Radiactividad
Desde que el otro día me hicieron unas radiografías, ponerme a escribir en el blog me da una pereza espantosa.
Es que fueron 14.
Y eso tiene que acarrear unos efectos secundarios indudables. En el transcurso de la sesión de fotos aproveché para hacerle unas preguntas a la enfermera. No contestó a ninguna. Bueno, contestaba con risas. Yo no le veía la gracia, desde luego. Yo oía los disparos y el resuello nuclear del aparato (que siempre me inquieta bastante) mientras posaba de frente, de costado, de espalda, ahora las manos, ahora una mano, ahora la misma mano de canto, ahora vamos con los pies... Y entre medio y mientras no le daba la risa la enfermera decía "no respires!", y luego "respira!". Y cuando decía "no respires" yo no preguntaba nada (pero pensaba en la pregunta que le iba a hacer a continuación) y cuando decía "respira" le hacía la pregunta que acababa de pensar como, por ejemplo: "¿dice el libro de instrucciones algo acerca de una limitación en el número de exposiciones por recomendación de la Agencia de la Energía Atómica?" o "¿está contemplada la posibilidad de que salga de aquí fosforescente?". Y risa, la tía. Hubo un rato que me dio por pensar que las preguntas que se me ocurrían mientras no respiraba seguro que quedaban impresas de alguna manera en las radiografías, pero eso no se lo dije. Al terminar salí de allí sintiéndome la Central de Chernobil y entonces empezaron a pasar cosas raras.
La pereza, por ejemplo.
Ayer por la noche me senté ante el blog y me entró una pereza pegajosa, y esta mañana igual. En el desayuno le he dicho a Mari: "me da pereza el blog" y ella me ha contestado "sí, a mí también me duele hoy el dedo, debe ser el tiempo". Para despejarme un poco me he ido a pasar medio día fuera y mientras esperaba al tren en el andén le he mandado a Javi un sms haciéndome pasar por Hank Chinaski, el alter ego de Bukowski, al que estoy revisitando estos días y del que me gustaría hablar cuando el efecto de la radiactividad se pase, porque esto fijo que es de la radiactividad, lo de la pereza y lo del sms. Si no qué.
El caso es que le he mandado un sms como si fuera Chinaski y claro, lleno de procacidades y cosas así que no voy a repetir aquí por si alguien lo lee en horario infantil y porque yo, como es bien sabido, soy un chico formal. Y además en mayúsculas para darle el énfasis pertinente (o debería decir impertinente?). Luego en el tren veía pasar árboles o cosas verdes y de repente me he sobresaltado al pensar qué habría pensado Javi al recibirlo pero como me conoce bien y sabe de sobra mis desdoblamientos y demás me he imaginado que se había reído. Luego a última hora de la tarde me ha llamado y se ha vuelto a reir en abierto y en directo. He imaginado bien entonces.
(suspiro de alivio)
Pero rebobinemos un poco porque seguía en el tren y en un momento dado al girar la cabeza mis ojos se han posado en un rostro y, por primera vez en mi vida, he sentido la certeza de que yo podría compartir el resto de mi vida con una persona. Con esa persona. Inquieto en el asiento, consternado profundamente, aquéllo ha sido definitivo para teorizar el resto del viaje sobre el efecto de los rayos X en mi ser.
Ya en mi destino, me he ido de compras. He empezado con el encargo de comprarle a Sergio el disco duro portátil Lacie que necesita ahora que empieza con el proyecto fin de carrera y va de aquí para allí y viceversa.
(luego le he comprado un Bukowski a Javi)
Y finalmente me he dedicado a mí mismo. La radiactividad ha vuelto a hacer de las suyas: me he comprado en dvd "Teorema" de Pasolini. Sí, lo siento. Lo siento muchísimo, espero que volváis algún día a este blog cuando se os pase el mal trago pero es que de repente me he imaginado en plan cineclub setentero inmerso en aquellos planos largos, esos silencios eternos... y me ha entrado un morbo terrible. Vamos, es que no me lo pierdo por nada del mundo! (además, quién sabe, oye). Por si acaso, para compensar me he comprado "Los bajos fondos", de Jean Renoir y la primera temporada de "Anatomía de Grey". En esa serie también salen médicos y hacen radiografías pero además hay química orgánica en el cásting formando moléculas de lo más interesantes.
Esperando el tren de vuelta había una chica hablando por el móvil y al pasar a su lado he oído una frase al azar que, por un instante, me ha revelado el sentido profundo de la existencia.
Ya estoy en casa, radiactivo y a salvo, al fin.



Siento una debilidad especial por "Alice" (1990), de Woody Allen. Los críticos la suelen considerar una película menor dentro de la filmografía del cineasta pero no nos especifican si eso es algo positivo o negativo. Quiero decir que hay ocasiones en las que una obra es mayúscula por su condición de deliciosa miniatura. Una "Gymnopedie" de Satie es una obra menor, pero precisamente su condición mínima es la que la hace grande. En fin, da lo mismo. Hoy he vuelto a revisar "Alice" y me sigue pareciendo una preciosidad. Hay quien se sorprende de la interpretación que hago de la película pero para mí es tan obvia que entonces soy yo el que sorprende de quienes se sorprenden... Vale, dejemos de sorprendernos tanto y al grano. Yo veo en "Alice" un trasunto delicioso de "Alicia en el País de las Maravillas" narrado a través de la mirada de Woody Allen y con Nueva York al fondo. La esencia del cuento de Carroll está ahí, y sus huellas se pueden seguir sin dificultad. Para empezar, el título de la película algo dice, que para eso es el título, pero es la caracterización de Mia Farrow, con su corte de pelo, su sombrerito de lazo y su atuendo mezcla de colegiala y caperucita roja la que empieza a despejar dudas.















Lo primero que se me ocurre decir de Paul Auster es que sus novelas no se transitan: se habitan. Te instalas en ellas, te adaptas enseguida al entorno y tienes la inquietante y atractiva certeza de ser pieza fundamental en el engranaje que da sentido y pone en pie ese escenario de palabras. Lo segundo es el misterio. Adentrarse en una novela de Paul Auster siempre me produce una sensación extraña, como si ese universo suyo en el que el poder del azar y las coincidencias determinan la existencia de los seres que lo pueblan afectara igualmente al lector. No es la primera vez que me ocurre. Yo adquirí su úlima novela, "Brooklyn Follies" (Anagrama), cuando salió allá por el mes de Marzo y fue la mención fortuita del autor en un post reciente la que me recordó que su lectura me estaba esperando, todavía. Y fue ponerme a leer cuando me di cuenta de que ahora era el momento justo de hacerlo. Yo estoy ahí. En realidad, más que yo mismo, quien está es mi circunstancia actual encarnada en un personaje.
Lo mejor que me ha pasado en mi vida es, sin duda, haber conocido a Javi, mi mejor amigo, que sonríe en la foto de al lado a los postres de una cena en diciembre de 1999. La historia de nuestro encuentro bien podría haber figurado en una novela de Paul Auster donde el azar y las coincidencias entrecruzan vidas y vivencias a capricho. Yo tenía 22 años y volvía a casa desde Pamplona donde me habían sometido a una prueba en un hospital programada, en principio, para dos días antes. El autobús que separaba los 100 km del hospital de mi casa estaba lleno de gente y una chica de unos 30 años vino a sentarse a mi lado, tras descartar el otro asiento libre que quedaba. Al poco de comenzar el viaje me fijé que entre las carpetas y papeles que tenía sobre las rodillas sobresalía un cd con la imagen de Glenn Gould y ella se debió fijar que sobre las mías tenía un Tratado de Contrapunto (me había llevado deberes porque la tarea apuraba y la espera en el hospital prometía ser larga). Iniciamos una conversación.
He visto en dvd "Segundo asalto" y, oye, a la mitad le he dado a la pausa. ¿Por qué? Pues porque desde un primer momento ya sabes lo que va a pasar y cómo va a pasar, lo cual aún da mas tristeza. Es todo taaaaaaan previsible. Es previsible la trama, son convencionales a más no poder los escenarios, y es difícil encontrar unos personajes más estereotipados. Darío Grandinetti hace de malo-listo de libro. Alex González hace de chico bueno puteado por la vida que deambula por el Madrid pobre. También de libro (y enseña la contraportada). Y la madre (¡ay la madre!), Maru Valdivielso, una madre compungida con bata compungida en un cuartito de estar que nos deja compungidos. Una madre como de casting para Oliver Twist.











