30 noviembre 2005

Armonía

Los asiduos a este blog conocen que ando metido en el ensayo de un Ravel para piano a 4 manos. La fecha: el 29 de diciembre. Al principio Ravel no nos lo puso fácil para poder acceder al bosque encantado, cuánta maleza, qué posiciones más incómodas, pero una vez allí dentro cada día estoy descubriendo cosas muy interesantes como, por ejemplo, la experiencia de compartir teclado con otras dos manos, un alma y un corazón distintos. Llega un momento en que te das cuenta, con sorpresa, que la telepatía existe, porque de alguna manera intuyes lo que va a venir de él y das por hecho, al mismo tiempo, que él está adivinando la intensidad de la pulsación que te espera a la vuelta de la página.

Recorrer de esta manera el castillo de la bella durmiente, subir la larga escalinata y adentrarte en los pasillos donde la vida se ha suspendido en un instante perpétuo se convierte, de esta manera, en una aventura deliciosa. Y por la misma razón, internarte en el bosque misterioso, o acompañar al séquito que al sonido de los crótalos conduce a la Emperatriz de las Pagodas a tomar su baño entre nenúfares.

Y luego está el asunto de la proximidad física, del roce ocasional de las manos portando otra temperatura, de la respiración ajena acompasada con la propia. Y el silencio. Esta mañana terminábamos de tocar las cinco piezas que componen "Ma mère l´Oye" y se ha hecho un silencio largo y confortable. Yo no sé que ha pensado la otra parte de mí que está en el otro en ese instante, pero yo me he dicho a mí mismo: qué suerte.


Visita

Han llamado a la puerta y me he encontrado a mi sobrino Carlos, hecho un hombrecito, plantado ante mí de pie por primera vez y mirándome desde muy abajo, sonriente. Ante mi sorpresa por la visita ha respondido con un expresivo "ata" y se ha soltado de la mano de su madre y luego del marco de la puerta que mantenían estable su precario equilibrio iniciando así una breve y tambaleante excursión que le ha llevado a estrellarse contra mi regazo. Yo lo he acogido entre mis brazos, le he aupado, y mientras sentía el calor de su carita en la mía y acariciaba su espalda diminuta me he escuchado a mí mismo decir ay, ay, ay.

(Siempre me ha impresionado mucho que el corazón elija lamentos para manifestar el puro gozo).


Envoltorio

A José M. Sánchez-Verdú, compositor, profesor de composición de la Robert-Schumann-Hochschule de Düsseldorf, Berlín, República Federal de Alemania, le han publicado una Carta al Director en "El País". Antes de entrar en consideraciones sobre su interesante escrito, confesaré que su tarjeta de visita me ha impresionado: lo de ser profesor de composición de la Robert-Schumann-Hochschule de Düsseldorf, Berlín, República Federal de Alemania acojona (con perdón), eso debe imprimir carácter, no sé, al menos te valdrá para que te hagan un descuento en Audenis.

Se queja el señor Sánchez-Verdú de cierto artículo de Félix de Azúa en el que atacaba "a nombres de la cultura como Schönberg". No sé qué estaría yo mirando en el periódico ese día porque ese artículo me lo perdí pero parece ser que Azúa dijo eso y algunas cosas más. En el fondo yo no sé de qué se asusta el señor Sánchez-Verdú porque, como él mismo dice a continuación, salvo unos pocos ejemplos (Lorca, Gerardo Diego y pocos más) en España los intelectuales han dado la espalda tradicionalmente a la música cuando no se han jactado de su aversión a la misma (Francisco Umbral mismamente). Hubo un tiempo en que yo recolectaba en una carpeta las perlas que los intelectuales dejaban caer sobre música con resultado catastrófico porque, la verdad, hablar de las "maravillosas e intrincadas polifonías gregorianas" que al parecer escuchó cierto día una de nuestras más talentosas escritoras, es algo digno de una atención especial.

De todas formas, la cosa viene de atrás. Se cuenta que, en cierta ocasión, don Miguel de Unamuno se enfadó mucho cuando oyó ensayar a un célebre concertista de guitarra horas antes de su actuación. "¿Se puede saber qué hace usted, hombre de Dios?" le recriminó don Miguel, y el concertista le respondió que practicaba unos Estudios, lo que motivó que don Miguel sentenciara tajantemente: "Pues a estudiar a casa".

Anécdotas al margen, hay una verdad como un piano en la carta de José M. Sánchez-Verdú. Y es que, tras la exposicíón de las razones de su indignación viene el desarrollo del material temático y es allí cuando denuncia que le damos más importancia a la cáscara que al contenido: construímos auditorios faraónicos que empiezan a proliferar como setas pero nos olvidamos de un "pequeño" detalle: formar adecuadamente a los músicos que habrán de llevar a la gente a esos templos musicales y formar a ese público, creando una conciencia de la verdadera importancia de la música en nuestras vidas. Denunciar que la formación musical es un desastre ya aburre, pero es que es verdad. Y lo que indigna es que nunca ha habido más medios y posibilidades para acceder a la enseñanza musical pero no hacemos nada con eso si las materias y los planes de estudio son tan espantosos. Debussy ya escribió en su tiempo acerca del error de los conservatorios así que eso tampoco es nuevo.

Yo conozco profesores de música con puesto fijo y sueldo de ejecutivo que no escuchan jamás un disco, pianistas que hablan del "Claro de Luna" de Chopin y que hacen estudiar los vapores de Debussy a golpe de metrónomo mientras creen que Maurizio Pollini es el entrenador de algún equipo de fútbol de la liga italiana. No te rías, es cierto. No hace mucho recibí la llamada de uno de ellos solicitándome que le diera clases particulares y yo pregunte que de qué tenía que darle clase y entonces me dijo: "quiero que me des clases para dar mis clases". Echar una mano ocasional a un amigo no sería la primera vez, y gustoso. Pero verte obligado por las circunstancias a tener que decirle a un "profesional", por cuatro perras a la hora y con carácter clandestino, lo que tiene que decir a sus alumnos para que luego pueda percibir a fin de mes lo que yo no veo ni siquiera en un trimestre es bastante lamentable. Y eso me pasa por no tener una tarjeta de visita tan acojonante como la del señor José M. Sánchez-Verdú, compositor, profesor de Composición de la Robert-Schumann-Hochschule de Düsseldorf, Berlín, República Federal de Alemania. Ya me lo dijo una vez mi peluquero, poco antes de jubilarse: "Por cierto, ¿que estudiaste tú, emejota?" Yo dije que música y él se echó a reir como si le hubiera contado un chiste y yo me miré en el espejo con cara de imbécil. Cuando acabó de reir me dijo: "Venga, hombre, en serio, ¿qué has estudiado de provecho?".

Al parecer, nada.


29 noviembre 2005

Valencia, 316

En el número 316 de la calle Valencia, de Barcelona, se encuentra Audenis. Durante 15 años, cada visita vespertina al doctor Rotés iba precedida por otra, matinal, a esa tienda. Me pasaba horas buscando libros y partituras. Bajaba las escaleras hacia la biblioteca y la señora (¿señorita?) Eulalia, mujer de edad indefinida e indefinible, te miraba por encima de las gafas con gesto serio viéndote pasar hacia las estanterias. Yo me hice mayor transitando esas estanterías. Mis 15 años como cliente asiduo no merecieron una sola peseta de descuento o un detalle tonto, qué se yo, una goma de borrar con la cara de Bach, por ejemplo, o una postal mostrando las tripas de un piano de cola, a pesar de que, tacita a tacita, como decía el anuncio aquel, me fui haciendo, entre otras muchas cosas, con las 19.000 páginas de las obras completas de Mozart, recogidas en 20 soberanos tomos, o la integral de la obra para órgano de Bach, que Bärenreiter distinguía de la obra para teclado (que fue lo primero que cayó, junto con la coral), o la práctica totalidad de la obra sinfónica y camerística de Beethoven, Brahms, Schumann y Mahler, entre otros, sin olvidar todos los lieder de Schubert y el Ravel y el Debussy de la (carísima) Edición Durand.

No estoy haciendo un reproche (si me vieras, estoy escribiendo con una sonrisa tonta, como quien recuerda algo con nostalgia amable) pero guardo una factura de 12003 pesetas (las 3 pesetas son un pico que sobresale del precio del trío para violín, cello y piano de Ravel, que le enseñé al doctor Rotés en su ático de la calle Balmes como prueba de mis alivios) y recuerdo el incómodo instante en que buscaba por el bolsillo las 3 pesetas ante la impasible espera de la señora (¿señorita?) Eulalia diciendo: "tranquilo, no hay prisa".

Era muy curioso: a veces entregabas la Visa para que la fundieran y mientras esperabas que la maquinita escupiera el ticket correspondiente te entretenías con las chucherías que había en el mostrador, porque en el mostrados pasaba lo que en los supermercados cuando haces cola ante la caja registradora: que te tientan con caramelos, chocolatinas, esas cosas. Aquí había lápices con el cuerpo tatuado con un manuscrito de Mozart, cuadernitos minúsculos de papel pautado y reglas con las teclas de un piano dibujado. Si te encaprichabas, las 12 pesetas del lápiz iban aparte, por supuesto.

También recuerdo con cierto estupor que cuando hacía una compra voluminosa dejaba todo pagado para que me lo enviaran a casa por correo y a los pocos días llegaba un paquete primorosamente embalado. Pues bien: durante 15 años tuve que repetir, a cada visita, todos mis datos personales (15 años escuchando "¿el apellido con 'g' o con 'j'?" de la señora (¿señorita?) Eulalia) y mi dirección sin que a nadie se le ocurriera la práctica idea de abrir una ficha, un registro, qué sé yo.

Hoy, en el transcurso de una clase, he abierto el cuaderno de las suites para cello solo de Bach y ha caido al suelo la etiquetita que Audenis pone en la esquina inferior derecha de las primeras páginas de las partituras. Al agacharme a cogerla me he dado cuenta de que estaba amarillenta, como si fuera un trasunto de la caída de una hoja de otoño de un árbol, y que el adhesivo seco había dejado su huella en el papel. Dirás que es una tontería pero de repente me he sentido raro, como muy mayor, como si cobrara conciencia de repente de que ha pasado mucho tiempo.

Recuerdo con cariño aquellas horas interminables husmeando las estanterías de Audenis, en la calle Valencia, 316, de Barcelona, el lugar donde encontrabas hallazgos emocionantes (el "The Bach reader" de Wolff, la "Orquestación" de Piston, las "Canciones de taberna" de Purcell o el "Contrapunto creativo" que la histórica editorial Labor puso en circulación antes de sucumbir), y te surtías de aquéllo que te iba a acompañar de por vida. Tengo que volver algún día.


28 noviembre 2005

Señal

Marcaremos este día con una piedra blanca.


Gesto



Se necesita tocar a Haydn como lo acaba de hacer Lang Lang para que una cámara pueda atrapar este gesto, que es el de quien acaba de alcanzar la perfección. La inmortalidad debe ser algo parecido a esa gota de tiempo perpetuamente reiterada. Es un éxtasis, una sacudida, un deslumbramiento. Algo de esa sensación queda proyectada a los demás, generosamente, por medio de esa mano izquierda abierta en cuyas yemas todavía brilla la luz del milagro y algo te quedas para tí, en esa mano derecha cerrada que retiene un secreto profundo.

Lang Lang, creemos en tí.


26 noviembre 2005

Voz

Esta mañana he ido a comprar el pan (vale, y un donut de chocolate) y hablando con la dependienta del tiempo (para variar) se ha acercado un conocido de vista del barrio llevando en la mano una bolsa de plástico con chucherías para niños y con el tono de quien descubre la identidad secreta de Clark Kent ha dicho todo excitado: ¡¿tu eres emejota?! Fíjate que pongo los signos de interrogación y admiración juntos porque se me hace difícil reproducir la entonación exacta de lo dicho, a medio camino entre la pregunta, la sorpresa y la afirmación tajante. Con el donut en la mano (uno se siente un poco ridículo con un donut en la mano, no me digas que no) le he dicho que sí, sin interrogaciones y sin admiraciones, de hecho, lo he dicho casi hasta sin voz. Luego le he dicho que cómo lo sabía y la respuesta me ha dejado perplejo: "por la voz". Parece ser que me ha oído hablar con la dependienta y al oir alguna expresión mía ha atado de pronto cabos: que si músico, que si las iniciales emejota, que si "lo tuyo" (la gente se suele referir a mi enfermedad como "lo tuyo", sutil eufemismo). Y la voz. Y que alguien le había pasado la dirección del blog y que qué gracia lo de no sé qué (creo que ésto se me empieza a ir de las manos: voy a tener que poner cuidado en lo que digo a partir de ahora)

El asunto no me habría llamado tanto la atención si no fuera porque de vuelta a casa he recordado que a los pocos días de abrir este blog recibí un correo electrónico de un antiguo alumno mío que, desde muy lejos, me decía lo siguiente (transcribo porque lo he buscado):

"Ha sido un placer volver a escucharte de nuevo, sí, digo bien, escucharte".

En definitiva: que hay quien al leerme me escucha y hay quien al escucharme reconoce mi letra. Si yo fuera Juan José Millás le sacaría partido al asunto en forma de columna ingeniosa pero es que yo no tengo gracia para estas cosas y, además, me he vuelto a quedar dormido diez minutos después de comer y cuando me ocurre eso me despierto con un poco de mala leche. Luego se pasa.


25 noviembre 2005

Retardo



El gran hallazgo de la polifonía occidental es la figura del retardo. Es un artificio contrapuntístico que se produce cuando una nota se prolonga más de lo debido invadiendo adrede el acorde siguiente, desplazando de un codazo a la nota que debía sonar en su lugar. En el momento de la "invasión", señalada en el ejemplo con una crucecita en rojo, se produce un momento de inesperada tensión que necesita de pronta resolución. La razón se debe a que la nota invasora no concuerda con el acorde invadido: disuena con él. Y nuestro oído reclama que las aguas vuelvan a su cauce, buscando la confortable consonancia.

El retardo es un hallazgo porque supone el primer intento plenamente satisfactorio de utilización de la disonancia como elemento expresivo: demuestra a las claras la paradoja de que en la turbia disonancia reside, precisamente, la belleza del instante. Hay retardos y retardos, claro. Soy de la opinión de que la grandeza de un contrapuntista se mide, en buena parte, por su buen ojo a la hora de cazarlos y colocarlos en el papel pautado. Un buen retardo te clava su aguijoncito ardiente en el pecho. Eso hacen las cosas bellas.

También sostengo la hipótesis de que el origen de dicha figura podría estar en la reverberación natural de las naves de las iglesias y catedrales donde sonaban las primitivas polifonías. Me explico: quizá hubo un momento en que un acorde pleno y sonoro dejara un residuo en el aire que, por un instante, interfiriera involuntariamente en el acorde siguiente, y si la combinación sonora fue la adecuada puede que dicho efecto acústico no pasara desapercibido al oído sensible de algún maestro contrapuntista. Es una hipótesis, como digo, pero me gusta pensar que pudo ser así.

Hace un par de años fui invitado a pronunciar la conferencia de clausura de unas jornadas que conmemoraban el centenario de Miguel Servet. Como el asunto iba del homenajeado y su tiempo, me pidieron hablar sobre la música de la época. En estos casos se trata de conferencias-chollo, para qué nos vamos a engañar: das una visión muy general y amable del asunto y a correr, que a esas alturas de las jornadas los asistentes están hasta el gorro de sesudas ponencias. Pero yo tengo una especial habilidad por complicarme la vida, y para la ocasión no se me ocurrió otra cosa que soltar mi teoría sobre el origen del retardo. Para más bemoles, el público asistente (en su mayoría médicos, dada la condición de Servet) no era un público especializado y para hablar del origen del retardo hay que hablar sobre qué es un retardo y para eso hay que... Pero yo, erre que erre, me puse a ello.

Tras arduos esfuerzos, buscados los ejemplos adecuados, inventada una grafía rudimentaria que supliera la notación musical pero que, a su vez, fuera capaz de representar eficazmente el mecanismo del retardo en cuestión para los no iniciados, me puse a hablar ante la pantalla y frente al videoproyector. Para mi sorpresa, me encontré con un auditorio que seguía mis explicaciones con los ojos abiertos como platos enmedio de un silencio absoluto. Extrañado en un primer momento por la fascinación que el retardo ejercía entre mi auditorio, pronto perdí todo temor al naufragio del asunto y me entregué a mi labor con entusiasmo.

Pero fue en el mismo instante en que el aire se poblaba de un encadenamiento de retardos de Tomás Luis de Victoria, en uno de los ejemplos de audio que llevaba preparados, cuando caí en la cuenta, de golpe, de la cruda realidad: el auditorio, compuesto mayoritariamente por médicos como ya he dicho, no examinaba con fascinación las evoluciones del retardo sino que me examinaba a mí (!) no perdiendo detalle de la deformidad de mis dedos, o de la rigidez de mi cuello. Por un momento no supe si echarme a reir o llevarme las manos a la cabeza. Opté por tomármelo con sentido del humor, aunque confieso que me sentí como un bicho raro observado por los visitantes del zoo.

Cuando la conferencia terminó se produjo una escena propia de película de Berlanga; una hilera de médicos pasó ante mí, como quien te da las condolencias, y a cada apretón de manos en lugar de darme la enhorabuena me preguntaban cosas raras como: ¿espondilitis anquilosante? ¿artropatía reumatoide? ¿tratado con ciclosporina? ¿metotrexato? Al fin, en último lugar, alguien me dijo que la hipótesis acerca de que el origen del retardo pudiera estar en un efecto acústico natural le había parecido muy interesante. Sorprendido, fui yo entonces quien hizo la pregunta: ¿reumatólogo? Y él me contestó: arquitecto. Me pidió mi número de teléfono para quedar un día a tomar algo y charlar más detenidamente sobre el asunto y yo se lo dí encantado.

Aún estoy esperando.


24 noviembre 2005

Variación

A Julio Mazarico

"Cuando despertó, los dinosaurios todavía estaban allí."


23 noviembre 2005

Frío

A mí el frío me revive, qué quieres que te diga. Se desploman los termómetros y yo me vengo arriba. Hoy sopla viento fuerte del Norte y la atmósfera está tan limpia que los contornos de las cosas se ven perfectamente definidos en el horizonte. Ayer, como quien dice, estaba por los suelos y esta mañana ensayábamos el Ravel a cuatro manos en plena forma y con la cabeza despejada. Por la ventana se veía el suelo del jardín cubierto de hojas doradas que hemos incorporado al bosque encantado que transitamos entre teclas blancas y negras y en el horizonte, la cumbre del Moncayo se nos mostraba rebosante de nieve, como si estuviéramos en Enero.

Ayer a la caída de la tarde me di un paseo por las afueras, bien abrigado pero sintiendo el frío en la cara, que es lo que me gusta. ¿Vas a pasear con este tiempo?, me dijeron en el portal las vecinas que llegaban encogidas, no sé si por el frío o por mi decisión. Pues si, a pasear. El cielo del atardecer no tiene desperdicio y en la vertical del monte puede verse un punto luminoso muy brillante: es Júpiter. Lo sé porque me dio por coger el móvil y llamar a mi amigo Javier, que de estas cosas sabe mucho, y le pregunté qué era eso que se veía encima del Moncayo y él me lo dijo: es Júpiter. Y yo me quedé como embelesado hasta el punto que le oí por el teléfono preguntarme si seguía allí y entonces yo reaccioné y le dije que sí, pero es que era Júpiter y él me dijo que ya lo sabía.

De paso también llamé a Gloria, que era su cumpleaños. No me puedo olvidar de eso porque los cumple el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. A mí nunca nadie me ha felicitado ese día (a lo mejor es que no se felicita o es que saben que a mí estas cosas que lleven el Santo delante me ponen malo) pero yo sí que felicito a Gloria, que ella sí que es una santa de las buenas. Resulta que estaba con Gloria hija a su lado y Gloria hija es una debilidad que tengo yo, y si lo digo aquí es porque ella dice que me lee pero yo sé que no. Gloria madre me dice que soy un puñetero porque soy muy misterioso y le fastidia no saber cuál es el misterio (a mí también me fastidia no saber cuál puede ser ese misterio que se supone que tengo, que conste) y Gloria hija vino un día a que le diera clases particulares de piano y se me abrió el cielo cuando me enteré que trabajaba en la UCI del hospital; imagínate, el colmo de un hipocondriaco: tener una alumna que trabaja en la UCI de un hospital. Tiene su morbo porque le puedes preguntar sobre las enfermedades raras que han salido en el último capítulo de "Urgencias" o sobre tus propias sintomatologías.

La última vez que nos vimos fue en un concierto que tenía que presentar yo. Estaba esperando a una amiga (ella, Gloria hija) y yo salía con la americana puesta cuando la ví. Me pregunto que a dónde iba (¿a dónde o adónde?) y yo le dije que a por una chocolatina y un botellín de agua. Pues te acompaño. Pues muy bien. En los escasos metros que nos separaban de un bar cutre, pero cutre-cutre, le conté un par de síntomas extraños observados recientemente y ella me dijo como en tono de letanía: "es normal, es benigno". Lo dijo dos o tres veces y luego se reía a pesar de que yo puse la rúbrica al comentario: "de momento". Y es que Gloria me conoce muy bien. A las personas las conocemos por capas, como si fueran una cebolla. Quiero decir que a veces penetramos en dos capas, o en tres, o nos quedamos en la piel. Por ejemplo: mucha gente piensa que yo soy un hipocondriaco; mucha menos gente sabe que tras la fachada de hipocondriaco se esconde un tipo irónico. Pero creo que sólo Gloria hija sabe que tras la fachada de hipocondríaco se esconde un tipo irónico tras el que se esconde un hipocondríaco asustado, aunque ella ya me lo dijo un día muy seria: tú no eres hipocondríaco, emejota, eres fatalista, te lo digo yo.

Bueno, pues seré fatalista, no me voy a poner ahora a discutir, pero de todos modos yo no sé por qué hemos tenido que llegar a parar aquí si de lo que se trataba era de felicitar a Gloria madre y lo de Gloria madre ha venido por la visión de Júpiter sobre la vertical del Moncayo nevado y a su vez eso ha venido porque ayer decidí darme un paseo al atardecer justo cuando las vecinas venían medio entumecidas a buscar refugio en la calefacción de la comunidad de vecinos y me miraban medio asustadas por mi decisión. Pero es que a mí el frío me levanta en el aire, me carga las pilas, me pone, qué le vamos a hacer y eso es de lo que venía a tratar este post, que para eso se titula como se titula. Se me olvidaba decir que el frío también me suelta la lengua. Pero no creo que se note demasiado. Digo yo.


Nota

Hoy me ha llamado un amigo para hacerme una consulta sobre algo que, se supone, dije en unas jornadas sobre Bach allá por el 2000 acerca de una Cantata en particular. Le he dicho que por la noche buscaría entre la documentación que utilicé porque tenía un recuerdo demasiado vago como para poder facilitarle una información precisa. Por aquel entonces yo tenía la costumbre de tomar notas en cuadernos pequeños, de espiral y cuadrícula (restos de alguna reminiscencia escolar, supongo) y he aquí que revisando el cuaderno donde tomé notas para tales jornadas me he encontrado con una cosa inesperada. En una página en blanco, casi al final, ha aparecido ésto:


Es la letra de Peter Pan. Es un trocito correspondiente a su poema favorito, aquel del pirata honrado y una bruja buena y demás. El caso es que no recuerdo haberlo visto antes. Quizá lo dejó sin que me diera cuenta una de esas noches en las que presentía una sombra pasando muy deprisa al otro lado de la ventana mientras yo trabaja concentrado ante la pantalla del ordenador. Me he quedado mirándolo sorprendido. Mucho rato. Voy a tener que mirar el resto de cuadernos.

(Sigue soñando, Peter)


22 noviembre 2005

Luces

Esta noche los operarios municipales han colocado las luces de Navidad. Hubo un tiempo en que yo vivía ese momento como un acontecimiento emocionante. En el silencio de la noche, oías el discreto rumor del motor de una camioneta detenida y de unas voces sigilosas muy cerca de tu ventana. Yo me deslizaba de la cama al balcón y, oculto entre las cortinas, aprovechando el resquicio abierto entre ellas, les veía aferrar al balcón el extremo de una guirnalda de bombillas apagadas. En aquella operación había un momento mágico: el instante en que los operarios probaban la instalación y la calle oscura y silenciosa se iluminaba, momentáneamente, de destellos amarillos y rojos en forma de estrellas y campanas. Luego bajaban la escalera mecánica y la furgoneta se desplazaba unos metros más allá para proseguir su trabajo en otros balcones. A la mañana siguiente, la calle amanecía prendida de bombillas que la atravesaban de acera a acera preludiando la Navidad.

A mí esta mañana me ha dado una tristeza horrorosa la indiferencia con la que las he contemplado.


21 noviembre 2005

Afectos

Para Magda, música y palabras.

El Barroco es profundamente dramático y expresivo; tanto, que a veces la palabra se le queda corta para lo que pretende decir y la música también y por eso inventa la ópera, que es una cosa mucho más compleja que una señora obesa soltando gorgoritos porque sí. La clave está en que la música subraye, afectivamente, el texto al que acompaña.

En el villancico de misserere "Al clamor", de José de Torres (ca.1670-1738) encontramos un ejemplo extraordinario de ésto. El principio de su estribillo dice lo siguiente:

"Al clamor,
al suspiro,
al triste lamento,
vuelve, Señor, tu rostro"


Y la música contribuye cuidadosamente a materializar la emoción, el "afecto" que porta cada verso. Si trazamos el mapa afectivo, en palabras, de lo que la música opera en cada verso obtenemos el siguiente resultado:

"Al claMOR" (acento fuerte en la última sílaba y corte brusco; el clamor es un grito)

"al sus, piiiiro" (aquí el suspiro está representado, en primer lugar, por la coma que parte la palabra, como si la voz se nos quebrara por la emoción, y seguídamente por la prolongación de la vocal "i", que viene a ser la exhalación de ese suspiro. Un detalle que no puede pasar desapercibido: mientras la coma quiebra la palabra "suspiro", un solitario tenor deja oir un leve "ay", por si quedara duda de que se está suspirando desde el alma). Así que, dado que estamos trazando el mapa afectivo del asunto, vamos a rectificar este segundo verso para que nos quede así:

"al sus, (ay) piiiiro"

Así está mejor. Seguimos:

"y al triste lameeeento" (la clave está en la prolongación de la vocal "e", quejumbrosa, doliente)

Y para el último verso una solución original:

"vuelve, Señor, tu rostro". ¿Cómo subrayar en música este verso? Muy sencillo: haciendo repetir, una y otra vez, la palabra "vuelve"; es decir, "volviendo" una y otra vez sobre ella. El efecto que se consigue es muy curioso.

Sólo nos queda escuchar el fragmento en cuestión. El resto no tiene desperdicio, pero lo dejamos en suspenso. Así, no nos acusan de piratas, que no está el horno para bollos, sino que, muy al contrario, bien podemos decir que estamos haciendo una cuña publicitaria (gratuíta y bien merecida), un "sampler promocional", que dirían los modernos, del trabajo excelente del grupo "Al Ayre Español", dirigido por Eduardo López Banzo y que ha grabado ésta y otras delicias en su colección dedicada al Barroco Español que edita Harmonia Mundi.



Vuelta

Este blog nació con la finalidad de registrar lo acaecido en este Norte imaginario donde se proyecta la vida real. A veces ocurren cosas buenas y otras veces ocurren cosas menos buenas. La semana ha empezado con un poco de todo. Lo malo se puede resumir rápidamente: léase el post "Dolor" y añádase "otra vez" y "más". Por esa razón hasta hace un rato he tenido puesto el cartel de "no estoy para nada ni para nadie". Pero eso era hasta hace un rato. Ahora ya estoy en el mundo de nuevo.

Lo bueno ha sido que me dicen que se está apuntando gente con vistas a que se repita el ciclo Gould, lo que me ha sorprendido muy agradablemente. A mí no me importaría reecontrarme con él de nuevo, aunque no puedo evitar pasar por alto el presentimiento de que algo me he debido dejar en aquellas latitudes que pueda ser la causa de que esté pasando esta crisis. A ver si finalmente se repite el curso y, al menos, puedo recuperar lo que sea. Seamos positivos.


20 noviembre 2005

Rastro



Observemos lo que ocurre en este pentagrama. Muestra una misma escala de notas que, progresivamente, se va haciendo más larga. En el primer compás ocupa dos tiempos; en el segundo, tres; después necesita cuatro y hasta cinco al final. Es el rastro de migas de pan que Pulgarcito deja a su paso conforme se adentra en el bosque encantado de Ravel.

Mientras va desprendiéndose de los trocitos que más tarde le señalarán el camino de vuelta a casa, Pulgarcito tararea una larga melodía para ahuyentar los temores que le inspira ese lugar tan extraño sin saber que allá arriba, hay alguien que lo observa en silencio: son los pájaros, dispuestos a dejarse caer sobre el apetitoso rastro interminable. Que no se extrañe nadie entonces si la melodía anterior vuelve a sonar, íntegra, esta vez en el registro agudo. Es la manera que tiene el cuentacuentos de mostrarnos a los pajarillos dando cuenta del festín que, en forma de sendero, ha dejado el infeliz de Pulgarcito momentos antes. Que no se extrañe nadie, tampoco, si de pronto empiezan a faltar notas y los espacios vacíos empiezan a ocupar en el papel pautado los lugares que antes estaban ocupados. Cuando llegue la hora de regresar, Pulgarcito volverá a situarse al principio del pentagrama que encabeza este post, pero se quedará con las ganas. Mala suerte.

A mí, que Pulgarcito se quede para siempre perdido en el bosque me da pena pero, si tengo que ser sincero, me preocupa más buscar la manera de contar ese cuento con cuatro manos, en lugar de con palabras. Ayer, en el ensayo de "Ma Mère l´Oye" nos dimos cuenta de lo difícil que nos lo pone Ravel. Qué puñetero. Andamos sobre el teclado siguiendo el rastro de migas y las manos del uno tropiezan o molestan a las del otro. Yo le digo a Javier, mi pareja en esta aventura pianística, que eso pasa porque Ravel nos hace ir muy juntitos para que no pasemos miedo en ese lugar tan extraño y él me dice, resignado, que tendremos que irnos acostumbrando. Hemos quedado para el miércoles pero yo llevo un buen rato de domingo dejando caer migas para ir practicando.


19 noviembre 2005

Dolor

Esta mañana me ha despertado el dolor. Con el cuerpo completamente rígido, tumbado boca arriba, he recordado por un instante que ya había olvidado lo que se sentía en momentos así, tan distantes en el pasado, diarios entonces, cuando comprobabas que no despertabas de una pesadilla sino que era el sueño el que te despertaba a una de verdad y se desentendía de tí. Como sentía una opresión fuerte en la caja torácica he intentado iniciar un pequeño movimiento que me permitiera girar pero ese diminuto esfuerzo ha supuesto que lo que parecían miles de cristales o alfileres se clavaran en el pecho y en el costado, cortándome la respiración, con lo que he vuelto a quedar boca arriba, con la mirada puesta en el techo, respirando despacio, para evitar más pinchazos.

Desentumecer milimétricamente el cuerpo de cara a preparar el esfuerzo de incorporarte y sentarte en la cama, paso previo a levantarte para acudir a la cocina y buscar el analgésico e inflamatorio correspondiente es una empresa que, en trances así, te parece titánica. Ya ves, considerar una heroicidad imposible algo tan sencillo como incorporarte de la cama, un sencillo movimiento cotidiano tan insignificante que ni le prestamos atención.

Sobra decir lo que ocurre cuando con los ojos cerrados y los dientes apretados decides que ya, que tienes que hacerlo. Luego te quedas unos minutos sentado, esperando a recuperar el aliento, sintiendo que el terremoto que te ha sacudido por dentro se calme. Las fuerzas entonces las tienes que concentrar y proyectar en el siguiente paso: ponerte en pie, valorando que tendrás que afrontar entonces las réplicas del movimiento sísmico, y aún después tendrás ante tí la larga senda hasta la cocina. El reloj marcaba las 7 y 10 y la niebla calaba la acera. Será eso, he pensado en uno de esos engaños que te haces en momentos así, en los que buscamos cualquier agente externo como responsable de lo que te pasa, en lugar de pensar: "a ver si es que está despertando la cosa.".

Lo siguiente es meterte en el cuerpo algo, un par de galletas, cualquier cosa que haga fondo de estómago, a pesar de que vas a tomar el omeprazol para protegerlo. No vaya a ser que por ponerle un parche a un destrozo hagamos un agujero en el estómago. Meterte un par de galletas en momentos así, aunque sean las de chocolate de toda la vida, esas que tanto te gustan, es un suplicio. Ahora viene el proceso inverso: vuelve sobre tus pasos, lentamente, sin girar un milímetro el cuerpo ni a un lado ni a otro; deja caer el cuerpo con cuidado cuando llegues a la cama, siéntate, espera unos minutos y ánimo que viene lo peor pero ya es lo último, tumbarte. Y a esperar.

A las 11 te despiertas. Ya no hay alfileres ni cristales que se te clavan por dentro; lo sabes porque inicias un tímido giro hacia el costado con miedo y no pasa nada, en todo caso un eco dolorido lejano, como una agujeta leve. Te levantas y sientes, a pesar de todo, que el cuerpo ha acusado lo sucedido horas antes. Te mueves con cierta torpeza que no sólo es física; te sientes como si te hubieran dado una mala noticia y no sabes muy bien dónde has puesto la cabeza. La niebla ya se empezaba a levantar.

El pensamiento se anima con la idea de que a media tarde, vuelvo a casa de Javier y Mila con nuestro Ravel a cuatro manos, que bajo ningún concepto se va a suspender, como ya les he dicho por teléfono, que el Voltarén hace milagros. Nos toca sacarle los colores a "La Emperatriz de las Pagodas" y adentrarnos en "El bosque encantado", las piezas de "Ma mère l´oye" que nos faltan por ver. Luego viene la cena y la tertulia al calor de la mesa; que envuelva la niebla la casa si quiere. Cuando uno tiene un despertar como el que he tenido hoy, la felicidad se encuentra en un plan así. Eso es lo que aprendes.


18 noviembre 2005

Desconocido

El Chaplin desconocido Si me pidieran una lista que recogiera los libros, discos o vídeos raros más ansiados, esos que una vez tuviste y que perdiste en algún préstamo (ay, esos préstamos) o esa película que viste cuando ni siquiera había video para llevártela debajo del brazo, mi lista de deseos estaría encabezada, sin dudarlo, por la magnífica serie documental "El Chaplin desconocido", que elaboró la británica Thames TV allá por los 80 y que tan hondo impacto me causó en mis años de adolescencia.

Pues mira tú por dónde que los amables señores de Amazon, tan hábiles ellos en el trato con el cliente para que no se les escape sin que se note, me acaban de enviar un e-mail diciéndome que como comprador el año pasado de cierta porción de celuloide rancio quizá me interesaría saber que el próximo día 29 sale en dvd "The unknown Chaplin" y he dado un salto de alegría.

"El Chaplin desconocido" era un meticuloso trabajo de los historiadores Kevin Brownlow y David Gill tras haber recuperado miles de metros de celuloide, la mayor parte en estado de putrefacción, lo que daba a la cosa un aire aún más clandestino si cabe, un carácter casi espectral a las alucinantes imágenes que se entreveían y que según Chaplin nunca deberían haber salido a la luz. Mostraban las tomas falsas de secuencias míticas, lo cual no deja de ser algo muy atractivo pero no lo mejor, ni de lejos, que lo que venía a continuación. Porque se mostraba ante los fascinados ojos del espectador el proceso de la progresiva transformación de las secuencias a cada repetición, añadiendo detalles, suprimiendo cosas, variando elementos, que revelaban a las claras la enfermiza obsesión perfeccionista de Chaplin hasta alcanzar la toma ideal.

El título del trabajo, dividido en 3 capítulos, no podía hacer más justicia al contenido, desde luego, porque lo mejor era contemplar a un Chaplin del todo distinto al que luego veíamos en la toma definitiva. Recuerdo, porque se me quedó grabada en la memoria, la imagen de Chaplin sentado en el decorado nevado de "La quimera del oro" en un momento crítico del rodaje, a punto de suponer el colapso de la película; se le ve solo en la nieve, apartado, con el rostro descompuesto, tenso, oscuro, y la cosa impresionaba todavía más dado que aparecía en aquella imagen caracterizado de su amable personaje. La sensación era muy extraña: era como ver un ser hundido, demacrado, un ser derrotado y vencido con la piel de un inocente payaso.

El documento no tiene desperdicio. Yo ya lo he tachado de la lista y he hecho una reserva. Por cierto que la portada es horrorosa.


e-mail

Alguien me dijo el otro día que cuando envías una carta deja de pertenecerte y pasa a ser propiedad del destinatario, que puede hacer con ella lo que quiera. Lo digo porque esta tarde me he encontrado un mail de una de las personas asistentes al ciclo de conferencias sobre Gould y aunque la he recibido en mi dirección personal considero que contiene argumentos lo suficientemente interesantes como para atreverme a transcribirla aquí, aunque sea parcialmente. Y es que el mensaje vuelve a demostrar que no hace falta "saber" de música para conocerla bien y poseer una más que notable capacidad de apreciación que permita ahondar en ella. También demuestra algo que vengo constatando, con estupor, desde hace muchos años y que ya he manifestado en anteriores ocasiones en este mismo blog: que las observaciones más agudas e inteligentes sobre Gould las he escuchado siempre de personas que no eran músicos.

Así que, omitiendo la identidad del comunicante (a quien aprovecho para mostrarle mi agradecimiento también a través de este medio) y suprimiendo algunas cuestiones de carácter personal, he aquí un extracto de lo que he recibido:

"Buenas tardes, emejota.
Soy del segundo grupo, de ese que quedó en silencio casi religioso ayer por la tarde. En primer lugar, agradecerte el valor de lanzarte a la aventura de unas conferencias como estas. Sin tu valor, hubieramos perdido un privilegio, y sospecho que tú un sueño. Porque ha dado la impresión desde el principio que más allá de la pasión cariñosa que pones en todo lo que haces, en éstas habia mucho de ti. Asi que supongo que todos hemos salido ganando.
(...)
Ayer, viendo aquella filmación, creí comprender por qué canturreba Gould. Independientemente de sus extravagancias, (...) en Gould hay un grado de comunicación, de comunión con la música muy especial. En vez de canturrear parecia que hablara con la musica, que dialogaran ambos y de ese dialogo salía un virtuosismo que la arrancaba de donde estuviera encerrada, y la liberaba desde su piano para que cogiera vuelo. (...) Yo no entiendo de musica lo suficiente, pero a diferencia de otros interpretes que "interpretan", Gould parece liberar la musica, casi como si fuera un pianista de Jazz. La diferencia es que no improvisaba, claro, pero dejaba que la musica fluyera,con las notas precisas, pero con su propio ritmo, con su propio vuelo, como si volara como humo de cigarrillo hacia el techo de la sala, ligera, grácil, feliz.

En ese Norte intimista, solitario, alejado del "ruido" de la humano, supongo que es donde la musica y el podian escucharse, comprenderse, fundirse sin interferencias.

Supongo que si fuera un melomano ortodoxo, le odiaria. Pero como sólo soy un ser humano al que le gusta la musica, Gould ha conseguido que su autenticidad, su genuina y arrolladora sinceridad, comunicara conmigo, y con él la música que ¿interpretaba? o ¿dejaba fluir? o ¿liberaba? o simplemente, surgía.

Un abrazo y ánimo. Estamos deseando que nos sorprendas de nuevo y nos hagas avanzar, en esta inhóspita tierra nuestra para todas estas cosas, en el camino de la sensibilidad, del reconocimiento interno, de ese camino de sentimientos que es la música."

La carta me ha calado hondo.


17 noviembre 2005

Coda

Una vez, tras impartir un curso durante varios días, se acercó una señora que se identificó como psicóloga y me dijo algo que me dio que pensar: "en estas charlas te vacías emocionalmente, ¿ya te ocupas de recargar las pilas después?" Le pedí más información al respecto porque ante el cansancio físico todos sabemos cómo recargar las pilas, un buen sueño reparador, por ejemplo, pero me di cuenta de que no sabía qué había que hacer para recargar las pilas emocionales. La respuesta fue poco concreta, la verdad, quizá porque cada cual es distinto; habló que a veces un paseo en silencio bastaba, o un rato dedicado a tí mismo, o qué sé yo. Y terminó diciendo: si no recargas las pilas emocionales, te vendrá un bajón. Eso ya lo sabía yo: me pasa siempre. Es mi particular "resaca". ¿Lo ves?, dijo ella, pues tenlo en cuenta.

Así que hoy he decidido tomarme el día libre y dedicármelo a mí mismo. Después de pasar una temporada en el Norte se me ha ocurrido coger un tren regional para viajar al sur, a Zaragoza, rumbo a la FNAC. A comprar cd´s y dvd´s. Por el camino, Raquel me ha mandado un mensaje al móvil diciéndome que no gastara mucho, que nos conocemos. Lo ha escrito con una sonrisa, como si lo viera, a veces se ven esas cosas entre las letras. Tampoco es que uno disponga de un gran capital, ojalá fuera así, por lo que no había peligro, pero ha estado bien el recordatorio.

Al llegar me he dado un largo paseo, tranquilamente, porque la tarde estaba deliciosa, despejada y fresca, tan largo que debería haberlo escrito así: laaaaaaaaargo paseo y quedaría más ajustado a la verdad de los hechos. Luego he entrado en la tienda y tras pasar un par de horas arriba, abajo, y vuelta para arriba, éste ha sido el resultado de mi compra, que contiene hallazgos inesperados y emocionantes, como por ejemplo el dvd del histórico recital de Vladimir Horowitz en Moscú, recién salido del horno (por fín!). Luego he ojeado los nuevos lanzamientos de la imprescindible colección "classic archive" de EMI, que trae el recital de "La bella molinera", de Schubert, a cargo de Dietrich Fischer-Dieskau acompañado al piano por Christoph Eschenbach en una grabación de 1992.

Luego me he comprado el "Cuento de Verano" de Rohmer, que faltaba en la colección, y "Charlie y la fábrica de chocolate", de Burton, que me ha recordado las risas de Belén en el cine. Y ahora que no se ría nadie, ¿de acuerdo? Vale, pues ahí va: "Fantomas contra Scotland Yard". Sí, qué pasa. Hay películas que te marcan en la infancia... aunque luego las ves de mayor y sientes un desencanto horrible y te deprimes. Me parece que la voy a dejar sin desprecintar una temporada.

Por último, he pasado por los cd´s con la esperanza puesta en encontrar los Conciertos para piano de Ravel grabados por Monique Haas y recuperados hace pocas semanas por Deutsche Grammophon. Una vez en casa del pianista Pedro Espinosa le dije que la Haas hacía cosas muy bonitas en algunos Raveles y por poco me echa de su casa, con lo hospitalario que era el hombre, que te acogía como si fueras su hijo. Y sí, la Hass es un poquito de andar por casa, vale, pero sólo por lo bonitos que le salen los surtidores de agua en los "Juegos de Agua" y el gusto que le pone en algunos instantes a las piezas de "La tumba de Couperin" merece un respeto. El otro día leí en una publicación lo de la aparición del cd con los conciertos y aunque confieso que me parecieron un plato quizá demasiado fuerte para la Haas decidí que había que echarles un vistazo. Se han visto muchas sorpresas.

Se me ha pasado la tarde volando pero me he sentido relajado y entretenido, a pesar del soponcio que casi me da cuando en la caja registradora ha aparecido la cifra a pagar en lucecitas verdes. Al salir a la calle empezaba a oscurecer y se me ha puesto la misma tristeza en el pecho que me pesaba en los atardeceres de Barcelona cuando salía de las visitas del doctor Rotés, por lo que me he acordado de la psicóloga y de su comentario y de que todavía debo tener la cosa emocional bailando un poco. Me he comprado un donuts, que a mí el azúcar me "pone" y un botellín de agua. En el tren me he quedado dormido (eso también es un poco raro) pero me he despertado tan fresco, oye, así que aquí me tienes de lo más parlanchín, sin haber sacado siquiera la compra de la bolsa. Tengo un mail esperándome con el título "gould" que me intriga y que voy a leer enseguida, en cuanto me de una ducha.


Crónica (y IV)

Tengo que reconocer que la última de las conferencias del ciclo Gould ha sido algo peculiar: sólo he hablado durante 10 minutos. Lo he advertido nada más comenzar: "hoy voy a hablar muy poco, apenas 10 minutos; el resto lo dirá él". Y la razón que ha motivado esa brevedad en mi exposición se ha debido a la proximidad al corazón del Norte, final de nuestro trayecto. Cuando alcanzas la frontera del Norte ocurren cosas extrañas. No es que no puedas entrar, es que no puedes decir. "La Idea del Norte" es un espacio mental, una atmósfera emocional. No hay palabras, o quizá sobran.

He empleado el tiempo en proyectar íntegramente el vídeo que Gould se hizo grabar en el estudio de grabación interpretando su última versión de las "Variaciones Goldberg", en 1981. No es la misma que apareció, poco después, en disco. El fundido en negro tras la última pulsación ha producido una reacción inesperada en el primer grupo: alguien ha sentido la necesidad de pedir un aplauso y ese desahogo colectivo que rompía un silencio absoluto mantenido durante toda la proyección ha desencadenado una serie de comentarios espontáneos, entusiastas, emotivos y sumamente interesantes. "Yo he sentido su dolor", ha dicho una voz sorprendida de sí misma, como si hubiera sido presa de una revelación; "a mí me ha despertado ternura", ha añadido otra voz más pudorosa. Hay quien ha observado que la música no estaba fuera, esperando ser atrapada con las manos y fijada en el teclado, sino que salía de dentro. Pero el conjunto ha percibido la comunión entre el hombre y su instrumento, la "verdad" que se ha materializado en el éxtasis de la interpretación, llamémosle "verdad" a eso que nos embelesa y nos hace sentir que lo que ves nace del fondo del corazón de ese ser a quien, finalmente, hemos encontrado.

La reacción del segundo grupo ha sido igualmente intensa, pero se ha materializado de manera muy distinta. Yo sé por experiencia que cada grupo tiene su propia tonalidad; yo mismo marco un compás distinto ante un grupo u otro, una vez que he podido adivinarles el tono, cosa a la que empleo unos minutos el primer día mientras pronuncio las palabras de bienvenida y el diapasón de dentro trabaja. En el segundo grupo el fundido en negro tras el final del Aria se ha prolongado en el aire de la sala, en la que nadie se ha movido y donde se ha mantenido un silencio sobrecogido como si todavía permaneciéramos allí, imposibilitados de volver.

Ya ha terminado todo. Yo no sé si a lo largo de estos tres días he hecho un buen trabajo; pero sí sé que he hecho bien en muchas personas, porque lo he visto y lo he sentido, y eso es motivo más que suficiente para recompensar, con creces, este esfuerzo tan grande en el que he puesto el alma, en el que tengo la impresión de haber perdido algo y haber recuperado otras cosas de mí mismo, y que quedará para siempre en el recuerdo de los momentos inolvidables.

Ahora toca regresar.


16 noviembre 2005

Crónica (III)

Contemplar -digo bien- la Bagatela Op. 126, Nº 3 de Beethoven.
Y silencio.

15 noviembre 2005

Crónica (II)

Hoy me he levantado con el cuerpo dolorido, como si me hubieran dado una paliza, pero con la mente despejada. Nos espera la segunda etapa del viaje. He recibido un correo electrónico en el que alguien me dice que si Gould llevaba a todas partes su silla yo hago lo mismo con la lamparita. Es verdad. Quizá pueda parecer algo grotesca, así de primeras, esa necesidad mía de dirigirme a los demás en una sala en penumbra, con una lamparita de luz cálida a mi lado. Me horroriza la luz blanca. Soy una persona que le da mucha importancia a las atmósferas y necesito recrear una muy concreta para contar historias que de color y calor.

Ayer tenía miedo a cómo reaccionaría el público al presentarles a Gould. La misma sensación que cuando vas a presentar a alguien que ha venido de visita y avisas de antemano a los amigos que es un poquito especial antes de que asome por la puerta. Por eso aposté por crear un ambiente distendido en el que primara el humor para hacerlo más fácil. Como ya nos conocemos, hoy vamos a adentrarnos en un nuevo territorio: el de las emociones. En realidad ya surgieron ayer, por eso me sorprendió tanto.

Tengo todo preparado para salir. Tengo la costumbre (vale, la manía) de llegar una hora antes y dedicarme al delicioso ritual de ponerlo todo a punto. No me refiero al material que necesito para trabajar sino también a que me gusta pasearme por la sala vacía, alinerar correctamente las butacas, sentarme un rato aquí, allá, asistiendo por un momento a cómo se ve la historia al otro lado. Me encanta ese momento, la espera, y me encanta mimar, también de esa manera, a los que van a venir después. Luego empezarán a llegar los primeros madrugadores y les daré la bienvenida. Me gusta verles llegar. Después desaparezco discretamente en un descuido y voy a por mi chocolatina, sólo son un par de minutos. Hoy llueve. Se respirará bonito.


Crónica (I)

Si echas un vistazo a la lista de viajeros que esta tarde han iniciado la incursión al Norte, encontrarás el nombre de Olga. Cuando se han encendido las luces de la sala de conferencias, la he visto pasar con lágrimas en los ojos y una sonrisa amplia en el rostro, que es un tipo de llanto que a mí siempre me ha impresionado muchísimo porque nunca sabes si llora la sonrisa o sonríe el llanto. Al percatarse de que la miraba me ha dicho que no pasaba nada, pero es que era inevitable quererlo y al decir eso ha señalado a la pantalla donde todavía permanecía la imagen estática de Gould embelesado inclinado sobre el teclado del piano. Ha sido la reacción más destacada de una primera jornada de viaje que ha dejado en el ánimo de los exploradores sensaciones positivas, por lo que he podido percibir.

¿Qué imagen quedará de Gould en ellos? Me lo preguntaba mientras contemplaba sus rostros a la vez que les hablaba. Surgían sonrisas, y de las sonrisas las risas; risas amables, de esas que te dicen que todo va bien, que adelante. También ha habido momentos para el silencio atento y la mirada absorta en las evoluciones de las manos del pianista en la pantalla. Ha sido un primer contacto, una presentación. Yo he sentido el calambre de la emoción. No se me escapa que al pretender hablar del intérprete yo mismo le estoy interpretando; muestro a Gould tal y como lo veo y lo siento y me pregunto cómo interpretaran ellos, a su vez, la imagen que yo les deje como recuerdo de esta experiencia que acaba de emprender el camino.

Ahora toca descanso. Todavía no saben, no se lo esperan, que mañana Gould renunciará.


14 noviembre 2005

Norte

Ha llegado el día. Dentro de un par de horas daré comienzo al ciclo de conferencias sobre Glenn Gould que lleva el título de "La Idea del Norte" y que se prolongará hasta el miércoles en sesiones dobles porque han salido dos grupos: uno a las 19:00 y otro a las 20:30. Me toca hacer de guía en esta incursión al Norte que no sé muy bien qué va a depararnos. Confieso que esa incertidumbre me resulta sumamente estimulante. Haré de explorador sentado ante una mesa con la lamparita al lado y el portátil al otro, la sala en penumbra y Gould esperando en la pantalla.

Esta mañana, probando los equipos, ha ocurrido una cosa curiosa. Me he sentado en una de las butacas de la sala de conferencias vacía y Gould ha aparecido en una filmación en blanco y negro de 1959. Se removía inquieto en su esperpéntica silla de apenas 32 cm de altura y ha vuelto su mirada para preguntarme si el ruído de la madera resultaba molesto. Esa filmación la he visto decenas de veces pero de pronto me ha sorprendido comprobar que quien me hablaba era un extraño al que yo no conocía de nada. Me he acercado al portátil inquieto y he vuelto a poner la grabación y esta vez, al hablarme, he encontrado a la figura familiar que esperaba ver y he sentido una confortable sensación de alivio.

A decir verdad, no es la primera vez que me ocurre. Gould es resbaladizo y hace siempre lo posible por mantener las distancias y esconderse, lo sé bien. Así que he tomado la determinación de hacer lo mismo con él esta tarde. No va a saber por dónde le voy a salir al encuentro, a pesar de que el mapa del guión ha sido trazado concienzudamente estos últimos días para evitar extravíos en la ruta. Cualquiera puede pensar que eso es una tontería, que no sirve de nada. Pero yo ya me entiendo.


Fe

Si nuestro planeta es una pequeña roca que gira junto a otras alrededor del sol; y si ese sol a su vez forma parte de un todo de cien mil millones de soles llamado galaxia; y si a su vez esa galaxia es un grano de arena entre una cifra imposible de galaxias, es absurdo pensar que haya un Dios que se preocupe por la operación de hernia de nuestra cuñada, o del examen de oposición de nuestro hijo. Ese Dios es producto de la arrogancia del hombre, que ha sido capaz de inventarlo y ponerlo a su servicio para no reconocer lo insignificantes que somos.

Nunca he comprendido muy bien la razón que explique por qué hablar de este asunto remueve tantas susceptibilidades cuando, que yo sepa, no se falta a nadie al respeto ni se ofenden opciones personales. Pero sospecho que ese nerviosismo que se genera en ciertas personas cuando uno expresa este tipo de ideas no hace otra cosa que apuntar en la dirección de la tesis principal: que nos inquieta la posibilidad de que dicha tesis sea cierta o que, si nos paramos a pensarla dos minutos, nos demos de bruces con la evidencia aplastante.

Voy a ir más lejos todavía: personalmente no pongo en duda la existencia de una trascendencia que se nos escapa. Pero, desde luego, este Dios que nos están vendiendo desde hace milenios y que el hombre hizo a su imagen y semejanza no cuela. Y todo esto enlaza con dos post recientes a los que todavía doy vueltas: en la presentación de su última novela, Saramago ha dicho estos días que "la religión se alimenta de la muerte", lo cual es una verdad como una catedral, y que "es demasiada arrogancia por nuestra parte pensar que hay un Dios infinito que piensa en todos nosotros. El universo no sabe que existimos".

Por otro lado, sigue latiendo en mi interior la frase que el científico dejó caer cierta noche en la tele: "cada vez hay más evidencias que apuntan a que el universo pueda ser una fluctuación cuántica del vacío", porque tengo la sensación de que tras esa frase se esconde algo grandioso e insospechado que un día nos acercará a la verdadera divinidad. Admiro y respeto a quienes mantienen una fe inquebrantable en una idea de Dios que se desmorona por momentos. Un amigo mío me hablaba el otro día de su madre, de 83 años, de rosario y misa diaria, de ayuno, vigilia y cirio. Se la encontró la otra mañana en la cocina mientras entraba un sol magnífico por la ventana y tras un hondo suspiro la oyó decir: "todo ha sido mentira.".

Lo triste no es que al final vaya a resultar todo mentira, sino que el miedo nos haga seguir aferrándonos a esa misma mentira mientras la gran verdad quizá está llamando a la puerta en forma de ecuación. Los científicos serán los místicos del futuro.


13 noviembre 2005

Colega

Quede constancia de que esta mañana, a eso de las once y media, servidor se encontraba detenido ante el escaparate de una librería dando la bienvenida con la mirada a la nueva novela de Manuel Vicent cuando ha sentido una palmada en el hombro y se ha dado la vuelta. Plantado ante mí, con media sonrisa, es decir, sonriendo sólo de un lado, una boca recta que de repente se curva hacia arriba a la derecha, las manos en los bolsillos y la mirada entrecerrada, como quien mira de lejos o no ve bien, estaba el ínclito Adolfito, de los tiempos del colegio. Después de cuántos, ¿20? ¿22 años? el destino ha querido volver a juntarnos ante la novela de Vicent, cuyo título, por cierto, se me ha olvidado por la sorpresa del encuentro. Como me considero una persona afable y cordial le he dicho que me alegraba de verle y qué cuánto tiempo hacía, madre mía, y que cómo le iba. Que sea cordial no quiere ser que sea original, qué le vamos a hacer.

El ínclito Adolfito me ha mirado de arriba abajo y curvando todavía más la sonrisa del lado derecho, al punto de convertirla en algo grotesco, ha respondido: "a mí me va de puta madre pero tú seguro que estás hecho polvo como siempre, ¿no?". Ante ciertas cosas uno necesita siquiera de unos segundos para asimilar y decidir el siguiente paso a dar pero es que, sin darme tregua y mientras me hacía un nuevo barrido con la vista de arriba abajo ha soltado lo siguiente: "al menos tendrás dónde trabajar, ¿no?".

En ese momento me he dado cuenta de dos cosas: la primera, que la cordialidad me había abandonado huyendo a esconderse en algún lugar remoto y la segunda, que no así mi capacidad de asombro, que permanecía fiel junto a mí, como ha quedado de manifiesto tras escuchar la tercera andanada de Adolfito: "por lo menos te podrás entretener algo con lo de la música porque tú sigues con la chorrada esa de la música, ¿o no?". Al fin he podido hacerme un hueco en el interrogatorio, que ya era hora porque casi me perforo el labio inferior con los dientes y justo cuando abría la boca ha llegado la perla final: "oye por cierto, ¿lo tuyo es de morirte? Es que no me acuerdo". Al fin he hablado para responderle que ni puta idea si lo mío es de morirme pero que seguro que lo suyo es de nacimiento. El trozo de sonrisa ha desaparecido fulminantemente del rostro del ínclito Adolfito y mostrándose ofendido me ha soltado que "vaya, tio, que tampoco hay que ponerse borde, ¿no?", y se ha marchado todo digno.

Hay que joderse.


12 noviembre 2005

Encargo

El parte de batalla es el siguiente: se me ha formado una dolorosa contractura en la espalda como resultado del exceso de horas delante del teclado del ordenador. Se va acercando la hora del parto y empiezo a notar las contracciones. Esto se ha convertido en un duelo: o puede Gould conmigo o puedo yo con él. Desde ayer he conquistado otra habitación donde he colocado el portátil y el material sobrante. Voy y vengo por el pasillo. Mari ya no dice nada quizá porque, al menos, me he afeitado. En el desayuno he mirado por la ventana la mañana desapacible y he estado a punto de volverme y decirle que a lo mejor somos una fluctuación cuántica del vacío pero en ese mismo instante ha sonado el teléfono: un encargo de una Asociación de Belenistas, que quieren un artículo. Lo que me faltaba. Me pidieron uno el año pasado y cuando estaba a punto de decirles educadamente que no, que lo sentía mucho, me dijeron sobre qué debía tratar, y era la cosa tan difícil que dije que sí sin dudarlo. Mira que me fastidia, pero los retos me ponen, no lo puedo remediar. Y me fastidia porque luego lo paso fatal.

Me dijeron: se trata de escribir un texto mínimo, como de cristal, sobre el efecto que produce la audición del "Noche de paz". Tela marinera. A ver, por dónde se agarra eso, díme. Estas cosas te tienen que atrapar por algún sitio y mí lo que me llamó la atención, lo que me resultó estimulante y atractivo, fue equiparar el fondo con la forma, es decir, que el recogimiento y la fragilidad de la archifamosa melodía navideña se correspondiera con una estructura literaria liviana. Y además, el matiz de que no se trataba de hablar de la música, sino de la impresión producida por la música. Demasiado difícil así que, ¿cuándo tengo que entregarlo?

Por la tarde me empezó a rondar la ansiedad así que fui a dar un paseo. Caía una niebla que calaba hasta los huesos. Iba pisando las hojas caídas de los árboles sobre el pavimento mojado y, pensando en el dichoso artículo, me decía a mí mismo que prohibidas las sensiblerías baratas. Ante mi sorpresa, de pronto la vocecita de dentro me dictó la frase con la que debía empezar el artículo. Sin previo aviso, sin un carraspeo previo que anunciara su llegada; como si alguien de quien te fías te dijera al oído: tome el camino que tome el escrito, tiene que empezar así, hazme caso. Y eso fue el colmo, porque si ya de por sí el encargo era difícil, a la vocecita no se le ocurrió otra cosa que dictarme al oído la siguiente frase:

"Lo que nos conmueve de la nieve es que no hace ruído al caer".

Así tenía que empezar. Llegué a casa pensando la manera de hilvanar eso con la melodía del "Noche de paz" pero fui obediente y le hice caso y a primera hora de la mañana ya tenía el artículo entregado. Parece ser que a ellos también les conmueve que la nieve no haga ruído al caer porque me han vuelto a llamar. Pero este año es imposible: mientras fluctúe entre habitación y habitación pasillo a través tras los pasos de Gould no puedo dedicarme a otra cosa. Digo yo que si todos los años se canta el mismo villancico bien podrían poner el mismo artículo. La nieve viene incorporada.

Feliz Navidad.


11 noviembre 2005

Duda

Una noche salió un científico en la tele y soltó la siguiente frase:

"Cada vez hay más evidencias que apuntan a que el universo pueda ser una fluctuación cuántica del vacío".

A mí, la verdad, aquello me sonó a verso, hasta me lo aprendí y todo; pero igual se trata de una raíz cuadrada con decimales o de una advertencia apocalíptica. Desde entonces espero encontrarme un día con alguien que tenga la amabilidad de sacarme de dudas.


10 noviembre 2005

Identidad

La persona a la que más he querido en mi vida nunca se percató de mi existencia. No se lo reprocho. Durante varios años la ví pasar puntualmente a través de mi ventana prácticamente a diario. Por supuesto, lo que yo tanto quise fue una recreación personal y ficticia que atribuí a esa imagen adorable como quien pone un traje a alguien, soy consciente de ello; seguramente la realidad de esa persona era muy otra. Pero tengo una teoría según la cual sólo en la distancia puedes apreciar detalles que la proximidad no te permite. Por ejemplo, la casualidad quiso que una tarde, ante mi sorpresa, la persona a la que me refiero acudiera a una cita con un grupo de gente en la esquina enfrente de mi ventana. La ví venir apresuradamente porque llegaba tarde. Al cruzar la calle dio un pequeño traspiés y cuando alcanzó la acera observé una cosa muy curiosa: a su gente le sonreía despreocupadamente pero yo pude ver cómo descargaba la vergüenza de tan tonto desliz propinando con la mano un disimulado golpecito de rabia en el poste de una señal de circulación. Aquel detalle se me quedó grabado. También mantengo que la mejor manera de apreciar cómo es realmente una persona es contemplarla distraída, y eso lo tienes fácil si miras pasar a la gente por la calle.

De todos estos años de observación a través de la ventana, de espera ansiosa, (se retrasa, no viene, qué le habrá sucedido, ay madre) de elucubraciones que iban construyendo una biografía imaginaria (a qué se dedica, a quién conoce, qué le disgusta, por qué llora si es que llora, que alguna vez llorará, deja que te abrace entonces, anda) sólo supe su nombre de pila, que me lo decía a mí mismo mil veces al día por lo bajo como si de un mantra se tratase y una tarde de Mayo, sabedor de sus horarios, metí en un cajón el sentido común y salí a su encuentro. Yo la veía venir y se me aceleraba el pulso pero al final no pude ni mirarla porque en el instante en que pasé a su lado sucedió algo del todo imprevisto: oí su voz. Lo que dijo exactamente fue "... y eso es difícil", con sus puntos suspensivos, como para olvidarlo. Es difícil transmitir las emociones que puede deparar escuchar a alguien decir lo difícil que es algo, aunque no sepas qué es ese algo tan difícil, con lo que me hubiera gustado poder ayudar. Yo lo que supe fue cómo sonaba su voz y ese descubrimiento me dejó fuera de combate por un instante; el hallazgo que, junto a su nombre, fue lo único tangible que me dejó.

Si anoto ésto a estas horas, que a otras horas no sé yo si sería capaz de anotarlo, y a ver mañana cómo queda a la luz del día que si no lo borro, es porque yendo a comprarme unas galletas de chocolate para merendar la he vuelto a ver. Así, de repente. En la misma puerta de la tienda, después de tantos años de ausencia. Empujaba un carrito de niño y le he sujetado la puerta para que pudiera salir. Al pasar a mi lado me ha dado las gracias con el mismo tono con el que una lejanísima tarde de jueves dijo "... y eso es difícil", con puntos suspensivos y todo, pero por un instante brevísimo se me ha quedado mirando como si le sonara de algo, y puedo asegurar que no ha sido una apreciación fruto de mi inventiva. A mí se me ha escapado una sonrisa, aunque tampoco creas que muy amplia.

El encuentro me ha dejado perplejo porque no he sentido nada. A ver, maticemos: nada en relación a las emociones que me recorrían el cuerpo en su día con sólo verla venir a lo lejos. Lo que he sentido ha sido una mezcla entre simpatía y nostalgia tontorrona, como cuando te encuentras con alguien del colegio, de los buenos tiempos, qué se yo. Hubo un tiempo en que la mera posibilidad de tener que sostener una puerta abierta para dejarle paso habría supuesto el mayor de los éxtasis e inmediatamente ese momento pasaría a engrosar la colección de tesoros junto a su nombre y su voz, que son las únicas cosas ciertas que me quedaron de ella. Pero hoy yo me he ido directo a por las galletas de chocolate que, por cierto, no quedaban, qué fastidio. Qué cosas más raras nos pasan.


09 noviembre 2005

Travesía


Dice Mari que debo estar preparando algo gordo porque me he dejado barba de 3 días y, por lo visto, ha observado que eso sucede cuando estoy muy enfrascado en algo importante. Sigo con Gould. Me encuentro en el espacio que separa estas dos imágenes en el que cabe toda una vida y desde donde observo la evolución que convierte al chaval impetuoso de la derecha en el hombre sereno de la izquierda. Mientras voy atando cabos, ambos tocan lo mismo, pero lo que suena es diferente. Es el precio a pagar por hacer la travesía al Norte.

A veces me sorprende la rapidez con la que fluye el trabajo y otras me atasco. Unas veces escribo con una regocijante sensación de satisfacción que se desvanece cuando releo lo escrito. Anoto, corrijo, suprimo y despejo espacio para nuevas ideas que surjen súbitamente. Ya no recuerdo cuándo conseguí salir de la foto de la derecha. Hoy me he enfadado una vez con él y dos conmigo mismo pero a media tarde hemos alcanzado un acuerdo que espero mantener un tiempo razonable que me permita, al menos, ir acercándome a las puertas de la foto de la izquierda y empezar a respirar tranquilo. Ya falta menos. Sigo encontrando sorpresas, detalles en los que no había reparado. Mari ha reparado que algo debo tener entre manos cuando llevo tres días sin afeitarme. Le he dicho que a ver mañana.


08 noviembre 2005

Ritual

El difunto Julio Mazo, librero de los que van quedando pocos y amigo inolvidable, solía reservarme el primer ejemplar recibido de la última novela de José Saramago, sabedor de mi devoción por el escritor. Un gesto tonto, si quieres, pero a mí me hacía mucha ilusión. Y a él también, porque para un librero que ama tanto los libros como los amaba Julio, contemplar la cara de satisfacción del lector al recibir su ejemplar tiene que ser muy gratificante. Ante la noticia, siempre feliz, del anuncio de la llegada inminente de una nueva entrega, me atreví a pedirle a Rosa, su viuda, que hiciera lo mismo, a lo que asintió con una sonrisa de las que llevan la nostalgia incorporada. No te preocupes, me dijo el viernes, el primero será para tí.

Este mediodía entraba a comprar la prensa cuando Rosa me ha llamado desde el fondo de la tienda: creo que viene en esta caja que acaban de traerme. Para allá que me he ido raudo y veloz. Hemos cogido las tijeras, cortadas las cintas de embalaje de una caja de cartón rectangular en la que no venía ninguna señal y una vez abierta ha elegido un ejemplar y me lo ha entregado con satisfacción: el primer Saramago para emejota, como siempre. Anabel estaba al lado, mirando por encima de las gafas, ya estaba cuando me fue entregado el "Ensayo sobre la ceguera", mira si han pasado años.

El libro ha mostrado su título: "Las intermitencias de la muerte". Historia tendrá el título, que a Saramago los títulos se le aparecen suspendidos del techo de una habitación de hotel, o contemplando desde el avión las casitas minúsculas de la ciudad antes de aterrizar, o de un equívoco al leer de corrido un titular de un escaparate al cruzar la calle. Mi primer pensamiento ha sido: es breve. No es del calibre del Ricardo Reis, o del Memorial, sino más cercano al de los ciegos y el de los nombres, todos. Lo siguiente ha sido iniciar el ritual, que pasa siempre por buscar, lo primero, la dedicatoria. El placer de la búsqueda reside, precisamente, en que no va haber sorpresa porque siempre pone lo mismo: "A Pilar". Pilar es Pilar del Río, compañera de Saramago y responsable de la interpretación primorosa al castellano de la música original de la prosa, que nace en portugués. Encontrar una y otra vez esa dedicatoria, la fidelidad a la misma, me resulta conmovedora. Esta vez hay un añadido, en la anterior novela también; allí decía "A Pilar, los días todos", y el añadido me inquietó un poco, mira tú qué cosa más tonta, porque pensé que una leve variación en el gesto inmóvil podía presagiar algo. En esta ocasión pone "A Pilar, mi casa".

El siguiente paso en el ritual consiste en buscar la frase. Todas las novelas de Saramago incluyen una cita a modo de recibimiento, solitaria en la página en blanco, que es una cita sacada de un libro inexistente. Esta vez pone "Sabremos cada vez menos qué es un ser humano" y añade, a continuación, que dicha frase podría leerse en un libro titulado "Libro de las previsiones" que, seguramente, estará colocado en una biblioteca imaginaria junto al "Libro de las evidencias", y otros tantos. De todas formas, el libro será imaginario pero me temo que la cita no puede ser más real.

El ritual concluye leyendo la primera frase de la novela, que es aquí la misma con la que termina, como en las Variaciones Goldberg, mira tú por dónde: "Al día siguiente no murió nadie". Quédate ahí, en el punto, y piensa en ella. Yo lo he hecho y he llegado a la conclusión de que sí señor, así se empieza una novela. Finalmente leo el primer párrafo y ahí está, antes de llegar a la primera coma, el tono, la voz familiar, ese narrador inconfundible que lleva años contándote esas fábulas prodigiosas con aquella música de palabras que te acaricia los oídos. Seguro que en algún momento de esta nueva historia, inédita todavía porque no he tenido tiempo para más, citará momentos pasados guiñándote el ojo, para decirte: aquí estamos otra vez, ha habido suerte.

Tengo el tomo, nuevo, limpio, oloroso, ante mí. Me llama. De momento poca cosa sé de él, sólo que, una vez más, una situación insólita, a contracorriente, sirve de pretexto para mover algo en la conciencia, para decirnos algo importante que nos atañe, en esta ocasión sobre nuestra perplejidad ante la evidencia inevitable de que nuestra existencia tiene un final: un 31 de diciembre, la muerte decide dejar de actuar y la euforia colectiva se desata, pero muy pronto llegará la desolación y el caos. Así de escueta y así de estimulante se anuncia esta nueva aventura que seguro deparará momentos excelentes. Ya lo verás.


07 noviembre 2005

Gould

La Idea del NorteTrabajar en algo que te apasiona, por laborioso que sea el trabajo, es un privilegio que no dejo de valorar. La semana próxima sale a la luz, al fin, un proyecto largamente acariciado: un ciclo de conferencias sobre Glenn Gould. Llevaba tiempo con la mirada puesta en un ciclo que tuviera al intérprete como protagonista. Los cursos de divulgación musical suelen olvidar ese eslabón fundamental en la cadena de comunicación entre la obra musical y el oyente. Un cuadro, una película, no necesitan intermediarios; la música sí. Plantear una pregunta como ¿qué parte de sí mismo pone el intérprete en la obra que reproduce? me ha parecido desde siempre sumamente estimulante para poner al oyente en predisposición de descubrir este mundo fascinante en el que reparamos tan poco.

Hay otra razón para hacerlo ahora y hacerlo con Gould. En realidad, dos razones: la primera es que se conmemora el cincuentenario de la grabación de la primera versión de las Goldberg y los aniversarios, siempre lo digo, son excusas estupendas para traer a colación asuntos que nos apasionan. La segunda es que Gould es el tipo perfecto para ejemplificar un proyecto de este tipo porque Gould representa lo mejor y lo peor, es un personaje excesivo y torrencial. Y contar con un material tan enfático es bueno desde el punto de vista pedagógico.

Como el formato es novedoso y, lo reconozco, atrevido, que ésto no es Madrid sino una pequeña ciudad de provincias, el ciclo Gould es el primer proyecto de producción propia que Aula Clásica asume en solitario; vamos, que no contamos con el apoyo de nadie. Otro reto a afrontar: ¿se animará alguién a adentrarse en la aventura?

Estoy del todo inmerso con Gould y hay algo que me desasosiega: demasiado para elegir, para seleccionar, aunque tengo muy claro en la cabeza de dónde parto y el punto exacto al que quiero llegar. Acabo de visionar su grabación de una Gallarda de Byrd con la cámara fija en la vertical del teclado, y de esa excentricidad de un par de minutos sale una lección de contrapunto que los dedos de Gould delinean exquisitamente. Antes he escuchado el fragmento de audio de lo que aconteció en el Carnegie Hall de New York el 6 de Abril del 62 cuando Bernstein, antes de comenzar a dirigir el Concierto en re de Brahms, se vuelve inesperadamente al público y lanza un discurso advirtiendo de lo que se avecina, que no está del todo de acuerdo con lo que el señor Gould va a hacer pero que si no ha sido cancelado es porque, en el fondo, cree en las ideas de este "pensador del piano", así lo denomina, y se confiesa fascinado. Después, ante la sorpresa y las risas del auditorio, Bernstein se pregunta encogiéndose de hombros "¿pero aquí quién es el jefe, el pianista o el director de orquesta?".

En conclusión, que tengo todo el archivo Gould sobre la mesa y por el suelo: montones de carpetas, apuntes, cd´s, fotografías, vídeos, libros, papeles... Y todo lo reflexionado durante años, lo vivido con deleite, lo soportado con indignación, que a mí Gould me cae simpático hasta cuando se pone insoportable. Me encuentro estresado y pasándomelo en grande; divirtiéndome y algo asustado. Así es entrar en Gould. Pero la oportunidad ha llegado: 14, 15 y 16 de Noviembre. Tengo que encerrarme para dar forma al puzzle, no queda mucho tiempo, así que en este blog que tanto debe al espíritu gouldiano no sé qué va a pasar los próximos días; una de tres: o lo desatiendo (sería la primera vez que dejo pasar varios días sin escribir), o escribo con frecuencia sobre Gould de manera paralela a lo que vaya saliendo en el trabajo en el que estoy inmerso, por lo cual pido (más) paciencia a mis lectores o, quién sabe, lo mismo no pasa nada y mañana salgo con un post cualquiera, como si de unos días normales se tratara. A saber. De momento, vuelvo al trabajo.


06 noviembre 2005

Cuatro manos

Para Gabriela, que se preocupa

Después de estos días tan movidos, ayer fui a casa de mis amigos Javier y Mila. Viven en una casa con jardín en las afueras. Como carezco de sentido de la orientación a veces me pierdo a mitad de camino y doy unos rodeos rarísimos. No es la primera vez que he tenido que llamar desde el móvil pidiendo auxilio entre las risas de ambos. ¿Será posible?, dicen. Ayer llegué bien. El plan era irresistible: tocar a 4 manos "Ma mère l´oye" de Maurice Ravel, que hemos empezado a montar, cena al calor de la charla y las risas y observar a Júpiter desde el jardín, que Javier es un experto en astronomía.

Yo siento veneración por Ravel en general, pero esta obrita minúscula, de apariencia frágil, como de cristal a punto de romperse si no pulsas con cuidado, pero de fondo insondable, goza de mi especial predilección. Ravel propone 5 piezas que son la recreación de determinadas atmósferas de otros tantos cuentos infantiles. En la misteriosa "Pavana de la bella durmiente", por ejemplo, lo que atrapa Ravel en sus 20 compases es el instante perpetuamente detenido. El sueño infinito de la princesa, de toda la corte, de toda la vida en su castillo que va siendo envuelto por la vegetación del bosque. Hay un reloj que suena aquí y allá, al fondo, en algun lugar, en tu mano izquierda o en mi mano derecha; y la elegancia de una cadencia arcaica, y una melodía como de canción de cuna que repite una y otra vez su idea esencial (el tiempo estancado) mientras un dedo, sólo un dedo, colorea de armonía mínima la estampa silenciosa. ¿Es una música descriptiva? Sí y no. Más que una descripción literal, a modo de música programática, con onomatopeyas musicales evidentes, lo que Ravel busca es plasmar una atmósfera, una determinada, e introducirnos en ella. Esa es la promesa fundamental de esta obra imprescindible.

Y así hasta la última pieza, entre delicia y delicia (pasa tu mano por aquí que te dejo sitio, ojo que te has dejado unas migas de pan en el camino de Pulgarcito, que no se las coman los pájaros, aunque al final se las comerán y ya verás qué fastidio, el pobre) y entre sorpresa y sorpresa, como la utilización poética y transparente del severo contrapunto doble en dos ocasiones para hacer cosquillas a los oídos. Y, para terminar, la única estampa que no habla de un cuento determinado porque habla de todos: "El jardín encantado", que es el homenaje particular de Ravel al territorio básico de todas esas historias: ya sea Nunca Jamás, el bosque encantado de Hansel y Gretel o el País maravilloso de Alicia.

Tocar a Ravel es un reto y una delicia que esconde un peligro: es endiabladamente complejo extraer su poética de cristal de esas obritas minúsculas. Pero estamos en ello. Debate: ¿es necesario distribuir el material tal y como lo exige la partitura? ¿No conseguimos un efecto mejor si estas 5 notas de mi mano las dejo en la tuya en este pasaje? Mila observa y asiente. En el descanso se ríen de mi imitación de Barenboim, porte tieso, papada reposando en el pecho, labio inferior deslizándose hacia afuera y hacia adentro mientras miras el teclado como con la ceja levantada, como si no te fiaras. Y vuelta a Ravel. Ravel el hipnotizador: un murmullo en las tripas nos hace reparar que han dado las 11. Y la cena sin hacer. Llamaremos al restaurante chino, ya veremos a ver qué pasa luego con la digestión, a ver qué noche nos da el rollito de primavera.

En la madrugada fría, Marte asomaba entre los árboles del jardín. Javier me lleva en coche a casa, que la noche está de tiritar. Mila me despide con un par de besos, un abrazo largo y una caricia en la espalda de las que dan calorcito del bueno y la promesa de que pronto nos vemos. Nos vemos, sí. Hay que ensayar a Ravel. Estudiar esta semana y volver a él. Javier y Mila no saben que cuando salga, porque saldrá, me quedaré sin voz. Me pasa cuando Ravel está a punto, es la señal: me quedo sin voz. Será lo que decía aquel sabio, o Santo, o quien fuera: la admiración produce silencio. A mí la magia de Ravel me quita la voz un ratito, pero me conforta el corazón como la risa de Mila, o el recibimiento caluroso de Javier. Luego llegas a casa y te vas a dormir con la sonrisa puesta.


04 noviembre 2005

Solo

Una de esas casualidades de la vida, una conjunción astral, qué se yo, ha querido que todos los miembros cercanos de la familia, por una u otra razón, estén 24 horas fuera y eso quiere decir que, durante ese tiempo, estoy solo. Una cosa del todo normal, ¿verdad?, pues no, mira tú por dónde, que el detalle no ha pasado desapercibido para algunos que han reparado en ello con cierta preocupación y no es que me importe, cómo me iba a importar si en el fondo lo hacen porque me quieren, pero no deja de llamarme la atención cuando voy a cumplir 36 años dentro de poco.

A las 10 de la mañana ha sonado el móvil. Era Mari, la señora que se ocupa de los asuntos domésticos en casa un ratito por la mañana. Que si me pasaba algo. ¿Por qué me iba a pasar algo? Es que he venido y no estabas en casa. Estoy desayunando con Eva, Mari, como suelo hacer dos o tres veces por semana; acuérdate que tengo hoy conferencia y nos han citado para probar el proyector. Ah, vale, nada, era por si pasaba algo. No, tranquila, no pasa nada, y gracias, Mari. Bueno, pues perdona que te haya interrumpido. No me has interrumpido, Mari, por Dios, tranquila, venga, si llama alguien que me de un toque al móvil. Vale. Adios.

A media mañana ha vuelto a sonar el móvil cuando estábamos en carretera. Mari de nuevo. Que ha venido una chica a por una partitura que le ibas a dejar. ¡La partitura! Se me ha olvidado por completo. Desde que tomo la medicación del cardiólogo tengo unos lapsus muy raros (ya me lo avisó él, es normal); digo yo si lo de los lapsus será para no acordarte de los disgustos y que el corazón no sufra. Oye Mari, dile que lo siento pero que se me ha olvidado por completo, que luego le llamo, que no se preocupe. Vale, se lo digo; ah, una cosa, emejota. Dime, Mari. Que estaba pensando en dejarte hecha una tortilla de patata porque como sé que las comes a gusto y esta noche vendrás cansado pues así llegas y cenas tranquilo sin tener que ponerte a nada. Ahí me ha tocado la fibra del todo porque la tortilla de patata es un manjar para mí. Mujer, pues muchas gracias, pero tampoco te pongas sin otro que hacer a... (no me ha dejado terminar) Nada, nada, que no me cuesta nada hacerla.

Cuando he llegado a casa me he encontrado una nota fijada en la puerta del frigorífico con instrucciones precisas: la tortilla en el microondas; una ensalada preparada a falta del aliño y un número de teléfono por si necesito cualquier cosa. No ha hecho falta llamar: ha llamado ella a las 4. Que si necesitaba planchar algo de ropa para la conferencia. Nada, mujer, gracias, si total pienso ir de vaqueros. Por poco le da un soponcio. ¿¡De vaqueros!? Bueno, pero con americana; es que eres una mujer inteligente, Mari, y nunca has venido a ninguna de mis conferencias: me gusta darles un toque informal. Bueno, pero que no me cuesta nada ir y... (ahora no le he dejado terminar yo) Que no, que no. Oye, y gracias por la tortilla, estaba muy buena. Se ha sonreido (por el teléfono se nota cuando la gente sonríe) y he colgado apresuradamente porque si me descuido, me desea suerte y eso da mala suerte.

A las 5 y media ha llamado mi madre. Que viene esta noche. Visto lo visto, es un consuelo.


03 noviembre 2005

Freaks

Ordenando la mesa para intentar conseguir un poco de espacio libre me he encontrado con "Freaks".

Lo más raro de una película tan rara como "Freaks" (1932) es que sea un producto de la Metro-Goldwyn-Mayer. La fábrica de sueños y glamour que alardeaba de tener "más estrellas que en el firmamento" hacía desfilar en pantalla a torsos humanos arrastrándose por el suelo y una variada colección de malformaciones, amputaciones y atrofias, como las cabezas de alfiler, ante el espanto de los espectadores. Y, para colmo, todo de verdad, sin trampa ni cartón. O sin maquillaje, para ser más exactos, porque si "Freaks" es una verdadera película de horror y si lo sigue siendo con tanta fuerza más de 70 años despues es porque sus monstruos no son producto del maquillaje, como el Frankenstein de Karloff, sino que son reales.

El empeño fue de Irving Thalberg (vaca sagrada de la industria, freak de la genialidad, talento fulgurante que se apagaría precozmente) que viendo lo que la Universal estaba recaudando con sus películas de miedo quiso apuntarse al carro. Pero a su manera. Y las maneras de Thalberg, imprevisibles, fueron en este caso dar varias vueltas de tuerca al género: llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Experimentar con el horror que, en este caso, surgía al enfrentar al espectador a una verdad incómoda: ésto pasa.

El mayor freak de la película es el director, Tod Browning, señor de lo oscuro. Eso Thalberg lo sabía y asumió los riesgos. Tenía que ser Browning. Browning se había hecho muy famoso ante el gran público al dirigir el Drácula de Lugosi pero donde verdaderamente disfrutaba era haciendo esos experimentos morbosos con la complicidad de Lon Chaney donde ambos se entregaban a tramas en las que el tema de la mutilación era recurrente. En "Garras humanas", Chaney es un artista de circo que se hace cortar los brazos para conseguir el amor de la chica mediante la compasión. Y le sale mal, claro. A Browning le atraía mucho el tema de las mutilaciones físicas; él mismo las padeció a raíz de un accidente de coche en el que hubo algún muerto y donde él perdió algo, quién sabe si hasta un poquito de la razón.

"Freaks" trata el tema de los "fenómenos de feria", esos engendros de la naturaleza que encontraban sustento siendo exhibidos en público en atraccciones que todavía siguieron existiendo hasta bien entrado el siglo. El propio Browning se había escapado de casa siendo adolescente para enrolarse en uno de estos espectáculos que recorría la América profunda, por lo que conocía muy bien el tema. Y Thalberg estaba al tanto del asunto. ¿Contaba Thalberg que la Guerra había traído de las trincheras un cuarto de millón de ciudadanos mutilados y eso iba a hacer cambiar la mirada y la consideración que la gente tenía ante la deformidad?.

Hay algo hipnótico en algunas secuencias de "Freaks". Ves a Madame Tetrallini jugar en el bosque con sus criaturas y tienes la sensación de que por primera vez, el cine te muestra el otro lado del espejo, un mundo distinto, sin trampa ni cartón. Y esa escena produce una impresión que yo no he vuelto a sentir ante una pantalla.



La visión que Browning ofrece de sus "fenómenos" es cruda pero se preocupa mucho de desvincular la deformidad física de la idea de criminalidad, lugar común en las historias del género. Podrá objetarse que, al final, esta idea tan cuidadosamente subrayada a lo largo del metraje caiga en contradicción. Pero no es menos cierto que el revuelo causado por "Freaks" la redujo, desde el instante mismo de su nacimiento, a algo incompleto, distinto, extraño a las intenciones de su creador. "Freaks" es una película mutilada en la sala de montaje, detalle a tener en cuenta tratándose de la obra de alguien que hizo de la mutilación una constante, una obsesión enfermiza.


02 noviembre 2005

Dirigir

Jornadas Barrocas de Corella Ayer se inauguraron las 2as. Jornadas Barrocas de Corella (Navarra) con la "Burlesca del Quixotte" de Telemann, que ya habíamos puesto en escena, con buena fortuna, en el mes de Junio. En el ensayo de media tarde en la Iglesia de la Encarnación pude comprobar que la obra había madurado desde entonces, pero cuando sonaron los "Suspiros de amor por Dulcinea" tuve que carraspear un poco para llamar la atención a los chicos del cuarteto Initium. No hay suspiro, me atreví a decir. Y luego insinué si aceptarían una sugerencia. Viendo que los músicos (todavía con el arco en el aire) no parecían poner reparo al ofrecimiento me levanté de la silla y les conté mi visión de la pieza. Lo que pasa es que, estando como estoy acostumbrado por mi trabajo a ponerle palabras a la abstracción de la música, cuando tengo una idea musical clara se me apelotona en la cabeza y me trabo, balbuceo, me explico muy mal. El caso es que no sé si alguien dijo "dirígenos" o me lo dijo la voz de dentro, "dirígelos, prueba", y me puse, con su permiso, a ello. Vuelta al inicio y comenzamos. La estampa debió ser muy pintoresca, imagínate, dirigir a un cuarteto, ponerte en medio de ese semicírculo e intentar con las manos y la voz dar sentido y coherencia al conjunto.

Sólo fue la primera frase, 8 compases, nada, un suspiro (nunca mejor dicho) pero el resultado fue otro. Los músicos me dieron las gracias, y yo se las devolví, devolución de las buenas, de las sinceras, porque son músicos profesionales y competentes, y que te venga un tipo una hora antes del concierto a volverte del revés la cosa, aunque sea bienintencionadamente, podía haber provocado perfectamente una negativa, que yo habría comprendido.

Siempre es una satisfacción poder contribuir a mejorar las cosas. Pero no es eso lo importante. Lo que me impresionó muchísimo fue la propia experiencia de la dirección, por muy breve que fuera. Lo intenso, si breve, dos veces intenso. Yo ya había "dirigido" grabaciones de discos docenas de veces, incluso había dirigido de chaval a la banda municipal desde el pasillo en aquel Andante de Beethoven, como conté aquí en su día. Pero lo de ayer fue distinto, y eso es lo que quería traer hoy al blog, la singularidad de la experiencia: las otras veces me limitaba a coreografiar algo que estaba hecho de antemano, yo no podía intervenir; pero en lo de ayer sí.

La sensación de modelar en el aire la idea musical que tienes formada en la cabeza mediante una quironimia que pretende extraer lo mejor de cuatro personas, me puso los pelos de punta. Te mueves, les hablas en un canturreo al compás del suspiro, les haces suspirar, a ellos y a los instrumentos para que suspire la música, elevas el gesto y la voz en el momento culminante y les haces descender cuidadosamente, diciéndoles no hay prisa, no hay prisa, que repose suavemente, que lo dejen caer por su propio peso. El suspiro. Y entonces el acorde final llega en forma de escalofrío que te recorre la espalda y te hace subir la mirada a las alturas mientras repliegas los brazos.

Para una persona como yo que tiene una relación tan física con la música, lo he dicho en ocasiones en este blog, lo de ayer fue un descubrimiento fascinante. Ahora comprendo que Gould tuviera pensado un segundo retiro, esta vez consistente en dejar de tocar el piano para dedicarse a dirigir, modelando la música en el aire. Lo que pasa es que se murió (voy a tocar madera) Vale, sí, 8 compases, una ridiculez. Pero me han dejado marca, oye, lo digo como lo siento. Creo que ayer hice un descubrimiento: yo, de mayor, quiero dirigir.

¿Alguien se atreve a ponerse en mis manos?
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Una curiosidad: la acústica de la Iglesia requirió una colocación insólita del cuarteto: en lugar de la tradicional disposición violín I, violín II, viola y cello, de izquierda a derecha, hubo que colocarse de la siguiente manera: violín II, violín I, cello y viola. Lo de la acústica es un misterio profundo.


01 noviembre 2005

Cementerio

El cementerio más alucinante en el que he estado se encuentra dentro de "Todos los nombres", la novela preciosa de Saramago en la que sólo aparece un nombre: el suyo. Es un lugar que se extiende hasta el infinito, atravesado por bosques, praderas, ríos y a saber qué más. Por la tarde lo cierran pronto, no te vayas a perder, pero si entras a la novela puedes arriesgarte a pasar una noche en él y asistirás al instante del crepúsculo en el que sale una luna de vainilla mientras una nieblina azul te llega a la altura de los tobillos y lo cubre todo como una serpiente que se desliza silenciosa.

Lo mejor de ese cementerio es su descripción, que crea un precioso efecto de crescendo musical en palabras perceptible si lo lees en voz alta, con su enumeración infinita que juega con efectos orquestales destinados a controlar, hábilmente, el movimiento, el ritmo y el volumen de la cadencia, con sus repeticiones, variaciones, más repeticiones, cosas nuevas, el efecto propulsor de la conjunción, otras variaciones y vuelta a empezar; palabras cortas primero, una, otra, y otra más y mientras tanto se van ensanchando. Y el efecto final, tan sorpresivo e inesperado, que redondea el efecto buscado. La traducción es de Pilar del Río.

"Los primeros monumentos funerarios estaban constituídos por dólmenes, cistas y estelas, después aparecían, como una gran página extendida, en relieve, los nichos, las aras, los tabernáculos, las duernas de granito, las vasijas de mármol, las lápidas lisas y labradas, las columnas dóricas, jónicas, corintias y compósitas, las cariátides, los frisos, los acantos, los entablamentos y los frontones, las bóvedas falsas, las bóvedas verdaderas, y también los paños de muro montados con tejas sobrepuestas, las fundaciones de murallas ciclópeas, los tragaluces, los rosetones, las gárgolas, los ventanales, los tímpanos, los pináculos, los enlosados, los arbotantes, los pilares, las pilastras, las estatuas yacentes representando hombres de yelmo, espada y armadura, los capiteles con historias y sin historias, las granadas, los lirios, las perpétuas, los campanarios, las cúpulas, las estatuas yacentes representando mujeres de tetas apretadas, las pinturas, los arcos, los fieles perros recostados, los niños enfajados, las portadoras de ofrendas, las plañideras con la cabeza cubierta por un manto, las agujas, las nervaduras, los vitrales, las tribunas, los púlpitos, los balcones, otros tímpanos, otros capiteles, otros arcos, unos ángeles de alas abiertas, unos ángeles de alas caídas, medallones, urnas vacías, o fingiendo llamas de piedra, o dejando salir lánguidamente un crespón, melancolías, lágrimas, hombres majestuosos, mujeres magníficas, niños amorosos cercenados en la flor de la edad, ancianos y ancianas que ya no podían esperar más, cruces enteras y cruces partidas, escaleras, clavos, coronas de espinas, lanzas, triángulos enigmáticos, alguna insólita paloma marmórea, bandas de palomas auténticas volando en círculo sobre el camposanto. Y silencio."

El punto que separa las enumeraciones entre comas del "Y silencio" final es un efecto expresivo magnífico. Sobre todo, silencio. Es lo más llamativo de un cementerio.