Alquimia
Con cuentagotas, Deutsche Grammophon va volcando en dvd los fondos de su extraordinario archivo audiovisual. Ahora le ha tocado el turno a una histórica grabación del Requiem de Mozart dirigida por Karl Böhm al frente de la Sinfónica de Viena y con un elenco de solistas excepcional: Gundula Janowitz, Christa Ludwig, Peter Schreier y Walter Berry. Ahí es nada. La filmación data de 1971 y tuvo lugar, sin público, en la soberbia Iglesia de los Piaristas de Viena.Lo de Mozart y Böhm es muy difícil de explicar porque ya no se trata de una cuestión de química. Es una cuestión de alquimia. Lo que está claro es que cuando este director austriaco dirige a Mozart con sus maneras reposadas sucede "algo" especial. Y siempre algo bueno.
El requiem de Mozart es un ejemplo clarísimo que demuestra que cuando se quiere hablar de música se tiende a hacer literatura, pero no se habla de música. Eso no quiere decir que el conocimiento de la historia o circunstancias que rodean una composición no sean importantes, por supuesto, pero lo son siempre que nos lleven hacia la música, y no de manera que la música sea la banda sonora de un sucedido o anécdota por muy interesante que resulte: en el caso del Requiem de Mozart, la archiconocida y trágica historia del genio agonizante que expira en el compás octavo del "Lacrimosa" y etc, etc, que, si bien pone el telón de fondo, no nos explica en realidad el milagro de la composición.
Pero el colmo de este Requiem es que ha quedado contaminado por la historiografía romántica, que tantos y tan lamentables desastres ha ocasionado con su enfermiza inclinación al drama heavy sobre la veracidad histórica. Ahora parece ser, y se está en ello, que si Mozart no terminó su Requiem fue, digámoslo sencilla y llanamente, porque no le dio la gana, porque entre medias compuso varios de sus últimos prodigios. Así que, si nos fijamos bien y de confirmarse ésto, la cosa cambiaría radicalmente: pasaría de ser el inacabado canto fúnebre de un agonizante a convertirse en un gesto de rebeldía ante la muerte. Ahí es nada: la diferencia entre considerar lo inacabado como derrota o como victoria. Pero, ves? Al final yo también estoy haciendo literatura así que voy a lo musical.
Me interesa más, por ejemplo, señalar el destacado papel que el clarinete tiene en esta obra -el descubrimiento del timbre del clarinete fue uno de los últimos impactos estéticos de Mozart- que no ha sido, en mi opinión, objeto de la atención que merece. De ser cierta la connotación simbólica que el compositor parece otorgar a este instrumento desde el momento en que lo incorpora a sus últimas obras, "iluminaría" en todos los sentidos el drama del Requiem. ¿Ya estamos otra vez con la literatura? Pues sí, pero ya nos está conduciendo a la música: escucha la obra y "mira" al clarinete.
En cualquier caso, lo esencial en esta obra, la historia más apasionante y lo verdaderamente importante es algo que, de obvio, no se ve: que este Requiem es una composición puramente contrapuntística salida de la mano de un maestro del contrapunto. ¿Y qué tiene eso de especial? Pues que estamos en 1791 y que estamos hablando de Mozart.
Es cierto que los esfuerzos de su padre Leopoldo por dar a su hijo una formación completa le hicieron tomar contacto temprano con el contrapunto; primero con el padre Martini, luego con el Bach de Londres, que le proporcionaron una base sólida. Pero atención, porque la diferencia aquí es que Mozart no incorpora las técnicas y artificios del contrapunto a su requiem, sino que toma al contrapunto como fundamento expresivo sobre el que erigir su obra. Eso es lo que, en realidad, lo vincula a la larga tradición de los verdaderos maestros-poetas del contrapunto, desde Bach hasta Josquin.
Pero esta consideración no sirve de nada si el director que monta el Requiem de Mozart no se entera. Afortunadamente, no es el caso de Böhm, faltaría más. Gracias a él descubrimos, al fin, que el Introito es una fuga, y no sólo eso, sino que también descubrimos que en la acostumbrada sucesión de entradas de los temas reside aquí el drama verdadero. Vamos, que el medio se ha convertido en sustancia viva con la que modelar la obra de arte. No es de extrañar, por tanto, que el coro de Böhm dicte la polifonía con exquisita claridad (y eso a pesar de ser un coro impulsivo, enfático, fuerte es la palabra que lo define mejor) Y es de agradecer el acierto del director de la filmación (hombre sensible e inteligente) de fundir en transparencia el rostro de Böhm con el de sus cantantes, de manera que asistimos absortos a la materialización de la emoción mediante la comunicación entre los ojos y el índice del director y las voces de sus cantantes.
Es tal la importancia del uso y función del contrapunto en esta obra, que incluso suya es la responsabilidad de la enorme eficacia expresiva de los raros momentos en los que desaparece de la partitura. Tal es su influencia: actuar hasta en la ausencia. Así ocurre en el pasaje del bellísimo "Recordare", cuando Mozart recurre a la homofonía de las voces para subrayar precisamente el momento decisivo del texto: "que tanto dolor no sea en vano".
(que no lo sea)
Yo sigo en mi empeño de seguir el rastro del duende allá donde se manifieste. La señal llega ahora del Festival de Cine de San Sebastián, donde le han dado la Concha de Plata al Mejor Actor a Juan José Ballesta por su papel en "7 vírgenes". Al parecer, en la decisión del jurado tuvo mucho que ver la obstinada insistencia de su presidenta, Anjelica Huston, que en este blog está en éxtasis permanente en lo alto de una
Que los hermanos Grimm siguen viviendo del cuento lo puedo comprobar cada domingo cuando tengo que contarle 72 veces "Caperucita roja" a mi sobrina Isabel. "Abuelita, abuelita, pero qué ojos tan grandes tienes" "Son para verrrte mejooooor". Y mi sobrina se tapa los ojos con las dos manitas.
Recuerdo que hace unos años, bajo la constelación de estrellas eléctricas del firmamento navideño, la noticia de la muerte de Carl Sagan salió del informativo nocturno y nos sorprendió con el mazapán en la boca. Si nacemos del polvo de las estrellas yo no sé por qué tenemos que apagarnos tan pronto.


Hace unos meses, estaba buscando unos dvds en la FNAC cuando una voz femenina al otro lado de la estantería dijo: "Mira, el actor de Truffaut". Me asomé discretamente para poner rostro a la voz y vi a una señora mayor señalando una carátula a su pareja con cierto entusiasmo. Se refería a Jean-Pierre Léaud, claro, a quién si no, y a mí me hizo hasta ilusión porque me parece una frase preciosa para dirigirse a quien fue en la pantalla el alter ego de Truffaut y porque su personaje de Antoine Doinel es una de mis debilidades. Me he acordado hoy, de repente, y yo creo que es porque llueve. Cuando llueve puede que me acuerde de Antoine Doinel.
El otro acierto destacable es que Bram maneja muy bien los hilos que mantienen vivo el interés del lector. Ocurre que el anciano Whale, en su condición de mito viviente, manifiesta hastío por tener que contar una y otra vez las mismas batallitas a su auditorio de mitómanos deslumbrados y ese aburrimiento bien podría ser compartido por el lector, que de sobra es conocedor de tales historias, mil veces referidas. Pero ahí está Bram para introducir estratégicamente un hábil elemento de distracción: cuando al principio de la novela Whale recibe resignado la visita de un joven estudiante de cine, mitómano entusiasta, que solicita una entrevista para conocer los entresijos del Hollywood dorado, el anciano cineasta sorprende (a todos, al visitante y al lector) proponiendo un juego: es justo que él también se divierta un poco así que le contará todo lo que quiera saber a condición de que por cada respuesta se quite una prenda de vestir. A Whale le brillan los ojos y la asistenta que le cuida aprieta los morros con desaprobación. El lector no es ajeno a la sorpresa: se le está invitando a participar en un juego privado que Bram no desaprovecha porque no se trata de una astracanada morbosa, ni de una travesura de viejo verde sino el disfraz tras el que se oculta la poderosa llama del deseo que arde intacta en ese cuerpo anciano y enfermo y que va a determinar los últimos momentos de su existencia.
