la convicción de que la experiencia me va a resultar reconfortante. La música es un milagro que pone en comunicación algo que sale del corazón y que, de manera invisible pero poderosa, llega a otros corazones. Y los conforta. Y sé que de esas cosas los chavales de Basilio Astúlez saben un rato.

Me estoy tomando las cosas con calma y estoy procurando descansar más. Acabo de redactar unas líneas para la presentación de mañana: breves, sinceras, afectuosas. Los comentarios al post sobre el Día de Internet los iré contestando poco a poco y las cosas que se quedan en el tintero irán tomando forma de post. En estos momentos me siento tranquilo y nada triste y las emociones están en su sitio. No es poca cosa. Las mismas emociones me dicen que mande abrazos y gratitud sincera a muchas personas y que ahora lo mejor es escribir un punto (especificando que es un punto y seguido) y que lo dibuje .


18 mayo 2006

Parada técnica



A veces uno se emociona
y se detiene
y no sabe bien qué hacer
(...)


17 mayo 2006

Internet

Hoy es el día de Internet. Ayer no. Mañana tampoco. Es hoy, por lo visto. Supongo que sería ingenuo esperar que Telefónica nos diera el día gratis, o diera mayor velocidad a la cosa, qué se yo. Y lo mismo para las demás compañías. Yo el único "día de" que celebro es la tarde de Julio en la que en el transcurso de una excursión en barca, Carroll comenzó a contar a las hermanas Liddell su Alicia. Yo esa tarde me pongo un poco melancólico, una cosa un poco extraña, lo sé. En fin.

Pero hoy es el día de Internet y me gustaría aprovechar la ocasión para reflexionar sobre un curioso detalle que he observado tras casi un año de experiencia en la blogosfera. La blogosfera impone un férreo sistema diplomático que me desconcierta porque tras su apariencia de cortesía deja una sombra gris que no me termina de gustar. Nada. Me explico: uno va descubriendo blogs y en algunos de ellos encuentra determinadas afinidades que te hacen poner una señal en el mapa, para poder volver. Pero no siempre hay tiempo: hay épocas del año en las que puedes navegar tranquilamente pero hay otras en que te es imposible y entonces descubres un fenómeno curiosísimo: si tú durante un tiempo no comentas en un determinado blog hay muchas probabilidades de que contigo hagan lo mismo. Lógico, pensarán algunos. Pues yo no lo veo tan lógico, aunque sí respetable, por supuesto. A mí lo que me da que pensar es que entonces hay quien te escribe por un interés que no tiene que ver precisamente con lo que expones, sino para asegurarse un share de audiencia a base de diplomacia hueca. Y eso me llama mucho la atención, de verdad. Personamente me afectaría más que alguien comentara por ese motivo que el que dejara de hacerlo.

Por supuesto hay excepciones y hay quien incluso te sigue a sabiendas de que tú no le sigues, sin importarle si tu falta de seguimiento se debe a falta de tiempo o a otra razón, que todo puede ser, para gustos colores. Es lógico pensar igualmente que si uno atraviesa una época de mayor ocupación y, por tanto, menor disponibilidad, u otras causas que le hacen estar con la cabeza en otro sitio, a las otras personas les pueda pasar lo mismo. Vivimos en un mundo muy apresurado. Pero aun con todo es llamativo que, por regla general, tu estrés coincida con el de los otros, vaya ésto con toda la ironía afectuosa del mundo, porque es que coincide, oye: dejas de escribir, te dejan de escribir. Matemático. Que ese efecto no pase desapercibido no supone que me lo tome a mal (sigo manteniendo mi lista de blogs favoritos intacta, aunque en estos momentos no tenga la cabeza en ellos) y me gustaría pensar que esta reflexión no va a ser tomada negativamente; es más, estoy seguro de que por dentro nos vamos a decir "es verdad, esto hacemos".

A mí me gusta ser claro: hace tiempo que no salgo de visita, al menos no me es posible con la atención y la asiduidad que quisiera. De este paréntesis temporal seguro que volveré echando de menos a algunos pero también descubriré, es normal, que algunos de los vecinos de al lado han tomado un rumbo diferente a cuando los dejaste y en el que a lo mejor ya no encajas tanto (o viceversa). Y no pasa nada. Pero mientras tanto, a mi me sigue tranquilizando pensar que hay gente que está ahí, aunque no les hayas puesto nunca rostro: me tranquiliza saber que ahí está Ferre, con su exquisita meticulosidad y su preocupación por ponerse siempre en el lugar del lector para conseguir transmitir la información con eficacia; me tranquiliza saber que Daniel Naranjo es un poeta que sigue haciendo poemas de papel y palabras, y en ocasiones imagino que me atrevo a pedirle un verso plegado ocho veces con la rima que él quiera. Me tranquilizan las frases de Victoria, enmarcadas en espacios en blanco, y los puntos y aparte de la séptima madrugada y me tranquiliza igualmente saber que allí esta Bart Collins, siempre bien temperado, aunque el dedo índice no sea suyo (él ya sabe a qué me refiero). No sigo porque no me gustaría que nadie se sintiera excluído. No estoy, estando. De momento. Pero vaya un abrazo cordial para todos en este día.


Desenlace

"Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa" (y así hasta que se marchita)


15 mayo 2006

Programa

Hoy hace 15 años que dí mi último concierto de piano como solista. El tiempo pasa volando. Tengo el programa de mano delante de mí y mientras lo recorría con la vista ha pasado por mi cabeza, en un instante, todo lo acontecido aquel día. Preparé a conciencia ese programa a sabiendas de que iba a ser el último y eso introdujo un factor psicológico añadido que, sin duda, empapó cada una de las interpretaciones, aunque el público no fuera consciente de la intención que impulsaba cada pulsación. Pero yo fui consciente de cada uno de los segundos de ese recital, descontando compases al mismo tiempo que algo por dentro se ponía en íntima comunicación con todos y cada uno de los presentes. Fue una de las experiencias más intensas y hermosas de mi vida.

Visto hoy en día, me sorprende comprobar que después de tantos años tocaría lo mismo, con la salvedad de que de las obras entonces seleccionadas sólo podría ser capaz de tocar en su integridad una. Lo habitual es que un instrumentista vaya ampliando repertorio: yo lo he ido reduciendo. Está claro que soy un caso atípico. Federico Mompou y Claude Debussy compartieron la primera parte del concierto, y Wolfgang Amadeus Mozart ocupó él solito la segunda.

Conservo intacto el "sabor" táctil de "La catedral sumergida", de Claude Debussy y gracias a ese registro mental puedo volver a sentir mis manos plenamente desplegadas y los tendones tensionados para abarcar los imponentes acordes que resuenan en el corazón de esta pintura tonal. Hay gente de mi entorno que asistió a ese concierto y que no ha vuelto a hablar de él desde que mis manos empezaron a no poder delinear la planta de esa catedral, o el trazo libre de un arabesco. Supongo que lo hacen por prudencia, aunque para mí no supuso un trauma afrontar que debería conformarme con dibujar cositas sencillas. Eso sí: el día que perdí el uso de mis manos sólo lamenté haber perdido un acorde que existe, fugaz, en el interior de "la Isla alegre" de Debussy. Desde entonces lo intuyo desde la orilla.


14 mayo 2006

Entrevista

EMEJOTA: Buenas noches, emejota.
emejota: buenas noches.
M.J: perdone el retraso, pero no contaba con que me iba a llamar a estas horas.
m.j: no se preocupe, yo tampoco lo sabía. Si quiere lo dejamos para otra ocasión...
M.J: no, no, por mí no hay problema; además, llevaba tiempo intentando concertar esta conversación pero es usted una persona muy ocupada.
m.j: más bien yo diría que preocupada.
M.J: ¿Y por qué?
m.j: pues no lo recuerdo bien, la verdad, yo creo que siempre ha sido así.
M.J: ¿Ya empezamos con evasivas?
m.j: en absoluto. Oiga, ¿sabe usted que en las primeras películas de Almodóvar aparecía una actriz con el nombre de Eva Siva?
M.J: la verdad es que no, pero tampoco creo que ese dato pueda aportar gran cosa a esta conversación.
m.j: no crea: a mí me preocupó bastante cuando dejó de aparecer.
M.J: ¿Tan atractiva era?
m.j: la verdad es que era un poco cardo, pero me pregunté si se habría muerto de cáncer o algo peor.
M.J: usted tiene tendencia a ver siempre el lado catastrofista de las cosas. ¿No se ha parado a pensar que a lo mejor se casó?
m.j: ¿y esa posibilidad le parece menos catastrofista acaso?
M.J: disculpe pero el que hace las preguntas soy yo.
m.j: tiene razón, perdone. ¿Le apetece un trozo de bizcocho untado con nocilla? No le he ofrecido nada.
M.J: gracias pero no debería, la línea, ya sabe.
m.j: sí, la línea, ya sé.
M.J: ¿Nos va a decir finalmente lo que ocurrió el jueves por la noche?
m.j: el jueves, el jueves...
M.J: le refresco la memoria, no se preocupe. El jueves usted salió a cenar y algo debió ocurrir para que no pudiera reprimir el llanto mientras regresaba a casa.
m.j: se olvida decir que encima del paraguas llovía.
M.J: eso es accesorio.
m.j: quizá para usted, pero yo le doy mucha importancia a los detalles.
M.J: y yo también; por eso precisamente me gustaría preguntarle, ¿qué ocurrió exactamente?
m.j: en realidad, nada distinto a lo ocurrido en la cena de hoy, con Mila, Javier, Raquel e Iván en la cual, por cierto, me he reído mucho. Y sin embargo me siento igual.
M.J: pero no ha llorado.
m.j: no; tampoco ha llovido.
M.J: me parece que no lo entiendo.
m.j: yo tampoco, ese es el problema. En realidad creo que he entrado en crisis.
M.J: ¿y sabe la causa de esa crisis?
m.j: no tengo ni idea. Reconozco los efectos pero no la causa o las causas.
M.J: ¿Y qué efectos son esos?
m.j: variados, pero quizá uno de los más destacados es que me siento emocionalmente desbordado y eso hace que me paralice y me cueste expresarme, sobre todo por escrito. Mire, de pronto me siento delante de este blog y no sé qué hacer y me agobio un poco.
M.J: a lo mejor es que no tiene nada que contar.
m.j: justamente lo contrario.
M.J: ...y no le sale.
m.j: eso es. Y de alguna manera lo necesito. En realidad, si he de serle sincero, por eso le he llamado a usted.
M.J: si lo he entendido bien, me ha llamado a estas horas para que consiga que se exprese mediante las respuestas a mis preguntas.
m.j: efectivamente.
M.J: curioso.
m.j: si usted lo dice...
M.J: ¿Qué siente en estos momentos?
m.j: algo parecido a una tristeza espesa y una sensación de pérdida.
M.J: ¿ha perdido algo o a alguien recientemente?
m.j: que yo sepa no, pero es como si hubiera ocurrido algo así. De hecho, llevo unos días sintiendo una extraña sensación de soledad.
M.J: pero usted es una persona acostumbrada a eso.
m.j: ya, eso es lo raro: que estando acostumbrado, me sienta solo. Y lo que es más: que me sienta solo no sé de qué o de quién.
M.J: la verdad es que tiene usted una personalidad algo paradójica: es un solitario que, sin embargo, encuentra en la comunicación pública una necesidad esencial, bien entre las amistades, bien entre públicos numerosos en el desempeño de sus funciones profesionales.
m.j: cierto, pero luego necesito volver a mi territorio, solo. Hay una parcela que es privada y que prima sobre las demás cosas.
M.J: no me saldrá misántropo a estas alturas.
m.j: al contrario. Si me permite la cita unamuniana...
M.J: adelante, adelante.
m.j: pues quítese de en medio porque el libro está detrás de usted. Gracias. Mire, dice: "mi amor a la muchedumbre es lo que me lleva a huir de ella. Al huirla la voy buscando."
M.J: no sé qué decir, la verdad.
m.j: pues no diga nada, pero hágame el favor de volver a colocar el libro en su sitio, así no me levanto.
M.J: corríjame si me equivoco pero al oirle he recordado lo suyo con las ventanas. Usted da mucha importancia a mirar a través de las ventanas. Afirma que mirando a los transeuntes se aprenden muchas cosas.
m.j: y es verdad. Yo llevo mirando a través de la ventana del salón la mitad de mi vida y tengo la teoría de que cuando observas a una persona que camina distraída captas detalles que en la cercanía pasan desapercibidos. En la cercanía las personas expresamos otras cosas, no digo que más verdaderas o más falsas, pero sí otras distintas.
M.J: ¿alguna vez ha sentido un interés especial por alguna de las personas que ha contemplado a través de la ventana?
m.j: sí, en tres o cuatro ocasiones; sobre todo aquellas personas que ves con frecuencia. Llegas a aprenderte sus horarios, es como la llegada de un tren, permítame la comparación.
M.J: interesante. Y dígame, ¿alguna vez ha sentido la tentación de saber algo más de esas personas?
m.j: claro, le confieso que en alguna ocasión hasta me he llegado a hacer el encontradizo.
M.J: ¡Qué me dice!
m.j: no me haga sentir un bicho raro, por favor.
M.J: ¿Y ha llegado a establecer contacto...?
m.j: nunca. Mire, en realidad, el cristal es una barrera; miras y proyectas algo en alguien: conocer a esas personas rompería el morbillo generado por la especulación. Es un juego interesante, no se crea.
M.J: pero puede que al conocer a esas personas se encuentre con algo verdaderamente interesante, y digo "verdaderamente" en el sentido literal.
m.j: no digo que no.
M.J: sin embargo, usted disfruta mucho con el contacto directo...
m.j: sí, disfruto mucho con mis amigos. Y en el trabajo disfruto mucho comunicando emociones ante un público numeroso, soy una especie de voyeur algo exhibicionista...
M.J: casi nada.
m.j: ... pero en el trato personal, prefiero la intimidad del tú a tú antes que los grandes grupos.
M.J: esta noche usted ha cenado con un grupo.
m.j: sí, pero no era numeroso.
M.J: ¿quiere decir que si hubiera sido más numeroso...?
m.j: no habría ido a esa cena.
M.J: ¿y qué excusa habría puesto?
m.j: ninguna, hace años que soy muy sincero. Los que me conocen ya saben cómo soy. Recuérdeme que en otro momento le cuente lo de que desde que decidí ser sincero me empezó a subir la tensión.
M.J: lo anoto.
m.j: sí, anótelo. Como decía, cuando me invitan a cenar (cosa que ocurre muy pocas veces) suelo preguntar si se trata de una cena sinfónica o de cámara.
M.J: melódico eufemismo, si me lo permite. ¿Y por qué no se siente cómodo en una cena "sinfónica"?
m.j: quizá por el ruido de timbales. Ahora en serio, antes era muy crítico conmigo mismo...
M.J: y lo sigue siendo.
m.j: no me interrumpa, por favor, que pierdo el hilo. Yo antes era muy crítico conmigo mismo y hubo un tiempo en que pensé que todo se debía a un problema de ego.
M.J: me he perdido.
m.j: camine hacia la luz, no es tan difícil: cuanta más gente, menos visible eres, menos protagonista. Pero aunque quise creer que esa era la causa, terminé por claudicar. Esa no era la causa.
M.J: ¿y por qué entonces ese empeño en creer que era un problema de protagonismo?
m.j: sencillamente, por buscarle una explicación. Me incomodan las incertidumbres. En realidad creo que en un grupo numeroso nos comportamos de una manera distinta: somos "menos" nosotros que en otras circunstancias. A mí me estimulan las múltiples posibilidades que ofrece el contacto cercano, cómplice. De la otra manera las energías se dispersan.
M.J: me ha llamado la atención un paréntesis que ha pronunciado antes: "Cuando me invitan a cenar (cosa que ocurre muy pocas veces)". ¿No suena a reproche?
m.j: de verdad que no. De hecho, a veces es una suerte.
M.J: pero hoy ha dicho que se siente solo.
m.j: sí, pero me sentiría igual o peor con mucha gente alrededor.
M.J: pero usted es una persona sociable, no le cuesta relacionarse...
m.j: eso no tiene nada que ver.
M.J: ¿por qué dijo una vez que tenía miedo a enamorarse?
m.j: siguiente pregunta.
M.J: permítame que insista, ¿usted se ha enamorado alguna vez?
m.j: "quien lo probó lo sabe". Contéstese usted mismo.
M.J: yo creo que sí.
m.j: muy sagaz. Bravo.
M.J: no sea tan mordaz. Oiga, la verdad es que tengo la sensación de que esto no ha terminado de arrancar; quiero decir que hemos empezado a hablar y no hemos llegado a nada concreto.
m.j: lógico, ya le he dicho que me cuesta expresarme en momentos así. Disculpe si le he hecho perder el tiempo.
M.J: para nada, de hecho, si me lo permite, me gustaría repetir la experiencia con una pauta previamente determinada. Creo que han despuntado muchos temas que merecerían un desarrollo, pero es que hoy me ha pillado viendo la tele...
m.j: ¿le interesaría llevarse una película siberiana?
M.J: ¿Siberiana?
m.j: al menos lo parece.
M.J: pues ahora que lo dice, desde que he entrado me ha llamado la atención esa copia de "La carrera del siglo".
m.j: ay, no me ponga nostálgico además pero llévesela, ande.
M.J: Muchas gracias, ¿algo que añadir antes de terminar?
m.j: ¿puedo saludar?


13 mayo 2006

Autógrafo (III)


(Sergio)

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12 mayo 2006

Conjugaciones

Yo venía esta noche de una cena tan contento y arriba del paraguas llovía a jarros y debajo me he puesto a llorar, un poco. Suelo llorar en pretérito perfecto. A la segunda frase estoy acostumbrado pero la primera plantea ciertas incógnitas para cuya resolución necesito algo de tiempo; ahora no sabría explicarlo. Me pregunto a mí mismo por lo sucedido y me respondo que yo venía esta noche de una cena tan contento y que arriba del paraguas llovía a jarros y debajo me he puesto a llorar, un poco. Y no consigo salir de ahí. Todavía.

A lo más que alcanzo es a decir que lo semáforos guiñaban su ojo anaranjado y que el aire olía muy bien a mojado pero, para ser sinceros, esos matices no aportan nada a la cuestión esencial. En el ascensor me he acordado de que en el colegio nos enseñaban a diseccionar las frases, partiéndolas en trocitos. Quizá eso sirva de algo: esta noche estaba tan contento (lo estaba, y lo estoy). Llevaba paraguas porque llovía a jarros (llovía a jarros pero ahora sólo llueve, creo). Debajo del paraguas me he puesto a llorar (me he echado a llorar pero ahora no estoy llorando, ni siquiera un poco, lo que vuelve a demostrar que tengo tendencia a llorar en pretérito perfecto aunque, mira lo que son las cosas, me acabo de dar cuenta de que el gerundio me pone mariposas en el estómago). Tendrá que venir el futuro para convertirse en presente y aclarar un poco las cosas para que las pueda poner en un post.


11 mayo 2006

Foro

Ya pasó lo de Bergman y pasó bien. La asistencia ha sido generosa y la gente ha seguido la exposición en atento silencio; el trato dispensado por parte del personal ha sido espléndido y yo me lo he pasado francamente bien. ¿Qué más se puede pedir? Pues una visita a la planta de los dvd´s después de la charla para comprar un par de rarezas (creo que una es siberiana, y si no, lo parece) y "Los amantes", de Louis Malle, que sigo con Malle aunque a síncopas, por el trabajo. Por allí había un chico joven y un matrimonio mayor buscando el Mozart/Bergman y me han sonreído entre las estanterías de novedades y de cine de autor. Luego nos hemos tomado una coca cola (light). La tarde era espléndida, azul y sol, la temperatura justa y en el viaje de vuelta hemos tenido conversación distendida e interesante. Hoy he disfrutado mucho trabajando, comunicando. Pocos placeres hay similares a sentir en las miradas ajenas correspondencia a las palabras dichas. Mañana les proyectarán la película y creo que sí, que se van a sentar a verla con mirada cómplice. Otra cosa será ver qué pasa con la película siberiana que me he traído, si es que es siberiana. Desde luego, lo parece.


10 mayo 2006

Invitación

Esta tarde, en el Forum de la FNAC de Zaragoza (19:00 h), presento en conferencia la adaptación cinematográfica de "La Flauta Mágica" que Ingmar Bergman realizó para la televisión sueca en 1974 y que ahora, con motivo del aniversario mozartiano, recupera en dvd la Filmoteca FNAC. Hoy es la conferencia y mañana se proyecta la película. La entrada es libre para ambos eventos así que a no ser que me leas desde Canadá (que haberlos los hay, y fieles, saludos) y te caiga de paso y te apetezca, pues quedas invitado porque llegas a tiempo.


Ya he conseguido poner la doble barra final al trabajo, que ha costado, la verdad. La tarea de síntesis en un tema inagotable no es cosa fácil: hay que tener cuidado con la tijera, tener pulso firme para hacer el corte. Y luego está la presentación audiovisual, aquí fundamental y por lo tanto especialmente cuidada. Voy a comenzar hablando de la obra musical y su circunstancia para, a continuación, ponernos en la piel de Bergman y comprobar cómo resuelve la tarea de traducirla en imágenes. Pretendo asentar los cimientos y luego adentrarnos en el edificio. Ante la imposibilidad de detenernos en cada uno de los detalles, haré de guía a través de los pasillos mientras abro puertas que muestren el comienzo de un sendero que incite a una posterior exploración individual. Una vez asentado un tema, centrado el espectador en el asunto, dispuesto a iniciar el viaje, la sugerencia es una herramienta de una eficacia indudable, entre otras cosas porque el público deja de ser alguien pasivo para tomar parte activa en el asunto. Mi objetivo es que quien asista mañana a la proyección lo haga con una mirada cómplice.

Tengo impreso el guión y ya he instalado en el portátil el material audiovisual. Me preocupaba no tenerlo a tiempo, el resto no me inquieta, al contrario, me produce un cosquilleo placentero, como cuando de niño te decían que a la tarde ibas al parque de atracciones. Dicho así parecerá que me tomo el trabajo poco en serio y es justamente al contrario, pero lo que ocurre es que este trabajo me apasiona, me siento plenamente feliz haciéndolo aunque en su realización me deje la piel. Así que ahora sólo queda esperar tranquilamente. Como ha salido un día espléndido me he podido dar un pequeño paseo (no he estudiado Raquel pero no me riñas!) y ahora voy a hacer spaguetti, que es miércoles. A lo mejor escribo algo antes de salir, que tengo varias cosas rondando en la cabeza lo que pasa es que son para escribir con nocturnidad aunque luego se lean a las 13:26. Ya veremos. Y antes o después de la conferencia quiero hacer allí mismo un par de compras, aprovechando el viaje. Si necesitas algo de allí me lo dices.


Anotación

En la pared de este post me he encontrado, algo borrosa, esta anotación:

"Lo único que sé es que no tiene padre (aunque no me acuerdo cómo lo supe)"

Mejor no la borro, por si acaso es importante.


09 mayo 2006

Educar

"Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca.
Hay que medir, pensar, equilibrar...
y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino,
un poco de pirata,
un poco de poeta,
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada."

Gabriel Celaya


08 mayo 2006

Cuadernos de rodaje (VII)

En la sesión de montaje del domingo por la tarde contamos con la inestimable colaboración de la pequeña Teresa que, puesta en pie en su minúsculo taburete y auriculares en ristre, siguió con suma atención las evoluciones del segundo movimiento de la Sonata K332 dando su aprobación. Yo tengo en alta consideración las opiniones de la pequeña Teresa; de hecho, es mi crítica musical favorita. Los niños tienen un instinto especial y ven cosas que nosotros los adultos no acertamos siquiera a vislumbrar.



07 mayo 2006

Autógrafo (II)


(Raquel)

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06 mayo 2006

Parpadeos

Mi lugar favorito de la librería es el limbo, que es como llamo a una estantería oculta al público que sirve de lugar de acogida provisional a aquellos volúmenes que ya han salido de las cajas de novedades pero que todavía están a la espera de ser distribuídos en la sección correspondiente. Varias veces por semana yo voy directo allá, hay confianza. Hoy le he dicho a Ilenka que llevaba una semana sin pasarme por el limbo y me ha contestado que no me va a dejar que pierda la costumbre, y Anabel ha venido a apartar un artilugio que sirve para mover cajas diciendo que no vaya a ser que se caiga alguien, que es la forma cariñosa y cuidadosa que tiene la buena de Anabel de decir que a ver si éste se nos cae y ya verás tú qué plan, lo que nos faltaba, porque está claro que el único "alguien" que se pasa por el limbo soy yo: todavía no me he ganado el cielo. Tampoco el infierno, al parecer.

Ha sido echar la vista hacia los lomos, los gruesos y los delgados, los altos y los bajos, inclinando levemente la cabeza para poder leer los títulos y los autores, cuando lo he visto como en un destello: un apellido y un color. A veces un apellido sumado a un color produce un cosquilleo placentero. El apellido era "Tizón", y el color es el característico de la colección "Narrativas hispánicas" de Anagrama y enseguida me ha venido a la mente, dicho entre exclamaciones, que Eloy Tizón ha escrito un nuevo libro. Ya tardaba. En una ocasión ya dejé constancia aquí de mi admiración hacia este joven creador que tantos placeres nos deparó con su primera colección de relatos, "Velocidad de los jardines" (de mayor quiero escribir un cuento que tenga un título así), y con su maravillosa novela "Labia" a la que seguiría la estimulante "La voz cantante", que dejó de sonar hace ya dos años.

Pero ha vuelto, para sorpresa mía, puesto que desconocía que tenía prevista su llegada, aunque de vez en cuando me asomaba al horizonte a ver si las olas traían noticias. Bienvenido sea. Es un nuevo volumen de relatos, trece, seguro que el número no le da mala suerte porque lo suyo, sobre todo, es el relato, y eso sí que es una suerte para nosotros. El libro se llama "Parpadeos" y se abre con el relato "Pájaro llanto" que empieza diciendo:

"Hoy, por primera vez en mi vida, he oído llorar a un pájaro".

Lo mejor de lo mucho y bueno que han dicho de Eloy Tizón lo escribió Ángel García Galiano y por eso el editor lo recoge en la contraportada. Dice García Galiano que Tizón es un "escritor de asombros y temblores, que defiende para su escritura la misma lentitud germinativa de los jardines. Narrador de la memoria, de la palabra precisa, de la literatura como don de amor, como salvación, como hábito moral con que vestir la absurda (de otro modo) realidad; de ahí su explícito empeño en escribir bien, por asumir en propia carne y sangre que la sintaxis no es sino un movimiento del alma".

Tizón ya no parpadea en el limbo.


05 mayo 2006

Informe

Esto es muy raro. Me he encontrado en el buzón una carta del hospital conteniendo mi informe clínico sin haberlo solicitado. Pero lo más curioso es que lo he abierto y una de dos: o un virus se ha colado en el ordenador del hospital (anda, sin querer me ha salido un chiste hospitalario!) o bien ha sido redactado por un digno sucesor del eminente doctor Hugo Z. Hackenbush, genial recreación de Groucho Marx en "Un día en las carreras" (y esto no es un chiste, que se lo digan a la señora a la que en la peli le duele la garganta y el doctor Hackenbush le receta una píldora de caballo del tamaño de una pelota de golf diciéndole que con dos o tres litros pasará por el gaznate sin problema).

El informe comienza con una certera observación:

Sexo: Varón.

Luego pone un número de historia clínica de siete dígitos, que es una cifra que siempre me quedo mirando un rato largo mientras me da por imaginar, no lo puedo evitar, la desgracia que le tocó al poseedor del historial, qué se yo, 1.055.827, por ejemplo; si fue varón o hembra y, sobre todo, si fue benigno. Eso sobre todo. Volviendo a mi informe tras esos momentos de divagación me he topado con un dato que me ha dolido:

Número de caso: 0

Uno tiene su amor propio, qué quieres que te diga, y esto es un golpe bajo para la autoestima de cualquiera. A punto de cumplir 25 años como enfermo y todavía no han asignado un número a mi caso. ¿Acaso la veteranía no cuenta? No lo entiendo, la verdad. Luego vienen los datos de la exploración física y empieza poniendo:

Cabeza: normal

Es un consuelo saberlo aunque me queda la duda de si irá con segundas, porque partiendo de la base de que no soy el hombre elefante, digo yo si se referirán al estado interior de la cabeza y yo no me he enterado de esa parte de la exploración, exploración cuyos resultados, para ser honesto, creo que debería cuestionar: normal, normal, mi cabeza no es.

Luego viene un párrafo largo bajo el epígrafe "LOCOMOTOR" y habla de "deformidades con acortamiento mutilante en los dedos 2º, 3º, 4º y 5º de ambas manos. Deformidades mutilantes en los dedos de ambos pies. Limitación severa de columna cervical. Disminución de la movilidad lateral de la columna lumbar". Hombre, a ver, no es precisamente un párrafo del que uno se sienta satisfecho pero al menos este da en el clavo. Lo que me ha dejado fuera de combate es que a renglón seguido añade:

No artropatía.

Lo juro.

La cosa termina haciendo alusión al elixir, aunque el informe le llama con un nombre mucho menos poético, y afirma que mi respuesta al tratamiento ha venido siendo desde el principio "espectacularmente buena" de manera que por unos instantes me he sentido como cuando en el colegio te ponían un sobresaliente, pero sin monja. También asegura que actualmente me encuentro "asintomático", así que los dolores que siento desde hace meses desde el cuello hasta la planta de los pies deben ser una errata de imprenta. Consuela saberlo también. A todo esto, el informe viene firmado por un señor al que no tengo el gusto de conocer, aunque él parece estar convencido de que yo soy su paciente. Si le hace ilusión no seré yo quien le lleve la contraria, desde luego.


04 mayo 2006

Serie

En estos mismos instantes, el reloj marca la 01:02:03 del 04/05/06.


Medios

Hoy hemos presentado en rueda de prensa el concierto de los chavales de Leioa y casi nos podíamos haber ido a tomar unas copas al bar de al lado con los chicos de la prensa: había el mismo número de personas en la mesa que de periodistas en las sillas. Eso ha motivado que una vez hechos los deberes, los unos hablando, los otros escribiendo, la reunión haya derivado hacia una exposición de reflexiones en voz alta sobre la decisiva importancia de los medios de comunicación como eslabón fundamental en la cadena de divulgación cultural.

Uno de los empresarios patrocinadores del evento, avezado en estas lides, ha dicho con toda la razón que de nada sirve emplear todos los esfuerzos habidos y por haber en traer algo por muy interesante que sea si la prensa no hace lo que, por otra parte, es su obligación: informar, transmitir, ser mediador entre la fuente de información y el receptor. Puedes traer a un premio Nobel pero necesitas, primero, que la gente se entere y luego, por supuesto, que decida libremente si tal premio Nobel le cae simpático como para hacerle una visita.

Yo me he atrevido a decir que todos hablamos de manera recurrente de la carencia de iniciativas culturales, somos especialmente críticos con eso, sobre todo por estas latitudes, así lo opina la gente en los corrillos y los periodistas desde sus respectivos medios. Y hacen bien. Pero a veces da la sensación de que la cultura es una señora a la que estamos esperando porque de un momento a otro va a entrar por la puerta, que es una forma de decir que nuestra actitud ante ella, siendo crítica, es pasiva. Y he añadido que en el contexto en el que estamos empleando el término, la cultura es un proceso complejo en el que intervienen muchos factores y muchas sensibilidades: la sensibilidad de los gestores y programadores para dar con el evento adecuado y la sensibilidad de los patrocinadores (públicos o privados) para comprender la importancia de apoyar un determinado proyecto, por ejemplo; pero también se requiere de la sensibilidad de los medios de comunicación para que asuman la importancia decisiva de su misión como portavoces. Hasta el público, destinatario fundamental del proceso, interviene en esta cadena con su respuesta.

A lo que voy es que es muy fácil denunciar la falta de iniciativas culturales desde una columna de opinión o desde unos micrófonos; y mostrar desde el púlpito mediático los brazos abiertos para acoger, bienvenidas sean, las actividades que en este campo se planteen produce un indudable efecto de cara a la audiencia que, en muchas ocasiones, no se corresponde para nada con la realidad. Por supuesto que el criterio selectivo es libre, tanto para los medios como para el público, pero creo que en todo caso son los medios los que deberían dejar al público la última palabra al respecto, siquiera por respeto. Hoy la prensa no ha estado a la altura. O quizá los niños de Basilio Astúlez o nosotros mismos no estamos a la altura de la prensa. Desde luego, eso no nos influye anímicamente porque tanto nosotros como nuestros patrocinadores como la gente que ya ha empezado a interesarse por la actividad creen en el proyecto y en él vamos a seguir trabajando, con o sin apoyo mediático. Pero lo que está claro es que algo no encaja.


03 mayo 2006

Autógrafo


(Pablo)

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02 mayo 2006

Pérdida

Hay una vieja película de George Cukor, "Dinner at eight" (1933) en la que una actriz le dice a otra que lo peor de la muerte no es que sea inevitable, sino que es definitiva. A esa misma conclusión ha llegado Juan José Millás en su excepcional reportaje "Diálogo con la muerte", última entrega de su serie "Proyecto Sombra", una aventura periodística que consiste en pasar 24 horas pegado a un personaje como si fuera su sombra (en esta ocasión una forense) y que publica regularmente el suplemento dominical de "El País".

Después de presenciar un par de autopsias, Millás viaja al mercado de la Boquería, en Barcelona y allí percibe que, en realidad, se encuentra ante otro depósito de cadáveres pero la sensación experimentada es muy distinta. Millás tiene desarrollada una aguda capacidad de observación y de análisis porque es un tipo al que las cosas le producen mucha curiosidad. Y esa misma curiosidad le lleva a preguntarle lo del mercado a un catedrático de Metafísica, Ángel Gabilondo, y entonces se encuentra con lo mejor del reportaje.

Dice el señor Gabilondo que lo que caracteriza a la muerte es la experiencia de la pérdida sin sustituto; que en la medida en que algo se puede sustituir por otra cosa (que es lo que ocurre en el mercado cuando una nueva remesa de pollos sustituye a la anterior) no hay sensación de muerte. Sin pérdida no hay experiencia de muerte. Curioso. Una psicóloga que durante años asistió a mis cursos de divulgación musical me dijo en cierta ocasión que se había especializado en duelo. Aquello me llamó muchísimo la atención. El duelo es un proceso natural de convalecencia emocional, algo así como una cuarentena del alma, que dura lo necesario para asumir dicha pérdida. Es significativo que al proceso que sigue inmediatamente al duelo se le denomine popularmente en algunos sitios como "alivio".

Millás dice que vale, de acuerdo, pero que un muerto es un muerto, sea o no reemplazable, y el catedrático le dice que lo que importa es la relación que uno tiene con él y recalca que la idea de la muerte es la pérdida de alguien sin sustituto: "la pérdida de un hijo deja una herida que no se puede sustituir con nada". Al final, Millás hace una pregunta de Millás: ¿qué es un muerto?. Y la contestación es la de alguien que bien podría habitar en el universo literario de Millás: "Un muerto es siempre algo pero no es alguien. Es algo de alguien y, en cierto modo, la memoria de alguien en algo. Un muerto es el anticipo de una desaparición pero es, aún, el anticipo de una desaparición. No es alguien desaparecido: es alguien hecho algo".

A mí lo que me ha dejado perplejo es que si la idea de la muerte es la pérdida de alguien sin sustituto, entonces podría darse el caso de encontrarte un día con una persona viva que resulte estar muerta hace tiempo para tí. A mí me ha pasado. A tí también. ¿Para quiénes estaremos muertos nosotros? La protagonista de la película de Cukor decía que lo peor de la muerte es que es definitiva pero yo, por si acaso, dejo constancia por escrito de que sigo aquí, aunque me quede la duda de que la muerte pueda ser ciega y sorda. Nadie es perfecto (el que dijo esta frase ya está muerto, por cierto).


01 mayo 2006

Migraña

Pues eso.