30 noviembre 2006

Cobijo

(el post de hoy está en los comentarios)


29 noviembre 2006

Canon

Esta mañana me ha pillado Mari con las manos en la masa en un momento muy íntimo pero todo tiene su explicación.

Es que me he puesto a tocar los nueves cánones de las Variaciones Goldberg. Los he tocado en orden, como corresponde, ascendiendo por intervalos. Me he puesto a tocarlos porque venía de hacer unos recados y he tenido que entrar en un banco, y a veces cuando hago algún recado y sobre todo cuando entro en un banco me siento como perdido y no entiendo nada. Y tengo que hacer algo para encontrarme, no sé si me explico. Y por eso los cánones.

Si asciendes por la columna vertebral de los cánones Goldberg (canon al unísono, a la segunda, a la tercera...) la kundalini te conduce a la iluminación. Hazme caso. Tienes que prescindir de la piel de las demás variaciones y quedarte sólo con la carne. Es una prueba iniciática: te descalzas y te desprendes de la ropa en el transcurso del Aria y una vez hecho ese gesto de entrega ya puedes adentrarte en esa experiencia distribuida en nueve etapas.

Cada uno de estos cánones es una construcción perfecta que aúna la razón y el corazón por medio del tacto. No se puede pedir más si lo que uno pretende es sentirse a sí mismo latiendo en el centro de su propio universo. Es una prueba exultantemente agotadora que te deja en los dedos la vibración de un cosquilleo eléctrico. La acabo de hacer y he hecho un curioso descubrimiento: toco los cánones de memoria y, sin embargo, he comprobado que desconozco casi por completo su música. Música deshilachada. No es que haya desarrollado una memoria espacial (aquí va este dedo, aquí el salto de brazo) sino que los cánones brotan del puro contacto físico, del lenguaje del tacto que los busca mediante contacto con el teclado. Si intento pensar en la música me tropiezo y siento una sensación parecida al vértigo. Y si me abandono por completo a la sensación táctil entonces la música fluye sin obstáculos. Ya sé que es un disparate y que sería suicida tocarlos así en público pero es que hay cosas que sólo las practico en la intimidad.

He observado que a veces los dedos se arquean de manera llamativa, como si se desperezaran o se prepararan para la gozosa zambullida; otras un dedo toma el relevo del otro sobre la misma tecla sin que ello obedezca a ninguna razón mecánica, y la explicación que se me ocurre mientras asisto perplejo a esa operación, como si no fueran mis manos las que lo hacen, es que quizá ese dedo quiere participar igualmente de la caricia de la nota. Alguna vez me han preguntado la razón por la que, en ocasiones, hago un pequeño movimiento de rotación de la mano sobre el propio dedo cuando éste ya ha pulsado la tecla si ese movimiento ya no puede tener repercusión sobre el sonido pero yo les contesto que tiene repercusión sobre mí mismo, que soy el que tiene que hacer brotar el resto de los sonidos. El caso es que voy a tientas, en sentido literal, hasta que llego a la explanada del canon a la quinta.

En el canon a la quinta (ecuador de la ascensión) los contornos adquieren una nitidez asombrosa y degustas primorosamente cada uno de los gestos de la mano en correspondencia con los requerimientos de la música. En el canon a la quinta aguarda un orgasmo que se anuncia poco a poco, como en pequeños espasmos. Los dedos pulsan algunas notas separadamente para poner en relieve aquellas que permanecen fijas en otra línea melódica y resbalan morosamente por los cromatismos estableciendo así el contacto más íntimo posible con las teclas (negra-blanca, negra-blanca) hasta que al final del compás 8 la respiración se agita un poco, momentáneamente.

En la caída en el compás 16, último de la primera sección, Bach hace confluir todo el tejido polifónico en una misma nota, creando un increíble efecto de condensación que corta la respiración. Son pequeños movimientos sísmicos que anuncian lo que va a venir.

El inicio de la segunda parte depara una exhibición de roces que dejan muy sensibles ciertas regiones de la piel y del aliento y quizá por eso los compases 22 y 23 te permiten un pequeño descanso apoyándote en sendas notas tenidas. Pero es la contracción que empieza en el compás 26 la que te conduce en una agonía deliciosamente interminable al éxtasis que se concreta en ese "re" con el que comienza el compás 29. Ese "re" es el punto G de la gloria. A partir de ese orgasmo, de manera insólita, Bach hace resbalar todas las voces en sentido descendente nota por nota en un desfallecimiento líquido. Un leve movimiento de tecla negra a tecla blanca en el bajo rectifica la dirección en el compás 30 y permite que recuperes la respiración. En el compás final, la mano izquierda desfallece hacia los graves mientras la mano izquierda asciende a los cielos, dejando suspendido en el aire un insólito acorde sin tercera. El infinito cabe en un intervalo de quinta.

Concluyes de puntillas sobre los meñiques con los codos en alto y entonces oyes la voz:

-Hay que ver, eh?

Lo ha dicho Mari. Y al decirlo es cuando me he dado cuenta de que estaba sentada en mi silla del ordenador con el brazo izquierdo en alto para que no se arrugara la camisa que acababa de planchar y que venía a colgar del armario. Yo le he sonreido por lo que ha dicho y porque además es que me ha hecho gracia verla así pero es que no podía hacer de momento más: el canon a la quinta genera una tensión que es necesario distendir en el transparente canon a la sexta. Por qué te crees si no que el canon a la sexta es así. Pues por eso mismo. Que aún te queda por sentir el soplo en la nuca de un intervalo que suena en la mano izquierda en el canon a la séptima. Luego el canon a la octava es ya una fiesta de fin de curso y el de la novena es una coda enigmática que demuestra que la esencia de las cosas ocupa muy poco espacio y hace poco ruido por fuera.

La ascención se termina con la repetición del Aria. La repetición del Aria es como la etapa de adaptación al medio de los astronautas cuando acaban de aterrizar. Yo he tocado la repetición del Aria y me he dirigido a la cocina a por un chute de galletas de chocolate y un vaso de coca cola fría. Mari seguía dándole a la plancha con la mirada baja y me ha dado la impresión de que lo hacía envuelta en un silencio incómodo, como quien ha presenciado una escena embarazosa y no sabe qué decir. Mis sospechas se han confirmado cuando la he oído decir:

-Pues sí que son difíciles de planchar estas camisas, si.

A ver si me acuerdo de comprar galletas a la tarde. Quedan tres.


28 noviembre 2006

Separación

Hay obras que te atrapan, provocan una honda conmoción y, quizá, hasta te transforman. En esa tesitura privilegiada transcurre "Padre e hijo" (2003), de Aleksandr Sokurov, segunda entrega de su trilogía sobre las relaciones humanas.

La película nos introduce en una burbuja, un espacio vital reducido representado por el último piso de una casa antigua donde viven un padre y un hijo. El padre es un militar viudo prematuramente retirado a los 40 años; el hijo ha iniciado sus estudios de medicina en una academia militar de la que espera salir algún día siguiendo los pasos de su progenitor. En esa buhardilla, que emerge como un faro sobre el resto de la ciudad, ambos han construído un microcosmos propio y autosuficiente, un refugio que apenas necesita del mínimo contacto con el exterior. Y es que todo lo que precisan y lo que les sustenta es el profundo vínculo afectivo que se profesan. Este padre y este hijo se quieren mucho. Se aman. Absolutamente.

Todo en esta película está impregnado de profunda sensualidad exenta de afectación y de un intimismo conmovedor por su franqueza. El gran hallazgo de Sokurov reside precisamente en la indefinición de esta relación que, si bien está mostrada con una corporalidad que se adueña del espacio a cada fotograma, en el fondo está perfilada con trazos imprecisos: aquí no hay siquiera un beso pero los rostros se refugian en el otro cuerpo buscando el olor de la piel; también se escucha el oleaje de unas respiraciones que resultan más explícitas que muchas frases y aunque hay palabras que terminan en puntos suspensivos los silencios están poblados de miradas enciclopédicas. Al despojar esta relación de toda posible etiqueta (¿relación incestuosa, homoerótica?) Sokurov consigue extraer de ella el puro sentimiento y mostrarlo desnudo al espectador que se sumerge en una experiencia emocional impactante.

Con todo, el énfasis que pone Sokurov en sus declaraciones rechazando dobles lecturas resulta algo sospechoso: casi se diría que Sokurov lo que pretende en realidad es evitar que la puerta entreabierta de una sutil ambigüedad no se mueva más allá de lo necesario: la contención es un recurso expresivo muy poderoso. En este sentido, la primera secuencia resulta en todos los sentidos (y para todos los sentidos) paradigmática: el padre se apresta a tranquilizar al hijo que está sufriendo una pesadilla y lo coge en brazos confortándolo:







Al hacerlo, el hijo manifiesta el placer ante el consuelo recibido abandonándose a un ronroneo pausado y buscando el calor de la piel protectora que le conducirá de nuevo al sueño:







Asistimos a la escena sobrecogidos sin poder evitar la turbadora sensación de que tras ese forcejeo de músculos en tensión y la creciente agitación en la respiración de ambos que culmina con un leve grito por parte del hijo en la vorágine de la pesadilla, grito que dará paso a una progresiva relajación, se encuentra el trasunto simbólico de un orgasmo.

La de Sokurov es una invitación a la mirada contemplativa para sintonizar con un discurso que late más allá de las palabras. Para Sokurov, el plano representa al mismo tiempo el mapa físico y la geografía emocional de las cosas y por ello se vale de recursos que envuelven las imágenes con un halo onírico como la fotografía sepia a la manera de un antiguo daguerrotipo o el uso de lentes tintadas en los bordes y de objetivos anamórficos:





Al prescindir de toda hojarasca y situarnos en el centro mismo de la emoción, Sokurov se permite exhibir un virtuosismo audaz que no sólo consigue materializar en pantalla el propio sentimiento amoroso sino que incluso lo muestra fluctuando entre los platos de la balanza (padre e hijo) al auxilio de las necesidades puntuales de cada uno. Así, podemos observar en un mismo plano cómo el afecto del hijo acude al rescate del padre en un momento de debilidad (arrinconándolo contra la pared y sosteniéndolo con la mirada) para inmediatamente producirse una inversión de papeles al claudicar el hijo en el regazo del padre haciendo que éste recupere su rol protector:





Hay razones de sobra para que la debilidad y el dolor aflore en ambos. En el fondo, "Padre e hijo" es la historia del anuncio de una separación. Ambos saben que el momento está próximo. Hay una secuencia cargada de simbolismo en la que el hijo intercambia unas palabras con la chica por la que se siente atraído. Hablan a escondidas desde una ventana de la academia militar. Ella le reprocha que no se atreva a dar un paso definitivo para afianzar su relación pero él se queja amargamente: "¿por qué no puedo amaros a los dos al mismo tiempo?". El simbolismo viene dado porque la comunicación entre ellos se produce a través de una pequeña abertura, no hay un contacto directo; es la representación precisa en imágenes de la realidad de esa relación:





Pero se trata de un muro aparente (la ventana es de cristal y no está cerrada del todo) porque en el fondo es una barrera inexistente, es una creación mental del chaval que todavía no acierta a comprender que la fidelidad afectiva que siente hacia el padre no es en modo alguno excluyente de otro tipo de amor; es una barrera que poco a poco deberá derribar por sí mismo conforme descubra que la vida así lo requiere.

Hay un leit motiv a lo largo de la narración explicitado en una cita: "El amor de un padre atormenta. Con el amor de un hijo uno se deja atormentar". Y es que la mayor prueba de amor del padre hacia el hijo será, paradójicamente, muy dolorosa: asumir la necesidad de dejarlo marchar algún día.

"Padre e hijo" es un poema hondo que se desnuda de razones y definiciones para exhibir el más puro (y duro) sentir.


Terapia

-Hay dos tipos de personas: los que son capaces de abrir su corazón a los demás y los que no. Tú te cuentas entre los primeros. Puedes abrir tu corazón siempre y cuando quieras hacerlo.

-¿Y qué sucede cuando lo abres?

-Que te curas.

Haruki Murakami ("Tokio Blues")

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27 noviembre 2006

Envoltorio

Va una confidencia, que a estas alturas hay confianza: cuando voy a comprar un libro que he esperado largamente y en el que he puesto muchas esperanzas, hago que me lo envuelvan. Por supuesto disimulo diciendo que es para regalar y para darle el toque de verosimilitud definitivo añado aquello de "quíteme el precio, por favor" (luego en casa le quito la pegatina de "Felicidades" porque me hace sentirme un poco culpable). En realidad tampoco estoy faltando del todo a la verdad: lo voy a regalar, más concretamente me lo voy a regalar. Pues eso.

Va una contradicción, ya que estamos: a veces me pasa que he esperado largamente el lanzamiento de ese libro y cuando lo tengo por fin en casa, envuelto, sin pegatina (y sin el precio), demoro su apertura y lo dejo un tiempo aparcado. De vez en cuando le echo alguna mirada apetecible pero no me decido a abrirlo. Ya sé que es una cosa un poco extraña pero yo creo que lo hago porque así acreciento la emoción, o porque sé que cuando lo abra, el libro va a dejar de ser una placentera incertidumbre y eso me da mucha pena (hay incertidumbres más placenteras que las certezas placenteras).

Ahora mismo, mientras redacto el post, tengo a mi izquierda, envuelto en papel verde, la última entrega de Haruki Murakami, "Kafka en la orilla", y le tengo tantas ganas y pinta tan bien... que por el momento me resisto a abrirlo. Ya ves tú. En su lugar, para abrir boca, me he puesto a releer su "Tokio Blues (Norwegian Wood)" y al poco de entrar en...

(un momento, perdón pero es que si no se me olvida y tengo que dar un recado: Alain, "Norwegian Wood" es la canción esa de los Beatles que utilizaba Bernstein para explicar el modo mixolidio en su programa de la tele y de la que nunca me acuerdo del título. Pues ya me he acordado. Por si se me olvida la próxima vez que hablemos. Saludos)

Bien, sigo. Sí, decía que me he puesto a releer "Tokio Blues" y al poco de entrar en el capítulo 4 he vuelto a decirme que de mayor quiero escribir un diálogo como el que mantiene Watanabe con Midori en un pequeño restaurante después de la clase de Historia del Teatro II en la universidad. El restaurante está a diez minutos de la facultad y Watanabe está comiendo una tortilla de champiñones con ensalada de guisantes. La tortilla de champiñones no me gusta y los guisantes no los entiendo, nunca he podido entenderlos, siempre me ha parecido que debajo de su disfraz verde hay una nada gris. Pero da lo mismo, el chaval está comiendo a gusto y en ese momento aparece Midori tras unas gafas de sol. Es que se siente rara por lo del corte de pelo y eso. Midori comerá macarrones pero después del diálogo que a mi me gustaría escribir de mayor. Hasta entonces, lees y barruntas un no sé qué, pero es en ese momento, en el restaurante del capítulo 4, en el transcurso de ese diálogo que resbala primorosamente, cuando caes definitivamente en las redes de Murakami y la verdad es que no te importa lo más mínimo. De hecho, ya me veo que lo voy a releer entero y luego, sí, desenvolveré con emoción el paquete que está a mi izquierda y que guarda un grueso volumen que viene al parecer repleto de enigmas.

Va una petición: lo del envoltorio no lo hago muchas veces, las cosas como son, dos veces al año, tres a lo sumo. Así que por favor que nadie me delate, al menos hasta que me haga con el último de Neil Gaiman. Es que tiene todos los puntos de venir a casa envuelto.

(Gracias)


26 noviembre 2006

Despiste

26 días después, Noviembre todavía no se ha dado por aludido.


25 noviembre 2006

Nubes



La retina sonora de Claude Debussy se posaba con frecuencia en dos lienzos: el del agua y el del cielo, espacios dinámicos donde apreciar a la perfección las fluctuaciones de la luz y los cambios atmosféricos para asombro y placer del observador impresionista.

"Nubes" abre un tríptico orquestal compuesto entre 1897 y 1899 sobre una idea que se remontaba hasta 1892, cuando Debussy proyectó la composición de un concierto para violín destinado a Eugène Ysaÿe, virtuoso instrumentista. La orquestación de los tres movimientos del concierto obedecía a un plan destinado, en palabras del propio Debussy, a experimentar "con las diferentes combinaciones que pueden obtenerse a partir de un solo color, como un estudio en gris en pintura". Así, el primer movimiento estaba orquestado para cuerdas, el segundo para vientos, y el tercero para la unión de ambos. Pero el proceso creativo de Debussy también era cambiante e imprevisible y el proyecto inicial se transformó en el tríptico orquestal al que hace alusión el comienzo de este párrafo.

Los compases iniciales de "Nubes" son un brevísimo "Tratado de la Preciosidad" que se sustenta en cuatro pilares:

1. Hay un motivo inicial cuya inmediata repetición representa el aparente estatismo de las formaciones nubosas ante nuestros ojos:



2. Decimos bien: estatismo aparente, puesto que en el tercer compás se deslizan una serie de cromatismos descendentes que sugieren la progresiva deformación de la masa nubosa.

Que la representación tonal de las nubes en el lienzo de la partitura esté a cargo exclusivamente de instrumentos de viento es una muestra del detallismo debussyano que no hay que dejar pasar desapercibido.

3. Aproximadamente en el segundo 16 de la audición (el enlace para escuchar el fragmento aparece al final del post) aparece súbitamente el oboe para trazar un arabesco de sabor exótico, orientalizante. Sugiere la sorpresa que nos produce la adivinación, mediante una ilusión óptica que todos hemos experimentado alguna vez, de una forma de contornos reconocibles silueteada en vapor. La nitidez del oboe está, por tanto, justificada y aporta un instante de concreción a la vaguedad del conjunto: es el equivalente al clarificador rastro del dibujo en una estética donde los contornos escasean en favor de la masa de colores.

4. El Impresionismo busca poner de relieve la cualidad dinámica de la realidad. En el segundo 22 ocurre algo singular: por primera vez se dejan oir las cuerdas haciendo sonar un acorde prolongado y agudo. Representa la aparición de un halo de luz solar prendiendo el contorno de las nubes:



Y en otro instante de sutileza debussyana digno de mención, dicho acorde también va a experimentar un cambio tan leve como significativo: el acorde menor formado por las notas (mi)-sol-si se transforma súbita y delicadamente en Mayor (segundo 27) por lo que la luminosidad se incrementa. Quizá un rayo de luz solar haya conseguido abrirse camino entre el algodón de vapor contrayendo nuestras pupilas:



(A mí me ocurre eso cuando se alumbra este pasaje)

Click para escuchar. Mp3, 453 k.

23 noviembre 2006

Silencios

Las personas decimos más con los silencios que con las palabras. Voluntarios e involuntarios, silencios al fin y al cabo, todos proyectamos a lo largo del día infinidad de sombras de palabras y multitud de pensamientos que se ocultan tras un eclipse de gesto. Yo recopilo todos esos silencios en una cajita y luego aprovecho la madrugada, cuando nadie dice nada, para poder escucharlos. Y entonces quizá puedas terminar de perfilar un contorno difuso, o pasar un paño al vaho del cristal de una duda. En ocasiones lo silencios pueden traer una revelación inesperada o el latido de un presentimiento; otras veces son brumas de un eco lejano, o el reflejo de imágenes que se adivinan cerrando los ojos. Hay noches en las que por un instante crees poder rozar con los dedos el calor de un secreto o sentarte a la lumbre reconfortante de un placer ajeno que te estremece. A veces el corazón se te anuda en la garganta y de una manera profunda sientes, y asientes, silente.


22 noviembre 2006

Buzón

Hay un buzón abajo en el portal que me tiene intrigadísimo. Hasta tal punto que me parece que le voy a escribir una carta. Una carta es la excusa perfecta para poder estar dentro un rato y echar un vistazo. Y quién sabe si igual hasta me contestan. Creo que voy a hacer eso, sí.


21 noviembre 2006

Reverso

Laura y JulioSalgo momentánea y sigilosamente de una página (impar) de "Laura y Julio", última de las novelas de Juan José Millás, para dejar algunas notas antes de regresar a ella y transitarla con la sensación de que algo te observa tras el pliegue de un adjetivo a pesar de que en las páginas de Millás las palabras son transparentes. Millás cuenta sus novelas con tono de línea recta suspendida de no se sabe muy bien qué y con una mirada perpleja y aguda que te hace levantar un poco la ceja. A Millás le gusta fabular sobre universos paralelos, pasar al otro lado de las cosas, jugar con las simetrías y los opuestos.

Aquí salen Julio y Laura juntos pero enseguida se separan. Se lo dice ella por sms la noche de fin de año en la página 76 (año nuevo, vida nueva) de manera que cuando llega a la página 81, él tiene que salir de casa no sin antes entregarle las llaves. Julio saca las llaves de su casa del bolsillo derecho pero ella no sabe que en el izquierdo tiene las de su vecino de rellano, Manuel, que lleva unos meses en coma en una cama de hospital. Y Julio se instala silenciosamente en esa casa que es el reverso de la suya, tumbándose en una cama cuya cabecera coincide con la de esa otra cama que hasta ese instante había sido suya, como si durmiera al otro lado del espejo opaco del tabique.

Y ahí encontramos a Millás en su salsa, accionando a su antojo los botones de su juguete favorito, porque de repente Julio se encuentra mirando por una ventana ajena a la de enfrente, que era la propia, y de la que ahora le une tan sólo el cordón umbilical del tendedor comunitario para la ropa. Y mientras contempla el que había sido su espacio íntimo, aquel donde había transcurrido su existencia, se adueña de la ropa de su vecino, del gel de ducha de su vecino y hasta se mira en el espejo de su vecino, y llega un momento en que esas cosas ajenas y extrañas dejan de serlo para convertirse las cosas propias en extrañas y ajenas. Así lo comprobamos la mañana en que Laura le deja la llave bajo el felpudo para que se lleve sus cosas y Julio vuelve a entrar en la casa:

"Notó que ya era un extraño en ella. Se movía por el pasillo como un intruso y se asomaba a sus habitaciones como un merodeador (...) Una vez recogida la ropa, decidió desayunar en esa casa, pues en la de Manuel no había encontrado nada que no estuviera pasado de fecha. También aquí, los objetos domésticos, que hasta hacía poco le habían sido tan familiares, se le revelaron con un punto de extrañeza. El solo hecho de llevarse una taza a los labios implicaba una trasgresión, porque ya no eran suyas las tazas ni los vasos ni los tenedores, o lo eran, en todo caso, de su fantasma. Sugestionado por aquella idea, se bebió el café y se tomó las galletas como lo habría hecho un espectro (...) Dejó de nuevo las llaves debajo del felpudo y se despidió de sí mismo diciendo un adiós pronunciado en voz baja".
Se despidió de sí mismo diciendo un adiós pronunciado en voz baja. No me digas que no es una frase admirable. Cuando un párrafo tiene suerte de que una frase lo culmine de esa manera yo suelo dejar de leer, cierro el libro y para celebrarlo, no sé, me levanto y miro por la ventana o doy una vuelta por el pasillo. Y luego vuelvo, a ver qué más pasa.

Y lo que pasa es que en el mundo de duplicidades e intercambios de Millás las cosas pueden comportarse como si fueran organismos con metabolismo propio y las personas figuras decorativas en la mesilla del dormitorio. A veces, hasta se confunden:

"La mujer subió al piso de arriba. Durante los minutos siguientes, Julio la escuchó ir de un lado a otro. Resultaba imposible averiguar qué hacía con aquel ir y venir, pero los ruidos que producía eran los pensamientos de esa casa. Y aquella casa pensaba de manera confusa. Más que ideas, producía obsesiones. El discurso terminó con una descarga de la cisterna que sonó en el salón como si los desagües estuvieran al descubierto".
Y tampoco puede faltar esa habilidad de Millás para encontrar la singularidad en lo cotidiano. Millas convierte los cuartos de baño, los taxis y los teléfonos móviles en territorios repletos de misterios por explorar:

"En las paredes del cuarto de baño quedaban aún restos de la condensación del vapor de la ducha, recientemente utilizada. Se asomó a la bañera con las precauciones con las que se habría asomado a sí mismo y luego comprobó la humedad de las toallas recién usadas empapándose de aquella domesticidad sorprendentemente extraña, puesto que era idéntica a la de cualquiera".
"Laura y Julio" son el pretexto que nos pone Millás para jugar una vez más -pero mejor- a lo que le gusta, que es salir y entrar, pasar de un lado del espejo al otro y, a veces, observar los dos lados de las cosas desde la misma línea que los separa. En esta novela deliciosamente inquietante, los maridos acompañan a sus mujeres al ginecólogo, en la sala de espera descubren que los libros de los estantes son de mentira y se preguntan si el médico también será de mentira antes de que se les comunique que el embarazo de su señora es falso; los padres se ganan la vida construyendo casas de verdad y los hijos construyéndolas de mentira (Julio es maquetista y decorador de cine) y a los postres de la cena de fin de año ambos se ponen a jugar al Monopoly para levantar imperios urbanísticos con dinero de plástico. Y conforme se despliegan las páginas del mapa de este mundo de paralelismos, imágenes reflejadas e imposturas, descubrimos que en él tienen cabida mecanismos de una lógica caprichosa:

"No había cogido nunca en brazos a una criatura, de modo que le sorprendió lo liviana que era. Más aún, gozaba de un peso inverso, pues cuando la tuvo junto a su pecho sintió que, más que andar, flotaba por el salón y por las escaleras. Sólo tras depositarla en la cama volvió a sentir sobre su cuerpo la acción de la fuerza de la gravedad".
A Millás le escucho por la radio algunas tardes y aunque su boca tiene amnesia de las erres siempre dice cosas interesantes hasta que se pone a leer micro-relatos ante el micrófono. Y es que Millás escribe muy bien pero lee fatal. Visto lo visto, cara y cruz, anverso y reverso (doble verso), quizá eso sea lo propio.


20 noviembre 2006

Trailer



"Padre e hijo", Alexandr Sokurov (2003)
(Próximamente en este blog)


19 noviembre 2006

Aritmética

Para m, "nada" es el resultado de la suma de 362 palabras. Casi un año de palabras.
(Nada más -que por algo os queréis ir pronto a la piscina- y nada menos que eso)


18 noviembre 2006

Entrevista

EMEJOTA: Buenas noches y felicidades por los 500 posts.
emejota: hombre, pues muchas gracias, pero permítame decirle que su entrada, así, tan de sopetón, siendo usted de natural tan protocolario, no sé, me sorprende un poco.
M.J: bueno, es que 500 posts no se cumplen todos los días.
m.j: ciertamente, de hecho, para eso ha venido usted aquí después de tanto tiempo. Por cierto, ¿dónde estaba?
M.J: ¿aquí quién hace las preguntas, usted o yo?
m.j: yo, que también soy usted, no lo olvide.
M.J: ya, pero en su día convenimos que debíamos atenernos al papel. ..
m.j: no lo olvido, no lo olvido. Está bien, sólo una cosa y prometo no meterme más en su papel.
M.J: dígame.
m.j: ¿no cree que deberíamos advertir a los lectores que este post está grabado?
M.J: ¡es verdad! Este post está grabado con anterioridad para que salga al aire un día que usted esté en ¿dónde, a todo esto?.
m.j: a saber. Igual la pregunta no es dónde estaré sino cómo estaré.
M.J: Ya empezamos con fatalismos...
m.j: ¿por qué? Igual estoy tan ricamente viendo una película y, si hay suerte, hasta será buena y todo.
M.J: pero entonces cuando esto salga igual hemos pasado el post 500...
m.j: no le digo yo que no pero en el cómputo del blog figura como post número 500, mire.
M.J: Lo veo, lo veo. Oiga, el caso es que, ahora que lo pienso... ¿y qué más da si la entrevista está grabada si los lectores la van a leer cuando les de la gana?
m.j: (es que así le damos al asunto mayor empaque, no sé si me explico)
M.J: (si usted lo dice)
m.j: salga del paréntesis y dispare, venga.
M.J: es inevitable empezar por una pregunta poco original.
m.j: (me lo temía)
M.J: ¿Qué se siente al llegar al post número 500 de "La Idea del Norte"?
m.j: Una cierta incredulidad, la verdad. Parece mentira que sean 500 textos y, sin embargo, el contador no falla. Miras para atrás y ves toda esa fila de posts y... bueno, seguramente mi abuela diría: "pero cuánnnto escribes, hijo mío. Jo!" Pero le confesaré algo.
M.J: cuente, cuente.
m.j: podían haber sido más porque hay días que me siento y me digo: cuento la historia de lo del sexto piso, o anoto lo del libro que acabo de leer o qué.
M.J: ¿y por qué no todas esas cosas?.
m.j: por manía. Un post al día (excepcionalmente dos). Este blog tiene sus manías.
M.J: dígame alguna.
m.j: lo de titular cada texto con una sola palabra, pero eso es sobradamente conocido. Luego hay manías ocultas, como lo de dejar doble espacio en blanco al final de cada post, es que si no se pega demasiado con lo de abajo y me agobio.
M.J: no me había fijado en eso...
m.j: claro, por eso es una manía oculta.
M.J: curioso... ¿Y la aparición del Mac ha desempeñado algún papel en este equilibrio hecho de manías varias, permítame decirlo así?
m.j: ¡y tanto! Todavía estoy en ello. Entre usted y yo: la perfección a veces es fría. Y el blanco ni le cuento. Todo eso es el Mac. Y a veces hay frases que requieren cierto calor y entonces me tengo que pasar al PC...
M.J: ¡no!
m.j: (si) Y el tamaño de la pantalla. Digan lo que digan, el tamaño importa. Hay susurros que no se pueden escribir a 24 pulgadas, al menos de momento no me salen...
M.J: saldrán, será cuestión de acostumbrarse.
m.j: sí, esto es como tocar a Mozart en un piano Yamaha o en un piano Pleyel, por poner un ejemplo. El Pleyel tiene una densidad en la que Mozart no flota... ¡se ahoga!
M.J: ¿que balance hace de estos 500 posts?.
m.j: pues muy satisfactorio, la verdad. Me he dado cuenta de que una vez que te subes a los mandos de un blog te encuentras ante muchas bifurcaciones, es cuestión de tiempo.
M.J: explique eso.
m.j: por ejemplo, qué contar y cómo contarlo. Me interesa más lo segundo que lo primero porque es muy estimulante tomar un acontecimiento real y volverlo elástico. Sí, eso es, volver elástica la realidad.
M.J: no sé si he comprendido bien.
m.j: jugar con ella, explorarla para ampliar sus horizontes o limitarlos. Las posibilidades son infinitas.
M.J: ¿está diciendo acaso que se inventa las cosas?
m.j: no, no, al contrario, se trata de tener la posibilidad de introducir elementos que ayuden a poner en relieve esa realidad que cuento. Por ejemplo, el post de abajo...
M.J: el de la tienda de ropa.
m.j: si, ese mismo. He ahí una demostración de cómo se puede volver elástica la realidad...
M.J: vamos, que no estuvo en una tienda de ropa.
m.j: frío, frío...
M.J: umm... que no llamó la psicóloga?.
m.j: llamó, llamó, se lo aseguro.
M.J: Está bien, me rindo.
m.j: lo de la camiseta que era un error.
M.J: ¿¿qué le pasaba??
m.j: que no estaba tan mal en el fondo.
M.J: oiga, no me vacile...
m.j: no le vacilo, si la hubiera visto seguro que pensaba igual que yo.
M.J: ay, no sé qué decirle, la verdad, mejor siga contándome más bifurcaciones (pero no me maree mucho, por favor)
m.j: la gente. La presencia de la gente, lo que dice, la resonancia que puede llegar a tener en ella lo que escribes en silencio... Es fascinante.
M.J: hay quienes se ven afectados cuando usted lo está, ya lo he visto.
m.j: sí, y eso te deja perplejo porque al mismo tiempo te reconforta por el afecto que ello desprende y por otro te hace plantearte si deberías contenerte, que ya sabe que yo me preocupo enseguida. Pero si me contuviera el blog no sería auténtico...
M.J: creo que le comprendo.
m.j: es un dilema, sí, menos mal que está el otro y
M.J: a ver, a ver ¿cómo ha dicho?
m.j: ¿perdón?
M.J: ¿está diciendo acaso que hay OTRO blog?
m.j: ¿yoooo?
M.J: sí, usted; mire, voy a pedir a los compañeros de realización que cuando sea posible nos pasen la cinta en el momento en que usted lo dice y verá.
m.j: ¿es necesario? (de qué me suena esa frase, ah si, de lo de los probadores de ropa).
M.J: No empiece con maniobras disuasorias que le conozco. Escuche:

M.J: ...ue le comprendo.
m.j: es un dilema, sí, menos mal que está el otro.


M.J: ¡para la cinta!
m.j: (eso también me suena: ¿"para la cinta" no fue una frase mítica de la radio nocturna deportiva?)
M.J: ¿tiene usted un blog secreto o no?
m.j: no, hombre. Lo que me faltaba, dos blogs. Me refería a que menos mal que tengo a un amigo que en estos casos me aconseja...
M.J: umm, muy cogido por los pelos, emejota, no convence...
m.j: era simplemente una demostración práctica de cómo se puede volver elástica la realidad, ya que la primera demostración, lo reconozco, era frivolona. ¿Ve ahora a lo que me refería? Puedes suscitar cosas, ampliar los límites y todo eso sencillamente dejando caer una palabra o dos.
M.J: pero en un caso como éste estaría mintiendo.
m.j: no porque entonces habría abierto ciertamente otro blog... pero no daría la dirección. Yo no miento, en todo caso, callo o escribo entre líneas.
M.J: eso de decir entre líneas es una constante en usted. ¿Tanto dice?
m.j: si yo le contara...
M.J: cuente, cuente.
m.j: pero si ya está contado. Lea entre líneas, lea.
M.J: ¿algún comentario le ha llegado al alma?
m.j: muchos, y alguno me ha suscitado muchas preguntas: quién eres, dónde estás, qué hay a tu derecha mientras escribes, de qué color sería tu voz si eso que has escrito me lo dijeras... esas cosas.
M.J: (ajá)
m.j: ese "ajá" no le sale como a mi psicóloga.
M.J: nadie es perfecto...
m.j: ... ella tampoco. Eso la hace tan eficaz.
M.J: ¿ha llorado redactando algún post?
m.j: Jesús! esa pregunta parece de Jesús Quintero. Debería guardar un poco de silencio antes de contestar.
M.J: guarde lo que quiera pero conteste.
(:::)
m.j: si, en dos o tres ocasiones, sí.
M.J: Me quedan dos cosas: lo de los paréntesis y lo del efecto-arrastre. La gente le reconoce por los paréntesis, por el uso que hace de ellos...
m.j: ... es divertido, si. Me escriben mails entre paréntesis y todo. Me gusta eso. No sé a qué se refiere con lo del efecto-arrastre, pero si se refiere a que estoy para el arrastre tampoco hacía falta q...
M.J: no, me refiero a que si usted es consciente de que hay personas que han abierto sus blogs impulsados por el viento Norte.
m.j: (qué retórica, qué metáfora, me impresiona) Sí, soy consciente, me lo suelen comunicar por e-mail.
M.J: ¿y?
m.j: pues que allá ellos. Un blog es fácil abrirlo pero darle de comer... ay, eso es otra cosa...
M.J: me refería a cómo le cae eso a la vanidad y esas cosas.
m.j: no sea absurdo. Además, una de las cosas que me ha enseñado mi enfermedad es a mantener la vanidad a raya (o es a ralla?) Oiga, lo de las dudas ortográficas empieza a preocuparme porque yo en ortografía era un niño modélico...
M.J: ¿quiere que paremos la grabación un instante y así consulta en el diccionario?
m.j: no, déjelo, se entiende igual.
M.J: ...lo decía por las manías. No vaya a ser que no duerma hoy.
m.j: déjese de coñas.
M.J: no va a ser usted siempre el irónico.
m.j: hombre, pues por supuesto, faltaría más.
M.J: oiga, emejota.
m.j: dígame, EMEJOTA.
M.J: que felicidades.
m.j: gracias, hombre, venga ese abrazo
NARRADOR: (se abrazan conmovedoramente)
m.j: ¡narrador! ¡qué callado estaba usted!
NARRADOR: escuchaba...
m.j: ¿los narradores pueden abrazar?
NARRADOR: los narradores podemos con todo, desde ir al encuentro de Moby Dick hasta contarle el final de la temporada 3 de...
m.j: sssst, calle, calle, que me pone malo que me desvelen las cosas. Venga otro abrazo para usted. ¿Se quedan a comer? hoy es miércoles y toca spaguetti.
M.J: me tengo que quedar de todas formas porque le recuerdo que también los cocino yo pero dado que mi entrada ha sido algo apresurada, que primen las formas ahora: gracias.
m.j: las que usted tiene. Se apunta, narrador?
NARRADOR: ya me gustaría, ya, pero tengo que contarle "Diez Negritos" a una jubilada de Albacete que se acaba de sentar en una cafetería. Gajes del oficio
m.j: no le de pistas, eh?.
NARRADOR: imposible, yo jamás me salgo del guión.
M.J: el agua está a punto...
m.j: va, va. ¿Ha quitado la cinta?
M.J: ah, no me acordaba, gracias por recor

(click)


16 noviembre 2006

Compras

Los probadores de las tiendas de ropa me dan muchísima pena. Yo no sé si eso es muy normal pero, por si acaso, un día se lo pregunté a mi psicóloga y me sonrió de manera tierna y dijo: ¡Cómo eres!. Y yo le contesté que justamente para responder a eso estaba allí sentado y ella se rió aún más.

Viene a cuento porque esta mañana he entrado a una tienda a comprarme una camisa y cuando la dependienta me ha indicado la dirección del probador le he dicho si era realmente necesario y ha sido realmente necesario, qué le vamos a hacer. Y mira qué casualidad que luego he tenido que esperar a que mi hermano se probara unos pantalones y ha sonado mi móvil y era la psicóloga. Con su voz dulce me ha dado los buenos días y me ha preguntado qué tal y no me ha quedado más remedio que confesarle que con la pena de los probadores. Y con su paciencia infinita ha dicho, y qué más, y rodeado de gente que examinaba prendas le he dicho: al margen. ¿Al margen de qué? No lo sé, es sólo una sospecha. Ella ha hecho una pequeña pausa valorativa y luego un leve ajá, tan suave que la "j" casi ni lo era, mejor, y entonces me ha preguntado si hago las respiraciones. Y como yo soy muy sincero le he dicho: pues mira, no, pero de mayor no me importaria ser una que estoy escuchando estos días por los auriculares y que hace más efecto, de verdad. Y otra pausa valorativa. Y otro a(j)á. Y entonces he sido yo el que ha tomado la iniciativa y le he preguntado: ¿Y tú qué tal? Y entonces se ha reído dulcemente y ha vuelto a decir lo de "¡Cómo eres!", y yo he pensado: a saber! mientras veía las intenciones de una tía de empeñarse en una camiseta que toda ella era un error (la camiseta, no la tía). Pero los psicólogos son muy hábiles y no dejan que tomes la iniciativa y ha reconducido la conversación. Resulta que me llamaba para cambiarme el día de la consulta. Ah, pues no pasa nada, mujer, si a mí me da igual. Y en eso hemos quedado.

A veces me pregunto por qué sigo yendo a la psicóloga si las razones que me llevaron a ella felizmente ya no son razones, pero creo que aparte de que es bueno y recomendable vaciarse verbalmente, es que a mí me encanta que me entrevisten, de hecho si por algo me gustaría ser algo de provecho de mayor es para que me entrevisten. Me hace ilusión, ya ves. Si hasta me he auto-entrevistado yo en este blog! Hay pacientes a los que, al parecer, hay que sacarles las palabras. A mí no, al revés, en todo caso lo que me calla es la llegada del siguiente paciente.

Hay días que la psicóloga se sienta enfrente de mí, en posición de las seis de la tarde: ella es la aguja de los minutos y yo la de las horas, para que nos hagamos una idea. Pero según transcurra la conversación o la naturaleza del tema, a veces estamos a las seis menos diez o seis menos cuarto, minuto arriba minuto abajo. Sólo una vez se puso a las seis menos veinte. Es curioso eso. También es verdad que en alguna ocasión yo he adelantado el horario y me he acercado a las siete. Una vez me preguntó mirándome muy fijamente qué cosas me daban miedo en este momento, así lo dijo, qué cosas te dan miedo en este momento y yo le dije que, por este orden, me daba miedo:

-Morirme
-Enamorarme
-Los visitadores a domicilio de la Editorial Planeta
-La mera contemplación de un langostino
y, ah si, -Karmele Marchante.

Y por una vez el minutero se volvió un poco loco de la risa (yo me quedé fiel a la media tarde) y lo que la hizo detenerse en las seis menos veinte en punto fue el punto dos, claro, no falla. Qué pereza, tener que argumentar el punto dos otra vez. Ella: "¿Te importa si hablamos de eso?". Yo: "En absoluto, pero es que es tannnnn largo que da una pereza...". "No importa, hay tiempo". Pues nada, a largar. En realidad ella sabe de sobra que hay miedos mayores que el miedo número tres, cuatro y cinco, pero también sabe que me gusta a veces jugar un poquillo con la realidad y la ironía, por aquello de hacerla más digestiva, que las seis es la hora de la merienda.

A mí los probadores de ropa me dan una pena infinita, sufro por los folios que se desmayan hacia atrás de dolor dislocados por el puñetero clip y en mañanas como la de hoy me compro una camisa de un color que no sabría definir porque ponerle nombre a los colores me parece una cosa muy complicada. También me da por pensar a veces que soy una frase o quizá un capítulo ocasional en la vida de muchas personas y que luego siempre termino archivado en el anaquel. Y también vivo con la sensación de que mi mayor misterio soy yo mismo. Poco más.


15 noviembre 2006

Album

En recuerdo de Luis Carandell



"Las autoridades sanitarias NO advierten que trabajar así acorta la vida"


14 noviembre 2006

Llamada

Hoy se me ha hecho un poco tarde para el paseo que doy a diario pero eso no le ha afectado porque conocido es que tengo un concepto walseriano del paseo (recuérdese aquí). No había prisa. Al volver a casa he oído el timbre del teléfono justo cuando me disponía a introducir la llave por la cerradura y me he apresurado a descolgarlo porque he mirado la hora y me he dicho: mi abuela. Mi abuela llama puntualmente tres veces al día: por la mañana, después de comer y a la hora de cenar. Y si tardas cinco tonos en descolgar el auricular lo primero que oyes es:

-¡¡Ya pensaba que estábais alguno en Urgencias del Hospital, Dios mío!!

(creo que empiezo a comprender de dónde viene mi fatalismo)

No debían haber pasado los cinco tonos porque no ha dicho eso, pero por ahí andaría la cosa ya que ha preguntado lo que pregunta al borde de los cinco tonos:

-¿Estabas ocupado, hijo mío?
-No, no, es que venía de dar un paseo.
-¿Y por qué no has salido a darte un paseo con lo buena que se ha quedado la tarde?
-(?)

(A sus noveintaitantos años, mi abuela se resiste a usar un audífono porque dice que eso es para cuando sea vieja)

Cuando mi abuela llama por teléfono pregunta siempre lo mismo y por este orden, a saber: que si me duele hoy la cabeza (no sé por qué tiene que ser siempre la cabeza), que si como a gusto y que si por las noches paso frío en los pies. Yo respondo no, si y no respectivamente, aunque a veces el primer no es sí, qué le vamos a hacer. Ella unos días dice que está bien y otras que está malísima pero es que a veces dice que está malísima y muy bien en la misma conversación. Yo firmaba por llegar a su edad en esas condiciones, que sigue yendo a la peluquería todas las semanas y hace rosquillas caseras cada vez que hay algún cumpleaños.

De mi abuela quedará en mi recuerdo, entre otras muchas cosas, una expresión que utiliza a todas horas y que empieza por "pero cuánnnto...." y termina con un gracioso "jo!". Cuando vivíamos todos en casa y pasaba con nosotros los inviernos, se sentaba a ver la tele en una esquina del sofá, como para ocupar poco espacio, que es muy austera ella, y al rato nos miraba y decía:

-Pero cuánnnto os gustan las películas. Jo!

Y como a ella no le gustan nada ("en mi casa sólo veo las noticias y el tiempo") y Javier Sardá la tenía muy disgustada porque, según decía, "antes era un chico formal", se ponía a rezar las estampitas de Santa Rita. Yo creo que se aburría con Santa Rita también porque al rato se volvía a mirar a mi madre por encima de las gafas y decía:

-Pero cuánnnto fuma vuestra madre. Jo!

Y luego añadía: -¡Si al menos se gastara ese dinero en chocolatinas!, frase que nos daba mucha risa.

Cuando se iba a acostar entraba a mi cuarto sigilosamente mientras yo estaba escribiendo al ordenador y siempre me ponía la mano en la espalda y frotaba dos o tres veces antes de decir:

-¿No te quedarás frío, hijo mío?

Y se inclinaba hacia la pantalla entrecerrando los ojos y yo esperaba oir ésto:

-Pero cuánnntos adelantos. Jo! Anda, hijo, hasta mañana. Y no te acuestes tarde.

Por las noches te daba unos sustos terroríficos porque para dormir se ponía un camisón blanco, una rebequita blanca, una redecilla blanca en el pelo y hasta un gorro (blanco) y la pobre parecía el Espíritu de las Navidades Pasadas por lo menos. Y si de madrugada salía por el pasillo, sigilosa y sin darse la luz (que ya he dicho que es muy austera) y te la encontrabas al reflejo de la mortecina luz de las farolas te podía dar un infarto. Que se lo pregunten a mi hermano, que una noche que se había quedado a estudiar hasta altas horas salió a la cocina, abrió la puerta del frigorífico y se llevó a la boca un botellín de agua (la luz del frigo era la única luz de la casa). Pues todavía tenía la botella en la boca cuando cerró la puerta y allí estaba ella, al otro lado, muy quieta, de Espíritu de las Navidades Pasadas, con la mano derecha agarrándose el cierre de la rebequita y diciendo:

-Pero cuánnnta agua bebéis en esta casa. Jo!

A mi hermano por poco se le sale el agua por la nariz, y algo más también. No me extraña.

Por las mañanas, yo entraba a desayunar a la cocina y ella estaba con las oraciones de la mañana y sin levantar la vista de las estampitas decía:

-Ha habido trasnochada, eh? Que ya he visto que tenías la luz dada a las tres y media. Pero cuánnnto trabajas, hijo mío. Jo!

Y por las tardes, si me sentaba a leer mientras ella cosía muy pegada a la ventana, más pronto o más tarde dejaba las agujas para decir:

-Pero cuánnnta gente pasa por aquí. Jo!

Y más pronto o más tarde volvía dejar las agujas para añadir:

-Pero cuánnnto lees, hijo mío. Jo! ¿Y no te duele la cabeza?

(Y dale con la cabeza!)

Hoy también me ha preguntado lo de la cabeza, y lo de los pies fríos. Y después ha preguntado si ya habían encendido la calefacción en la comunidad. Y yo le he dicho:

-Sí, ayer ya la pusieron un par de horas.
-¿Y a qué esperan a ponerla entonces, que estamos ya en Noviembre y las casas están frescas?

Yo me he limitado a decir que sí, que es verdad, y ya está, para abreviar, porque aún tenía la cazadora puesta y tenía calor.

-Y haz favor de darte un paseo, que ya estudiarás luego.


13 noviembre 2006

Nana

Anjelica Huston

"Si eres aquella muchacha de Aughrim,
como creo que eres,
díme el primer recuerdo que tienes,
de lo que ocurrió entre tú y yo.
(...)
La lluvia cae sobre mis hombros,
y el rocío moja mi piel.
Mi niña yace fría entre mis brazos,
pero nadie me deja entrar."


(Audio de la película "Dublineses", John Huston, 1987)

Click para escuchar. Mp3, 1 MB.
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Enlace relacionado: "Extasis"


12 noviembre 2006

Carta

Querida Maite:

MalvasHa ocurrido algo verdaderamente curioso. Acababa de escribir un post cuando ha sonado un golpe seco acompañado de un estrépito de cristales rotos y me he asomado a la ventana: una moto y un coche se han encontrado en un cruce y, aunque como suele pasar en estos casos, el de la moto ha salido perdiendo, parece que la cosa no pintaba grave. Aún así, prontamente se han personado la policía y una ambulancia así como una nube de curiosos, jóvenes la mayoría que salían en ese momento de marcha de sábado, y algunos mayores en minoría y en retirada tras una cena tranquila con los amigos.

En ese momento, en discreta última fila, ha vuelto a aparecer el joven Malvás, y a estas alturas, si te soy sincero, apenas me asombra verlo, acostumbrado como estoy a que sea mi sombra sin saber él mismo que lo es desde el momento justo en que me lo encontré por primera vez y después de que Julio me pidiera que le echara una mano para encontrarle rostro a uno de los personajes de su guión. Un día me nombró director de casting un poco en serio y bastante de broma y la verdad es que ponerle rostro al misterio de Malvás resultaba complicado hasta que una tarde me lo encontré por la calle y me dije: "ahí estás".

Recuerdo que cuando se lo comuniqué a Julio me preguntó intrigado que quién era, y lo mismo Marta, y yo respondí que ni idea para desconcierto de ambos. Pero era verdad: ¿cómo saber quién es un desconocido que te acabas de cruzar, casualmente, por la calle? Marta dijo que si lo veía otra vez le sacara una foto para verlo porque les había despertado la curiosidad pero yo para eso es que no sirvo, qué corte: ¿cómo voy a parar a un desconocido, sacarle una foto y ya está? A ver si me va a dar un guantazo. Pues yo lo haría, dijo Marta. Pues yo no, dije yo. Para cuando el cortometraje se rodó Malvás ya vivía en 35 milímetros en la piel de un actor solvente pero para mí quedó la piel del nombre, Malvás, como envoltorio de ese desconocido que se cruzaba en mi camino a todas horas al tiempo que, sin pretenderlo y para mi asombro, comenzaban a lloverme una serie continuada de pequeños y curiosos detalles referentes a su persona.

A veces los personajes te llaman, reclaman tu atención, aunque sea en la forma de un desconocido que nunca sabrá que ya es un personaje todavía embrionario y desenfocado (como en la foto) en las anotaciones de un par de folios. Como tampoco sabe que he aprendido un juego de manos de su propia voz, por ejemplo, sin haber coincidido ambos nunca. ¿Te has parado a pensar, Maite, la serie de increíbles casualidades que tienen que sucederse para que algo así pueda ocurrir? Yo lo he pensado muchas veces y un día llegué a la conclusión de que tantas casualidades a lo mejor querían decir: hazle caso, aunque jamás se haya percatado de tu presencia.

Porque son muchos acontecimientos fortuítos, tantos que ya empiezan a perder su llamativa singularidad para entrar en la órbita de lo cotidiano, como ocurrir un accidente esta noche justamente frente a tu ventana y que entre la veintena de personas allí arremolinadas en representación de la numerosa ciudadanía que en ese momento transitaba la noche del sábado aparezca de nuevo él o como haber conocido antes de ayer, antes que él mismo, de la manera más tonta y porque el mundo es verdaderamente un pañuelo, que hay un 2,25 aguardándole en la carpeta de un profesor de Universidad (ay, Malvás, mal vas). La primera vez que te conté todo ésto como una anécdota divertida, Maite, me sorprendió escucharte: "él no sabe quién es, díselo en un libro".

Cuando hace un instante se han llevado al accidentado y la policía ha dispersado a la gente, el joven Malvás se ha perdido calle abajo camino de la noche bulliciosa de sábado. Iba solo.


11 noviembre 2006

Pausa

A veces, sin que ello obedezca a una causa determinada, me quedo sin palabras y me recluyo en mí mismo. En esos casos puedo escribir (y no siempre) pero me cuesta pronunciar más palabras que las imprescindibles, casi siempre reducidas a monosílabos. En ocasiones el ánimo se ve afectado, otras no. Reconozco cuándo va a pasar, los síntomas, ya sea el día de antes o en los instantes previos, mientras cuidas del sobrino porque no ha ido a la guardería o vuelves de comprar el periódico o, simplemente, estás viendo la televisión; los reconozco e intento, muchas veces inútilmente, buscar una causa, una emoción o un acontecimiento que los justifique antes de adentrarme, momentáneamente, en un estado de estupor. Es como si te sobrecogiera algo que ha sucedido pero que, sin embargo, en realidad no ha sucedido. Es extraño pero a veces ocurre, y de nada sirve ofrecer resistencia a ello. Viene y luego pasa. Inmerso en uno de esos paréntesis, he ido a encontrarme a mí mismo en la página de un libro esta tarde, a la mitad de una frase:

"...enmudecía y se retiraba, como si para seguir adelante tuviera que desaparecer, una hora, un día, a veces una semana..."

Será eso, simplemente.


10 noviembre 2006

Niebla

Hxy xxxxndo entr xxxxxxxxxhaxxos árboles d xxxxfxxxx . Y omo est c xxxxxxxxxxxin , sint xxue se iba xsvan ciend al fondo , y al atrav s r xxxxxxxxxxxxxxxxxxxl te r de hojas dorad xxxx el suel , xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxodavxx hum xo. Ccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccc si pccc , cccndo me decí xxxxxxxxxxxla bufanda or xxxxxxxxxarganta q e cogerás otra vez anginxs". Pero aún así, tod s ccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccc, xxxxxxxxxxxxxnces y las ramas bajxxxxxxxxxxxxx, desp xxxxxxxxxxxxxinm rs en aqu l xxxxxxxxxxxxxxxxxxue , vxxxxxxxx por qu , paradxxica xnte al tomar conciencia del paisaje en su aparente invisibilidad, de ma r xxue xxxxías mi xndo al pasar p r entre todas aqu llas s xxxxxxxxxxque otros días te contemplaban ante tu más absoluta indiferencia.


09 noviembre 2006

Calendario

"...quién cada nueve de Noviembre, como siempre sin tarjeta, la mandaba un ramito de violetas..."
(Evangelina Sobredo, Cecilia)

Mi padre escuchaba a menudo esta canción en su cuarto de dibujo y mi madre la tarareaba en la cocina. Yo hacía figuras de plastilina todo el rato. Fue Rosa María Mateo quien dijo una noche en blanco y negro que Cecilia se había muerto en un accidente de coche y al decirlo pensé en un trozo de asfalto frío y negro. Saber que detrás de Cecilia te puedes encontrar envuelto un nombre como Evangelina fue como la revelación de un secreto antiguo. Y luego descubrí que el laísmo es el suavizante de esta canción conmovedora que da vueltas y más vueltas en la lavadora de la cinta de cassette.

Al final las flores las mandaba el marido. Puñetero.


08 noviembre 2006

Revisión

Algo no encaja.

Es algo de la sangre, pero no me ha quedado claro qué porque tampoco los médicos lo tienen claro, al parecer. La gente no puede imaginar que lo más terrible de padecer una enfermedad autoinmune es la incertidumbre de no saber cuándo ni de qué manera tu propio organismo te la va a jugar. La única certeza que tienes es que va a suceder, más pronto o más tarde. La gente tampoco suele saber qué es un proceso autoinmune, pero eso es normal. Cuando les explicas que eso quiere decir que al sistema inmunológico se le han cruzado los cables y que en lugar de defenderte se dedica a atacarse a sí mismo (que eres tú mismo) porque no se reconoce se sorprenden mucho, y eso también es muy normal y comprensible.

Pues ahora algo no encaja. He entrado a la consulta esta mañana y como preludio a la revisión de otoño me he encontrado al médico mirando los análisis con el morro torcido. Lo torcía primero a un lado y luego a otro y después ha pasado la página hacia atrás y eso es casi lo más incómodo, si he de ser sincero. Sé que es una estupidez decir que ver desmayarse un folio grapado y que éste forme la curva característica me pueda inquietar, y más en un trance como el de esta mañana, pero es que me parece que la página queda como dislocada. Yo de pequeño pensaba que las cosas sufrían. (Creo que algo de eso se me ha quedado, pero que no se entere nadie, por favor)

El médico me ha dado un susto gordo pero corto, es decir, que enseguida ha matizado. Menos mal. Pero, leches, que tuerzan el morro y te digan "Ya sé que después de tantos años está harto de nosotros y de pruebas pero con estos análisis me quedaría más tranquilo solicitando una biopsia de la médula" pues es como para darte un infarto fulminante porque enseguida piensas en "eso". Pero por lo visto, no es por "eso". Ah. Es porque algo raro pasa con los glóbulos rojos o algo y quieren saber si la causa es una nueva ofensiva del proceso inmunológico o si al final va a resultar que el dichoso elixir nos va a salir rana.

Ya que estamos con sinceridades debo confesar que lo de que el elixir pueda deparar alguna sorpresa, y no precisamente grata, es algo que ronda en mi cabeza hace tiempo pero hasta hoy no había tenido oportunidad de dialogarlo de manera tan directa. Hablar con claridad es bueno. Sobre todo porque descubres que lo que te ronda en la cabeza también ronda en otras cabezas más cualificadas y tomas conciencia de las cosas. Le he dicho al médico que más que a la enfermedad, mi principal temor es que estemos manipulando algo que pueda resultar una bomba de efecto retardado. Traducción: que si puede que un día nos encontremos con "eso" de verdad. A mi me hubiera gustado oir un no, qué va hombre, qué cosas dice usted, pero ha respondido que nadie puede descartarlo. La nueva generación de fármacos de biotecnología, que manipulan secuencias de ADN y actúan directamente sobre el sistema inmunológico modificando su comportamiento son, eso, nuevos, con todo lo que ello implica. Y lo que ello implica es que sus resultados están siendo en muchos casos espectaculares (doy fé) pero que no hay documentación sobre lo que pueda pasar en el futuro, sobre la manera que ese sistema inmunológico desquiciado responderá a la ofensiva. En resumidas cuentas: uno es un conejillo de indias.

Pero lo más curioso de todo es que mientras el médico rellenaba unos impresos de solicitud de pruebas no he podido evitar decir, si bien es cierto que en un tono discreto, que estoy muy vivo. Así lo he dicho, espontáneamente, sin pensarlo apenas, como si quisiera reivindicar algo. Y me he sentido un poco ridículo no por decirlo, sino porque me he sentido, cómo expresarlo, ¿orgulloso?. Ay, qué extraño es todo: dices que estás muy vivo y casi se te saltan las lágrimas. Peor: lo escribes de madrugada en un blog y casi que también.

Pero yo estoy bien. (Sí, vale, tengo goteras en las paredes pero ya son como de la familia). Y sobre todo me siento vivo. Especialmente vivo. Hace unos meses no pero es que ahora sí, como nunca. De verdad. Y hago hasta cosas para sentir que me siento vivo: ayer tenía que comprar un simple cable y lo podía haber comprado a 80 metros de casa pero se me metió entre ceja y ceja hacer 160 km en tren, ida y vuelta, para comprarlo. ¿Y por qué? Pues por el color de la tarde, la nitidez de la atmósfera, el transcurso del río y los árboles desnudos; por el placer de gastar el tiempo, así, sin más, y ver pasar las cosas desde la ventanilla sintiendo el vaivén del tren; por escuchar a Ivy cantarme al oído "Worry about you" una y otra vez mientras te hipnotiza, sin saber por qué esa canción y qué mas da; por pararte ante un paso de cebra de una ciudad que no es la tuya y que tus ojos se posen en una mirada anónima que te hace vibrar por unos segundos y ya nunca más; por sentir la presencia del ángel en las manos que hay detrás de una caja registradora, por vagar y divagar, con y sin rumbo, y volver, y ver salir la luna llena enorme y naranja sobre los raíles, y cerrar los ojos, y pensar en alfabetos de una letra, y susurrar, y pensar el misterio de las miradas húmedas y la voz de las hadas ("si se pudieran grabar los olores..."), y las conjugaciones: yo, tú, vosotros, y nosotros quizá. Y dejarte llevar, sencillamente, y decírtelo así a tí mismo: sencillamente. Y respirar.

Cuando no encajan las cosas, a veces llueve y se ha hecho de noche pero voy a esperar el paso de los mercancías por el andén de la estación con su veloz bramido de acero y entonces grito muy fuerte.

La vida late en la garganta.


07 noviembre 2006

Equilibrio

¿Cómo hacer para lucir una idea musical de la que te sientes especialmente satisfecho? Pues colocarla allí donde nadie la espera.

Apuntaba el otro día en un post (ver post del 18 de Octubre) aspectos de la forma musical y de la complicidad que establece con nosotros, los oyentes. Un oyente del siglo XVIII que se adentraba en una forma Sonata lo hacía sabiendo que el compositor iba a poner en juego dos ideas musicales contrastantes entre sí. Hacer aparecer por sorpresa una tercera provocaría necesariamente una llamada de atención que dificilmente podría pasar desapercibida. Algo así debió pensar Mozart al componer el primer tiempo de su Concierto para Piano Nº 23. Habíamos quedado que Mozart, tras los dos temas de rigor y su correspondiente diálogo, introduce excepcionalmente un tercer tema para dar a conocer una de sus melodías más inspiradas, y acordábamos que de esa manera consigue acentuarla, ponerla en relieve, proyectando un foco de luz sobre ese feliz hallazgo.

El acontecimiento ocurre justamente cuando piano y orquesta se dirigen raudos hacia la meta satisfechos por la tarea realizada. Entonces se produce un corte en seco y tras unos segundos de silencio e incertidumbre brota del piano un brevísimo poema:

Click para escuchar. Mp3, 436 k.

Han sido apenas seis compases de música pero en la audición comprobamos que la orquesta no se ha quedado indiferente y decide participar del descubrimiento: son los clarinetes quienes relevan al piano y entonan el nuevo tema antes de retomar el discurso musical donde lo había dejado la inesperada interrupción. Por aquel entonces, Mozart ya había sucumbido al encanto del sonido del clarinete, uno de los impactos estéticos más importantes de su vida; de hecho, el 23 está cercano en el tiempo a las grandes obras para clarinete de Mozart, el Quinteto y el Concierto.

Pero cerremos plano, centremos la imagen y pongamos sobre la mesa esta preciosidad:


Click para escuchar. Mp3, 180 k.

Es tal su fragilidad que lo primero en lo que repara nuestra atención es que nunca ocurre nada importante en la primera parte de cada compás, que es donde se encuentra el acento fuerte: o bien la nota melódica que debería percutirse ahí está desplazada a la derecha mediante la prolongación de la anterior o la que suena no cumple una función destacable.

Pero hay una cosa que destaca sobremanera sobre cualquier otra consideración antes de iniciar el análisis del tema: acostumbrados a que Mozart nos muestre los temas sin costuras, perfectamente acabados, aquí le pillamos in fraganti, procediendo y decidiendo sobre la marcha. Veamos, si no, ese comienzo a cuatro voces a la manera de un coral tradicional que de pronto pasa a transformarse en un sencillo contrapunto a dos voces. Para el tercer compás Mozart ya ha decidido prescindir de las notas intermedias y, sorprendentemente, ni siquiera se ha preocupado de rellenar los huecos con los pertinentes silencios. De hecho, me da que si los silencios reaparecen en los dos compases siguientes no es tanto por cumplir las normas elementales de la ortografía musical como advertencia al intérprete de que la última nota escrita no debe prolongarse más allá de lo estrictamente necesario.

Mozart ha empezado a escribir un tema con vocación armónica pero enseguida se ha dado cuenta de que lo que procedía era otra cosa: que el roce de los retardos a dos voces suplía con creces la solidez de los acordes de cuatro notas y que hay ocasiones en las que para levantar el vuelo hay que tirar lastre por la borda. En definitiva: Mozart opera una vez más por destilación pero en esta ocasión le vemos hacerlo, digámoslo así, "en vivo", ante nuestros ojos. "La perfección se consigue no cuando no hay nada que sumar, sino cuando no hay nada que restar". Lo dijo Exupéry. Mozart ya lo sabía bien.

¿Vamos a mirar dentro alguna vez o no? Sí, sí, ahora mismo.

Parte de la "culpa" de que la audición de este tema nos depare tanto placer la tiene el ingenioso sistema de pesos y contrapesos que lo equilibran de manera precisa y preciosa. Echemos un vistazo al breve motivo que va a protagonizar la totalidad de la melodía aportándole dinamismo (en el ejemplo marcado en rojo). Su primera aparición, en la mano derecha del piano, proporciona un impulso ascendente que, inmediatamente, se va a ver compensado por un impulso descendente de la mano izquierda en el siguiente compás. Tablas.



Seguimos. Y seguimos igual: ese salto acusado que ocurre a continuación en la mano derecha va a obtener correspondencia en la izquierda, si bien la izquierda lo hace con un impulso menor. Es otro sistema de compensación: no es que la mano izquierda sea perezosa, sólo intenta recordarle a su vecina que ojo con salirse de la pista:



Pero atención que tenemos un problema: la vecina no escucha, quizá porque está demasiado lejos. No contenta con ese salto pronunciado de octava, sigue su escalada sumando un intervalo de cuarta y aunque una vez alcanzada la cumbre parece advertirse una intención por su parte de volver al carril hay que intervenir. Mozart introduce por primera y única vez, como medida de urgencia, dos motivos consecutivos en lugar de uno para tirar hacia abajo como sea y reequilibrar el conjunto:



En realidad, la eficacia en el procedimiento no reside tanto en la duplicidad del motivo como en el hecho de que el primero en aparecer nos sorprenda en una parte rítmica nueva: todos los motivos han sonado, hasta ahora, en la misma fracción métrica (segunda parte de los compases).

¿Queda algo? Sí. El sentido de la proporción mozartiana es extremadamente escrupuloso. Tras un descenso tan acusado conviene (toda vez que la vecina de arriba se ha formalizado) un cambio de dirección aunque sea porque nos estamos acercando al final y hemos cogido velocidad en la bajada y un salto ascendente, en música, siempre es un excelente freno. De paso, un salto de octava aquí (también señalado en rojo) equipara el que hizo la mano derecha en su momento: de nuevo la consigna es proporción y equilibrio entre las partes. Tablas otra vez:



Y finalmente, no hay que pasar por alto la bellísima rúbrica: el trino. Hay ornamentaciones que adquieren un protagonismo y un sentido expresivo sorprendente. Esta es una de ellas. Tras las incidencias previas, el trino surge como elemento conciliador del conjunto, con sabor a alivio, eficaz en su tarea de disipar la energía acumulada, feliz broche a un tema genial.

Anotábamos en el anterior post que quizá todo ésto presupone que el oyente está formalmente formado. No es necesario, por supuesto, porque alguien que no sepa de qué va la historia escuchará súbitamente algo hermoso; pero también es cierto que alguien que sepa que en la película/Sonata son dos los protagonistas y vea aparecer sin llamar a la puerta a un tercero, escuchará algo hermoso pero entonces a su emoción se le unirá la conmoción ante lo inesperado. Y la vivencia resultante será más intensa y gratificante.


06 noviembre 2006

Canción

"Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj;
que decidan por ellos,
que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós"

Joan Manuel Serrat, "Esos locos bajitos"


05 noviembre 2006

Pacto

Si hay algo que me da grima son los políticos. Todos. Fíjate si me dan que en el medio millar de textos que contiene este blog nunca he hablado de ellos (bueno, he hablado del Concejal pero eso es grima aparte) y ahora que se me ha ocurrido hacer una pequeña anotación al respecto me estoy empezando a arrepentir. ¿Qué hago entonces? ¿Borro o sigo? Es que tengo una duda, es más que nada por eso: resulta que el otro día hubo elecciones en Cataluña y ganó uno y perdieron tres. Bueno, más o menos, que ya digo que a mí el tema como que me da cosa. El caso es que acaban de anunciar que el que ganó no va a gobernar y que los tres que perdieron sí porque han sumado los puntos. Y digo yo si eso es muy normal. ¿Para qué sirven entonces las elecciones? Porque si los políticos son los representantes del pueblo y el pueblo designa una cosa y luego los políticos hacen al revés de lo que se les ha dicho ya me dirás.

No entiendo nada, parece surrealista pero es verídico: lo acaba de anunciar el tal Josep Lluis Carod-Rovira, que tiene un sospechoso parecido a mi médico de cabecera, uno que cuando vas parece que le pesan los párpados toneladas y te dice con una desgana atroz "peroamossssaveratiquetepasa". Carod-Rovira, que no habla con desgana y parece que los párpados no le pesan, acaba de decir que lo del pacto de los tres que no habían ganado pero que van a ganar se va a materializar cuanto antes "para tranquilizar a la sociedad catalana". Si yo fuera la sociedad catalana estaría bastante mosca para empezar, la verdad, y nada tranquilo porque, para más inri, el partido ganador (es decir, el designado para gobernar por el electorado) es de una tendencia contraria a la de los que al final van a gobernar por haber juntado los cupones que tenían en los bolsillos. Suena a tomadura de pelo.

Y mira, pensándolo bien y ya puestos, en realidad esas elecciones habría que repetirlas porque si ha pasado lo que ha pasado es que ninguno de los aspirantes mereció la plena confianza de quien en teoría manda, que es la gente. Y tampoco me extraña que la gente no confíe, visto lo visto; lo que sí me deja algo perplejo es que los políticos no escuchen el mensaje que se les está haciendo llegar o no quieran escucharlo, que al final seguro que es eso: el poder asorda y ciega. Qué repugnante. ¿Ves? Para qué me habré metido, si además ahora fijo que salgo escaldado en los comentarios, que a qué coño me meto, que si tal y que si cual. Con lo de la política pasa como con la religión: abres la boca y se te comen. La última vez que hablé del Papa salí con un mordisco pero no fui al médico de cabecera. Total...


04 noviembre 2006

Nocturno



F. Chopin: Nocturno Op. 27, Nº2.
Lang Lang, piano.
Concierto de debut en el Carnegie Hall de Nueva York.
7 de Noviembre de 2003.

A Lang Lang, la noche de su debut, le acompañó el ángel. En algunos instantes, como en la recreación sonora del espacio íntimo y secreto del poeta que es este Nocturno (murmullo y arrullo silente y sedante), absolutamente. Después no podemos saber quién perdió a quién o si están de vacaciones una temporada. Pero seamos optimistas.


03 noviembre 2006

Línea

Sí, tienes razón en tu carta: "en el horizonte no se puede escribir aunque la línea sea perfecta", ni siquiera podemos anotar que esa misma frase es, de por sí, un perfecto verso. La distancia más corta entre un verso y un beso es un espacio en blanco en donde hay barcos que viajan en botellas y permanecen navegando siempre, sí. También hay alfabetos hechos de una sola letra. De eso trata todo. Tienes razón.


02 noviembre 2006

Mac

AppleMe he cambiado a Mac. La incorporación por parte de Apple de los procesadores Intel Core Duo en sus equipos y la existencia de aplicaciones como Parallel ha sido definitivo para tomar una decisión que llevaba meditando desde hace tiempo y que pone a fin a tantos años de relación con PC´s. Lo de Parallel es increíble. Es pulsar una tecla y la pantalla, como si fuera el lado de un cubo, rota sobre sí misma y al instante te sitúa en un entorno Windows XP con todas sus características. Parallel es más que un emulador de Pc en Mac: Parallel convierte un Mac en Pc. ¿Y para qué quieres tener un Pc en Mac? Pues en primer lugar para hacer la transición más llevadera, que tantos años dejan huella; y en segundo lugar por la conservación y actualización del trabajo llevado a cabo por las viejas aplicaciones, que es mucho.

Luego está la potencia de estos cacharros. En un pedazo de pantalla panorámica de 24 pulgadas puedes tener abierto y trabajando Photoshop en Windows, reproduciendo un dvd en el OS X Tiger de Mac y aún tener abierta una cam que te da una resolución y un tamaño como para ponerte a presentar el telediario. Y ni una queja, oye. Eh, que lo he visto yo. Y la asombrosa facilidad, rapidez y limpieza con la que gestiona y despacha Mac los asuntos.

Estos días voy y vengo de un equipo a otro. No me ves pero a veces estoy aquí y otras allí, todas las horas. A ver si termino pronto. Es un trabajo costoso, porque no se trata tan sólo de una migración de (muchos) datos y la reinstalación de (muchas) aplicaciones sino de adaptación a un entorno nuevo. En el proceso pasan cosas: a veces el dedo se te va al botón derecho del ratón (que aquí no existe) y sabes desde un principio, porque así lo habías oído en los foros del cuore informático, que entre Safari y Blogger, ay, no termina de haber química, la pareja atraviesa sus crisis aunque se dice que están en ello, dándose un tiempo, pero mientras tanto acaba de llegar Firefox 2.0 y estupendamente.

En esas cosas estoy. Me pregunto cómo es posible que Tiger te lo ponga tan fácil (ni te enteras de la configuración a Internet, y la instalación de los programas es arrastrar un dibujito y ya) y sin embargo la exportación de material de Windows a Mac (mails de Outlook Express mismamente) resulte tan farragosa. Pero merece la pena en todos los sentidos: es hacerte un poco con los mandos del nuevo entorno por aquello de familiarizarte, volver a ponerte ante el Pc y preguntarte qué hacías tanto tiempo con eso. Yo hasta hace una semana pensaba que no sería para tanto. Pero sí. De verdad.

Voy y vengo. Pero estoy.


01 noviembre 2006

Misterio

Ayer fue el cumpleaños de mi madre y resolví un misterio que me tenía intrigado hace tiempo. Resulta que sus hijos le hacemos llegar una docena de rosas rojas todos los años pero en el florero del salón aparecen once. Todos los años. Y este no ha sido una excepción: le estaba dando dos besos por la mañana y de refilón reparé en el ramo y mientras ella atendía una llamada de felicitación me apresuré a contar: once. Por un momento llegué a pensar que el de la floristería era supersticioso con el número doce o que tenía problemas para llevar las cuentas pero fue colgar el teléfono y decirme lo que había hecho por la mañana hasta ese momento cuando lo entendí todo. Cuando el de la floristería le entrega todos los años el ramo de rosas rojas a primera hora de la mañana con la tarjetita identificativa, mi madre las pone en agua en un jarrón, el jarrón lo coloca en el lugar más visible de la casa y luego coge una y se va al cementerio a dejarla en la tumba de mi padre. No me lo dijo ella pero no hizo falta. "He estado en el cementerio al punto de la mañana", dijo con tono despreocupado porque por estas fechas lo normal es ir al cementerio. Y entonces até cabos. Y me pareció un gesto conmovedor, para qué negarlo, pero creo que sobre todo por su connotación íntima, secreta y discreta. A mí es que ese desfile de auténticos mamotretos florales que lleva la gente con indisimulada ostentación mientras mira a los de la tumba de al lado siempre me ha parecido algo obsceno. Pues mi madre lleva una rosa roja, al punto de la mañana, es lo primero que hace todos los años cuando recibe la docena de rosas rojas que sus hijos le regalan por su cumpleaños. No sé lo que pensará cuando lo haga, los recuerdos que pasarán por su cabeza, si la depositará en un gesto rápido o si lo hará con un cuidado y un mimo seguramente cargado de intenciones. Pero en el florero del salón ayer había once rosas rojas y un misterio resuelto.