Carta
No, no me ha sorprendido encontrarme contigo. Tú, que me conociste bien, sabes que no miento si te digo que, de alguna forma, he sabido esta mañana que tenía que pasar cuando al salir de una tienda y pararme ante el semáforo, he sentido una inquietud extraña, un vacío en el pecho y he pensado en tí. Por eso esta tarde, cuando he levantado la cabeza y te he visto a pocos metros viniendo con alguien en dirección contraria a la mía, no me ha sorprendido. Quién lo iba a decir, ¿verdad? Hace un par de años, la mera posibilidad de encontrarme contigo, aunque fuera de lejos, me hubiera causado espanto y habría huído despavorido. ¿Cuánto tiempo ha pasado ya?
No, no me ha sorprendido verte pero no te negaré que ha sido toda una conmoción. Sobre todo el abrazo, del todo inesperado, tanto que no he podido saber si me confortaba o me escocía. La caprichosa casualidad ha querido que tuviéramos que compartir unos metros que a lo mejor se nos han hecho interminables o a lo mejor nos han sabido a poco. Como era de esperar, no has dejado de hablar de manera despreocupada, como si nada hubiera ocurrido. Las situaciones incómodas siempre te han hecho actuar así pero el tono te delata. Yo he respondido apenas con monosílabos porque ayer toqué a Ravel y Ravel, recuérdalo, me deja un tiempo sin saber qué decir. Sin embargo, he escuchado atentamente todo lo que me contabas, lo que ha sido de tí en este tiempo; te he escuchado con sumo interés a pesar de que todo eso yo ya lo conocía: lo dicho y lo que no has dicho, por falta de tiempo o porque ya pasó el tiempo de decir según qué cosas. Contradictorio en alguien que no quiso volver a saber, lo sé. Soy un caso, cosa que ya sabes de sobra.
Lo que no conocía es lo que contaban tus ojos. Siempre has hablado mejor con los ojos o, por lo menos, cuando el discurso de las palabras no concordaba con el de los ojos, aprendí (me costó) que había que hacer caso a estos últimos. En tus ojos, esta tarde, he visto que ya has conocido el dolor. No sé dónde ni cuándo, ni cuánto te ha afectado, pero ha ocurrido seguro. Has cambiado. Yo también. Me pregunto qué habrás visto tú en mis ojos, qué habrás sentido al verme, qué te ha hecho aceptar un segundo abrazo, esta vez mío. Tú eres la única persona que ha sacado de mí lo mejor y lo peor. Siempre te agradeceré lo primero, me costará perdonarme lo segundo aunque algo es algo: hubo un tiempo en que te estuve muy agradecido por haber sacado de mí lo peor y hacer los ensayos contigo.
Cuando te has ido me he sentido muy confuso y todavía tengo un nudo en el estómago que ha ido ascendiendo por el pecho y que saldrá en forma de berrinche o de llanto, llanto que ya conoces, como yo conocí el tuyo. La primera vez que me viste llorar fue porque llorabas. No pude soportarlo. Hay veces que llorar es bueno pero para hacerlo hay que encontrar el motivo. ¿Cuál fue el motivo de aquel llanto tuyo? Desde hace un rato tengo el llanto en la garganta pero todavía no sé qué hay que llorar: si el encuentro, el recuerdo o la despedida. Porque lo de hoy ha sido algo que teníamos pendiente: decirnos adios como Dios manda; hacerlo con una sonrisa, con buenas palabras, con el tono dulce y un tercer abrazo.
En el recuerdo de los buenos tiempos, te busco, te encuentro, y te deseo lo mejor.
A principios del pasado verano, fui a casa de Javier Romé a pedirle la mano. En realidad, ya puestos, le pedí las dos, que es lo que necesitaba para poner en marcha el proyecto Ravel. En pocos segundos me dio el "sí quiero" ante la sonrisa de Mila, su mujer, y lo volvió a decir tras decirle que lo pensara bien y recordarle que 8 de mis 10 dedos tienen prótesis y que 6 no funcionan. De paso, dejé caer lo de las chocolatinas, y que tuviera en cuenta el "factor temblor", él ya sabe qué es eso, lo ha vivido muchas veces, y de que en mi porción de partitura no iba a aparecer ninguna anotación porque me despistan los números y yo la música la siento por el tacto y de otra manera las cuentas no me salen. Le dije eso y un par de pequeñas manías más. "No importa", dijo él. "Pues tú verás", dije yo. "Menuda pareja", sentenció Mila levantándose para salir al jardín. Desde ese mismo instante, iniciamos una estrecha convivencia armoniosa, eso sí, en régimen de separación de bienes: esta parte del teclado para ti, esta parte para mí; este "fa" me lo quedo yo, este "sol" te lo puedes llevar, que no tengo sitio.
Ya lo he dicho en anteriores ocasiones: a mí, Ravel me deja sin voz. Como hoy he tenido que interpretarlo en dos conciertos no me salen las palabras, al menos no todavía. De momento, después de cenar han salido algunas lágrimas, de las buenas, y en las manos todavía ha quedado un resto del calor que se forma cuando pones el corazón en la punta de los dedos y lo proyectas a todos los corazones. Hasta que consiga volver a ponerlo en su sitio lo que necesito es silencio. Ha sido una experiencia maravillosa. 260 gracias.
Estoy leyendo la desconcertante y estimulante novela "Caja negra", de Pablo Sánchez, que empieza diciendo que "el gran misterio de la vida no es, desde luego, la existencia de Dios. Después de Auschwitz, ese enigma se desvaneció".
Si el parte meteorológico no falla, hoy nos libraremos, al fin, de un curioso fenómeno climático que nos ha mantenido perplejos durante varios días. A veces ocurre que se dan ciertas circunstancias (ahora no recuerdo cuáles) que hacen que el valle del Ebro quede cubierto por una persistente niebla que se estanca durante varios días, creando una especie de blindaje bajo el cual todas las horas tienen la luz de plomo del atardecer y donde el termómetro no deja de estar en negativo ni siquiera en las horas centrales del día. Las bajas temperaturas han llegado a producir en varios momentos que la propia niebla se congele dejando caer minúsculos cristales de hielo. Lo curioso es que fuera de los límites del valle por los que transcurre el río el tiempo es plenamente anticiclónico y brilla el sol, pero aquí, mientras tanto, a las continuas temperaturas negativas (-8) le sumamos la densa humedad que acentúa la sensación de gelidez. La niebla moja el suelo que, inmediatamente, se congela, convirtiéndolo en una pista de patinaje; los carámbanos cuelgan de las guirnaldas de bombillas que atraviesan las calles y las cañerías de agua se han congelado en muchos puntos de la ciudad. Pero lo que más ha llamado la atención ha sido el aspecto que presenta el paisaje que nos rodea: todo está blanco y, sin embargo, no ha caído un copo de nieve. Es puro hielo. El aspecto que presentan los árboles es fantasmal, como si se hubieran calcificado.
La persona que aparece en la fotografía soy yo, aunque quienes me conocen y han visto esa imagen han dicho que no, que no soy yo, que no me reconocen. Ese no eres tú, emejota, por Dios, parece mentira. Sin embargo, quien hizo la foto, en un disparo furtivo en el transcurso de una larga sesión fotográfica repleta de sonrisas, algunas ficticias, casi todas reales, aseguró que sí, que yo era así también; de hecho, creo que fue la imagen de la que se sintió más satisfecho.
Hoy me ha pasado una cosa muy rara. Durmiendo, he tenido un sueño en el que me veía a mí mismo de pequeño leyendo un libro de "Los Cinco", de Enid Blyton. De pequeño me los leí todos de tirón. Se los cogía a mi hermana, que tenía la colección completa, y me lo pasaba en grande: esa prima Jorgina tan rebelde y empeñada a toda costa en ser Jorge, el perro Tim, aquellas aventuras increíbles a cuya vuelta siempre esperaba un banquete reparador en el que no faltaba la cerveza de jengibre, que mira que nos resultaba exótico eso de la cerveza de jéngibre, a qué sabía una cerveza de jengibre, a ver. Luego nos hicimos mayores y nos enteramos de que Blyton, cuyo característico autógrafo presidía todos sus libros, empinaba el codo que no veas y hubo a quien la noticia no le hizo gracia y a otros les dio la risa. Pero antes de eso, cuando éramos pequeños, leíamos con avidez las novelas de "Los Cinco" y a mí lo que más me gustaba era lo de la Isla de Quirrin. Me resultaba absolutamente emocionante ir a la isla. Y eso es precisamente lo que he soñado esta noche pasada: que yo era otra vez pequeñito y leía en una tarde invernal de sábado un libro de los Cinco volviendo a la Isla de Quirrin. Lloviendo. Un sueño curioso, porque mira si hay libros con los que soñar y me ha tenido que tocar revivir con toda minuciosidad mis tardes de lectura junto a "Los Cinco" después de tantos años.
Uno, dos, tres...










